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Barras bravas, un problema que atraviesa fronteras

Hinchas de Nacional, Santa Fe y Cali protagonizaron desórdenes fuera de Colombia. El panorama interno tampoco es alentador.

Sebastián Arenas
22 de abril de 2016 - 06:05 p. m.
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De chiquitos nos enseñan que la pelota es sagrada. Se debe respetar y ser felices alrededor de ella. Es un objeto que rueda globalmente, llevando sonrisas y deleites, y color y furor, e historia y unión. Sin embargo, ésta se ve manchada por individuos que se escudan en ella para delinquir y, siendo minoría, entristecer la urbe de fanáticos futboleros que sí aman el más popular de los deportes.

Esos desafortunados pertenecen a grupos sociales que desahogan su irá, originada en una sociedad desigual, en las tribunas, en la misma cancha, en los barrios, en la carretera y, ahora, en el continente, aumentado el índice de la negativa imagen colombiana en el exterior.

El pasado 21 de abril Sporting Cristal recibía al Club Atlético Nacional en el marco de una nueva jornada de la Copa Libertadores. Barristas del cuadro verdolaga llegaron hasta Lima, protagonizaron disturbios, actos delictivos, y 21 de ellos fueron devueltos al país, como quien regresa lo que no le sirve en sus proximidades.

Continuando con sus ‘malotes’ actos, en el avión de regreso, se enfrentaron entre ellos mismos, por ser unos de Bogotá y otros de Medellín. Se venían increpando durante el vuelo y a la llegada al aeropuerto El Dorado, de la capital de la República, las piñas fueron las que volaron de bando a bando, dejando como saldo puertas y vidrios rotos, además la sensación de una falta de educación absoluta y el enaltecimiento de la intolerancia y la estupidez como forma de trasegar por la vida, haciendo imposible la del prójimo.

Cabe recordar que días antes, en el juego de la Liga Águila entre Nacional y Bucaramanga, la tribuna sur del Atanasio Girardot fue escenario de otro riña, en la que se visualizaron puñales, por lo que dicha localidad fue sancionada. ¡Ah! La Dimayor aplazó la suspensión porque el siguiente de juego de local de Nacional es el clásico contra el Medellín. Valiente seriedad.

El reciente miércoles, las calles de Buenos de Aires tuvieron que soportar la locura de estos dizque hinchas del balompié. Los seguidores del Deportivo Cali arremetieron contra los buses de los fanáticos de Boca Juniors que se dirigían a La Bombonera a presenciar el encuentro copero. Con cuchillos, piedras, palos, sevicia e idiotez, atemorizaron los alrededores del obelisco y, aunque posteriormente su equipo cayó vapuleado 6-2, se fueron, según su ideología, con una victoria de Argentina: el robo de una bandera xeneize.

El mismo día, Independiente Santa Fe se jugaba su clasificación a los octavos de final ante Cerro Porteño en Asunción (Paraguay). Allí los fieles cardenales no fueron menos vergonzosos y realizaron actos vandálicos. Algunos arrestados por porte de armas blancas y droga.

En el ámbito local los de Millonarios no se han quedado atrás. Sacaron a un niño de una tribuna porque no tenía la camiseta azul, se enfrentaron en el estadio Palogrande de Manizales. Se reúnen con las autoridades distritales, se comprometen a que van a eliminar la violencia de El Campín. Que esta vez cumplan. Si no, y como infortunadamente se prevé, habrá que esperar por su próxima travesura.

Al respecto, los clubes no se pronuncian y parecen cómplices de estos sujetos que hieren al fútbol. ¿La solución? No se encuentra en Argentina, de donde los barristas colombianos copian muchas de sus conductas, así que hallarla aquí parece utópico. No es suficiente con las campañas livianas de las administraciones distritales, las palabras de cajón y los pactos mentirosos entre los líderes de las barras.

Las sanciones a los clubes no son suficientes porque a los violentos les importa más seguir haciendo de las suyas, que preocuparse por lo que beneficia o perjudica a la institución que porta los colores por los que se hacen matar. Paradójicamente, es así.

Se debe tomar medidas ejemplares, categóricas, fuertes y para nada flexibles. Prohibirle la entrada de por vida a quien no sepa comportarse en un estadio, identificarlo con tecnología adecuada para ello y judicializarlo con contundencia.

Qué paguen los que dañan la pelota y que no lo haga el objeto sagrado, por el que muchos suspiran, entendiendo que este juego es para disfrutarlo de manera íntegra, compartida y respetuosa. 

Por Sebastián Arenas

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