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                                                                                                                                Los Juegos Olímpicos, sus grandezas y sus miserias, por Guillermo Cano Isaza

                                                                                                                                Como abrebocas de los Juegos Olímpicos de París 2024, una de las crónicas del insigne director de El Espectador cuando informó sobre las justas en Alemania.

                                                                                                                                Guillermo Cano Isaza *, MÚNICH, septiembre de 1972

                                                                                                                                Los deportes fueron uno de los temas preferidos de Guillermo Cano Isaza (1925-1986), director de El Espectador, que cubría con la misma pasión la Vuelta a Colombia en bicicleta que los Juegos Olímpicos. / Archivo de El Espectador

                                                                                                                                Antes de que los comandos palestinos del terror asesinaran a un israelí en el propio corazón de la villa olímpica, teníamos hechos algunos apuntes sobre las grandezas y miserias de los Juegos Olímpicos, todas las cuales quedan reducidas a nada si las comparamos con los momentos vividos en el antiolímpico 5 de septiembre de 1972.

                                                                                                                                Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

                                                                                                                                Los deportes fueron uno de los temas preferidos de Guillermo Cano Isaza (1925-1986), director de El Espectador, que cubría con la misma pasión la Vuelta a Colombia en bicicleta que los Juegos Olímpicos. / Archivo de El Espectador

                                                                                                                                Antes de que los comandos palestinos del terror asesinaran a un israelí en el propio corazón de la villa olímpica, teníamos hechos algunos apuntes sobre las grandezas y miserias de los Juegos Olímpicos, todas las cuales quedan reducidas a nada si las comparamos con los momentos vividos en el antiolímpico 5 de septiembre de 1972.

                                                                                                                                Sin embargo, como todo pasa en este mundo, acaso valga la pena volver sobre esas anotaciones pasadas, que tal vez puedan tener alguna actualidad a pesar de que las escribimos mientras esperamos el fin del acto Múnich 72 del drama de la guerra siempre caliente entre árabes e israelíes, que no teme trasladar sus escenarios del desierto a la verde grama de un estadio, todo en el optimista supuesto de que los juegos continúen después de que se ha hecho, dentro y fuera de ellos, lo posible para que jamás vuelvan a realizarse.

                                                                                                                                Índice de materias

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                                                                                                                                Segundo: Los Juegos Olímpicos aficionados son un costoso pero remunerativo negocio para el país y la ciudad que los organiza y los realiza (pero para organizarlos y realizarlos se necesita ser una país tan sumamente desarrollado y tan sumamente rico que lo costoso no importa porque lo remunerativo paga lo que se invierte con dividendos increíbles).

                                                                                                                                Tercero: Los Juegos Olímpicos aficionados están en la «onda». Las drogas vuelan de boca en boca bajo la más estricta vigilancia médica. Y por lo general dentro del más estricto sentido médico. Es decir, que el doping está bajo el control del atleta o de sus asesores y técnicos en la materia, a tal punto que si aparece una muestra dudosa o una prueba definitiva de uso indebido de estimulantes, la culpa la tiene todo el mundo, del atleta para arriba, por no haberla sabido utilizar adecuadamente o a tiempo. O en la cantidad exacta y en el instante preciso. (Lo que traducido a nuestro lenguaje bogotano, al que lo «pichonean » drogado es por puro bruto…)

                                                                                                                                Cuarto: Los Juegos Olímpicos aficionados han crecido tanto y tan desmesuradamente, que de su inocencia original han pasado, manchándose, a cometer pecados capitales: contra la continencia, por ejemplo, pues aquí, en Múnich, como en México, los atletas, sus acompañantes, sus vigilantes y sus críticos son reos convictos de gula y no pocas veces amigos íntimos e inseparables de Baco y por lo general tentados y generalmente no inmunes al demonio de la carne que fácilmente los devora.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Quinto: Los Juegos Olímpicos aficionados son, sencilla y llanamente, Juegos Olímpicos políticos profesionales.

                                                                                                                                Punto por punto

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Veamos punto por punto: el caso del profesionalismo y del amateurismo parece ya un capítulo demasiado leído, en el cual el bueno fue derrotado por el malo. «Cochise» Rodríguez, como el atleta austriaco campeón en los Juegos de Invierno, fueron las víctimas escogidas para salvar, siquiera por unos meses, y por Múnich 72, la máscara aficionada que el señor Brundage había mantenido colocada durante su «dictadura».

                                                                                                                                En Múnich 72, para ser claros, de diez uno, como dicen los jugadores. Por cada 18 profesionales disfrazados de aficionados, había uno verdaderamente deportista sin fortuna material… Y desde luego sin fortuna deportiva. Porque los que ganan medallas de oro suelen ser precisamente los que en los países capitalistas como en los socialistas, ¿son los que están bañados en oro?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Para la muestra un botón: el señor Spitz, un prodigio de nadador, para quien no parecen existir ni las distancias ni los tiempos, vino a Múnich a ganar medallas de oro y se ganó siete —que sepamos—, agregando una de plata. Pero ya antes de que ganara en la piscina lo que los Juegos Olímpicos aficionados de Múnich le podían dar, es decir, la medalla o las medallas de oro y de plata, el otro oro, el que compra y vale en las calles y en los almacenes y en los night clubs, le llovía como por encanto. ¡Imán de las figuras! Con unos «viejos zapatos», al estilo satírico de nuestro inmortal Tuerto, se subió al pódium a recibir una de sus medallas y, como quien no quiere la cosa, mostró que esos zapatos, «sus predilectos», eran de una conocida marca comercial y no de otra…

                                                                                                                                (Supongan los lectores lo que este gesto de amor a los zapatos puede valer en el gran mundo de la publicidad y de las relaciones públicas…)

                                                                                                                                Loca carrera

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En cuanto al costo de organizar y realizar unos Juegos Olímpicos y a su rendimiento económico, parece que es otro capítulo que estamos releyendo. Para algunos, esta loca carrera de la superación por lo fastuoso, multitudinario y grandioso comenzó con Hitler, en 1936. Nosotros diferimos de este criterio. Hitler, ciertamente, rompió todos los moldes respecto de la sobriedad de las competencias olímpicas. Hizo de Berlín 36 una olimpiada a su imagen y semejanza y no a la del creador de ellas.

                                                                                                                                Vino luego la gran pausa por la gran guerra. Ni en vísperas, ni durante ellas, ni inmediatamente después de ellas, las olimpiadas mundiales tenían verdadera razón de ser. Y no la tuvieron. En la post-guerra se reestructuró la gran competición deportiva universal, pero dentro de ella comenzaron a aflorar nuevas concepciones y más audaces moldes. Roma, por ejemplo. Y luego Tokio. Donde ya se insinuó el nuevo síntoma de la «monstruosidad» olímpica.

                                                                                                                                La metieron toda

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                México se la «metió toda». Expuso todo su orgullo e invirtió todo su dinero. (Un gran dinero proveniente de un floreciente turismo que le significa millones y millones de dólares al año. Un dinero que sin embargo no ha terminado del todo con su miseria.) Y «puso punto» como en bacará o dado. Punto casi insuperable. Insuperable, a pesar de Múnich 72.

                                                                                                                                México «pudo» con el costo de las olimpiadas y parece que el negocio le resultó retributivo. En plata blanca y en prestigio, o good will. (Aquí en Múnich, México fue aclamado. Por lo que fue en 1968 y que todo el mundo vio, por la televisión, la más grande y mejor promoción publicitaria que ningún país haya tenido.)

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Múnich se embarcó, con el ejemplo de México, en la otra gran olimpiada de los tiempos modernos. La de 1972. Y la ha realizado. Tratando de ganar un punto aquí, una décima allá, un milímetro más acá, un metro más lejos en cuanto a magnificencia y espectáculo. Quiso ser mejor organizada, y terminó siendo menos organizada. ¡No siempre una computadora le gana al hombre…!

                                                                                                                                ¿Buena inversión?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Hasta el atentado terrorista de los palestinos, las olimpiadas estaban aparentemente remunerando con creces la inversión. Quién sabe qué pasara al fin… Pero ahora queda la incógnita ya sugerida en artículos anteriores: ¿Qué país, que no sea muy rico o que no sea muy audaz, se arriesga a comprometerse en el costo de la organización de una olimpiada y logrará obtener alguna remuneración o beneficio? Difícil creerlo, más si como todo parece indicarlo otros Juegos Olímpicos aficionados no los habrá jamás. ¡Por lo menos, como los que ya pasaron…!

                                                                                                                                El asunto de las drogas

                                                                                                                                Más complejo, por más culto y por menos conocido, es el subfondo de la droga en las olimpiadas. No somos expertos en el tema. Pero acaso no sea necesario serlo. Porque hoy por hoy hay drogas en el mercado libre que se compran, se venden, se recetan, se regalan y se ofrecen, desde las que envician y degeneran, pasando por las que dan o quitan hijos, hasta terminar con las inofensivas que se consumen como el pan de cada día.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La ciencia, que todo lo ha revolucionado en menos de una década, es capaz de ofrecer las más extraordinarias drogas para curar una enfermedad terrible o para ofrecer un inmediato paraíso artificial. Se excita o se estimula con la misma facilidad con que se adormece o aletarga. Y unas como otras dejan su huella indeleble que puede establecerse mediante precisos y exactos análisis de laboratorio. Un deportista puede resultar que se ha drogado porque en efecto lo ha hecho o porque simplemente utilizó un remedio para una constipación catarral.

                                                                                                                                Y en este nuevo mundo de las drogas para todo, los Juegos Olímpicos han caído bajo sus garras. Unos resultan convictos por el jurado inapelable del laboratorio y otros inocentes. Ya eso es una cuestión de suerte. ¡Los juegos están «drogados por fuera y por dentro»…!

                                                                                                                                Nunca ganan

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En cuanto al punto cuarto del juicio sobre las olimpiadas modernas acaso no valga la pena decir mucho. Ya es vox populi mundial que la multitudinaria caravana que se mueve alrededor de las olimpiadas va, ve y casi nunca gana. Porque a pesar de las más estrictas medidas de vigilancia y de las más severas órdenes de disciplina, deportistas, masajistas, entrenadores, acompañantes, dirigentes, periodistas y «lagartos», pocos son los santos en una Babel que tiene fuera de programa muchas medallas de oro, de plata y de bronce para adjudicar a los campeones en cada una de las especialidades de los más diferentes placeres… (Excepciones las hay, claro está. Pero hasta estas, una vez que han cumplido con sus obligaciones deportistas, hacen suyo el refrán de que si el «deporte perjudica tus placeres… deja los deportes…».)

                                                                                                                                Los Juegos Olímpicos, por sus grandezas y miserias, es la noticia más inenarrable de estos tiempos donde todo es posible narrarlo…

                                                                                                                                * Esta crónica se publicó originalmente en El Espectador el 19 de septiembre de 1972

                                                                                                                                Por Guillermo Cano Isaza *, MÚNICH, septiembre de 1972

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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