Juan Pablo Ruiz: las cimas de los hombres que amaban las montañas

El 22 de noviembre murió Juan Pablo Ruiz, reconocido ambientalista colombiano. Fue el líder de la primera expedición colombiana que subió al Everest. Su historia, narrada por Marcelo Arbeláez, el amigo con el que soñó desde niño escalar las cumbres más asombrosas del planeta.

Fernando Camilo Garzón
17 de diciembre de 2023 - 12:00 a. m.
Juan Pablo Ruiz en el Monte Vinson, en la Antártida, el 17 de enero de 2013.
Juan Pablo Ruiz en el Monte Vinson, en la Antártida, el 17 de enero de 2013.
Foto: Archivo Epopeya
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El primer intento de escalar una montaña de Juan Pablo Ruiz y Marcelo Arbeláez fue un fracaso. La cima que buscaban era la del Nevado del Tolima y se les ocurrió subir hasta allá porque un día que estaban en el colegio, en la oficina del profesor de geografía, un amigo, Alejandro Lanceta, señaló ese punto en el mapa. Los tres, más otros dos tan poco avezados como ellos, se animaron a la desconocida aventura de domar aquella cumbre. No sabían nada, ni siquiera armar una carpa, y entonces fallaron. Entre el frío, la lluvia, los abismos, las grietas y la rudeza de la intemperie, los aventureros bajaron con la satisfacción de haber llegado hasta la nieve, pero con la congoja de la derrota y el espíritu vencido.

Antes de declarar la retirada, Juan Pablo Ruiz miró al cielo y vio tan cerca el techo de la montaña que les dijo a sus compañeros de batalla que tenían que volver a terminar la gesta. Sin embargo, nadie quería saber nada más ni de montañas ni de escaladas. Añoraban, y hasta entonces jamás habían sido tan conscientes, los falsos planos de Bogotá y su clima templado. El único que le siguió el paso a aquel “loco”, como lo hizo siempre, fue Marcelo Arbeláez, convencido de las palabras de su amigo e impulsado por la ilusión de coronar una cúspide que en aquellos días parecía imposible.

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No fue su único fracaso. Regresaron a aquel nevado cuatro veces más y siempre con una compañía distinta, pues aquella empresa fallida desalentaba a todos los valientes que les hacían caso. Solo en el sexto intento por fin encontraron la cumbre, aquella mañana en la que unas huellas les revelaron el verdadero camino. Hasta entonces, siempre se vieron solos en la montaña. Sin embargo, ese día las marcas en la nieve los llevaron hasta un par de alpinistas extranjeros que ya venían de bajada, dedicados con mucha más experticia al desafío que ellos, inconscientes, habían emprendido.

Uno de ese par, Hubert Frank, afortunadamente hablaba español. Y luego de mirarlos de arriba a abajo, y descubrir que planeaban subir la montaña usando como bastón un palo de escoba —con apenas una chaqueta impermeable como cobijo y bolsas plásticas en sus botas para que no se les mojaran los pies—, les dijo que si querían llegar hasta el pico de aquella montaña necesitaban crampones, unas púas de hierro que se colocan en los zapatos para que el pie pueda aferrarse al hielo.

Su guía y consejo los llevó hasta la punta, la primera cima coronada de los hombres que amaban las montañas. Hoy, casi cincuenta años después, la hazaña parece pequeña. Juntos, Juan Pablo Ruiz y Marcelo Arbeláez escalaron las grandes cumbres de Colombia y del mundo. Incluido el monte Everest, en Asia (8.850 metros) y las siete cumbres más altas de cada continente: el Aconcagua, en América del Sur, a 6.962 metros; el Denali, en Alaska, a 6.194 metros; el Kilimanjaro, en África, a 5.895 metros; el Elbrus, en Europa, a 5.642 metros; el Vinson, en Antártida, a 4.897 metros, y la pirámide de Carstensz, en Oceanía, a 4.884 metros. Sin embargo, fue ese día, arriba en lo más alto del Nevado del Tolima, cuando vieron las cimas y los sueños que tenían por delante. Desde ahí se veía, magnificente, el Nevado del Ruiz. Juan Pablo se lo señaló a Marcelo. Asintieron, era el siguiente objetivo. Desde entonces, nunca pararon.

Los colombianos que coronaron el Everest

Marcelo Arbeláez lloraba afuera del salón. Tenía siete años y recién había entrado al colegio. En la primera semana lo habían puesto a aprenderse el trabalenguas de la gallina y el cenicero. “La gallina cenicienta en el cenicero está, el que la desencenice…”, repetía una y otra vez, pero el remate le fallaba y, por el error, el profesor lo había sacado del salón. Ahí, acurrucado fuera de la clase, Juan Pablo Ruiz, de ocho años, lo vio por primera vez. Se le acercó y le preguntó por qué lloraba. Pero, cuando Arbeláez le contó su problema con el bendito trabalenguas, Ruiz lo calmó: “¡Tranquilo! A mí me acaban de sacar por lo mismo”.

Ahí nació su amistad. Superado el colegio, Marcelo estudió Geología en la Universidad Nacional y Juan Pablo, Economía en Los Andes. El día en el que se les ocurrió que debían ser los primeros colombianos en subir el Everest, Ruiz ya había consagrado su lucha en defensa del medio ambiente, había participado en procesos de paz, haciendo pedagogía ambiental en los montes de Colombia, y junto a Arbeláez había subido los picos más altos del territorio nacional. Juntos fueron pioneros, siguiendo el legado de su maestro Erwin Krauss, el padre del montañismo en Colombia, en la enseñanza de la escalada en el país. Un esfuerzo que llevó a la creación de la Federación Colombiana de Montañismo.

Fue en los años 80, después de ser los primeros colombianos que hicieron una expedición a los montes del Himalaya, junto a un grupo de otros montañistas, entre los que estaban Cristóbal Von Roskitch (amigo con el que Ruiz logró la marca de escalar las 65 montañas más altas de Colombia en solo 10 años), que nació la idea de que había que conquistar la cúspide más alta del mundo: el Monte Everest. Armado un equipo de colombianos entusiastas por la épica de ese relato, conseguidos los recursos, los permisos, y embarcados nuevamente en una aventura desconocida, en 1997 se le midieron a la gran cima.

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Como aquella primera vez, la del Nevado del Tolima, el asenso no se consiguió en el primer intento. De hecho, para la expedición quedó marcada la segunda escalada, en 1998, cuando en plena subida Lenin Granados, uno de los aventurados del equipo, fue arrastrado al vacío luego de que su huella rompió una placa de nieve recién caída. Desapareció para siempre. Vencidos por la tragedia, la intempestiva muerte de un miembro de la cordada, por primera vez los hombres que amaban las montañas pensaron en rendirse. Pero al hablar con los padres del fallecido, la familia de Granados pidió que la gesta fuera completada en honor a su hijo, quien iba a estar al lado del grupo, alentándolos para que llegaran a la cima. Sucedió así, finalmente, en 2001. Un acontecimiento sin precedentes para Colombia que fue titulado, el 25 de mayo, por este diario: “Un homenaje a Lenin”.

Los últimos días de Juan Pablo Ruiz

Juan Pablo Ruiz ya no está. Murió el 22 de noviembre en Washington (Estados Unidos), producto de un cáncer. Por su legado en la defensa del medio ambiente, su trabajo por la paz de Colombia, su contribución a El Espectador como columnista y su importante herencia al montañismo colombiano, Ruiz fue homenajeado en la edición 2023 del Deportista del Año. Uno de los que recibió el premio, además de su nieta Aurelia Montero Ruiz, fue su hijo.

Simonpietro Ruiz escala montañas como su papá. Tendría 12 años cuando se dio cuenta de las hazañas de Juan Pablo Ruiz, el día en el que su padre culminó, en la pirámide de Carstens, el ascenso a las cumbres más grandes de los siete continentes. Lo comprendió porque lo vio llorar. Y verlo quebrarse de esa manera, por la felicidad de la epopeya, le hizo comprender que su papá había completado una de las grandes hazañas de su vida y que su felicidad estaba en la montaña. Ni alcanzada la más grande cima, el Everest, Juan Pablo Ruiz dejó de escalar. Ni en sus últimos días, los más azarosos de su enfermedad, dejó de pensar en sus cimas.

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Marcelo Arbeláez también vino a la gala y recibió el reconocimiento en honor a su amigo, su compañero de senderos y de cordada. Al caminar cojea por la pierna izquierda, pues en 2006 le descubrieron una esclerosis localizada en la segunda vértebra lumbar, lo que le genera una reacción cerebral que le provoca una lentitud en la parte izquierda del cuerpo. Cuando le dijeron pensó en parar, pero Juan Pablo Ruiz se negó a la posibilidad. De tajo, le dijo: “No paramos, yo seré tu pierna izquierda”.

Para Arbeláez, ese es uno de los legados de Juan Pablo Ruiz, su liderazgo: “Nunca se rendía. Siempre te decía, aun cuando las circunstancias eran las peores, que lo íbamos a lograr. Tenía pasión por la aventura y mucha claridad para tomar decisiones. Por eso, nos complementamos tan bien. Yo era un escalador mucho más técnico, pero, en la alta montaña, bien arriba en la cumbre, cuando el espíritu empieza a desfallecer, sus palabras eran muy valiosas. No se callaba nunca, nos contaba cuentos, nos recordaba historias y, básicamente, cuando creíamos que el único camino era rendirnos, él nos hacía seguir adelante”.

Fue aquella vez, el día en el que por fin llegaron a la cima del Nevado del Tolima, cuando Arbeláez y Ruiz comprendieron que para llegar a la cumbre no se puede estar solo. Ese es el sentido de la cordada, la unidad del equipo que se enfrenta a la mortífera soledad de la montaña. El miedo a morir no es otra cosa que, finalmente, el miedo a estar solo. A no poder amar nunca jamás. Pero Marcelo Arbeláez sabe que, mientras no incumpla la promesa que le hizo a Juan Pablo de subir hasta la cima, siempre sentirá en su compás el paso acompañado de su amigo. La fuerza, cuesta arriba, de los hombres que amaban las montañas.

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