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Kelvin Osorio y la templanza de un ganador

Este florenciano ha forjado su carácter de tal manera que ha hecho de los sucesos, buenos y malos, la base para ser la persona que es, el jugador que quiere ser campeón con Independiente Santa Fe.

Camilo Amaya - @CamiloGAmaya
04 de febrero de 2021 - 02:00 a. m.
En esta temporada Osorio suma 75 minutos en cancha. / Santa Fe.
En esta temporada Osorio suma 75 minutos en cancha. / Santa Fe.

Ese día la balacera retumbaba cada vez más fuerte. Y él y sus amigos no se alarmaron, porque creyeron que se trataba del ruido habitual que salía todas las tardes de la cancha de tejo cuando algún afortunado con puntería hacía mecha. Sin embargo, caía un aguacero y a Kelvin Osorio se le hizo raro que el estruendo fuera más continuo, casi que ininterrumpido.

Entonces, cuando le dio por mirar hacia el fondo, donde estaba el arco de fútbol, vio unas luces pequeñas que resultaron ser ráfagas de fusil. Y a manera de reflejo salió despavorido. “Corrí hacia un colegio para refugiarme, pero vi a mi tía y me fui con ella, agachados, para la casa”.

Ese día la guerrilla de las Farc se tomó Belén de Los Andaquíes, un municipio que queda a 45 minutos de Florencia (Caquetá), donde vivían los abuelos de Osorio. ¿La razón? Creían que era una cuna de paramilitares, más exactamente del bloque Central Bolívary un lugar de entrenamiento para un grupo que se aprovechó de la población civil y la utilizó para que sus combatientes más jóvenes aprendieran los pormenores de la guerra, de la tortura -así lo dice el Centro Nacional de Memoria Histórica-.

A la mañana siguiente, y luego de los estruendos y del sonido incesante de los disparos, el hoy jugador de Santa Fe vio cómo salían bolsas negras de la estación de Policía. “Llevaban a los muertos. Eso fue muy duro. Apenas tenía cinco años”.

Eso pasó en unas vacaciones, pues tres años antes Ernesto Osorio, motivado por el temor de que algo así sucediera y de que su hijo o su familia fueran arrastrados por la violencia, pidió traslado para Cali, porque en la ciudad quizás era más sencillo ser policía. “No recuerdo muchas cosas de Florencia, donde nací. Era muy pequeño. Pero sí tengo presente todo lo que pasó en Belén”.

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Ya en la capital vallecaucana, Osorio llegó al barrio La Nueva Floresta, después a El Poblado y también experimentó la dureza de las calles, con jóvenes que se creen grandes y niños que se creen jóvenes. “Eran barrios complejos, se veían muchas cosas, uno probaba otras, pero por mi mamá no tomé ese camino. Y por el fútbol, claro”.

Ingresó a la escuela de la base aérea, de allí pasó al equipo Lusti Sport y seguido a Deportivo Cali. De hecho, tuvo un primer acercamiento con el conjunto azucarero gracias a John Maro Rodríguez, por ese entonces alcalde de la ciudad e hincha del club. Su papá era parte de la escolta del político y por eso lo llevaban al palco del estadio Pascual Guerrero a ver los partidos, incluso de cuando en cuando lo bajaban a los camerinos.

“Ahí fue que conocí a Álvaro Domínguez y a Nelson Rivas”. Paradójicamente, aunque la palanca estaba, no fue así que se ganó un cupo en las divisiones inferiores. “No se dieron las cosas y entonces empecé a buscar pruebas y encontré una que hizo el profesor Américo Orbes”. Se presentaron 300 niños y tras una mañana de partidos y más partidos, y con la cancha dividida con estacas para aprovechar el espacio, solo eligieron a dos, entre ellos Osorio.

Los duros peldaños

Hay un video en redes sociales en el que se ve a Kelvin Osorio, delgado y con la camiseta más grande que su humanidad, haciendo goles de tiro libre. Varios. Y en la misma cancha, la del barrio Primero de Mayo de Cali, donde participó en torneos juveniles. Sus buenas actuaciones lo llevaron al exterior acaso de manera prematura.

“Fue la primera vez que salí del país. No voy a decir que me fue mal en Libertad de Paraguay, porque todas son experiencias y crecimiento, pero no era lo esperado”. Osorio vivió en una casa hogar con otros 30 futbolistas que intercalaban el castellano con el guaraní, que ya se conocía, y que por momentos lo hicieron sentir un extraño. Participó en el torneo de reservas, en medio de terrenos irregulares y de partidos que más parecían pequeñas batallas, de fuerza desmedida, gritos y poco fútbol. “Valoré mucho lo que tenía en mi hogar y las cosas que uno ve tan naturales, pero que son un regalo inmenso”.

Regresó y debutó con Cali contra Pereira gracias a Leonel Álvarez. No logró alargar su contrato y se fue para Universitario de Popayán, y conoció la realidad de la B, los viajes en bus el mismo día del encuentro, la falta de agua en los entrenamientos, los uniformes que tenían que ser eternos porque no había dinero para más.

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En Pasto, tras su paso por Cortuluá, vivió otra situación complicada: el día de su estreno, en Barrancabermeja contra Alianza Petrolera, fue amonestado en los primeros minutos y luego cometió una falta, vio la segunda amarilla y dejó a su equipo con 10. El club nariñense, que iba ganando hasta ese momento, perdió. “Me tocó hacer las veces de lateral, una posición que no es la mía”.

Aun cuando reconoció su error y le dijo a Flabio Torres que asumía la responsabilidad, apenas estuvo en otro partido. De resto en la banca, entrenando y esperando otra oportunidad. Volvió a Cali, practicó con el equipo de la Acolfutpro y en las tardes fue conductor de Uber. “Mi esposa estaba embarazada y tocaba buscar recursos”.

Ya después vino la oportunidad en Patriotas, las buenas actuaciones en Tunja y la llegada el año pasado a Santa Fe, entendiendo que nunca se puede renunciar a que la vida siga su curso. “Si miro para atrás no cambiaría nada de lo que me ha pasado, porque por eso es que soy quien soy, y que tengo claro para dónde voy”.

Por: Camilo Amaya - @CamiloGAmaya

Por Camilo Amaya - @CamiloGAmaya

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Laacidaverdad(18936)04 de febrero de 2021 - 03:44 p. m.
Buena historia que muestra más grande a Kelvin, buen jugador y buen cabezazo haberlo acercado a Santa Fe. Ojalá siga creciendo porque tiene condiciones
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