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Salió el sol en Japón, otra vez, con protestas masivas. Por unos Juegos Olímpicos que los japoneses no querían más y que estuvieron en suspenso hasta el final. Y que sí serán a partir de este viernes, mientras ya empiezan a marcar los primeros cuatro casos positivos en una Villa Olímpica ultrablindada, pero que no deja de ser propensa a un cataclismo. Los papeles oficiales dicen que la realización de los Juegos costó US$15.400 millones, de los cuales apenas US$1,5 millones salieron de las arcas del Comité Olímpico Internacional y más de la mitad salió del dinero público del país. Y US$2,8 millones adicionales fue el precio que tuvo que pagar Japón por reprogramar el evento deportivo más importante del planeta. Pero las auditorías han señalado que el costo real de los Olímpicos más incómodos de la historia es de casi el doble de lo que se dice en voces políticas. Cancelar los Juegos, con todo ese dinero detrás, era imposible.
Los primeros decapitados fueron los 600.000 aficionados extranjeros que habían comprado boletas con anterioridad. El grueso de las entradas vendidas (4,5 millones) eran de japoneses, por lo que se trató, hasta el final, de que pudiera entrar una pequeña porción de público a los eventos. Hubo luz verde en junio, pero la escalada de casos, que obligaron a decretar estado de emergencia en varias regiones de Japón, incluyendo Tokio, con hospitales colapsados, hizo que los organizadores tuvieran que revertir su decisión. El ritmo de vacunación tampoco fue el esperado: se calcula que al final de mes solo el 30 % de la población estará completamente vacunada. En los Juegos habrá más lentes que personas y la inversión se tratará de recuperar, lo que se pueda, a punta de derechos internacionales de televisión.
Los 11.000 atletas de todo el mundo que competirán en los 339 eventos de las cincuenta disciplinas de los Olímpicos deberán completar su estadía en los cuartos de sus hoteles y tendrán pruebas todos los días. Solo podrán salir con muchas restricciones a entrenar, competir y transitar en una Villa Olímpica repleta de robots, que serán los encargados de darles indicaciones y guiar a los deportistas. Otro mundo.
La carrera para clasificar a Tokio, por obvias razones, fue hostil: careció de organización y preparación. ¿Y vigilancia? Porque esa es otra de las preocupaciones de los deportistas: el panorama con el que se van a encontrar en las pruebas, dada la falta de controles al dopaje por todas las limitaciones que ocasionó la pandemia. Según datos de la Agencia Mundial Antidopaje, en 2019 se realizaron 305.881 muestras, un número que se desplomó en 2020 con el confinamiento y la falta de competencias, pues se hicieron un poco más de la mitad (168.256).
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“Esa es una preocupación muy grande que tenemos. Yo agradezco que estoy en un país que sigue testeando mucho a sus atletas, yo estoy compitiendo y entrenando de la forma adecuada. Solo espero que todos los demás estén haciendo lo mismo”, comenta la estadounidense Emma Coburn, campeona mundial y medallista olímpica en Río 2016 en los 3.000 metros obstáculos.
Y hablando de dopaje, los rusos serán los grandes “ausentes” de los Olímpicos, pues la Agencia Mundial Antidopaje los sancionó por no dejar comprobar y, tal vez, encubrir a 145 atletas sospechosos de doparse de manera sistemática en Rusia. No sonará el himno, tampoco verán su bandera, pero sí habrá rusos compitiendo, pues figurarán como atletas “neutrales” de la OAR (Olympic Athletes of Russia) por una sanción, que en algunos lados del mundo han acusado de ser de papel.
Sin Michael Phelps ni Usain Bolt, la portada de los juegos será una mujer: la gimnasta estadounidense Simone Biles, quien ganó cuatro oros en Río 2016 y llega en la mejor forma de su carrera, con dos títulos mundiales que ganó sacándoles brechas gigantes a sus rivales. Quiere convertirse en la primera mujer en ganar cinco oros en una misma edición de los Olímpicos. Porque estos juegos también se caracterizarán por ser los más equitativos de todos los tiempos: el 49 % de los atletas son mujeres.
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La turbulencia, el peso de ser anfitriones en este momento de la humanidad, el descontento social, la falta de controles al dopaje y la paridad de género conforman el pequeño universo de Tokio 2020.