Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Desde que era niño a Álvaro Peña se le dieron bien dos cosas: las matemáticas y los deportes, las dos pasiones que guían su vida. Con los números siempre lo tuvo claro porque era muy bueno, desde el colegio. No obstante, en el otro campo había más dudas. Y no porque no tuviera destreza, sino todo lo contrario, había demasiado talento. Y en muchos deportes, todos le encantaban: el karate, el fútbol, la natación y el baloncesto.
Peña se considera una persona inquieta. Así ha sido toda la vida. De hecho, dice que no le gusta perder el tiempo. Es proactivo, siempre quiere estar haciendo algo y le huye a los tiempos muertos.
Mire: Guiado por Curry, Golden State empató la serie en la final de la NBA contra Boston
Su rutina diaria, cuando está en temporada y el reloj no contiene las horas suficientes que él necesita, consiste en madrugar para trabajar en su aseguradora, entrenar, volver al trabajo, almorzar, lanzar un rato al aro, trabajar de nuevo, ir al gimnasio y estudiar en la noche, porque además de ser deportista profesional, Álvaro Peña se graduó de matemáticas en la universidad, se especializó en actuaría (disciplina que aplica modelos estadísticos y matemáticos para la evaluación de riesgos en las industrias aseguradora y financiera) y ahora está estudiando otra maestría en Ciencia de Datos. Así de desenfrenado y multifacético, con el cronómetro a toda máquina.
Desde pequeño ese ritmo bestial lo dominó. De ahí viene su disciplina, su hambre y esa obsesión con no parar. Sin embargo, hubo un momento de incertidumbre, aquel en el que le tocó decidir qué deporte acompañaría su camino y tuvo que hacer un alto en el camino. La duda se dividía en dos y era o el fútbol o el básquet.
No fue una determinación que tuviera que tomar solo. Su hermano, Rodrigo Peña, hoy en día también basquetbolista profesional, estaba en la misma disyuntiva. Cada uno eligió de forma individual, pero los dos sentían ese amor irremediable por la pelota naranja y se dejaron llevar por el corazón.
Para Álvaro Peña, dentro de todo, fue fácil, estaba enamorado. El baloncesto se acomodaba más a su personalidad. En el fútbol, contó en diálogo con El Espectador, se sentía más aislado. No podía participar en todos los aspectos del juego. Había momentos en los que el balón no pasaba por su zona y su inquietud, esa que domina su vida por su afán de siempre estar presente, lo volvía loco. En el baloncesto no había tiempos muertos en la cancha. Se sentía más completo, podía hacer varias cosas sobre el maderamen y las rotaciones lo mantenían siempre activo. En el baloncesto podía vivir como le gusta vivir su vida, sin pausa.
Su hermano acompañó el proceso. Desde que eran niños y dejaron Bogotá para vivir en Estados Unidos. Álvaro Peña tenía cinco años cuando partió, y en diez años, cuando la familia decidió volver a vivir en Colombia, no regresó ni una vez. Se siente colombiano, pero recuerda que no fue fácil. Al partir siendo tan joven sus recuerdos del país eran casi inexistentes. En casa se hablaba español, pero cuando volvió, a los 15 años, se dio cuenta de que realmente no conocía el idioma. Ni la cultura, ni las tradiciones. Se sentía de acá, pero había un desarraigo.
También: El 59 de Hayner Montaño, una carta de amor a su mamá
Y el baloncesto fue la puerta para sentirse parte de su propia tierra. Junto a su hermano, que pasaba por el mismo dilema, pero también compartía sus ambiciones y su amor por la pelota, empezaron a compenetrarse y avanzar en las categorías juveniles. Álvaro y Rodrigo jamás se soltaron la mano, hoy en día todavía se observan, se analizan, se critican y mejoran sus movimientos y su juego mutuamente. Y gracias a sus padres, que nunca dejaron de apoyarlos, llegaron tan lejos como habían soñado. Volver a Colombia, además, hizo todo más fácil porque en Estados Unidos, al ser de edades diferentes, no podían jugar en la misma categoría. Pero acá era diferente y ambos empezaron a participar en las selecciones sub-20.
Se complementaban porque, aunque los dos se han caracterizado por ser jugadores defensivos, su posición no es la misma. Y jugaban en contra para progresar. Rodrigo, pívot, siempre fue más defensivo, un jugador que se siente cómodo en la pintura y debajo del aro. Mientras que Álvaro, que juega de ala-pívot, es más inquieto, más anotador y más activo, también, dentro de la pintura.
La carrera de los dos ha estado muy ligada a Bogotá. Ambos han participado en Guerreros, Piratas y Cóndores de Cundinamarca. Sin embargo, Álvaro también ha jugado en Patriotas de Tunja, Titanes de Barranquilla, equipo con el que ha sido campeón, y Cafeteros de Armenia, escuadra con la que actualmente disputa una nueva final de la liga profesional.
No se pierda: Titanes y Cafeteros: cara a cara por el título de la Liga WPlay de baloncesto
Es un buen momento para Álvaro Peña, que lejos de lamentarse por las lesiones que han frenado por momentos su ascenso deportivo, agradece la posibilidad que tiene de jugar el deporte que le apasiona. A los problemas les resta importancia, se concentra en su alegría.
Sobre todo, cuando recuerda las cimas de su carrera, como el subcampeonato con la selección de Colombia en los Centroamericanos de 2018 en Barranquilla, un torneo inolvidable. “Jugar con la selección en mi mayor orgullo, por eso trabajo mucho para siempre estar en la lista de los 12 convocados”, dice Peña, que, para la próxima ventana eliminatoria al Mundial de Japón, Indonesia y Filipinas, está incluido en la lista de Guillermo Moreno, Tomás Díaz y Raúl Pabón.
Cafeteros de Armenia busca su primer campeonato en la Liga WPlay de Baloncesto. No es fácil, pierde la serie 2-0 con Titanes de Barranquilla, que busca extender su hegemonía a seis campeonatos. Pero tienen una de sus esperanzas en Álvaro Peña, uno de los peones de nuestra generación actual de basquetbolistas, un hombre al que no le gustan las pausas, pero que entiende que siempre habrá tiempo para hacer lo que le gusta, para dejarse llevar por el corazón y la pelota naranja.
🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador