La condena del error
Las recientes equivocaciones arbitrales del Mundial de Sudáfrica confirmaron una vez más que el fútbol es tan humano como imperfecto. Los jueces colombianos no han estado ajenos a situaciones similares.
Diego Alarcón Rozo
En el campo del estadio Manuel Murillo Toro de Ibagué, el camino entre el purgatorio y el infierno es de menos de 50 metros. Casi cien pasos, quizás un poco más —eso depende de los insultos—, separan el círculo central de los camerinos arbitrales. La noche del 12 de mayo de 2007 el recorrido fue interminable para Jorge Hernán Hoyos, un árbitro que había manejado sin demasiados problemas el partido entre el Deportes Tolima e Independiente Santa Fe. Todo estaba dispuesto para que la noche terminara tranquila con el 1-1 que dejaba al equipo santafereño eliminado, todo, salvo que en el fútbol ese “todo” no existe, no ha existido.
Y ocurrió en el minuto 86. Un balón profundo detonaría la polémica cuando el delantero Yedinson Palacios fue derribado cerca de un metro por fuera del área por el entonces portero del Tolima, Agustín Julio. Se trataba del último hombre y el reglamento decía que debía ser expulsado. Así fue, las reglas son las reglas. La falta había sido afuera, pero el árbitro sancionó penalti y el equipo rojo celebró y celebró aún más al convertir el cobro en gol. Fin de la historia: Santa Fe se clasificaba entre el grupo de ocho equipos que disputarían el campeonato, el gol eliminaba al Atlético Bucaramanga, que jugaba en Cali contra el América, y el error había sido la equivocación más grave de Jorge Hernán Hoyos en una década de carrera arbitral.
“Te equivocaste ‘profe’”, “sos un pícaro”, “venís a robar”, “te metiste con la comida de los jugadores y de sus familias”, “ojalá te echen, por el bien del fútbol”. Entre los reclamos del cuerpo técnico del Tolima y la furia hecha gritos de la tribuna, Hoyos caminaba serio, como debe ser, mientras en su cabeza comenzaba a abrirse paso la duda: ¿me equivoqué? No podía ser, su asistente en la línea le había asegurado que la falta había sido dentro del área y el cuarto árbitro estaba de acuerdo. Algo no andaba bien y una vez más el juego parecía tender trampas. Luego vinieron los periodistas: “Jorge Hernán, fue afuera. Lo vimos en el video” y él seguía caminando escoltado por sus asistentes, mirando a ninguna parte.
El árbitro central rompió el silencio en la boca de los camerinos, observando de reojo las tribunas a su espalda:
—¿Será que nos equivocamos? —Arnold Álvarez, el juez de línea, le respondió:
— Tranquilo hermano que yo la tengo clara.
La decisión no había sido fácil. En el video del partido se ve a Hoyos rodeado de jugadores, pidiendo con algo de desespero al cuarto árbitro que viera la grabación de la cámara más cercana. “Todo fue en aras de la justicia”, dice ahora Jorge Hernán Hoyos, la autoridad que con un pitazo se convirtió en villano. “El cuarto podía ver con disimulo las imágenes. Me dijo adentro, y yo sólo confié en mi grupo”. En efecto, el árbitro de fuera del campo preguntó a uno de los camarógrafos de la televisión, él respondió que la falta fue en el área. Todo el equipo de transmisión venía de Bogotá.
Al entrar al camerino Hoyos sopló la veladora que encendía durante los partidos, la que lo protegía de los males de la cancha y de los filos de las batallas. Todavía estaba seguro de haber tomado la decisión correcta, no importaba lo que los demás dijeran. Entonces su teléfono celular repicó y un colega de otros tiempos confirmó el error. Luego recibió otra llamada, la de Juan Pablo Forero, el presidente de la Comisión Nacional Arbitral que le recriminaba el haberse equivocado. Por un momento se recostó en una banca al frente de las duchas, después entró y se dio un baño, no pensó en lavar las culpas porque, dice, nunca actuó de mala fe.
Pasaron cuatro largos días en los que el árbitro errante tuvo que dar explicaciones y reconocer que venía demasiado atrás en la jugada. De nuevo se hablaba de la humanidad del fútbol y de que, como en la vida, el error es un huésped constante. El miércoles 16 de mayo, Jorge Hernán Hoyos se enteró de que la Comisión Arbitral lo había suspendido indefinidamente por orden de Ramón Jesurum, presidente de la Dimayor. Era una forma gentil de decirle que no volvería a usar el silbato en el fútbol profesional, una tarjeta roja sin amarillas previas.
“En el mundo del arbitraje hay mucha envidia. Aprovecharon el error para borrarme”. Hoyos cuenta su historia con acento paisa, desde Manizales. Dos años de luto necesitó para que pudiera volver a usar el pito sin frustrarse, respondiendo a invitaciones que le llegaban desde el fútbol aficionado. No pasó mucho tiempo antes de que algún jugador inconforme le recordara por qué estaba allí, pitando un partido sin importancia. “Por eso te sacaron de la profesional, porque sos un malazo”. La respuesta de Hoyos era la del reglamento, sacaba la tarjeta roja del bolsillo y adiós calumniador. Ningún defensor ni delantero le ha recordado su pasado recientemente, van al final del partido a saludarlo y a agradecerle, nada más que eso. Pero la historia sigue viva. En cualquier momento el fantasma de Ibagué podría aparecer para brindarle un sorbo más del trago amargo que se añeja desde esa noche del penal que no fue.
Toro embistió
“Siempre me dijeron que el reglamento estaba para ser cumplido. Nunca fui como otros árbitros que ni en el minuto uno ni en el 90 eran capaces de pitar un penal o expulsar un jugador. Jamás me arrugué. No era mi estilo”. John Jairo Toro tenía fama de ser implacable, un hombre estricto que no dudaba en castigar ejemplarmente al infractor sin importar si sus intenciones no eran tan malas como parecían. En el Mundial de Francia 98 fue el representante de los árbitros colombianos ante la Fifa y en el debut le fue asignado el partido por la fase de grupos entre Dinamarca y Sudáfrica. Esa semana los jueces habían sido convocados a una reunión en la que les dirían, con recomendaciones de Michel Platini de por medio, que debían ser más estrictos, que el juego fuerte de las primeras fechas tenía que parar antes de que una lesión empañara la fiesta. J. J. Toro sabía muy bien cómo cumplir con esa tarea, como él admite: era su estilo. Así que en aquel partido del 18 de junio en Tolouse no dudó en sacar de su bolsillo la tarjeta amarilla siete veces durante el partido y la roja tres en el segundo tiempo. Los daneses Miklos Molnar y Morten Wieghorsty fueron expulsados, al igual que el sudafricano Alfred Phiri. Las decisiones del árbitro a ojos de la Fifa fueron exageradas y se optó por marginarlo del resto de la Copa del Mundo.
En el campo del estadio Manuel Murillo Toro de Ibagué, el camino entre el purgatorio y el infierno es de menos de 50 metros. Casi cien pasos, quizás un poco más —eso depende de los insultos—, separan el círculo central de los camerinos arbitrales. La noche del 12 de mayo de 2007 el recorrido fue interminable para Jorge Hernán Hoyos, un árbitro que había manejado sin demasiados problemas el partido entre el Deportes Tolima e Independiente Santa Fe. Todo estaba dispuesto para que la noche terminara tranquila con el 1-1 que dejaba al equipo santafereño eliminado, todo, salvo que en el fútbol ese “todo” no existe, no ha existido.
Y ocurrió en el minuto 86. Un balón profundo detonaría la polémica cuando el delantero Yedinson Palacios fue derribado cerca de un metro por fuera del área por el entonces portero del Tolima, Agustín Julio. Se trataba del último hombre y el reglamento decía que debía ser expulsado. Así fue, las reglas son las reglas. La falta había sido afuera, pero el árbitro sancionó penalti y el equipo rojo celebró y celebró aún más al convertir el cobro en gol. Fin de la historia: Santa Fe se clasificaba entre el grupo de ocho equipos que disputarían el campeonato, el gol eliminaba al Atlético Bucaramanga, que jugaba en Cali contra el América, y el error había sido la equivocación más grave de Jorge Hernán Hoyos en una década de carrera arbitral.
“Te equivocaste ‘profe’”, “sos un pícaro”, “venís a robar”, “te metiste con la comida de los jugadores y de sus familias”, “ojalá te echen, por el bien del fútbol”. Entre los reclamos del cuerpo técnico del Tolima y la furia hecha gritos de la tribuna, Hoyos caminaba serio, como debe ser, mientras en su cabeza comenzaba a abrirse paso la duda: ¿me equivoqué? No podía ser, su asistente en la línea le había asegurado que la falta había sido dentro del área y el cuarto árbitro estaba de acuerdo. Algo no andaba bien y una vez más el juego parecía tender trampas. Luego vinieron los periodistas: “Jorge Hernán, fue afuera. Lo vimos en el video” y él seguía caminando escoltado por sus asistentes, mirando a ninguna parte.
El árbitro central rompió el silencio en la boca de los camerinos, observando de reojo las tribunas a su espalda:
—¿Será que nos equivocamos? —Arnold Álvarez, el juez de línea, le respondió:
— Tranquilo hermano que yo la tengo clara.
La decisión no había sido fácil. En el video del partido se ve a Hoyos rodeado de jugadores, pidiendo con algo de desespero al cuarto árbitro que viera la grabación de la cámara más cercana. “Todo fue en aras de la justicia”, dice ahora Jorge Hernán Hoyos, la autoridad que con un pitazo se convirtió en villano. “El cuarto podía ver con disimulo las imágenes. Me dijo adentro, y yo sólo confié en mi grupo”. En efecto, el árbitro de fuera del campo preguntó a uno de los camarógrafos de la televisión, él respondió que la falta fue en el área. Todo el equipo de transmisión venía de Bogotá.
Al entrar al camerino Hoyos sopló la veladora que encendía durante los partidos, la que lo protegía de los males de la cancha y de los filos de las batallas. Todavía estaba seguro de haber tomado la decisión correcta, no importaba lo que los demás dijeran. Entonces su teléfono celular repicó y un colega de otros tiempos confirmó el error. Luego recibió otra llamada, la de Juan Pablo Forero, el presidente de la Comisión Nacional Arbitral que le recriminaba el haberse equivocado. Por un momento se recostó en una banca al frente de las duchas, después entró y se dio un baño, no pensó en lavar las culpas porque, dice, nunca actuó de mala fe.
Pasaron cuatro largos días en los que el árbitro errante tuvo que dar explicaciones y reconocer que venía demasiado atrás en la jugada. De nuevo se hablaba de la humanidad del fútbol y de que, como en la vida, el error es un huésped constante. El miércoles 16 de mayo, Jorge Hernán Hoyos se enteró de que la Comisión Arbitral lo había suspendido indefinidamente por orden de Ramón Jesurum, presidente de la Dimayor. Era una forma gentil de decirle que no volvería a usar el silbato en el fútbol profesional, una tarjeta roja sin amarillas previas.
“En el mundo del arbitraje hay mucha envidia. Aprovecharon el error para borrarme”. Hoyos cuenta su historia con acento paisa, desde Manizales. Dos años de luto necesitó para que pudiera volver a usar el pito sin frustrarse, respondiendo a invitaciones que le llegaban desde el fútbol aficionado. No pasó mucho tiempo antes de que algún jugador inconforme le recordara por qué estaba allí, pitando un partido sin importancia. “Por eso te sacaron de la profesional, porque sos un malazo”. La respuesta de Hoyos era la del reglamento, sacaba la tarjeta roja del bolsillo y adiós calumniador. Ningún defensor ni delantero le ha recordado su pasado recientemente, van al final del partido a saludarlo y a agradecerle, nada más que eso. Pero la historia sigue viva. En cualquier momento el fantasma de Ibagué podría aparecer para brindarle un sorbo más del trago amargo que se añeja desde esa noche del penal que no fue.
Toro embistió
“Siempre me dijeron que el reglamento estaba para ser cumplido. Nunca fui como otros árbitros que ni en el minuto uno ni en el 90 eran capaces de pitar un penal o expulsar un jugador. Jamás me arrugué. No era mi estilo”. John Jairo Toro tenía fama de ser implacable, un hombre estricto que no dudaba en castigar ejemplarmente al infractor sin importar si sus intenciones no eran tan malas como parecían. En el Mundial de Francia 98 fue el representante de los árbitros colombianos ante la Fifa y en el debut le fue asignado el partido por la fase de grupos entre Dinamarca y Sudáfrica. Esa semana los jueces habían sido convocados a una reunión en la que les dirían, con recomendaciones de Michel Platini de por medio, que debían ser más estrictos, que el juego fuerte de las primeras fechas tenía que parar antes de que una lesión empañara la fiesta. J. J. Toro sabía muy bien cómo cumplir con esa tarea, como él admite: era su estilo. Así que en aquel partido del 18 de junio en Tolouse no dudó en sacar de su bolsillo la tarjeta amarilla siete veces durante el partido y la roja tres en el segundo tiempo. Los daneses Miklos Molnar y Morten Wieghorsty fueron expulsados, al igual que el sudafricano Alfred Phiri. Las decisiones del árbitro a ojos de la Fifa fueron exageradas y se optó por marginarlo del resto de la Copa del Mundo.