Por trocha y camino de herradura, la vida de Tonny en el baloncesto
El alero hace parte de la selección de Colombia que disputa hoy el segundo partido de la ventana clasificatoria a la Americup en Cali, contra Argentina.
Fernando Camilo Garzón
Tonny Trocha soñaba con ser como sus hermanos mayores: Mariano, Sergio y Charles. Los observaba con admiración mientras jugaban baloncesto en las calles del barrio Chiquinquirá, en Cartagena. Tonny no participaba, pues a él le tocaba correr a la tienda para comprar el agua en los partidos, aunque a veces, cuando descansaban o había un entretiempo, se metía en la cancha, tomaba la pelota y lanzaba al aro. Así empezó su historia en el baloncesto.
Tenía diez años en ese entonces y el baloncesto era un pasatiempo para él. Con el tiempo, Trocha llegó a soñar con emular la imagen de sus hermanos, que viajaban por Colombia representando al departamento de Bolívar.
En principio, él practicaba fútbol con sus amigos, porque era el deporte que les gustaba a todos y como era el más alto de la camada siempre le tocaba jugar de defensa. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo, desde que Tonny Trocha empezó a jugar baloncesto, para que desde Bogotá notaran que él tenía talento para ir a Estados Unidos.
Aterrizó en Bogotá a los trece años, donde estudió en el colegio José Celestino Mutis, persiguiendo una ilusión que ya se había instalado en su cabeza: jugar al baloncesto. No obstante, más allá de las posibilidades que se le abrieron, lo que más motivó a Tonny fue la libertad: la idea de vivir solo sin que nadie le dijera lo que debía hacer o a qué hora se tenía que dormir.
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No le duró mucho. A los tres días llamó a su mamá y no pudo contener el llanto cuando le dijo que la extrañaba, que le hacía falta y que quería devolverse a Cartagena. Se quedó en Bogotá y la experiencia le enseñó que la soledad, la disciplina y el trabajo eran condiciones indispensables para lograr su objetivo.
A la fuerza, en la capital, Tonny aprendió a vivir lejos de su familia, de las personas que amaba. Cuando se fue a Estados Unidos tuvo que adaptarse a otra cultura, pero el camino que ya había transitado hizo que todo fuera más llevadero.
Con veinte años, llegó a la Universidad A&M de Texas, en Estados Unidos, para estudiar Negocios y jugar al baloncesto. Su mayor problema era que no sabía hablar inglés. Cuando caminaba por las calles de Bryan, ciudad del estado de Texas, la gente, que se asombraba por su estatura (2,08 metros), le preguntaba cuánto medía, pero Tonny no sabía qué responderles porque allá la altura no se mide en metros, sino en pies.
Por fortuna, Juan Aparicio —quien fue su compañero desde que llegó a Bogotá y también emigró con él a Estados Unidos para jugar al baloncesto— sí sabía hablar inglés y le dijo a Trocha que cuando le preguntaran respondiera: “Six ten”. Y así lo hizo, no sabía qué decía, pero se aprendió el sonido para poder responder las preguntas.
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El inconveniente fue que creyó que le serviría para todo. Un día fue a comprarse unos zapatos y le preguntaron que cuánto calzaba, pero él solo atinó a decir “six ten”. La señora lo miró extrañada y le preguntó: “Are you sure?” (¿está seguro?), pero Tonny se quedó mudo por la pena, no sabía cómo explicarse, así que se levantó y se fue de la tienda sin decir más.
En todos los sentidos, Estados Unidos fue un aprendizaje para él. En el baloncesto, por ejemplo, aprendió la fuerza, la agresividad y la importancia del físico. Él llegó de Colombia con buena altura para competir en la liga y, además, tenía la técnica necesaria para destacar, lo que le faltaba era masa muscular. El primer año lo sufrió, fue frustrante y casi no tuvo minutos porque su cuerpo no estaba preparado.
En las vacaciones decidió no viajar a Colombia y se quedó entrenando. El segundo año las cosas fueron diferentes y su buen rendimiento le permitió participar en el March Madness, el campeonato más importante de la Asociación Nacional de Atletismo Universitario (NCAA, por sus siglas en inglés), torneo al que volvería en su cuarta y última temporada en Estados Unidos como uno de los capitanes de su equipo.
Tonny dejó Estados Unidos promediando por partido 6,7 en puntos, 4,3 en rebotes y 1,1 en asistencias, con una eficacia del 40,8 % en sus intentos de lanzamiento.
El sueño de jugar en la liga norteamericana de baloncesto por el momento frenó ahí. Tonny Trocha volvió a Colombia para debutar como profesional, en la liga local, con Warriors de San Andrés en 2019. Un año más tarde, en la última temporada, Tonny cambió de equipo y se fue a Titanes de Barranquilla, escuadra con la que logró su primer título, el tercero consecutivo del equipo atlanticense.
Gracias a ese recorrido Tonny Trocha llegó a Boca Juniors, de Argentina, en diciembre del año pasado y se convirtió en el primer colombiano en vestir la camiseta xeneize de baloncesto.
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Ahora, como una de las figuras de la selección de Colombia de baloncesto y referente del deporte nacional en el exterior, Tonny mira atrás y piensa en su camino. Se siente orgulloso de su trabajo, pero no le gusta hablar de sí mismo.
Sus hermanos, que fueron su inspiración , hoy son los primeros que se alegran con sus triunfos y también son los más críticos con sus errores. A Tonny eso le gusta, piensa que sigue aprendiendo de ellos; y, sobre todo, su mayor felicidad es saber que están orgullosos de su camino y su historia.
Por: Fernando Camilo Garzón - @FernandoCGarzon
Tonny Trocha soñaba con ser como sus hermanos mayores: Mariano, Sergio y Charles. Los observaba con admiración mientras jugaban baloncesto en las calles del barrio Chiquinquirá, en Cartagena. Tonny no participaba, pues a él le tocaba correr a la tienda para comprar el agua en los partidos, aunque a veces, cuando descansaban o había un entretiempo, se metía en la cancha, tomaba la pelota y lanzaba al aro. Así empezó su historia en el baloncesto.
Tenía diez años en ese entonces y el baloncesto era un pasatiempo para él. Con el tiempo, Trocha llegó a soñar con emular la imagen de sus hermanos, que viajaban por Colombia representando al departamento de Bolívar.
En principio, él practicaba fútbol con sus amigos, porque era el deporte que les gustaba a todos y como era el más alto de la camada siempre le tocaba jugar de defensa. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo, desde que Tonny Trocha empezó a jugar baloncesto, para que desde Bogotá notaran que él tenía talento para ir a Estados Unidos.
Aterrizó en Bogotá a los trece años, donde estudió en el colegio José Celestino Mutis, persiguiendo una ilusión que ya se había instalado en su cabeza: jugar al baloncesto. No obstante, más allá de las posibilidades que se le abrieron, lo que más motivó a Tonny fue la libertad: la idea de vivir solo sin que nadie le dijera lo que debía hacer o a qué hora se tenía que dormir.
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No le duró mucho. A los tres días llamó a su mamá y no pudo contener el llanto cuando le dijo que la extrañaba, que le hacía falta y que quería devolverse a Cartagena. Se quedó en Bogotá y la experiencia le enseñó que la soledad, la disciplina y el trabajo eran condiciones indispensables para lograr su objetivo.
A la fuerza, en la capital, Tonny aprendió a vivir lejos de su familia, de las personas que amaba. Cuando se fue a Estados Unidos tuvo que adaptarse a otra cultura, pero el camino que ya había transitado hizo que todo fuera más llevadero.
Con veinte años, llegó a la Universidad A&M de Texas, en Estados Unidos, para estudiar Negocios y jugar al baloncesto. Su mayor problema era que no sabía hablar inglés. Cuando caminaba por las calles de Bryan, ciudad del estado de Texas, la gente, que se asombraba por su estatura (2,08 metros), le preguntaba cuánto medía, pero Tonny no sabía qué responderles porque allá la altura no se mide en metros, sino en pies.
Por fortuna, Juan Aparicio —quien fue su compañero desde que llegó a Bogotá y también emigró con él a Estados Unidos para jugar al baloncesto— sí sabía hablar inglés y le dijo a Trocha que cuando le preguntaran respondiera: “Six ten”. Y así lo hizo, no sabía qué decía, pero se aprendió el sonido para poder responder las preguntas.
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El inconveniente fue que creyó que le serviría para todo. Un día fue a comprarse unos zapatos y le preguntaron que cuánto calzaba, pero él solo atinó a decir “six ten”. La señora lo miró extrañada y le preguntó: “Are you sure?” (¿está seguro?), pero Tonny se quedó mudo por la pena, no sabía cómo explicarse, así que se levantó y se fue de la tienda sin decir más.
En todos los sentidos, Estados Unidos fue un aprendizaje para él. En el baloncesto, por ejemplo, aprendió la fuerza, la agresividad y la importancia del físico. Él llegó de Colombia con buena altura para competir en la liga y, además, tenía la técnica necesaria para destacar, lo que le faltaba era masa muscular. El primer año lo sufrió, fue frustrante y casi no tuvo minutos porque su cuerpo no estaba preparado.
En las vacaciones decidió no viajar a Colombia y se quedó entrenando. El segundo año las cosas fueron diferentes y su buen rendimiento le permitió participar en el March Madness, el campeonato más importante de la Asociación Nacional de Atletismo Universitario (NCAA, por sus siglas en inglés), torneo al que volvería en su cuarta y última temporada en Estados Unidos como uno de los capitanes de su equipo.
Tonny dejó Estados Unidos promediando por partido 6,7 en puntos, 4,3 en rebotes y 1,1 en asistencias, con una eficacia del 40,8 % en sus intentos de lanzamiento.
El sueño de jugar en la liga norteamericana de baloncesto por el momento frenó ahí. Tonny Trocha volvió a Colombia para debutar como profesional, en la liga local, con Warriors de San Andrés en 2019. Un año más tarde, en la última temporada, Tonny cambió de equipo y se fue a Titanes de Barranquilla, escuadra con la que logró su primer título, el tercero consecutivo del equipo atlanticense.
Gracias a ese recorrido Tonny Trocha llegó a Boca Juniors, de Argentina, en diciembre del año pasado y se convirtió en el primer colombiano en vestir la camiseta xeneize de baloncesto.
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Sus hermanos, que fueron su inspiración , hoy son los primeros que se alegran con sus triunfos y también son los más críticos con sus errores. A Tonny eso le gusta, piensa que sigue aprendiendo de ellos; y, sobre todo, su mayor felicidad es saber que están orgullosos de su camino y su historia.
Por: Fernando Camilo Garzón - @FernandoCGarzon