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Leo en Tinta indeleble, el libro sobre la vida y obra de don Guillermo Cano Isaza, que la idea de premiar a los mejores deportistas de Colombia surgió en 1960 en la sección de Deportes, integrada por Mike Forero, Antonio Andrauss, Rufino Acosta, Óscar Restrepo y Jaime Ortiz Alvear, iniciativa que fue patrocinada por el director de El Espectador, otro apasionado redactor deportivo. Para la primera versión, este diario convocó una consulta nacional y los lectores escogieron como Deportista del Año a Rubén Darío Gómez, campeón de la Vuelta a Colombia en Bicicleta. Desde entonces los máximos atletas nacionales, como nos lo ratificó este 2023 el campeón mundial de ciclismo Kevin Quintero, aspiran a recibir el galardón. (Recomendamos: Crónica de Nelson Fredy Padilla que reveló las cartas privadas que se cruzaban Guillermo Cano y Gabriel García Márquez).
Aparte de la independencia y la valentía al informar, El Espectador siempre ha defendido el espíritu deportivo que Guillermo Cano profesó desde que tenía 12 años y en su colegio en Bogotá le criticaron la mala letra, pero le reconocieron su interés por el deporte. Como jefe de redacción del periódico de los estudiantes El Aguilucho, elogió al “ángel salvador de los deportes en el Gimnasio Moderno”, el profesor Numael Hernández.
Leo en Tinta indeleble que ya en 1945 había comenzado “a diversificar el aprendizaje de reportero recibiendo asignaciones en las secciones general y deportiva: un auténtico semillero de cronistas. En el caso de la información sobre deportes, el triunfo y la derrota puestos en la misma balanza de la competición y la parafernalia del espectáculo deportivo debieron ser una provocación para un narrador como él, que ya estaba poseído por el ímpetu de la curiosidad despertada por las glorias y desventuras de los seres humanos”. Mike Forero destacaba que Cano “escribía de deportes con fascinación”. “Nos sentíamos en el curubito teniendo a Canito dándole a los deportes, todos en torno a un mismo escritorio”.
Destacan en el citado libro (sello Aguilar, 2012) que su amor por el deporte tenía al fútbol y al Santafecito lindo en el trono, después seguía el Barcelona y cualquier otra disciplina, aunque hablaba con gran autoridad de béisbol, boxeo, ajedrez e hípica, al tiempo que daba ejemplo en la práctica promoviendo y participando en campeonatos internos de fútbol (le decían Cabecita de Oro), baloncesto o bolos. El ciclismo lo vivía en las carreteras: “Con Guillermo Cano pendiente de las metas volantes, los premios de montaña y etapa por etapa hasta la llegada a Bogotá que acompañaba con paseo familiar. Siempre fue un periodista deportivo y permanecía atento a los resultados dentro y fuera del país”.
El 20 de julio de 1975, en una columna por la conmemoración de los 25 años de la muerte de su tío, Luis Cano, escribió: “Le preocupaba, más que mis muchos errores y mis pocos aciertos, mi excesiva afición por los toros y por los deportes, pues temía que estos pudieran absorberme periodísticamente a tal punto que me desentendiera de otros asuntos ‘más serios’”.
Como sabemos, no se desentendió de los temas serios y cada vez que podía llamaba a la transparencia en el deporte y convocaba a las autoridades a no permitir la corrupción de la política partidista ni de la política deportiva. Se jugó entero enfrentándose a esas mafias y eso le costó la vida.
Leo en su columna del 18 de enero de 1981: “Es más que obvio que si una actividad nacional, sea cual fuere, aparece públicamente vinculada a las mafias, con razón o sin ella, el Estado, con los instrumentos que tiene, intervenga —óigase y léase bien— intervenga para establecer la verdad. Las mafias son cosa demasiado seria y demasiado inmoral para que el Estado se cruce de brazos por temor a la ira, no poco farisaica, de dirigentes y opinadores o de olímpicos y eternos dueños, en este caso del fútbol profesional, que pongan el grito en el cielo y amenacen con truenos y centellas y digan que sobre el deporte colombiano lloverán cenizas aniquiladoras. Coldeportes puede y debe intervenir para limpiar lo que desde dentro y desde fuera se dice que está podrido”.
Y uno se puede quedar leyendo horas sus opiniones sobre deportes. Un ejemplo: “Por una jefatura única del deporte colombiano”, del 5 de septiembre de 1972. O sus análisis sobre la selección de fútbol de Colombia. O sus noticias y crónicas como enviado especial a Caracas en 1945, como delegado de El Espectador al Tercer Congreso Iberoamericano de Prensa, donde terminó entre 50.000 fanáticos en un estadio de béisbol. En 1946 fue enviado especial a Barranquilla para cubrir los V Juegos Centroamericanos y del Caribe y mantuvo esa pasión hasta los Juegos Olímpicos de Múnich 1972, desde donde contó cómo “la vieja ciudad alemana había dejado de ser una sola para convertirse en cuatro ciudades en una: la de siempre, donde había huellas que le recordaron el horror de Hitler mientras el carillón de la catedral en Marienplatz le encantó; la de la villa olímpica, con 10.000 atletas, entrenadores y acompañantes procedentes de 121 países; la de la prensa con 5.000 periodistas entre reporteros, fotógrafos, camarógrafos y técnicos, dispuestos a cubrir hasta el menor suceso, y la turística, con miles de extranjeros copando hoteles, hostales, casas e incluso parques”. Y contó por qué “los Juegos Olímpicos modernos se han vuelto un artículo de lujo, totalmente dominado por las urgencias del gran consumo, y plataforma para inversionistas colosales”.
Era un reportero capaz de informar de gestas deportivas y de actos terroristas como el que sucedió allí en Múnich el 5 de septiembre de 1972, cuando el grupo Septiembre Negro secuestró y asesinó a once atletas de Israel. Entonces explicó por qué “Los juegos ya no son juegos” y “la medalla de hierro la ganó la violencia”.
Más que como espectador, veía la condición humana a través del deporte: “Se dedicaba a contemplar lo que hicieran o dejaran de hacer todos los actores de los hechos deportivos: atletas, entrenadores, árbitros, directivos, administradores, patrocinadores, espectadores, cronistas y comentaristas. Y estuvo más dedicado a conseguir la anécdota, el testimonio y la vivencia que explicaran el contexto del evento, antes que las cifras que determinan la fría estadística del triunfo y la derrota”. Y ese largo aliento deportivo lo llevó al Mundial de Fútbol en España 1982 y dejó 20 notas tituladas “Tiros libres 82”, firmadas por Analítico, el seudónimo que usaba desde el Mundial de Chile 1962.
Por esto y más, en la ceremonia del Deportista del Año de El Espectador, esta semana, se entregó y celebró en su nombre el Premio al Juego Limpio Guillermo Cano. No olvidamos las lecciones de Cabecita de Oro.