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“Yo era malo, pero malo, maaalo. Perverso... yo pagué para ir a mi primer torneo nacional”, dice entre risas Jaime Echenique en charla con El Espectador. El barranquillero de 24 años, en medio de la ola de casos de coronavirus por la variante Omicrón, será el primer colombiano de la historia en jugar en la NBA en las filas de los Washington Wizards debido a que hay ocho jugadores recuperándose. Lo llamaron desde la G League en un contrato por diez días para reemplazar a Montrezl Harrell, según pudo oficializar el equipo.
📰 OFFICIAL: We've signed center Jaime Echenique to a 10-day contract via the NBA Hardship Exception provisions. #DCAboveAll
— Washington Wizards (@WashWizards) December 30, 2021
El país había estado dos veces cerca de tener un colombiano en la liga de baloncesto más importante del planeta: en 1992, el bolivarense Álvaro Teherán disputó cinco partidos de pretemporada con los Sixers de Filadelfia, pero al final no quedó en el plantel. Eso es lo más cerca que había estado el país de tener un embajador en la élite del baloncesto. En 2018, Braian Angola lo intentó, pero no pudo pasar del draft y terminó jugando en Bélgica.
La carrera de Echenique en la NBA empezó a coger forma en unas vacaciones en las que su ropa se volvió obsoleta: creció diez centímetros en tres meses.
Cuando regresó de El Piñón (Magdalena) —el pueblo natal de Lidis Salinas, su madre, una cocinera de Crepes & Waffles—, las miradas del barrio fueron extrañas. “¿Jaime, eres tú?”, le dijeron al pivote que hoy por hoy mide 2,15 metros de estatura. Su humanidad cambió, su sencillez permanece intacta.
Entrevista: Jaime Echenique: “Mi único plan es llegar a la NBA”
Su primera incursión en el deporte fue el béisbol: con Jorge, su primo, empezaron jugando en el Once de Noviembre. Era primera base, jugó hasta los doce años, cuando vio un cartel en su colegio en el que convocaban a pruebas para una selección de baloncesto. Un tiquete sin regreso.
Mientras acababa el bachillerato, en décimo grado en el Colegio Pestalozzi, muchas voces le sembraron la idea de que podía irse a jugar a los Estados Unidos. “Tú puedes, tú puedes”. Y por eso, cuando se graduó en 2014 siendo apenas un niño de quince años, de camisetas angostas, se fue de la casa. Compró un tiquete a Medellín y se fue al club profesional Academia de la Montaña. Ese, en realidad, fue el primer trámite de su visa. Pero también tenía que cumplirle la promesa a su viejo: estudiar. Aunque la partida no fue sencilla, su papá no quiso acompañarlo al aeropuerto.
“Le dio mucho dolor que su único hombre de la casa se fuera. No me habló por tres días, estaba triste. Es algo bonito que se me quedó marcado. No importa dónde estén, mis padres siempre me han apoyado. Llevo seis años aquí en Estados Unidos y me siguen llamando dizque a ponerme reglas (risas). El otro día tenía veinte llamadas perdidas de mi mamá, ¿qué tal? Esas son las cosas lindas que he tenido que sacrificar”.
Aterrizó en un Junior College de Texas a estudiar por un par de años Artes liberales. Sin saber casi nada de inglés, pero con la “dicha” de llegar con dos viejos compañeros de la selección Magdalena: Andrés Ibargüen y Yildon Mendoza. “Ellos me ayudaron. La parte difícil fue cuando nos separamos”, porque todas las universidades se estaban peleando por contratarlo.
Así llegó a Wichita State, de Kansas, donde por cuatro años hizo su carrera de sociólogo y psicólogo. Y en paralelo tuvo una participación fenomenal en el baloncesto universitario con un promedio de 11,3 puntos, 7,1 de rebotes y 23 minutos de juego en la última temporada. “Cuando llegué a Kansas me tocó ganarme el respeto. No podía ni alzar una pesa de 25 kilos. El otro día fui a visitar mi Junior College y con mi entrenador nos reíamos porque antes no lograba hacer nada, era muy delgado y sin fuerza. Aquí he trabajado mucho mi fortaleza física, todos los días alzaba pesas”.
Llegó marcando en la báscula apenas 104 kilogramos. Un mes y medio después ya había ganado quince kilos. “Eso era entrenamiento, protein shake, entrenamiento, protein shake. Y comer mucho: me llamaban a ver si ya estaba comiendo. Tuve que subir mucha masa muscular, al comienzo me costó correr. Ya en el segundo año mi cuerpo se adaptó”.
En el coliseo de Wichita cabían 14.000 almas y nunca hubo menos de 10.000 en los partidos. Jaime, el barranquillero noble que llegó sin llamar la atención y se ganó el corazón de toda la ciudad. “Cuando salías a un restaurante todos te reconocían, había muchos fans. Fue una experiencia muy especial”.
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“En Estados Unidos en un circuito de verano tú juegas cinco o seis partidos al día. Entonces ya sabes que juegas en un fin de semana 12 o 15 juegos. ¿Qué pasa en Colombia? Que no hay cantidad de torneos para formar a jugadores, las escuelas de formación son muy importantes, pero hay que buscar como foguearlos. Aquí tú juegas 50-60 partidos en un verano. No hay muchos partidos que fomenten a los jugadores a formar una trayectoria. Lo otro es que después de las escuelas de formación, muchos jugadores se pierden en el camino, la liga es inestable, en la selección uno ve a los mismos con los mismos; esos son factores de organización que faltan para que las cosas cambien”.
Jaime Echenique acaba de abrir la puerta de Colombia en la NBA. “Ojalá, con el favor de Dios, mi nombre salte”. le había dicho a este diario hace unos meses. Y saltó.