Adriana Ruano, la primera atleta en darle una medalla de oro olímpica a Guatemala
Esta es la historia de una mujer que siempre soñó escuchar el himno de su país en unos Juegos Olímpicos, pero no con un rifle entre las manos. Un relato de tenacidad, superación y triunfo que hoy se corona con la máxima distinción para cualquier atleta.
Juan Diego Forero Vélez
Algunos la miraron con orgullo desde la distancia. Otros, apenas si pudieron enfocarla, pues su ojos vidriosos estaban empantanados con lágrimas de felicidad. La bandera de Guatemala ondeó sin descanso desde el principio hasta el final de la prueba de foso femenino en París 2024. Silvana Stanco y Adriana Ruano disputaron el oro olímpico cuando ya las otras cuatro competidoras se habían quedado sin oportunidades matemáticas, y aunque los gritos acompañaron cada disparo de la guatemalteca, no lograron distraerla ni mermar su nivel de concentración en ningún momento.
Adriana Ruano siempre fue una deportista de élite. Su espíritu nació tatuado con el símbolo olímpico, aunque la vida, cruel e impredecible, la obligó a cambiar sus planes en más de una ocasión. Cuando era niña su sueño era perseguir los pasos de Luisa Fernanda Portocarrero, primera deportista guatemalteca en posicionarse dentro de los 20 mejores gimnastas del mundo en unos Juegos Olímpicos, en Barcelona 1992. Sin embargo, Adriana tuvo que cambiar de rumbo cuando una lesión en la columna la obligó a abandonar el mundial de Tokio 2011 que la calificaría a los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Ruano estaba destrozada, tanto, que prefería volver en silla de ruedas de Tokio que renunciar para siempre al deporte que practicaba desde niña y que tantas alegrías le había traído. El esfuerzo, el sudor y las lágrimas parecían quedarse esparcidas en un suelo imaginario de sueños desperdiciados, sin embargo, el sentido común y el amor de sus padres la convencieron de que era un riesgo muy alto. Dejó entonces la gimnasia, obligada, en medio de sollozos, e inmediatamente conoció el tiro deportivo.
“En un principio me dolió mucho dejar la gimnasia. Cuando veía el plato trataba de pensar que ese plato era mi lesión, mi problema, y me daba cuenta de que cuando pensaba de esa forma, lo rompía. Así que traté de asumir el tiro deportivo como una terapia psicológica”, dijo a Olympics.com, hablando sobre su transición; sobre su caída deportiva y posterior superación.
El inicio de su carrera fue difícil y cansino, pero Adriana no sabía cómo rendirse. Solo la fatalidad podría arrebatarle la nueva meta que brillaba en su cabeza. En Río 2016 sirvió como voluntaria en el campo de tiro, en donde se dejó contagiar por la alegría y la euforia que desprendían los deportistas en su hábitat natural; alimentando de nuevo el sueño que tenía de participar en unos Juegos Olímpicos, hecho que se haría realidad más rápido de lo que ella llegó siquiera a imaginar. En 2020 la vida por fin le ofreció una tregua, logrando, en Tokio, representar a su país; y ahora, una vez más, en París 2024, con más experiencia, con más puntería, y con mucho menos que perder.
A la final en París acudieron cinco deportistas, aparte de ella; cada una con el mismo deseo, con la misma ansiedad y los mismos miedos. Aunque poco a poco, con el paso de los disparos, cada una de ellas se fue diferenciando de las demás. Wu Cuicui, de China, fue la primera que sucumbió ante la presión, acertó 17 tiros de 25 y adelante siguieron sus contrincantes, con un peso más ligero sobre sus hombros, luego de su partida. De ahí en adelante empezó la muerte súbita, cada cinco disparos una de las contendientes debería abandonar la competencia de acuerdo al número de aciertos que acumularan, hasta llegar a la definición de las tres medallas.
Los platos volaron por los aires de forma aleatoria e ininterrumpida, dándole al destino más tela con la que tejer su plan maestro. La española Fátima Gález fue la siguiente eliminada, con 23 platos destrozados; luego Mar Molné, su compatriota, salió, y luego Paty Smith, la australiana, dejó solas a Silvana Stanco, de Italia, y la heroína de la historia, Adriana Ruano, que no dejaba que ni la más leve brisa la distrajera de su objetivo.
Cuando todo terminó, gritó. Se giró, miró a su equipo, a sus compatriotas que la animaban desde las gradas, y empezó a sonreír y a alzar los puños con timidez. La felicidad se le escapaba del rostro contraído, a borbotones. Apenas si pudo mantenerse en pie. Con su desempeño sublime logró ganar la primera medalla de oro para Guatemala en unos Juegos Olímpicos, imponiendo incluso un récord olímpico. Atrás quedó la marca de la eslovaca Rehak Stefecekova, que en Tokio 2020 logró acertar a 43 platos de 50 en la final, dos menos que Adriana, y apenas 3 más que la medalla de plata de esta edición de los Juegos.
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Algunos la miraron con orgullo desde la distancia. Otros, apenas si pudieron enfocarla, pues su ojos vidriosos estaban empantanados con lágrimas de felicidad. La bandera de Guatemala ondeó sin descanso desde el principio hasta el final de la prueba de foso femenino en París 2024. Silvana Stanco y Adriana Ruano disputaron el oro olímpico cuando ya las otras cuatro competidoras se habían quedado sin oportunidades matemáticas, y aunque los gritos acompañaron cada disparo de la guatemalteca, no lograron distraerla ni mermar su nivel de concentración en ningún momento.
Adriana Ruano siempre fue una deportista de élite. Su espíritu nació tatuado con el símbolo olímpico, aunque la vida, cruel e impredecible, la obligó a cambiar sus planes en más de una ocasión. Cuando era niña su sueño era perseguir los pasos de Luisa Fernanda Portocarrero, primera deportista guatemalteca en posicionarse dentro de los 20 mejores gimnastas del mundo en unos Juegos Olímpicos, en Barcelona 1992. Sin embargo, Adriana tuvo que cambiar de rumbo cuando una lesión en la columna la obligó a abandonar el mundial de Tokio 2011 que la calificaría a los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
Ruano estaba destrozada, tanto, que prefería volver en silla de ruedas de Tokio que renunciar para siempre al deporte que practicaba desde niña y que tantas alegrías le había traído. El esfuerzo, el sudor y las lágrimas parecían quedarse esparcidas en un suelo imaginario de sueños desperdiciados, sin embargo, el sentido común y el amor de sus padres la convencieron de que era un riesgo muy alto. Dejó entonces la gimnasia, obligada, en medio de sollozos, e inmediatamente conoció el tiro deportivo.
“En un principio me dolió mucho dejar la gimnasia. Cuando veía el plato trataba de pensar que ese plato era mi lesión, mi problema, y me daba cuenta de que cuando pensaba de esa forma, lo rompía. Así que traté de asumir el tiro deportivo como una terapia psicológica”, dijo a Olympics.com, hablando sobre su transición; sobre su caída deportiva y posterior superación.
El inicio de su carrera fue difícil y cansino, pero Adriana no sabía cómo rendirse. Solo la fatalidad podría arrebatarle la nueva meta que brillaba en su cabeza. En Río 2016 sirvió como voluntaria en el campo de tiro, en donde se dejó contagiar por la alegría y la euforia que desprendían los deportistas en su hábitat natural; alimentando de nuevo el sueño que tenía de participar en unos Juegos Olímpicos, hecho que se haría realidad más rápido de lo que ella llegó siquiera a imaginar. En 2020 la vida por fin le ofreció una tregua, logrando, en Tokio, representar a su país; y ahora, una vez más, en París 2024, con más experiencia, con más puntería, y con mucho menos que perder.
A la final en París acudieron cinco deportistas, aparte de ella; cada una con el mismo deseo, con la misma ansiedad y los mismos miedos. Aunque poco a poco, con el paso de los disparos, cada una de ellas se fue diferenciando de las demás. Wu Cuicui, de China, fue la primera que sucumbió ante la presión, acertó 17 tiros de 25 y adelante siguieron sus contrincantes, con un peso más ligero sobre sus hombros, luego de su partida. De ahí en adelante empezó la muerte súbita, cada cinco disparos una de las contendientes debería abandonar la competencia de acuerdo al número de aciertos que acumularan, hasta llegar a la definición de las tres medallas.
Los platos volaron por los aires de forma aleatoria e ininterrumpida, dándole al destino más tela con la que tejer su plan maestro. La española Fátima Gález fue la siguiente eliminada, con 23 platos destrozados; luego Mar Molné, su compatriota, salió, y luego Paty Smith, la australiana, dejó solas a Silvana Stanco, de Italia, y la heroína de la historia, Adriana Ruano, que no dejaba que ni la más leve brisa la distrajera de su objetivo.
Cuando todo terminó, gritó. Se giró, miró a su equipo, a sus compatriotas que la animaban desde las gradas, y empezó a sonreír y a alzar los puños con timidez. La felicidad se le escapaba del rostro contraído, a borbotones. Apenas si pudo mantenerse en pie. Con su desempeño sublime logró ganar la primera medalla de oro para Guatemala en unos Juegos Olímpicos, imponiendo incluso un récord olímpico. Atrás quedó la marca de la eslovaca Rehak Stefecekova, que en Tokio 2020 logró acertar a 43 platos de 50 en la final, dos menos que Adriana, y apenas 3 más que la medalla de plata de esta edición de los Juegos.
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