La Transcordilleras: así fue la carrera en bicicleta más difícil de Colombia
Este año lleva 3.500 kilómetros recorridos en bicicleta y 76 mil metros de ascenso. La carrera Transcordilleras que logró hace dos semanas, en la que en ocho días atravesó las tres cordilleras del país, en sus propias palabras, “fue la mayor locura que he hecho en una bicicleta”. Así la vivió Martín Noguera.
Juan Francisco García
Martín Noguera
Martín Noguera monta en bicicleta desde que tiene memoria. En su caso, decir que “el caballito de acero” es una extensión de su cuerpo no es hiperbólico ni metafórico. Desde hace más de quince años que “rueda”, sin parar, todos los días. De lunes a lunes. En las vacaciones. Cuando llueve. Cuando el calor es brutal. Cuando en las mañanas, congeladas, reina la niebla.
En su diario de bicicleta se puede leer, completo, el camino de Santiago desde Roncesvalles hasta Compostela: siete días sin parar, más de 800 kilómetros. Otra vez, cuando vivía en Barcelona, decidió ir a visitar a un amigo a Torino, a 1.100 kilómetros, con nada más que los corotos amarrados a la bicicleta, un GPS y siete días por delante. En Colombia, suele descubrir nuevas rutas en jornadas que le exigen más de diez horas pedaleando. El año pasado, sumando sus ascensos, subió más de 200 mil metros y recorrió 12 mil kilómetros. Este año, ya va 3.500 kilómetros recorridos y 76 mil metros de ascenso.
Y, sin embargo, la carrera Transcordilleras que logró hace dos semanas, en la que en ocho días atravesó las tres cordilleras del país -1.055 kilómetros con 28.500 metros de ascenso desde Yopal hasta Santa Fe de Antioquía-, en sus propias palabras, “fue la mayor locura que he hecho en una bicicleta”.
Así fue cómo sobrevivió a una de las carreras más difíciles del mundo y, sin duda, la más infernal que se ha llevado a cabo en Colombia.
Etapa 1: Yopal, Casanare - Monguí, Boyacá (102, 2 km, 4.655 metros de ascenso, 2.079 metros de descenso)
Como en todas las épicas, el primer gran obstáculo tuvo lugar antes del inicio de “la guerra”. El día “cero”, quizá con el inconsciente sacándole el cuerpo al esfuerzo extremo, aunque llegó con tiempo de sobra al aeropuerto El Dorado, a la hora de embarcar se dio cuenta que vuelo a Yopal ya estaba cerrado. Se frustraba el sueño… pero al operario de la aerolínea le pudo más la compasión y, enterado de la razón del viaje, hizo la excepción y lo dejó abordar, compadeciéndolo en silencio.
Así que ahí estaba, a las seis de la mañana del domingo 20 de febrero, frente al hotel GHL de Yopal, junto a los otros 50 insensatos que, ansiosos, esperaban la orden de salida. En el punto inicial no hubo parafernalias ni gran despliegue logístico, nada de glamurosas activaciones a cargo de los patrocinadores reconocidos; solo los organizadores y un puñado de curiosos que les desearon éxito sin saber que la primera etapa, “la de calentar”, sería la más difícil.
Subir, subir, subir, escalar, escalar, escalar, fue el mantra de bienvenida de la carrera. Pues para atravesar desde los Llanos Orientales en Casanare hasta Ocetá, en Boyacá -la última escala antes de llegar a Monguí y uno de los páramos más bellos del planeta- había que saber sufrir 5.000 metros de desnivel positivo.
(Quizás le interese: El adiós de Sergio Luis Henao, el león del Sky)
Doce horas después de empezar, habiendo culminado el feroz ascenso desde Labranzagrande hasta Ocetá, vino el merecido descenso final hasta Monguí, uno de los pueblos más bellos de Colombia. Allí, cumpliendo el esquema de autogestión de la carrera, con las frailejones del páramo frescos en la memoria, Martín lavó su bicicleta, que esta vez, como pasaría el resto de los días, era mucho más polvo y barro que acero. La mayoría de los participantes llegaron a Mongui pasadas las 15 horas de movimiento en dos ruedas.
Etapa 2: Monguí, Boyacá - Villa de Leyva, Boyacá (116 km, 1.947 m de ascenso, 2.723 m de descenso)
Como la primera etapa fue brutal y algunos participantes (los que se negaron a montarse en el carro de rescate) tardaron más de 19 horas en concluirla, la organización decidió atrasar la hora de salida. A las 8 de la mañana, los sobrevivientes -el conteo extraoficial es que solo 27 lograron llegar sobre la bicicleta- dejaron la pintoresca plaza de Monguí, con su hermosa basílica construida en 1603, y emprendieron hacia Sogamoso, la primera escala del día.
Aunque al final de la jornada el reloj marcó más de 116 kilómetros que incluyeron un duro ascenso al pasar Tuta, entre el kilómetro 60 y 70, según Martín, fue una etapa tranquila, apacible, con clima cándido y buen viento; tan tranquila que pudo contemplar sin sufrir las bellas carreteras de Arcabuco, en las que si se rueda con plena atención se puede sentir el legado y la presencia de un tal Nairo Quintana.
El remate del benévolo segundo día fue en la afamada y colonial plaza de Villa de Leyva. Las caras de terror de la primera etapa se relajaron con un par de cervezas.
Etapa 3: Villa de Leyva, Boyacá - Pacho, Cundinamarca (152,1 km, 3.716 m de ascenso, 4.060 m de descenso)
Después de la calma viene la… El tercer día, si bien empezó tranquilo y sin grandes ascensos desde el desierto en Villa de Leyva hasta las montañas de Susa, pasando por Sutamarchán, San Miguel y Simijacá -en donde, en una parada de abastecimiento supercalórico, recibió los ánimos de su hermana Cristina y su perro Cometa- devino en un escenario torrencial y eléctrico.
Martín cuenta que el aguacero los sorprendió con la mente y el cuerpo celebrando la tercera etapa. Como ya habían logrado llegar hasta Carmen de Carupa, el pueblo de niebla enquistado a 3000 metros de altura; como ya habían tenido éxito en la empinada pendiente de más de 3000 metros al pasar San Cayetano, como solo tenían 30 kilómetros por delante (y en descenso) hasta Pacho, nada ni nadie podría sabotear la ruta.
Pero el descenso final sería todo menos divertimento y gozo. Empapados de la cabeza hasta los pies, con la visión borrosa y el peligro latente de ir a parar de narices contra el barro, los rayos les caían muy cerca, circundándolos. Un amigo de aventura, asustado y aterido de frío, le imploró parar a escampar el aguacero. Pero no podíamos sino seguir, pedalear, darle, dice Martín, pues además de que no había ningún lugar seguro fuera del alcance de los rayos, en este tipo de carreras, parar está muy cerca de rendirse. Diez horas y 10 minutos le tomó a Noguera la tercera etapa.
Etapa 4: Pacho, Cundinamarca - Honda, Tolima (142, 2 km, 3.772 m de ascenso, 5.350 m de descenso)
La motivación del cuarto día era llegar al calor. Olvidarse de los huesos congelados en el páramo y entregarse al sudor húmedo del trópico. De entrada, la etapa empezó con un ascenso pronunciado, al que le siguió un descenso muy largo hasta la mitad del día, cuando la ruta les dio la orden de respirar profundo y mirar para arriba, bien para arriba: hacia Guaduas.
(También puede leer: Egan Bernal, de nuevo encima de la bicicleta con el uniforme del Ineos)
En Tobia, en donde empieza el ascenso a Guaduas, Martín se encontró con Mauricio Ardila -ganador de la carrera en el 2021- y con Thomas Dekker -exciclista profesional holandés-que al ver “la pared” que los esperaba se negaron a seguir la ruta y buscaron un camino alterno. Después de dudarlo por varios minutos y tentado también a negar la realidad, Noguera asumió el infernal ascenso, pedaleando en zigzag, bañado en sudor como tanto quería.
La recompensa de “tomarse” Guaduas fue que la etapa terminó en el Magdalena, con uno de esos guiños geográficos solo probables en Colombia: ir de uno de los páramos más lindos del país hasta el gran río, en solo dos días, y en bicicleta.
Nueve horas y dos minutos fue el precio a pagar para dormir con el río Magdalena como música de fondo.
Etapa 5: Honda, Tolima - San Félix, Caldas (157, 7 km, 5.386 m de ascenso, 2.765 m de descenso)
Sudando hasta en la quietud al revisar la bicicleta, desde Honda empezó el quinto día, que prometía como premio poder tomarles fotos (mentales, claro) a la palmas de cera del exótico bosque de “La Samaria”, en San Félix, ya en el departamento de Caldas.
Siguiendo la costumbre de la Transcordilleras, para disfrutar del premio había que hacer propio el estribillo cliché de sangre, sudor y lágrimas. La organización, gracias a sus más de 5.000 metros de ascenso de “montaña, montaña y más montaña”, el calor mortal y el desgaste psicológico acumulado, la bautizó como la etapa reina.
Para Martín, sin embargo, después del debut inclemente de la primera etapa, con el cuerpo compenetrado con el sobreesfuerzo de la carrera, el quinto día fue menos tortuoso que el primero. ¡Pero los pueblos malditos sí existen!, me dijo al repasar la etapa.
Después de más de 80 kilómetros de ascenso, por fin pudo avistar Marulanda, el último pueblo antes de San Félix. Lo vio después de una curva larga, a su derecha, a 600 metros según sus cálculos. 600 metros que fueron diez mil, pues entre más avanzaba, aunque Marulanda se vislumbraba “menos arriba”, más se alejaba. Como siempre, no hubo de otra que pedalear y pedalear, desafiando la lucidez y la razón, pues el pueblo de referencia, fantasmagórico, se dejó de ver, se esfumó, se perdió en la montaña.
Diez horas y 37 minutos le tardó llegar a los 2.500 metros de San Félix.
Etapa 6: San Félix, Caldas – Jardín, Antioquia (145,6 km, 4.038 m de ascenso, 5.104 m de descenso)
El plan de ruta de esta etapa se escribe fácil: descender la cordillera central, la segunda de la expedición, hasta el río Cauca, para desde allí empezar a escalar la cordillera occidental con el hermoso pueblo de Jardín como meta.
En Salamina, la primera escala de la ruta, como una premonición, para poder continuar el descenso a Martín le tocó echarse la bicicleta al hombro para sortear unas escaleras. La premonición tomó forma un par de horas después, a los 50 kilómetros, cuando a la altura de La Merced un derrumbe les quiso negar el paso. Entonces, de nuevo, la bicicleta al hombro y a escalar, esquivando la operación de la maquinaria pesada que removía la tierra para reinstaurar el paso.
Del otro lado del derrumbe, un desnivel de más de tres metros se impuso como un obstáculo imposible de pasar en las dos piernas. Pero This is Colombia, my friend. La solución que les ofrecieron los solidarios operarios, a la que ya le habían dicho que sí a los ciclistas “pro” que lideraban la carrera, se basó en improvisar un ingenioso ascensor de montaña: montados en la gran boca de la retroexcavadora, con bicicleta y todo, debían atravesar el hueco.
Y lo atravesaron, claro, y el imprevisto se hizo gasolina para los 90 kilómetros restantes que, después de una tenaz pendiente desde Supía, pasando por Riosucio, y también por el río Cauca, terminó en un feliz descenso con llegada a Jardín, una de las grandes joyas antioqueñas.
Etapa 7: Jardín, Antioquia - Urrao, Antioquia (149 km, 3.267 m de ascenso, 3.225 m de descenso)
El primer tramo del día fue un regalo divino: largo descenso en pavimento -¡pavimento, por fin!- en caravana compacta y feliz junto a las estrellas de la carrera. Hasta que el GPS anunció estar cerca de Concordia, sinónimo de acercarse a la peor subida del Transcordilleras, según Noguera.
15 kilómetros de pared que ese día -con más de 800 kilómetros entre los muslos y los gemelos, con las piernas negándose a seguir, el corazón clamando parar, la cabeza dispersa y ansiosa; y sin poder encontrar la cadencia, con el sentido común exigiéndole bajarse de la bicicleta- fueron un perfecto infierno.
La salvación estuvo, me cuenta Martín, en un providencial y hermoso parador turístico, con todas las de la ley, situado a 5 kilómetros del (ese día) infame Concordia. Por más de una hora, absorto, exhausto, pálido, tomando un café tras otro, se dedicó a encontrar las fuerzas que residen en el fondo del fondo del tanque de reserva.
(Quizás quiera leer este otro relato de un viaje en bicicleta menos competitivo: De la montaña chibcha a la Costa Caribe en bicicleta)
Al dejar atrás Concordia le faltaba, sí, el duro ascenso después de Betulia, otra vez por encima de los 2.000 metros; pero con solo 30 kilómetros por delante hasta Urrao, el pueblo de “Rigo”, ya no había vuelta atrás: la séptima etapa también era suya.
Etapa 8: Urrao, Antioquia - Santa Fe, Antioquia (83,4 km, 1.802 m de ascenso, 3.042 m de descenso)
El último día, compasivo y generoso, a pesar del ascenso inicial de casi 20 kilómetros, fue un afable “paseo” en el que, ahora sí, la mente y el cuerpo pudieron saborear la hazaña. Con los 80 kilómetros de la etapa final, el reloj pitó avisando los récords de una semana signada por un esfuerzo inédito. 1.055 kilómetros de un domingo a otro, tres cordilleras, desierto, páramo, bosque tropical húmedo, seis departamentos, el río Magdalena, el río Cauca, mucho frío, mucho calor, granizo, derrumbes…
Lo paradójico, me dice Martín como conclusión, es que desde la última noche empezó a sentir la melancolía de la llegada con su pregunta inevitable: ¿Cuál será la siguiente ruta que me espera?
Página web del evento: https://transcordilleras.cc
Fotos por: www.aburracolombia.com
(Para más información sobre este y otros deportes visite nuestra sección aquí)
Más sobre la carrera (sólo por fuera de Colombia)
https://www.cyclingnews.com/news/laurens-ten-dam-transcordilleras-is-old-school-racing/
https://www.cyclingnews.com/news/stetina-beats-ten-dam-to-win-transcordilleras-rally-gallery/
Martín Noguera monta en bicicleta desde que tiene memoria. En su caso, decir que “el caballito de acero” es una extensión de su cuerpo no es hiperbólico ni metafórico. Desde hace más de quince años que “rueda”, sin parar, todos los días. De lunes a lunes. En las vacaciones. Cuando llueve. Cuando el calor es brutal. Cuando en las mañanas, congeladas, reina la niebla.
En su diario de bicicleta se puede leer, completo, el camino de Santiago desde Roncesvalles hasta Compostela: siete días sin parar, más de 800 kilómetros. Otra vez, cuando vivía en Barcelona, decidió ir a visitar a un amigo a Torino, a 1.100 kilómetros, con nada más que los corotos amarrados a la bicicleta, un GPS y siete días por delante. En Colombia, suele descubrir nuevas rutas en jornadas que le exigen más de diez horas pedaleando. El año pasado, sumando sus ascensos, subió más de 200 mil metros y recorrió 12 mil kilómetros. Este año, ya va 3.500 kilómetros recorridos y 76 mil metros de ascenso.
Y, sin embargo, la carrera Transcordilleras que logró hace dos semanas, en la que en ocho días atravesó las tres cordilleras del país -1.055 kilómetros con 28.500 metros de ascenso desde Yopal hasta Santa Fe de Antioquía-, en sus propias palabras, “fue la mayor locura que he hecho en una bicicleta”.
Así fue cómo sobrevivió a una de las carreras más difíciles del mundo y, sin duda, la más infernal que se ha llevado a cabo en Colombia.
Etapa 1: Yopal, Casanare - Monguí, Boyacá (102, 2 km, 4.655 metros de ascenso, 2.079 metros de descenso)
Como en todas las épicas, el primer gran obstáculo tuvo lugar antes del inicio de “la guerra”. El día “cero”, quizá con el inconsciente sacándole el cuerpo al esfuerzo extremo, aunque llegó con tiempo de sobra al aeropuerto El Dorado, a la hora de embarcar se dio cuenta que vuelo a Yopal ya estaba cerrado. Se frustraba el sueño… pero al operario de la aerolínea le pudo más la compasión y, enterado de la razón del viaje, hizo la excepción y lo dejó abordar, compadeciéndolo en silencio.
Así que ahí estaba, a las seis de la mañana del domingo 20 de febrero, frente al hotel GHL de Yopal, junto a los otros 50 insensatos que, ansiosos, esperaban la orden de salida. En el punto inicial no hubo parafernalias ni gran despliegue logístico, nada de glamurosas activaciones a cargo de los patrocinadores reconocidos; solo los organizadores y un puñado de curiosos que les desearon éxito sin saber que la primera etapa, “la de calentar”, sería la más difícil.
Subir, subir, subir, escalar, escalar, escalar, fue el mantra de bienvenida de la carrera. Pues para atravesar desde los Llanos Orientales en Casanare hasta Ocetá, en Boyacá -la última escala antes de llegar a Monguí y uno de los páramos más bellos del planeta- había que saber sufrir 5.000 metros de desnivel positivo.
(Quizás le interese: El adiós de Sergio Luis Henao, el león del Sky)
Doce horas después de empezar, habiendo culminado el feroz ascenso desde Labranzagrande hasta Ocetá, vino el merecido descenso final hasta Monguí, uno de los pueblos más bellos de Colombia. Allí, cumpliendo el esquema de autogestión de la carrera, con las frailejones del páramo frescos en la memoria, Martín lavó su bicicleta, que esta vez, como pasaría el resto de los días, era mucho más polvo y barro que acero. La mayoría de los participantes llegaron a Mongui pasadas las 15 horas de movimiento en dos ruedas.
Etapa 2: Monguí, Boyacá - Villa de Leyva, Boyacá (116 km, 1.947 m de ascenso, 2.723 m de descenso)
Como la primera etapa fue brutal y algunos participantes (los que se negaron a montarse en el carro de rescate) tardaron más de 19 horas en concluirla, la organización decidió atrasar la hora de salida. A las 8 de la mañana, los sobrevivientes -el conteo extraoficial es que solo 27 lograron llegar sobre la bicicleta- dejaron la pintoresca plaza de Monguí, con su hermosa basílica construida en 1603, y emprendieron hacia Sogamoso, la primera escala del día.
Aunque al final de la jornada el reloj marcó más de 116 kilómetros que incluyeron un duro ascenso al pasar Tuta, entre el kilómetro 60 y 70, según Martín, fue una etapa tranquila, apacible, con clima cándido y buen viento; tan tranquila que pudo contemplar sin sufrir las bellas carreteras de Arcabuco, en las que si se rueda con plena atención se puede sentir el legado y la presencia de un tal Nairo Quintana.
El remate del benévolo segundo día fue en la afamada y colonial plaza de Villa de Leyva. Las caras de terror de la primera etapa se relajaron con un par de cervezas.
Etapa 3: Villa de Leyva, Boyacá - Pacho, Cundinamarca (152,1 km, 3.716 m de ascenso, 4.060 m de descenso)
Después de la calma viene la… El tercer día, si bien empezó tranquilo y sin grandes ascensos desde el desierto en Villa de Leyva hasta las montañas de Susa, pasando por Sutamarchán, San Miguel y Simijacá -en donde, en una parada de abastecimiento supercalórico, recibió los ánimos de su hermana Cristina y su perro Cometa- devino en un escenario torrencial y eléctrico.
Martín cuenta que el aguacero los sorprendió con la mente y el cuerpo celebrando la tercera etapa. Como ya habían logrado llegar hasta Carmen de Carupa, el pueblo de niebla enquistado a 3000 metros de altura; como ya habían tenido éxito en la empinada pendiente de más de 3000 metros al pasar San Cayetano, como solo tenían 30 kilómetros por delante (y en descenso) hasta Pacho, nada ni nadie podría sabotear la ruta.
Pero el descenso final sería todo menos divertimento y gozo. Empapados de la cabeza hasta los pies, con la visión borrosa y el peligro latente de ir a parar de narices contra el barro, los rayos les caían muy cerca, circundándolos. Un amigo de aventura, asustado y aterido de frío, le imploró parar a escampar el aguacero. Pero no podíamos sino seguir, pedalear, darle, dice Martín, pues además de que no había ningún lugar seguro fuera del alcance de los rayos, en este tipo de carreras, parar está muy cerca de rendirse. Diez horas y 10 minutos le tomó a Noguera la tercera etapa.
Etapa 4: Pacho, Cundinamarca - Honda, Tolima (142, 2 km, 3.772 m de ascenso, 5.350 m de descenso)
La motivación del cuarto día era llegar al calor. Olvidarse de los huesos congelados en el páramo y entregarse al sudor húmedo del trópico. De entrada, la etapa empezó con un ascenso pronunciado, al que le siguió un descenso muy largo hasta la mitad del día, cuando la ruta les dio la orden de respirar profundo y mirar para arriba, bien para arriba: hacia Guaduas.
(También puede leer: Egan Bernal, de nuevo encima de la bicicleta con el uniforme del Ineos)
En Tobia, en donde empieza el ascenso a Guaduas, Martín se encontró con Mauricio Ardila -ganador de la carrera en el 2021- y con Thomas Dekker -exciclista profesional holandés-que al ver “la pared” que los esperaba se negaron a seguir la ruta y buscaron un camino alterno. Después de dudarlo por varios minutos y tentado también a negar la realidad, Noguera asumió el infernal ascenso, pedaleando en zigzag, bañado en sudor como tanto quería.
La recompensa de “tomarse” Guaduas fue que la etapa terminó en el Magdalena, con uno de esos guiños geográficos solo probables en Colombia: ir de uno de los páramos más lindos del país hasta el gran río, en solo dos días, y en bicicleta.
Nueve horas y dos minutos fue el precio a pagar para dormir con el río Magdalena como música de fondo.
Etapa 5: Honda, Tolima - San Félix, Caldas (157, 7 km, 5.386 m de ascenso, 2.765 m de descenso)
Sudando hasta en la quietud al revisar la bicicleta, desde Honda empezó el quinto día, que prometía como premio poder tomarles fotos (mentales, claro) a la palmas de cera del exótico bosque de “La Samaria”, en San Félix, ya en el departamento de Caldas.
Siguiendo la costumbre de la Transcordilleras, para disfrutar del premio había que hacer propio el estribillo cliché de sangre, sudor y lágrimas. La organización, gracias a sus más de 5.000 metros de ascenso de “montaña, montaña y más montaña”, el calor mortal y el desgaste psicológico acumulado, la bautizó como la etapa reina.
Para Martín, sin embargo, después del debut inclemente de la primera etapa, con el cuerpo compenetrado con el sobreesfuerzo de la carrera, el quinto día fue menos tortuoso que el primero. ¡Pero los pueblos malditos sí existen!, me dijo al repasar la etapa.
Después de más de 80 kilómetros de ascenso, por fin pudo avistar Marulanda, el último pueblo antes de San Félix. Lo vio después de una curva larga, a su derecha, a 600 metros según sus cálculos. 600 metros que fueron diez mil, pues entre más avanzaba, aunque Marulanda se vislumbraba “menos arriba”, más se alejaba. Como siempre, no hubo de otra que pedalear y pedalear, desafiando la lucidez y la razón, pues el pueblo de referencia, fantasmagórico, se dejó de ver, se esfumó, se perdió en la montaña.
Diez horas y 37 minutos le tardó llegar a los 2.500 metros de San Félix.
Etapa 6: San Félix, Caldas – Jardín, Antioquia (145,6 km, 4.038 m de ascenso, 5.104 m de descenso)
El plan de ruta de esta etapa se escribe fácil: descender la cordillera central, la segunda de la expedición, hasta el río Cauca, para desde allí empezar a escalar la cordillera occidental con el hermoso pueblo de Jardín como meta.
En Salamina, la primera escala de la ruta, como una premonición, para poder continuar el descenso a Martín le tocó echarse la bicicleta al hombro para sortear unas escaleras. La premonición tomó forma un par de horas después, a los 50 kilómetros, cuando a la altura de La Merced un derrumbe les quiso negar el paso. Entonces, de nuevo, la bicicleta al hombro y a escalar, esquivando la operación de la maquinaria pesada que removía la tierra para reinstaurar el paso.
Del otro lado del derrumbe, un desnivel de más de tres metros se impuso como un obstáculo imposible de pasar en las dos piernas. Pero This is Colombia, my friend. La solución que les ofrecieron los solidarios operarios, a la que ya le habían dicho que sí a los ciclistas “pro” que lideraban la carrera, se basó en improvisar un ingenioso ascensor de montaña: montados en la gran boca de la retroexcavadora, con bicicleta y todo, debían atravesar el hueco.
Y lo atravesaron, claro, y el imprevisto se hizo gasolina para los 90 kilómetros restantes que, después de una tenaz pendiente desde Supía, pasando por Riosucio, y también por el río Cauca, terminó en un feliz descenso con llegada a Jardín, una de las grandes joyas antioqueñas.
Etapa 7: Jardín, Antioquia - Urrao, Antioquia (149 km, 3.267 m de ascenso, 3.225 m de descenso)
El primer tramo del día fue un regalo divino: largo descenso en pavimento -¡pavimento, por fin!- en caravana compacta y feliz junto a las estrellas de la carrera. Hasta que el GPS anunció estar cerca de Concordia, sinónimo de acercarse a la peor subida del Transcordilleras, según Noguera.
15 kilómetros de pared que ese día -con más de 800 kilómetros entre los muslos y los gemelos, con las piernas negándose a seguir, el corazón clamando parar, la cabeza dispersa y ansiosa; y sin poder encontrar la cadencia, con el sentido común exigiéndole bajarse de la bicicleta- fueron un perfecto infierno.
La salvación estuvo, me cuenta Martín, en un providencial y hermoso parador turístico, con todas las de la ley, situado a 5 kilómetros del (ese día) infame Concordia. Por más de una hora, absorto, exhausto, pálido, tomando un café tras otro, se dedicó a encontrar las fuerzas que residen en el fondo del fondo del tanque de reserva.
(Quizás quiera leer este otro relato de un viaje en bicicleta menos competitivo: De la montaña chibcha a la Costa Caribe en bicicleta)
Al dejar atrás Concordia le faltaba, sí, el duro ascenso después de Betulia, otra vez por encima de los 2.000 metros; pero con solo 30 kilómetros por delante hasta Urrao, el pueblo de “Rigo”, ya no había vuelta atrás: la séptima etapa también era suya.
Etapa 8: Urrao, Antioquia - Santa Fe, Antioquia (83,4 km, 1.802 m de ascenso, 3.042 m de descenso)
El último día, compasivo y generoso, a pesar del ascenso inicial de casi 20 kilómetros, fue un afable “paseo” en el que, ahora sí, la mente y el cuerpo pudieron saborear la hazaña. Con los 80 kilómetros de la etapa final, el reloj pitó avisando los récords de una semana signada por un esfuerzo inédito. 1.055 kilómetros de un domingo a otro, tres cordilleras, desierto, páramo, bosque tropical húmedo, seis departamentos, el río Magdalena, el río Cauca, mucho frío, mucho calor, granizo, derrumbes…
Lo paradójico, me dice Martín como conclusión, es que desde la última noche empezó a sentir la melancolía de la llegada con su pregunta inevitable: ¿Cuál será la siguiente ruta que me espera?
Página web del evento: https://transcordilleras.cc
Fotos por: www.aburracolombia.com
(Para más información sobre este y otros deportes visite nuestra sección aquí)
Más sobre la carrera (sólo por fuera de Colombia)
https://www.cyclingnews.com/news/laurens-ten-dam-transcordilleras-is-old-school-racing/
https://www.cyclingnews.com/news/stetina-beats-ten-dam-to-win-transcordilleras-rally-gallery/