Víctor Cantillo, el zonero del Júnior
El volante de 25 años será titular este jueves en el juego entre el club rojiblanco y Alianza Lima de Perú, por la cuarta jornada del grupo H de la Copa Libertadores de América (7:30 p.m., por Fox Sports).
Camilo Amaya
El registro civil de Víctor Cantillo dice que nació el 15 de octubre de 1993 en Ciénaga (Magdalena). Sin embargo, en el sentido estricto de las cosas, el hoy jugador del Júnior es de Río Frío, un corregimiento que luego de la ordenanza 011 del 9 de agosto de 1999 pasó a ser parte de un nuevo municipio conocido como Zona Bananera. En otras palabras, como diría Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, es de aquí, pero también de allá, por ende, no es de ningún lado o de todos a la vez. Lo cierto es que, tal cual una historia macondiana, sus padres, Vicente Paúl Cantillo Silva y Carmen María Jiménez Ortega, lo llevaron hasta el notario Jaime Zabaraín el 17 de abril de 1995 para legalizar su nacimiento, es decir, 17 meses y dos días después de que llegó al mundo.
(Le puede interesar: Nicolás Gil, de La Masía a Santa Fe).
¿Por qué? Porque no fue prioridad hacerlo antes, porque en el corazón de esa región la vida sigue su cauce pensando más en sobrevivir que en tener un papel que ratifique la existencia. Esto le traería problemas más adelante, cuando empezó a jugar torneos juveniles con Atlético Nacional y sus capacidades y contextura generaron recelo y cuestionamientos en los demás. Fue tal la desconfianza que en un evento juvenil personas malintencionadas presentaron otro registro civil, uno que decía que había nacido el 15 de octubre de 1991, siete meses después de su hermano José, para que fuera expulsado del certamen.
“Es que, por más que haya sido prematuro, es casi imposible que la mamá haya tenido dos hijos en menos de un año”, dijo Nelson Reyes, en ese entonces director de las divisiones inferiores de Atlético Nacional. La incógnita de su verdadera edad, en relación a lo que mostraba con la pelota, venía desde antes, desde que llegó a la capital antioqueña y entró al equipo Belén San Bernardo y después al Molino Viejo, dos escuelas a las que llegan cientos de niños de todas partes de Antioquia, del Chocó, hasta del Magdalena y Córdoba, con el sueño de ser vistos por alguien, con la ilusión de la única oportunidad.
El entrenador Juan Carlos Osorio, en su labor de escudriñar entre juveniles para buscar recambio, lo seleccionó, junto con Arley Rodríguez, Pedro León Osorio y Rodin Quiñones, entre otros, para hacer parte del primer equipo. “Tiene talla, sabe manejar la pelota y, lo más importante, sabe cómo quitarla”, dijo en su momento el DT sobre las condiciones de Cantillo, que con 20 años ya daba sus primeras entrevistas con voz trémula y una cordialidad inmediata, como ahora.
(También puede leer: Jorman Campuzano, de domiciliario de pollos a jugador de Nacional).
“Yo me entreno al máximo y doy lo mejor de mí cada día”, dijo cuando le pusieron en frente un micrófono, de seguro repitiendo lo que les escuchaba decir a los más experimentados, respuestas ya sabidas, de uso gastado, excesivas y repetitivas, que pasan de jugador a jugador como un legado. Y a medida que lo fueron buscando los medios, también tuvo más participación en la cancha. Dejó Nacional y empezó una travesía que lo llevó en 2014 a Atlético F.C., club caleño de la segunda división, para luego pasar a Leones durante tres temporadas y así derecho hasta Pasto, ciudad en la que se consagró, donde tuvo la confianza, la oportunidad, pero sobre todo la libertad de jugar a su manera (disputó 22 partidos en el torneo local para un total de 1.976 minutos).
El equipo nariñense, con un juicio agudo y certero, compró lo que había que comprar, el porcentaje que había que tener, y ante la primera oferta de un club grande aceptó. En julio de 2017 Júnior pagó US$800.000 por tener a Cantillo en su nómina. Atlético Nacional, el conjunto que le dio la primera oportunidad, preguntó por él, pero nunca concretó su regreso. La lucidez, ajena a la fama, le permitió ser más concreto a la hora de describirse a sí mismo. “Me dicen que soy un volante de primera línea, pero yo puedo hacer ambas cosas. Entiendo la dinámica del juego y sé cuándo puedo ir para adelante sin dañar al equipo y cuándo tengo que quedarme atrás”.
Desde su llegada a Barranquilla suma 17 partidos por la Liga Águila (1.217 minutos) y 14 encuentros en torneos internacionales, contando los siete en esta edición de la Copa Libertadores (el resto fueron en la Sudamericana del año pasado). Esa capacidad de sacrificio, de saber qué hacer en instantes de presión, llamó la atención de José Néstor Pékerman, que lo citó para los recientes amistosos contra Francia y Australia. “Sé que es complicado que juegue, pero vengo a demostrar que tengo todo para hacerlo”, dijo Víctor con un tono de franqueza, de sinceridad. Y sí, no jugó un solo minuto, pero compartió con la de mayores, con algunos de sus ídolos, vivió la atmósfera de estar con la selección de Colombia.
El Zonero, como es conocido Cantillo, como se conoce a todos los que nacen en la Zona Bananera, una región que Gabriel García Márquez hizo famosa con sus fábulas, con los retratos de la realidad, de la vida y la muerte conviviendo tan cerca, será el encargado de comandar, una vez más, el mediocampo juniorista, de quitar la pelota de una manera limpia y de mandarla rápido hacia adelante. Eso es lo que sabe hacer, lo que lo tiene como uno de los mejores volantes del fútbol colombiano.
El registro civil de Víctor Cantillo dice que nació el 15 de octubre de 1993 en Ciénaga (Magdalena). Sin embargo, en el sentido estricto de las cosas, el hoy jugador del Júnior es de Río Frío, un corregimiento que luego de la ordenanza 011 del 9 de agosto de 1999 pasó a ser parte de un nuevo municipio conocido como Zona Bananera. En otras palabras, como diría Gabriel García Márquez en Cien años de soledad, es de aquí, pero también de allá, por ende, no es de ningún lado o de todos a la vez. Lo cierto es que, tal cual una historia macondiana, sus padres, Vicente Paúl Cantillo Silva y Carmen María Jiménez Ortega, lo llevaron hasta el notario Jaime Zabaraín el 17 de abril de 1995 para legalizar su nacimiento, es decir, 17 meses y dos días después de que llegó al mundo.
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¿Por qué? Porque no fue prioridad hacerlo antes, porque en el corazón de esa región la vida sigue su cauce pensando más en sobrevivir que en tener un papel que ratifique la existencia. Esto le traería problemas más adelante, cuando empezó a jugar torneos juveniles con Atlético Nacional y sus capacidades y contextura generaron recelo y cuestionamientos en los demás. Fue tal la desconfianza que en un evento juvenil personas malintencionadas presentaron otro registro civil, uno que decía que había nacido el 15 de octubre de 1991, siete meses después de su hermano José, para que fuera expulsado del certamen.
“Es que, por más que haya sido prematuro, es casi imposible que la mamá haya tenido dos hijos en menos de un año”, dijo Nelson Reyes, en ese entonces director de las divisiones inferiores de Atlético Nacional. La incógnita de su verdadera edad, en relación a lo que mostraba con la pelota, venía desde antes, desde que llegó a la capital antioqueña y entró al equipo Belén San Bernardo y después al Molino Viejo, dos escuelas a las que llegan cientos de niños de todas partes de Antioquia, del Chocó, hasta del Magdalena y Córdoba, con el sueño de ser vistos por alguien, con la ilusión de la única oportunidad.
El entrenador Juan Carlos Osorio, en su labor de escudriñar entre juveniles para buscar recambio, lo seleccionó, junto con Arley Rodríguez, Pedro León Osorio y Rodin Quiñones, entre otros, para hacer parte del primer equipo. “Tiene talla, sabe manejar la pelota y, lo más importante, sabe cómo quitarla”, dijo en su momento el DT sobre las condiciones de Cantillo, que con 20 años ya daba sus primeras entrevistas con voz trémula y una cordialidad inmediata, como ahora.
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“Yo me entreno al máximo y doy lo mejor de mí cada día”, dijo cuando le pusieron en frente un micrófono, de seguro repitiendo lo que les escuchaba decir a los más experimentados, respuestas ya sabidas, de uso gastado, excesivas y repetitivas, que pasan de jugador a jugador como un legado. Y a medida que lo fueron buscando los medios, también tuvo más participación en la cancha. Dejó Nacional y empezó una travesía que lo llevó en 2014 a Atlético F.C., club caleño de la segunda división, para luego pasar a Leones durante tres temporadas y así derecho hasta Pasto, ciudad en la que se consagró, donde tuvo la confianza, la oportunidad, pero sobre todo la libertad de jugar a su manera (disputó 22 partidos en el torneo local para un total de 1.976 minutos).
El equipo nariñense, con un juicio agudo y certero, compró lo que había que comprar, el porcentaje que había que tener, y ante la primera oferta de un club grande aceptó. En julio de 2017 Júnior pagó US$800.000 por tener a Cantillo en su nómina. Atlético Nacional, el conjunto que le dio la primera oportunidad, preguntó por él, pero nunca concretó su regreso. La lucidez, ajena a la fama, le permitió ser más concreto a la hora de describirse a sí mismo. “Me dicen que soy un volante de primera línea, pero yo puedo hacer ambas cosas. Entiendo la dinámica del juego y sé cuándo puedo ir para adelante sin dañar al equipo y cuándo tengo que quedarme atrás”.
Desde su llegada a Barranquilla suma 17 partidos por la Liga Águila (1.217 minutos) y 14 encuentros en torneos internacionales, contando los siete en esta edición de la Copa Libertadores (el resto fueron en la Sudamericana del año pasado). Esa capacidad de sacrificio, de saber qué hacer en instantes de presión, llamó la atención de José Néstor Pékerman, que lo citó para los recientes amistosos contra Francia y Australia. “Sé que es complicado que juegue, pero vengo a demostrar que tengo todo para hacerlo”, dijo Víctor con un tono de franqueza, de sinceridad. Y sí, no jugó un solo minuto, pero compartió con la de mayores, con algunos de sus ídolos, vivió la atmósfera de estar con la selección de Colombia.
El Zonero, como es conocido Cantillo, como se conoce a todos los que nacen en la Zona Bananera, una región que Gabriel García Márquez hizo famosa con sus fábulas, con los retratos de la realidad, de la vida y la muerte conviviendo tan cerca, será el encargado de comandar, una vez más, el mediocampo juniorista, de quitar la pelota de una manera limpia y de mandarla rápido hacia adelante. Eso es lo que sabe hacer, lo que lo tiene como uno de los mejores volantes del fútbol colombiano.