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La primera vez que Julio César Bell tuvo un palo de golf en sus manos fue hace menos de cinco años. Una tarde de domingo salió con su esposa, Olga Lucía Gallego, a almorzar a la sabana de Bogotá. El destino sería un restaurante cerca a Sopó. Pero se cruzaron en el camino con el campo público de golf de Briceño (Cundinamarca). “Entremos, yo quiero que aprendas a jugar golf”, le rogó Olga. Se bajaron del carro y vieron a un hombre de estatura media, flaco, con camisa de un color llamativo, pantalón beige, zapatos blancos y un palo de golf en los hombros. Se acercaron a él. “Soy José Antonio Suárez”, se presentó. Era el profesor de golf. Le entregó a Julio un putt, unas pelotas y le indicó cómo embocarlas en el hoyo. En el primer intento el tiro fue bueno, embocó. Luego hizo varios putts más y falló todos.
Esa tarde descubrió un deporte tan complicado que se propuso, junto a su esposa, esforzarse para ser el mejor. A los 48 años se le metió en la cabeza la idea de que entrenando podría llegar a los 55 al PGA Tour Champions, el circuito de golf para veteranos. Al otro día, a las 8:30 a.m. estaba nuevamente en el campo público de Briceño, con talega de golf, zapatos, camiseta, guante, cachucha y toda la pinta necesaria para jugar. Parecía un profesional, tanto así que José Antonio se llegó a burlar y a decirle que el proceso era lento y primero debía preocuparse por pegarle a la bola.
Su evolución fue impresionante. En menos de seis meses ya salía al campo y jugaba como si llevara años de práctica. Entusiasmado, sacó el hándicap en la Federación Colombiana de Golf para poder participar en torneos nacionales. Seguía siendo un aficionado, pero se preparaba como un profesional. Su esposa lo apoyó en la loca idea de aprender de los mejores y por eso lo acompañó a un viaje a Argentina, en el que la idea era conocer los orígenes del golfista argentino Ángel Pato Cabrera, ganador de Augusta y el US Open y quien comenzó siendo caddie.
En ese viaje le hablaron de Joey Diovisalvi, uno de los mejores profesores del golf en el mundo, que ha entrenado a varios de los más grandes jugadores, entre ellos el actual número uno del mundo, el estadounidense Dustin Johnson. Le dijeron que el mejor lugar para progresar en el golf y en el que están las mejores condiciones para hacerlo es Florida, en Estados Unidos. Así que empacó maletas y se fue a perseguir su sueño.
Del boxeo al golf
Julio César Bell nació hace 52 años en Fusagasugá (Cundinamarca). Cuando tenía un año, su padre murió y fue Emperatriz, su mamá, quien los sacó adelante a él y a sus dos hermanos. El deporte lo apasionaba, especialmente el boxeo, que comenzó a practicar por casualidad. Con 10 años estaba desesperado de ver que un vecino de la cuadra, más grande que todos, les pegaba. Se propuso aprender a pelear y con la ayuda de un profesor comenzó a perfeccionar su técnica y sus golpes. “Cuando me sentí preparado me fui al parque, lo vi sólo y le di en la jeta. Le di una tunda y sentí tanta adrenalina que el boxeo me quedó gustando”, recuerda Julio.
El profesor lo siguió preparando. Era una persona humilde, con un gimnasio precario en el que el cuadrilátero era de lazo y se le pegaba a una tula de cuero podrido. Comenzó a viajar a torneos nacionales. Iba en bus a Bogotá, aprovechaba para comprar algunas cosas para luego vender en Fusa y así ayudar económicamente en su casa.
El diseño lo cautivó, y aunque no estudió nunca una carrera, comenzó a idear sillas, muebles, collares y joyas. Justamente este talento lo llevó a formar empresas y de esto vive hoy en día.
Del boxeo pasó a las artes marciales. En karate fue cinturón azul. Participó en torneos de combate y luego se pasó a una técnica similar al vale todo. Luego entró al Ejercito Nacional. Fue soldado en San Vicente del Caguán, en donde se formó su carácter. Vio morir a muchos amigos. Caer para levantarse más fuerte fue su lema. Se cansó de eso y llegó a vivir a Bogotá.
Allí entrenó en varios gimnasios y se preocupó por mantener un buen estado físico. Siguió con el boxeo, pero cuando se casó con Olga Lucía Gallego le dijo un día algo que nunca olvidará: “Estoy mamada de que llegues a la casa todo reventado. Ya no más con ese deporte, deberías buscarte otra pasión”.
En un principio le sonó fuerte, pero cuando descubrió el golf entendió que una disciplina difícil sólo podría cambiarla por una más difícil, y por eso se propuso la meta de llegar a lo más alto. “Aunque se rían de mí, haya envidias y crean que no voy a lograr mi sueño, lo repetiré una y mil veces: jugaré un US Open Senior”.
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