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Y entonces Anghelo Bernal se enfrentó a una roca de 28 metros de altura, naranja, porosa, que da la sensación de venirse encima por la inclinación que tiene en algunos sectores, casi perpendicular al suelo. El colombiano utilizó la fuerza de sus dedos, a veces solo de una que otra falange; y de sus pies, unos pies de gato, tan importantes para llevar su humanidad hacia arriba.
Atrás, en la cintura, la bolsa de magnesio. Y los nudillos sonando por el esfuerzo al encontrar los pocos relieves que concede la pared, puntos de apoyo, visibles, pero complicados de agarrar. Brazos estirados, piernas dobladas y los movimientos de un contorsionista para cambiar de posición y balancearse. Y en medio de la quietud y lo silente de la naturaleza, se percibe el jadeo de Bernal, sobre todo en el crux, la parte más dura de la vía, como se le conoce a la ruta, donde se desplomó 40 veces antes de intentarlo una vez más.
“Es un monodedo durísimo, pues tiene que soportar todo el peso de tu cuerpo. En esa ocasión duré cuatro, cinco minutos, como máximo. Tiempo corto para la satisfacción tan grande de haber completado el 9a”. Bernal explica de manera clara, para quienes no sabemos mucho de la escalada, lo que significa un ascenso en una roca de esa categoría. “Los niveles van del 5 hasta el 9c, lo más difícil en el mundo. Solo una persona lo ha hecho (Adam Ondra, en 2017). Estar de 9 para arriba es, igualándolo con el fútbol, como jugar en la primera división”.
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Bernal vive en Margalef, España, donde logró la escalada histórica, desde 2016, cuando tomó la decisión de mudarse a Europa para practicar con los mejores del mundo. Lo hizo luego de estar en una empresa de trabajos verticales durante cinco años. “Con mi hermano montábamos el alumbrado público en Medellín, Bucaramanga y Cali. Creo que hicimos un par de trabajos en Panamá. Recolecté $6 millones, sin contar los pasajes, y me vine para España. Era la manera de seguir entrenando”.
Bernal alcanzó a estudiar Ecología y Manejo Ambiental en la Universidad del Valle, pero, entendiendo el mantra de la continuidad que exige cualquier deporte —en realidad todo en la vida—, se retiró.
“Entendí que para continuar tenía que tener una línea muy clara: trabajar y ahorrar para poder escalar”. Así tuvo la oportunidad de conocer Frankenjura, en Alemania, quizá la cuna de esta disciplina. También Fontainebleau, en Francia, y Rodellar, en España. Al final, luego de un periplo bastante largo, se quedó en Margalef, consiguió trabajo en el camping del pueblo y entre conversar y atender a los turistas sacó tiempo para escalar, al menos cinco veces por semana.
Hace cinco años no viene a Colombia. Le hace falta Salamina, Caldas, el lugar donde nació; su papá, un promotor ambiental y comerciante que produce panelitas de naranja y café orgánico; su mamá, Violedi; el aroma del grano secándose a pleno rayo de sol y las calles empinadas de un pueblo, que a lo lejos da la impresión de vivir en constante equilibrio para no caer de la cima de una montaña y donde los niños cambian la teta de la mamá por un tinto.
“Recuerdo que en 2012, mientras visitaba a mis papás, me dio por hacer un backflip (salto y bote para atrás) y desperté en el hospital. Me dicen que estuve inconsciente como dos horas. Seguramente me golpeé la cabeza. ¡Qué susto! Lo más curioso es que sin haberme recuperado competí al otro año por un cupo a los mundiales en Europa. Y me gané un tiquete”.
Bernal, como casi todos los escaladores —así lo asegura él mismo—, le tiene miedo a las alturas. Pero se trata de un temor que los tiene vivos y los lleva a la rigurosidad y a no caer en el pecado de confiarse, pues en ese instante es cuando aparecen los errores: un mal nudo, un dispositivo mal usado y adiós a la vida.
Con esa misma entereza, este caldense de treinta años reitera que su deporte es uno de los más seguros del mundo, pues las probabilidades de sufrir un accidente son mínimas. Incluso, dice que las eventualidades son más por errores humanos que por la falla del equipamiento. Claro que existe la escalada en solo, que significa desafiar la roca sin cuerdas, arneses ni nada; puros nervios, pura tensión corporal. “Si fallas, te matas. La vida me gusta bastante y prefiero disfrutarla. Solo lo intenté una vez en Suesca, en una ruta llamada LP, pero no repetiría la experiencia”.
El dilema del apoyo
La frase anterior resulta superflua en Colombia si se quiere explicar el éxito de la gran mayoría de deportistas o al menos la forma en la que comienzan sus carreras. Las luchas individuales, en medio de la precariedad, suelen ser resaltadas cuando el proceso ya ha tomado rumbo, cuando hay unas bases y un norte claro. “Una vez fui a la Secretaría del Deporte del Valle del Cauca a pedir apoyo y la respuesta con la que me salieron fue irónica: ‘Cuando traigas una medalla te podremos ayudar’. Debería ser al contrario: que den la mano para obtener resultados y no cuando ya has logrado varias cosas”.
Por eso fue que Bernal tuvo que hacer rifas, alquilar una discoteca, con otro grupo de escaladores, para armar una fiesta y recoger fondos. Incluso vender empanadas en Salamina. “Ojalá esto sirva para que se abran puertas, para que se promueva a los nuevos talentos colombianos y haya la posibilidad de que vengan a Europa. Acá es donde está el verdadero nivel de este deporte”.
Por: Camilo Amaya
En twitter: @CamiloGAmaya