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No había un día como el 24 o el 31 de diciembre en la casa de Luisa Blanco, en Los Ángeles (Estados Unidos). Mientras otros niños se iban a dormir abrazados a la almohada —ilusionados con que Santa Claus les asaltara la casa por la chimenea—, en la casa de los Blanco Saavedra, la música estallaba los parlantes a todo volumen. Todos los primos de la casa, trasnochados entre los quejidos de los que se negaban a bailar con las tías, descansaban en una misma cama, amontonados en un cuarto, esperando a que los adultos terminaran la farra del Año Nuevo.
Es el recuerdo más colombiano que guarda de su infancia Luisa Blanco; las notas de un vallenato o una buena salsa. La música que se colaba siempre en la casa; sobre todo, cuando tocaba hacer aseo. Esos fines de semana, como en la Navidad, el equipo de sonido se ponía a todo volumen.
En casa solo se hablaba español, era la norma. Y en las historias que le contaba su madre, recuerdos de la añorada Colombia, Luisa Blanco creció con el anhelo de conocer esa tierra prometida, el lugar que su familia abandonó hace casi 25 años y que ella representará en la gimnasia rítmica de los próximos Juegos Olímpicos de París 2024.
Muy gringa para los colombianos y muy colombiana para los gringos
Ni de aquí ni de allá. El corazón de la gimnasta Luisa Blanco se divide y el espíritu se le parte en dos cuando debe definir su lugar de procedencia. “Nací en Estados Unidos, pero me crié en una casa colombiana. Toda la vida me han preguntado que de dónde soy y cuando digo que soy norteamericana no me creen. ‘Pero, en serio: ¿de dónde eres?’. Es difícil, porque la primera vez que fui a Colombia, nadie me creía tampoco que era colombiana”, cuenta la atleta que logró su cupo a París 2024 en los pasados Juegos Panamericanos de Santiago de Chile.
“¡Pero que es esta vaina!”, replicaba muerta de la risa Blanco ante las miradas incrédulas de los que sospechaban de sus raíces latinoamericanas. “De verdad, también soy colombiana”.
La primera vez que pisó Colombia, Luisa sintió la misma nostalgia con la que su mamá le contaba historias de ese lugar soñado. Pero, sobre todo, le temblaron los huesos al escuchar que todos hablaban español. Sintió débil la carne al darse cuenta de que había llegado a casa y que acá, muy lejos de la tierra en la que fue parida, se hablaba el mismo idioma que escuchó toda su vida, en aquellas noches de trasnocho y festejo cuando los grandes bailaban alrededor del árbol de Navidad y el pesebre.
Luisa comprendió la elasticidad de su alma, el origen de sus dos mundos, casi al mismo tiempo que descubrió la flexibilidad de su cuerpo. Sandra Saavedra, que en la juventud hizo gimnasia, le siguió el juego a su hija, que de pequeña solo quería una cosa: “Ser como mami”. Fuera del entorno musical colombiano que le construyeron en casa, la primera vez que alguien dudó de su origen fue en el coliseo al que la llevaron a practicar gimnasia, en el World Olympic Gymnastics Academy (WOGA). Hasta entonces nunca le habían preguntado qué era Colombia, un lugar que naturalmente para ella, por muy lejos que estuviera, era su casa.
Y fue en allá, al mismo tiempo que crecía soñando ser como una de sus maestras, Valeri Liukin —campeona olímpica que se formó en el mismo centro de entrenamiento al que la colombiana llegó siendo una niña de siete años—, donde Luisa Blanco empezó a proyectarse con llegar a unos Olímpicos. Quería, desde entonces, representar la tierra de su familia, izar la bandera de Colombia en el podio y escuchar el himno nacional, con una medalla colgada en el pecho. Por eso, cuando tuvo que decidir, la elección fue sencilla.
Fue entonces cuando tomó sus maletas para ir a Cúcuta, a competir por su cupo en la selección colombiana de gimnasia y poder representar al país en los Panamericanos. Y en tierras nortesantandereanas vitorearon a la indiscutible campeona nacional, que después viajó a Chile para lograr, contra todos los pronósticos de quienes desconocían su nombre, la clasificación anticipada a los Juegos Olímpicos.
El milagro que Luisa Blanco creía imposible
“Cuando trabajas tanto por algo y llega, más que un sueño parece un milagro”, dice Luisa Blanco, quien está en el último año de su carrera universitaria y en días recientes se volvió noticia porque logró, en una competencia en la que representó a su institución educativa de Alabama, puntaje perfecto en el salto al potro, un 10 cerrado en uno de los elementos más complicados de la gimnasia all around.
El año pasado, de hecho, fue en ese aparato que Simone Biles consiguió uno de los logros deportivos más significativos de 2023, la ejecución más difícil de la historia: un salto Yurchenko con doble carpado, que pasó a ser nombrado Biles II en honor a la gimnasta estadounidense.
En los Olímpicos, la colombo-estadounidense competirá contra las mejores gimnastas del mundo y contra Biles, que, para muchos, también es considerada como la más destacada y brillante de toda la historia. El olimpo de París es la máxima aspiración de Luisa Blanco, que quiere hacer historia para la gimnasia colombiana y está lista para batirse con las leyendas de su deporte.
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