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La ruta de Servicios Especiales no se atascó por el tráfico de lunes. Hacia las cinco de la tarde el equipo de la Aerocivil abordaba el microbús en el paradero del centro comercial Sandiego, en dirección al aeropuerto José María Córdova. Entre ellos estaba Yaneth Molina. El recorrido desde Medellín a Rionegro tardó 43 minutos, en los que la temperatura bajó unos grados al subir las montañas. Ella está acostumbrada al frío: creció en el occidente de Bogotá, durante los 70.
Una casa esquinera de tres pisos fue el hogar de la familia Molina. En la localidad de Engativá afloró la infancia de los cinco hermanos, entre el tronar de los aviones, a 12 minutos del aeropuerto El Dorado. Allí, junto a uno de sus hermanos, creció también el sueño de la aeronavegación, la afición de ambos por los aviones y por remedar los códigos que los pilotos dicen en las películas.
Cuando llegaron al Centro de Estudios Aeronáuticos (CEA) en la capital, ya los dos se habían graduado de otras carreras; Yaneth es comunicadora social y periodista. A mitad de los 90 obtuvo el título de controladora aérea y desde entonces vuelve cada dos años al CEA por un curso de recurrencia, al igual que sus 637 colegas en el país, todos van a la misma escuela y dominan un mismo principio: salvaguardar la vida y la integridad de las aeronaves con sus pasajeros.
Sin embargo, el 28 de noviembre no dependía de ella evitar una tragedia. La mujer, quien es supervisora radar en Medellín, bajó entaconada del transporte empresarial para el turno de las seis de la tarde. Bamboleando sus largos aretes compró un chance y subió hasta el vestíbulo de la Aerocivil, una torre sobre la cara del aeropuerto, frente a una escultura roja diseñada por Édgar Negret como monumento al sol.
A una veintena de pasos de la torre de control está el puesto de Yaneth Molina, la oficina de mando de aproximación, dotada con un sistema de vigilancia radar, equipos de radiotelefonía, fichas de progreso y planes de vuelos. A la hora de su entrada al trabajo, el mensaje de despegue del vuelo Lamia 2933, proveniente de Santa Cruz, Bolivia, ya debía haber sido reportado.
En esencia, la función de los controladores de la sala radar es suministrar el servicio de aproximación a ciertas áreas. Es decir, enviar señales electromagnéticas que se reflejan contra los aviones para visualizar su velocidad y posición, al tiempo que mantienen una comunicación radiotelefónica con las tripulaciones, con el fin de ordenar la trayectoria de los vuelos.
A medianoche Yaneth Molina tenía su descanso. Llevaba lonchera saludable, sólo ordena carne asada en el restaurante Aeropuerto, de comida típica. Dos horas antes de la pausa, como es habitual, los controladores de área superior en Bogotá, encargados de dirigir el tráfico aéreo entre los mayores niveles de altura, pidieron transferir las comunicaciones de un vuelo que salía de su jurisdicción hacia los límites con Rionegro. Allí se produjo el contacto y la voz de Miguel Quiroga, el piloto de la aeronave boliviana, desde alguna frecuencia saludó: Lamia 2933 Medellín aproximación, buena noche.
Este chárter de operación comercial no regular ingresó a Colombia por la Amazonia, sobrevoló Meta, luego el sur de la capital hasta acercarse a su destino: el aeropuerto José María Córdova, que presta servicios a Medellín.
Ahora bien, es norma aeronáutica y certeza para los controladores que cada avión tenga el combustible suficiente para viajar del lugar de origen hasta el destino, más la distancia que le tomaría trasladarse al aeropuerto más lejano consignado en el plan de vuelo, más 45 minutos de sostenimiento en el aire.
Mientras Yaneth Molina controlaba seis vuelos en frecuencia, Lamia 2933 pidió prioridad para descender por falta de combustible y, sin autorización, cruzó la trayectoria de las demás aeronaves sostenidas por debajo de él.
El instructor de especialidades aeronáuticas de la Aerocivil John Rivera le explicó a El Espectador el manejo profesional de su colega al instante previo del choque. “Al visualizar que el vuelo boliviano estaba haciendo una maniobra, ella se concentró en liberar los aviones que estaban evolucionando allí. Todas estas operaciones aéreas ocurrían en el mismo sector, en los mismos puntos, sólo que separadas por altitudes o niveles. Para el piloto era claro que estaba en un problema, pero nunca lo manifestó”.
Cuando Quiroga reportó falla eléctrica total y Yaneth Molina ya no visualizaba la aeronave en el radar, quedó la esperanza de un defecto técnico. O sea, una falla que sólo precisa reiniciar el sistema para arrojar la posición del vuelo. Pero vino el silencio tras los reclamos de control de la mujer y el Lima Mike India (por los códigos fonéticos internacionales para servicios marítimos y aéreos), no volvió a responder.
Germán Fredy Marulanda, jefe de Aeronavegación de la regional Antioquia, relevó junto con su grupo a los seis controladores aéreos que vivieron el desastre desde las inmediaciones del aeródromo, ante un sistema de vigilancia y la esperanza de una señal de radio. Entre ellos estaba Yaneth Molina, quien desde entonces no había vuelto a aparecer.
Desde esa noche un perfil homónimo de Facebook, una mujer del municipio de La Ceja (Antioquia), ha recibido 142 comentarios en su muro, mensajes de aliento y hasta amenazas provenientes de Brasil, Ecuador, Perú, Venezuela, Alemania y Argentina.
Dos días después del accidente la controladora aérea envió una carta a la opinión pública: “Hoy la vida me puso en esta poco agradable posición de enfrentarme a una situación como la del 28 pasado, situación a la que por nuestro trabajo nos vemos expuestos todos los días, todos los turnos... reitero ante ustedes que me han manifestado su apoyo, que todo cuanto hice en la frecuencia fue por preservar la integridad de los ocupantes de esas dos aeronaves principalmente y, por ende, de los ocupantes de las otras aeronaves que estaban bajo mi responsabilidad”.
El 21 de diciembre el gobierno de Bolivia responsabilizó por la tragedia -que cobró las vidas de 71 personas y dejó siete heridos- a la aerolínea Lamia y al piloto Miguel Quiroga: volaron sin suficiente combustible.
Ahora, la Aeronáutica Civil de Colombia coincide en que la nave se cayó por falta de combustible y señala nuevos errores y omisiones del piloto. Yaneth Molina, Yanky Mike en el alfabeto de radiotelefonía, se decidió a aparecer en público este lunes, un mes después de la tragedia. Dejó de trabajar mientras supera el trauma de haber tenido que atender el fatídico vuelo de Lamia, recibe atención psicológica y está a la espera de una beca para capacitarse en el exterior. Y dice que la tragedia habría sido peor si ella no despeja el espacio para evitar que el Lamia llegase a chocar contra otra de las aeronaves que volaban cerca de Rionegro aquel 28 de noviembre.