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En un Mundial se va del cielo al infierno en dos segundos y viceversa. Nigeria fue el medio de transporte que utilizó Argentina para dar ese viaje lleno de emociones, que por minutos fue ilusión, pasó a ser amargura y en los últimos instantes del encuentro se convirtió en emoción, alegría. La albiceleste sufrió, navegó contra la corriente. Los corazones de los hinchas argentinos latieron en dos estadios: en Rostov (con el encuentro entre Croacia e Islandia) y en San Petersburgo, donde enfrentaron y vencieron a los africanos 2-1 con goles de Lionel Messi y Marcos Rojo, ambos de pierna derecha. (Vea nuestro especial sobre el Mundial de Rusia 2018)
Argentina logró rehacerse de un golpe a la quijada que les dio los nigerianos al minuto 51. Un penal, cobrado sutilmente por el experimentado Víctor Moses, parecía ser el golpe definitivo, el nocaut para un equipo que a pesar de sus limitaciones, logró ponerse de pie, sacudirse y disfrutar, celebrar, levantar los brazos y desterrar todos los demonios que los atormentaba, esos que hicieron recordar esa eliminación tempranera en Corea y Japón 2002, Mundial al que llegaron como grandes favoritos y salieron por la puerta de atrás.
Y ese último esfuerzo, que llegó gracias a la insistencia, el empuje y la garra de todo un pueblo que se desvive por este deporte. Nunca se dieron por vencidos, aunque dentro del terreno de juego seguían demostrando las mismas falencias de todo el Mundial: falta de profunidad, de ideas y la aparición de algunos jugadores como Ángel Di María, Gonzalo Higuain y el mismo Lionel Messi. Hoy Argentina dependió solo de su capacidad agonística, manifiesta también en ese último duelo por eliminatorias en Quito frente a Ecuador. (Puede leer: “Los jugadores saben que es un partido a muerte”: Javier Zanetti)
Todo comenzó con ilusión. Porque cuando Lionel se viste de Messi no hay nadie quien pueda pararlo y cuando decide maravillar, no lo hace para deslumbrar a unos pocos o a una multitud, aparece para dejar con los ojos abiertos a todo el mundo, con las manos en alguna cubriendose alguna parte de la cara en señal de impresión, sin importar el huso horario de la ciudad en la que lo estén observando y este martes, al minuto 14, nuevamente embrujo a propios y extraños con su control de balón. Bajó con el muslo un pase profundo de Ever Banega, lo acomodó con su zurda para quedar perfilado con la derecha, con la que remató cruzado como si fuera su pierna fuerte, esa con la deja absortos a todos. Gol, manos al cielo y un grito de júbilo por parte de los hinchas albicelestes.
Pero la alegría estaba dividida. No solo se miraba lo que sucedía en el estadio de San Petersburgo sino también se seguía detenidamente el encuentro entre Islandia y Croacia en Rostov, en el que los nórdicos presionaban e intentaban. Un gol de los islandeses los metía como segundos de grupo, por lo que generaron oportunidades de gol, pero no concretaron. Se quedaron cortos y cuando el balón por fin iba directo a la portería de Lovre Kalinic, sus manos aparecieron para convertirlo en la figura. Él mantuvo funcionando el sistema cardíaco de los argentinos.
Ni siquiera importaba el tanto de Milan Badelj para los croatas. Todo se centraba en el partido de San Petersburgo, donde el resultado no se daba, los argentinos a punta de empuje buscaron el tanto que les diera la clasificación, pero nuevamente mostraron sus falencias ofensivas y atrás, la defensa, que siempre ha sido un caos no brindaba confianza. Los nigerianos apostaron al contragolpe y en varias oportunidades pusieron contra las cuerdas a los suramericanos. La más clara fue al minuto 75, cuando Ahmed Musa no logró conectar bien un remate de primera y el balón se fue por fuera. El árbitro pidió el VAR por una supuesta mano de Marcos Rojo, pero al final no pasó nada.