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Mi Pipe, mi negrito, mi baby:
Hoy es uno de esos días en los que me pongo a pensar en el camino que hemos recorrido y el corazón se me achicharra. Los ojitos se me llenan de lágrimas. Ya muchas veces hemos contado cómo llegamos a las piscinas y nos lanzamos a los clavados, pero es una historia tan linda que todo el mundo merece conocerla.
Nuestros papás, Luis Alberto Uribe y Mercedes Bermúdez, trabajaron desde muy jóvenes en la Villa Olímpica de Pereira, él en las piscinas y ella en su cafetería, lo que hizo que desde niños estuviéramos acostumbrados al olor a cloro y el sonido del agua. Cuando tenía tres añitos empecé a lanzarme a las piscinas y de a poquitos empecé a enamorarme de la natación, pero fue a los cinco cuando me decidí por los clavados.
En 2001, tú llegaste a este mundo. Por alguna extraña razón, le tenías pánico al agua. Siempre has sido un loquito. Te la pasabas corriendo de aquí para allá en las gradas o en los bordes de las piscinas. Por eso, era muy importante para nosotros que aprendieras a nadar. Aún recuerdo lo mucho que te disgustaba. Incluso, te escondías de Marco Antonio Llanos, que en paz descanse, nuestro primer entrenador.
Un día tuviste la oportunidad de verme entrenar. Y, aun sin saber nadar, con los flotadores amarrados a tus bracitos, te tiraste desde los tres metros. Cuando empezaste, fue precisamente Marco Antonio quien hacía unos saltos de exhibición que nosotros llamábamos “acualocos”, ¿los recuerdas? Eran un poquito bizarros. Él se lanzaba de espaldas mientras te cargaba como bebé y lo que te daba más miedo era que él te soltara y caer a la piscina.
Todos recordamos el día en el que le pediste a mamá una moneda de $500 y nadie entendía la razón ¿Por qué el hijo de la administradora de la cafetería quería dinero si lo tenía todo a su disposición? Después de que insistieras mucho, y con la curiosidad de saber para qué querías la plata, ella terminó por darte la dichosa moneda.
Una vez la tuviste en tus manos, fuiste corriendo hacia Marco Antonio para pagar tu primera clase de natación. De una vez por todas querías aprender a nadar. Claro, cuando él llegó a contarle a mamá y papá, ellos se murieron de la risa: $500 por una clase de natación.
Tras varias horas de entrenamientos aprendiste a moverte como pez en el agua y terminaste por enamorarte de los clavados tanto como lo estaba yo. Me demoré un poco en tener resultados, pero fue a los 13 años, en aquella Copa Pacífico, mi primera competencia internacional, cuando gané la medalla de oro. Ese día me di cuenta de que estaba destinada para esto. Fue de verdad algo muy bonito y sabía que podía hacer cosas grandes.
En tu caso fue mucho más rápido. Cuando llegó César Zaldívar, nuestro actual entrenador, empezaste a lograr grandes cosas porque él confió en ti de manera inmediata. Esa afinidad hizo que en poco tiempo empezaras a mostrar resultados y he visto cómo has enfocado toda tu pasión y compromiso en cada chapuzón. No sé si alguna vez te lo he contado, pero cada triunfo tuyo lo siento como mío y algo me dice que a ti te pasa algo parecido.
Ay, mi negro, hemos pasado por tanto. Tenemos tantas anécdotas, tantas historias, pero sin duda mi favorita es la del avión camino a un Campeonato Panamericano de Clavados. Éramos tan solo unos cachorritos cuando viajamos juntos a nuestro primer evento internacional. Estábamos emocionados, contentos, mirando el cielo por la ventana cuando se nos acercó un auxiliar de vuelo. “¿Se les ofrece algo?”, preguntó. Le pedimos unos audífonos cada uno, él los sacó del carrito y nos dijo que cada uno tenía un precio de US$15.
“¿US$15!”. Nos miramos, hicimos la conversión a pesos en nuestra cabeza y, sin pensarlo dos veces, los devolvimos. Siempre que recuerdo la carcajada que lanzó el muchacho al ver nuestra expresión de pánico vuelvo a sentir la misma vergüenza e incluso se me sonrojan las mejillas.
A medida que han pasado los años, nuestro vínculo de hermanos se fortalece cada vez más, pero fue probablemente en 2022 cuando la conexión Vivis-Pipe se consolidó. Puede que Colombia y el mundo del deporte se hayan dado cuenta de que lo logrado ese año fue increíble, pero solo tú y yo sabemos el impacto que tuvo en nuestra relación.
Viajamos a Paraguay para los Juegos Suramericanos de Asunción y aunque no estuvimos mucho tiempo juntos, por la diferencia de los horarios de competencia, siempre estábamos el uno para el otro. Nunca deja de ser emocionante escuchar el himno de Colombia después de que te cuelgan la presea dorada en el cuello, pero hacer que sonara en seis ocasiones fue algo irreal.
¿No crees que fue algo increíble? Tres tú y tres yo. Sé que muchas veces lo soñamos, pero concretarlo fue algo completamente distinto. En medio de la agitada agenda en Paraguay, no tuvimos el tiempo para asimilarlo. Fue cuando volvimos a Pereira que nos dimos cuenta. Seis medallas, baby, seis medallas de oro…
Después de todo este cuento, llego a la verdadera razón de esta carta: tu cupo a los Juegos Olímpicos de París 2024. Como tu hermana mayor, me siento enormemente orgullosa de lo que lograste porque he visto cómo, desde el año pasado, pusiste todo de ti para poder representar al país. Venías de un duro trabajo con César y tuviste uno que otro desacierto en las competencias que te iban a dar ese tiquete. Sin embargo, nadie logra llegar a ser grande sin fallar una que otra vez.
Con tu gran actuación en el Mundial de Natación en Catar, ratificaste un cupo más para Colombia. Temíamos que te lo pudieran quitar. Nosotros no somos potencia y había mucha competencia para llegar a los Olímpicos. Pero, como el berraco que eres, luchaste hasta el final para defender tu lugar.
“Vivis, yo no quiero ser el número uno de Colombia, quiero ser el mejor del mundo”. Me lo habías dicho más de una vez y, tras todo lo que has logrado y con la ayuda de Dios, has empezado a demostrarlo. Cada salto, cada hora de entrenamiento, tanto tiempo en las piscinas dieron su fruto y no me canso de decir lo orgullosa que estoy de ti.
No te mentiré: aún tengo un cierto sinsabor. No tuve la oportunidad de participar de ese Mundial en el que hubiese podido conseguir mi cupo a los Juegos Olímpicos. No obstante, sé que no participar de esa competencia soñada no me hace menos deportista. Fue difícil, tuve muchas emociones encontradas; pero, desde que te fuiste a Doha, mi apoyo siempre fue al 100 %. No hay ningún tipo de envidia. Tú lo sabes, mi negrito.
Me dolió porque me quedé acá, pero como buena hermana te pensaba todo el tiempo. Estaba superpendiente de ti. “¿Cómo estás? ¿Ya entrenaste? ¿Descansaste? ¿Cómo te fue en las competencias?”. Te lo preguntaba casi a diario, mientras estabas en el Mundial. Puede que hayas pensado que fui un poco intensa, pero no podía evitar querer saber cómo iba todo.
El día que ratificaste tu cupo fue algo muy bonito. No solo cumpliste tu sueño, sino también el de toda la familia. Queremos, junto a mamá y papá, acompañarte a los Olímpicos. El simple hecho de que estés clasificado a esas justas es algo grandísimo, pero sería maravilloso poder verte representar a Colombia. Aún no hemos solucionado ese tema, pero será cuestión de tiempo para que tomemos una decisión.
Y si no puedo estar en las piscinas de París para verte, siempre vas a estar en mi mente y en mi corazón. Cuando estés en lo más alto de ese trampolín, listo para saltar, cierra los ojos, respira profundo y recuerda que Vivis está contigo en cada instante. Una vez caigas en el agua, sabré que cumpliste ese sueño que por tantos años luchaste. No dudes de que cuando llegues con esa medalla dorada colgada en el cuello nos vamos a sentar juntos en el comedor de la casa a comernos esos frijolitos dulces que con tanto amor nos hace la mamá.
* Entrevista y texto adaptados por Valentina Fajardo.
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