Visita a Jardim Peri, la favela de Gabriel Jesús en Sao Paulo
El 9 de la selección brasileña de fútbol creció en este barrio de la gran metrópoli brasileña. Recorrido por las calles que transitó y los lugares que marcaron el comienzo de su sueño de ser profesional.
Luis Guillermo Montenegro-Sao Paulo
Los andenes de la cuadra de la casa en la que creció Gabriel Jesús en la favela de Jardim Peri de São Paulo todavía están pintados de verde y amarillo. Él mismo, en 2014, cuando no había comenzado su carrera como futbolista, justo antes del inicio de la Copa del Mundo que se disputó en este país, salió con sus familiares, amigos y vecinos a ponerle color al barrio. Ese mismo joven, que en esa época tenía 17 años y pasaba inadvertido incluso en este lugar, es hoy en día una de las figuras de la selección de Brasil, con la que disputó el Mundial de Rusia 2018. También es delantero del Manchester City de Inglaterra, y con 22 años es uno de los prospectos más grandes del balompié en este país. En medio del ambiente de la Copa América y la euforia porque el equipo local ya está en las semifinales, El Espectador hizo un recorrido por las calles de este barrio de gente trabajadora, en el que la mayoría de los niños tienen camisetas de fútbol, patean balones y sueñan con ser como su más grande ídolo: Gabriel Jesús.
(Aquí, nuestro especial de la Copa América)
“Él es el ejemplo de que sí se puede, de que no importa de dónde seas ni de dónde vengas. Sueño con seguir sus pasos”, dice Junior, un joven de 15 años que está con un grupo de amigos en unos de los bancos de suplentes de la única cancha sintética de Jardim Peri, en la que se puede ver en uno de los costados del campo un mural gigante con la cara de Gabriel Jesús, que fue pintado luego de que se conociera que él disputaría su primera Copa del Mundo en Rusia. Al fondo de uno de los arcos está el escudo del Manchester City con celeste de fondo. Fue en este mismo lugar en donde el actual 9 de la selección pentacampeona forjó su talento. Cuando él lo hacía, no había césped. El balón levantaba polvo y se jugaba descalzo.
Claro que acá no se necesita cancha para jugar, de hecho, en el recorrido entre el terreno sintético y la casa en la que creció Gabriel Jesús, unos niños juegan con una pelota de caucho amarilla y rematan a un arco imaginario, que es el portón metálico de una de las casas. Cuando uno hace gol, celebra llevándose la mano al oído derecho, simulando que habla por teléfono con alguien, de la misma forma que lo ha hecho Gabriel en Inglaterra. ¿Por qué lo hace el delantero? “Cuando levanto el teléfono es en honor a mi mamá y su lucha. Pero también es en honor a mis amigos, mi familia, al entrenador Mamede y a todos los que, en Brasil, me ayudaron a llegar hasta acá”, contó en una entrevista. (“Colombia juega bonito, pero nunca gana nada”: Antonio Alzamendi)
Las calles son como laberintos. El que entra acá sin GPS o la guía de un residente se puede perder con facilidad. Son subidas y bajadas, curvas que llegan a calles cerradas y construcciones de las que no es fácil encontrar diferencias, porque casi todas son con ladrillo a la vista. Claro que la gente sabe en dónde es la casa en la que creció Gabriel Jesús. Y se sabe que se está cerca de llegar porque de un momento a otro se pueden ver imágenes del jugador en las paredes, banderas de Brasil y Copas del Mundo.
El Minimercado Sorriso queda en el primer piso de una construcción de cuatro niveles. Su fachada es amarilla y la decoración es con emojis, el escudo del Manchester City y una pintura de Gabriel Jesús con la camiseta 9 de Brasil y el fondo verde. Ismael es el dueño de este negocio comercial, y dice que esto es un homenaje al ídolo de todos, al que vieron crecer y del que no se olvidan.
A unos 20 metros de ahí está la primera casa en la que vivió en este barrio el delantero junto a Vera Lucia Diniz, quien fue su madre y padre a la vez, y sus hermanos Caique y Felipe. La fachada es de cemento y hoy en día en el primer piso queda un taller de cerrajería, en el que trabaja su tío Luis Diniz, quien, con ropa de trabajo y las manos sucias de la grasa que les echa a las chapas, le dijo a El Espectador que “Gabriel siempre fue un gran muchacho, un hijo muy bueno y al que le pasa todo porque no ha cambiado. Siempre le gustaron el estudio y el fútbol. Salía de clases a jugar en las calles. Vivía corriendo por acá, buscando a sus amigos para ir a patear la pelota”.
Luis vive en Jardim Peri desde hace 30 años y se siente orgulloso de ser una de esas personas que vieron el crecimiento de su sobrino. Recuerda cuando Tetinha, como le dicen porque vivía pegado a su madre, salía corriendo a celebrar los goles del argentino Carlos Tévez cuando era delantero de Corinthians, equipo del que toda la familia era hincha, aclarando que les tocó cambiarse de bando cuando Gabriel pasó en 2012 a ser parte de las inferiores del Palmeiras y unos años más tarde se convirtió en referente y campeón con ese equipo.
A pesar de las dificultades de la mayoría de las personas que viven acá, a Gabriel Jesús nunca le faltó nada. Su madre siempre trabajó duro para darles a él y a sus hermanos lo necesario para vivir. Claro que muchos de sus amigos sí tuvieron que sufrir. “El fútbol es una pasión de todos, pero también es la oportunidad de salir de aquí. Hay niños que vienen a entrenar solo por el sánduche y el jugo que les damos gratis al final”, dice Guillerme, entrenador de un equipo juvenil de esta favela.
El club Pequeninos fue el primero en el que jugó Gabriel. Para poder ser parte de este equipo cruzó un bosque húmedo, con los guayos en el hombro, y acompañado de uno de sus amigos del barrio llegó a una cancha que queda en una prisión militar. Se presentó al técnico José Francisco Mamede, quien les abrió las puertas y los dejó comenzar a entrenar. Mamede, más adelante, asumió el rol de padre que nunca tuvo, de hecho, lo recogía en un Volkswagen Beetle blanco modelo 70 y lo llevaba a los entrenamientos una vez a la semana.
Los demás días se los pasaba correteando por estas calles y era común que, después de terminar cansado, llegara hasta Bar da Gi, una tienda a unas dos cuadras de su casa, en la que ahora hay camisetas de él y cuadros con su figura. “Venía a comprar refrescos, dulces o simplemente a saludar”, recuerda Gisele Xavier, la dueña de esta tienda y quien asegura que “no lo vi bebiendo cerveza, ni siquiera cuando veía aquí los partidos de la Copa Mundial de hace cinco años”.
Lea: (El infierno al que llegó Reinaldo Rueda en Chile)
Las camisetas del Manchester City con el número 33 en la espalda, las de Brasil con el 9 y el nombre de este delantero son muy comunes acá. Él es el superhéroe de una población que lo tiene como referente y a la que él no espera defraudar. “El equipo no ha estado del todo bien, pero confiamos en que se puede ganar la Copa, verlo a él levantando un trofeo acá es el sueño de todos”, concluye su tío Luis desde el lugar en el que todo comenzó.
Los andenes de la cuadra de la casa en la que creció Gabriel Jesús en la favela de Jardim Peri de São Paulo todavía están pintados de verde y amarillo. Él mismo, en 2014, cuando no había comenzado su carrera como futbolista, justo antes del inicio de la Copa del Mundo que se disputó en este país, salió con sus familiares, amigos y vecinos a ponerle color al barrio. Ese mismo joven, que en esa época tenía 17 años y pasaba inadvertido incluso en este lugar, es hoy en día una de las figuras de la selección de Brasil, con la que disputó el Mundial de Rusia 2018. También es delantero del Manchester City de Inglaterra, y con 22 años es uno de los prospectos más grandes del balompié en este país. En medio del ambiente de la Copa América y la euforia porque el equipo local ya está en las semifinales, El Espectador hizo un recorrido por las calles de este barrio de gente trabajadora, en el que la mayoría de los niños tienen camisetas de fútbol, patean balones y sueñan con ser como su más grande ídolo: Gabriel Jesús.
(Aquí, nuestro especial de la Copa América)
“Él es el ejemplo de que sí se puede, de que no importa de dónde seas ni de dónde vengas. Sueño con seguir sus pasos”, dice Junior, un joven de 15 años que está con un grupo de amigos en unos de los bancos de suplentes de la única cancha sintética de Jardim Peri, en la que se puede ver en uno de los costados del campo un mural gigante con la cara de Gabriel Jesús, que fue pintado luego de que se conociera que él disputaría su primera Copa del Mundo en Rusia. Al fondo de uno de los arcos está el escudo del Manchester City con celeste de fondo. Fue en este mismo lugar en donde el actual 9 de la selección pentacampeona forjó su talento. Cuando él lo hacía, no había césped. El balón levantaba polvo y se jugaba descalzo.
Claro que acá no se necesita cancha para jugar, de hecho, en el recorrido entre el terreno sintético y la casa en la que creció Gabriel Jesús, unos niños juegan con una pelota de caucho amarilla y rematan a un arco imaginario, que es el portón metálico de una de las casas. Cuando uno hace gol, celebra llevándose la mano al oído derecho, simulando que habla por teléfono con alguien, de la misma forma que lo ha hecho Gabriel en Inglaterra. ¿Por qué lo hace el delantero? “Cuando levanto el teléfono es en honor a mi mamá y su lucha. Pero también es en honor a mis amigos, mi familia, al entrenador Mamede y a todos los que, en Brasil, me ayudaron a llegar hasta acá”, contó en una entrevista. (“Colombia juega bonito, pero nunca gana nada”: Antonio Alzamendi)
Las calles son como laberintos. El que entra acá sin GPS o la guía de un residente se puede perder con facilidad. Son subidas y bajadas, curvas que llegan a calles cerradas y construcciones de las que no es fácil encontrar diferencias, porque casi todas son con ladrillo a la vista. Claro que la gente sabe en dónde es la casa en la que creció Gabriel Jesús. Y se sabe que se está cerca de llegar porque de un momento a otro se pueden ver imágenes del jugador en las paredes, banderas de Brasil y Copas del Mundo.
El Minimercado Sorriso queda en el primer piso de una construcción de cuatro niveles. Su fachada es amarilla y la decoración es con emojis, el escudo del Manchester City y una pintura de Gabriel Jesús con la camiseta 9 de Brasil y el fondo verde. Ismael es el dueño de este negocio comercial, y dice que esto es un homenaje al ídolo de todos, al que vieron crecer y del que no se olvidan.
A unos 20 metros de ahí está la primera casa en la que vivió en este barrio el delantero junto a Vera Lucia Diniz, quien fue su madre y padre a la vez, y sus hermanos Caique y Felipe. La fachada es de cemento y hoy en día en el primer piso queda un taller de cerrajería, en el que trabaja su tío Luis Diniz, quien, con ropa de trabajo y las manos sucias de la grasa que les echa a las chapas, le dijo a El Espectador que “Gabriel siempre fue un gran muchacho, un hijo muy bueno y al que le pasa todo porque no ha cambiado. Siempre le gustaron el estudio y el fútbol. Salía de clases a jugar en las calles. Vivía corriendo por acá, buscando a sus amigos para ir a patear la pelota”.
Luis vive en Jardim Peri desde hace 30 años y se siente orgulloso de ser una de esas personas que vieron el crecimiento de su sobrino. Recuerda cuando Tetinha, como le dicen porque vivía pegado a su madre, salía corriendo a celebrar los goles del argentino Carlos Tévez cuando era delantero de Corinthians, equipo del que toda la familia era hincha, aclarando que les tocó cambiarse de bando cuando Gabriel pasó en 2012 a ser parte de las inferiores del Palmeiras y unos años más tarde se convirtió en referente y campeón con ese equipo.
A pesar de las dificultades de la mayoría de las personas que viven acá, a Gabriel Jesús nunca le faltó nada. Su madre siempre trabajó duro para darles a él y a sus hermanos lo necesario para vivir. Claro que muchos de sus amigos sí tuvieron que sufrir. “El fútbol es una pasión de todos, pero también es la oportunidad de salir de aquí. Hay niños que vienen a entrenar solo por el sánduche y el jugo que les damos gratis al final”, dice Guillerme, entrenador de un equipo juvenil de esta favela.
El club Pequeninos fue el primero en el que jugó Gabriel. Para poder ser parte de este equipo cruzó un bosque húmedo, con los guayos en el hombro, y acompañado de uno de sus amigos del barrio llegó a una cancha que queda en una prisión militar. Se presentó al técnico José Francisco Mamede, quien les abrió las puertas y los dejó comenzar a entrenar. Mamede, más adelante, asumió el rol de padre que nunca tuvo, de hecho, lo recogía en un Volkswagen Beetle blanco modelo 70 y lo llevaba a los entrenamientos una vez a la semana.
Los demás días se los pasaba correteando por estas calles y era común que, después de terminar cansado, llegara hasta Bar da Gi, una tienda a unas dos cuadras de su casa, en la que ahora hay camisetas de él y cuadros con su figura. “Venía a comprar refrescos, dulces o simplemente a saludar”, recuerda Gisele Xavier, la dueña de esta tienda y quien asegura que “no lo vi bebiendo cerveza, ni siquiera cuando veía aquí los partidos de la Copa Mundial de hace cinco años”.
Lea: (El infierno al que llegó Reinaldo Rueda en Chile)
Las camisetas del Manchester City con el número 33 en la espalda, las de Brasil con el 9 y el nombre de este delantero son muy comunes acá. Él es el superhéroe de una población que lo tiene como referente y a la que él no espera defraudar. “El equipo no ha estado del todo bien, pero confiamos en que se puede ganar la Copa, verlo a él levantando un trofeo acá es el sueño de todos”, concluye su tío Luis desde el lugar en el que todo comenzó.