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“No soy yo, es la gracia de Dios en mí”, esa es la frase que tiene grabada en su cabeza Miguel Ángel Borja, la gran figura de Atlético Nacional en la serie semifinal de la Copa Libertadores ante São Paulo y el autor del gol que le dio el título a Nacional. Incrédulo por todo lo que está viviendo deportivamente, la única explicación que le da a su buen andar goleador es a las cosas sobrenaturales que el hombre no va a entender pero Dios sí. “Por más fe, jamás pensé disfrutar de este momento. Estoy sorprendido por lo que he vivido”, le reconoció a El Espectador el cordobés de 23 años, quien tras ser campeón de la Copa Sudamericana con Santa Fe, llegó al Cortuluá, fue goleador de la Liga Águila y ahora es campeón de América con Atlético Nacional, equipo al que llegó para disputar las fases finales de la Libertadores. En cuatro partidos marcó cinco goles, uno de ellos el de este miércoles a Independiente del Valle, que significó el título.
En el barrio Escolar del municipio de Tierralta, Córdoba, creció Miguel Ángel. Al ver la escasez y el sufrimiento que padecían su madre y sus hermanos, desde muy pequeño se preocupó por aportar económicamente a su familia. No siempre había para comer tres veces al día y por eso decidió dedicarse a hacerles mandados a sus vecinos y a limpiarles los patios de las casas para que le pagaran y con eso llevar comida a su hogar y costearse el transporte al colegio. Por las tardes, tras estudiar, se convertía en el utilero de su hermano Wálter, quien jugaba fútbol en equipos del municipio. “Al ver ese ambiente del fútbol, soñaba con jugar profesionalmente y por medio del fútbol ayudar económicamente a los míos”, recuerda el hoy 9 de Nacional.
Comenzó jugando con sus amigos de cuadra y en el colegio José María Córdoba, donde conoció a Lorenzo Ramírez, el dueño de la escuela Pony Gol, una de las más organizadas de su pueblo. Aunque les cobraba a todos para entrenar, Miguel Ángel fue becado y allí comenzó a participar en torneos departamentales. “Comencé a creérmela y entendí que si ese señor me daba la oportunidad de jugar en una escuela gratis, era porque marcaba diferencia”, asegura Miguel, que jugando con ese equipo fue a un torneo en Barranquilla, en donde un veedor del Envigado puso sus ojos en él y con la autorización de su madre lo llevó a vivir con 13 años a una casa hogar en Envigado.
Pero le pasó algo que hoy asume con humor, pero en su momento le dio mucha rabia. En su categoría en el equipo antioqueño había tres costeños llamados Miguel Ángel y algún día la mamá de uno de ellos llamó a las oficinas de Envigado para reclamar que le pagaran el estudio a su hijo o lo devolvieran a casa. Gustavo Upegui, dueño del equipo, les avisó a los entrenadores que al costeño Miguel Ángel había que devolverlo a su pueblo. “Fue algo chistoso, porque la verdad no fue mi mamá la que hizo esa llamada, pero por cosas de Dios me sacaron a mí y me tocó devolverme a mi pueblo con mucha tristeza”, asegura.
Regresó a Tierralta a terminar el colegio y a seguir ayudando a su familia a sobrellevar la pobreza. Por temporadas fue a probarse a otros clubes, como Millonarios o Medellín, pero no era tenido en cuenta, por lo que pensó en dejar el fútbol y dedicarse de lleno al trabajo. Pero con 17 años se le abrieron las puertas en el América de Cali, donde terminó de formarse y luego debutó como profesional en el Deportivo Cali. Mientras se consolidó, se vio obligado a trabajar con un tío en una ferretería para mandarles ayuda a sus familiares en su pueblo. Luego, con su primer buen sueldo como futbolista, lo que hizo fue construirle una casa a su mamá. Realmente en donde pudo mostrar por primera vez su talento a nivel profesional fue en el Cortuluá en la primera B. Ahí llegó a ser llamado incluso a la selección colombiana sub-20, en la que se destacó y eso lo llevó a La Equidad, en la A, y posteriormente al exterior: Livorno de Italia y Olimpo de Argentina.
Luego regresó a Colombia. En Santa Fe no tuvo mucha continuidad, sin embargo, logró un título de Superliga y el de la Copa Sudamericana. “En Santa Fe crecí como persona. Wilson Morelo me dio ejemplos muy claros de cómo había que comportarse. Me enseñó a darle gracias a Dios por todo. Como yo me concentraba con él, hice una muy buena relación, además porque somos paisanos de Córdoba. Todavía incluso hablo seguido con él. Me da consejos siempre”, cuenta Miguel. Del cuadro cardenal salió fortalecido, sobre todo mentalmente, y de ahí que pudiera despegar en Cortuluá como el gran goleador que soñó ser desde niño, cuando era el utilero de su hermano.
Ahora Dios, a quien siempre le da el crédito por todo, le dio el regalo de llegar a un equipo con pinta de campeón continental. Y su racha anotadora no paró, en su debut marcó dos goles en Brasil y ahora tiene soñando al pueblo verdolaga con una nueva conquista continental, como lo hizo Nacional en 1989. “De Nacional me ha sorprendido la manera como acogen a los nuevos. Cuando eso pasa es porque hay humildad. Eso es algo fundamental en el liderazgo que sobra en este equipo. Por eso los goles. Ellos me dieron esa confianza y eso se vio reflejado en cada jugada”, destaca el cordobés, quien quiso destacar el papel de Reinaldo Rueda en este buen momento que atraviesa: “Él es una persona muy tranquila, que les habla mucho a los jugadores y por eso estoy contento de que él me haya dado esa posibilidad de estar aquí. Él desde enero me quería tener en Nacional, pero en ese momento no se pudo. Finalmente me pudo traer y sólo puedo estar agradecido con él”.
Finalmente, Miguel Ángel, consciente de que guerreando y con fe ha cumplido cada una de las metas que se ha trazado, confiesa que sus sueños en el futuro más cercano son “seguir dejando una huella y exaltando el nombre de Dios. Mostrándole al mundo que hay un Dios que es real. En lo futbolístico quiero hacer las cosas bien con la camiseta de Colombia en los Juegos Olímpicos de Río 2016”.