Caterine Ibargüen y un salto al pentacampeonato
La deportista colombiana obtuvo este jueves su quinto título de la Liga Diamante al imponerse en Zúrich, Suiza.
Redacción deportes
La rutina en San Juan de Puerto Rico sigue siendo la misma, quizá un poco más dura. Caterine Ibargüen entrena a doble jornada (ocho horas), siempre bajo la supervisión del cubano Ubaldo Duany, el hombre que la convenció de que dejara el salto alto por el triple, porque en esa modalidad podría ser, como lo es hoy, la mejor del mundo. Por eso, con 34 años, una edad en la que el cuerpo requiere el doble de trabajo para mantener el nivel, la antioqueña no descuida detalles en sus sesiones ni en su alimentación.
Sigue estando obsesionada con ir más allá, con poner las piernas más adelante que en el intento anterior. Y eso, sumado a la mentalidad y un toque de alegría, la tiene todavía dándole la vuelta al mundo, ganándole a rivales seis y cinco años menores que ella, como sucedió ayer con las jamaiquinas Shanieka Ricketts y Kimberly Williams, segunda y tercera respectivamente, en la final de la Liga Diamante. Caterine, que ya no se afana como antes y que sin importar el resultado asume lo hecho con el positivismo necesario en el deporte, logró su quinto título en una de las citas más importantes del atletismo mundial.
En Zúrich (Suiza), la colombiana saltó 14,56 metros, para sumar así su quinta victoria de la temporada luego de las alcanzadas en Shanghái (12 de mayo), Oslo (7 de junio), París (30 de junio) y Rabat (13 de julio). De hecho, gracias a su actuación, se convirtió en la tercera mujer en tener esa cantidad de títulos en este evento, por detrás de la croata Sandra Perkovic, en lanzamiento de disco (tiene seis), y la neozelandesa Valerie Adams, en impulsión de bala.
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Y aunque el récord de 15 metros y 50 centímetros que logró la ucraniana Inessa Kravets en 1995 ya no es una obsesión (Caterine antes miraba un video del mejor salto de la historia realizado en Gotemburgo, Suecia), sí lo es mantenerse en un umbral que algunas veces la hace inalcanzable y otras estar peleando por un puesto en el podio. Como hace un año, cuando fue tercera en este mismo certamen, por detrás de la kazaja Olga Rypakova y la venezolana Yulimar Rojas.
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Por eso, para evitar que el resultado dependa de alguien más que no sea ella misma, Ibargüen sigue yendo de manera sacrosanta a la pista de la Universidad Metropolitana de San Juan, donde se graduó como enfermera y donde realizó una especialización en esa área, para hacer el mismo calentamiento, la misma cantidad de abdominales y más ejercicios de elongación con el fin de que sus piernas, acostumbradas al esfuerzo, se estiren más y más en la caída. Tampoco ha dejado de usar los aretes que le regaló su mamá, algo que más que ser un amuleto es un incentivo que viene de lejos y de muy adentro, desde donde vienen las cosas importantes para una mujer que bien podría retirarse cuando quisiera, sin ningún reproche, pero que todavía sigue compitiendo por ella y contra ella misma, el mayor rival que todo deportista puede tener, el más difícil de vencer.
La rutina en San Juan de Puerto Rico sigue siendo la misma, quizá un poco más dura. Caterine Ibargüen entrena a doble jornada (ocho horas), siempre bajo la supervisión del cubano Ubaldo Duany, el hombre que la convenció de que dejara el salto alto por el triple, porque en esa modalidad podría ser, como lo es hoy, la mejor del mundo. Por eso, con 34 años, una edad en la que el cuerpo requiere el doble de trabajo para mantener el nivel, la antioqueña no descuida detalles en sus sesiones ni en su alimentación.
Sigue estando obsesionada con ir más allá, con poner las piernas más adelante que en el intento anterior. Y eso, sumado a la mentalidad y un toque de alegría, la tiene todavía dándole la vuelta al mundo, ganándole a rivales seis y cinco años menores que ella, como sucedió ayer con las jamaiquinas Shanieka Ricketts y Kimberly Williams, segunda y tercera respectivamente, en la final de la Liga Diamante. Caterine, que ya no se afana como antes y que sin importar el resultado asume lo hecho con el positivismo necesario en el deporte, logró su quinto título en una de las citas más importantes del atletismo mundial.
En Zúrich (Suiza), la colombiana saltó 14,56 metros, para sumar así su quinta victoria de la temporada luego de las alcanzadas en Shanghái (12 de mayo), Oslo (7 de junio), París (30 de junio) y Rabat (13 de julio). De hecho, gracias a su actuación, se convirtió en la tercera mujer en tener esa cantidad de títulos en este evento, por detrás de la croata Sandra Perkovic, en lanzamiento de disco (tiene seis), y la neozelandesa Valerie Adams, en impulsión de bala.
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Y aunque el récord de 15 metros y 50 centímetros que logró la ucraniana Inessa Kravets en 1995 ya no es una obsesión (Caterine antes miraba un video del mejor salto de la historia realizado en Gotemburgo, Suecia), sí lo es mantenerse en un umbral que algunas veces la hace inalcanzable y otras estar peleando por un puesto en el podio. Como hace un año, cuando fue tercera en este mismo certamen, por detrás de la kazaja Olga Rypakova y la venezolana Yulimar Rojas.
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Por eso, para evitar que el resultado dependa de alguien más que no sea ella misma, Ibargüen sigue yendo de manera sacrosanta a la pista de la Universidad Metropolitana de San Juan, donde se graduó como enfermera y donde realizó una especialización en esa área, para hacer el mismo calentamiento, la misma cantidad de abdominales y más ejercicios de elongación con el fin de que sus piernas, acostumbradas al esfuerzo, se estiren más y más en la caída. Tampoco ha dejado de usar los aretes que le regaló su mamá, algo que más que ser un amuleto es un incentivo que viene de lejos y de muy adentro, desde donde vienen las cosas importantes para una mujer que bien podría retirarse cuando quisiera, sin ningún reproche, pero que todavía sigue compitiendo por ella y contra ella misma, el mayor rival que todo deportista puede tener, el más difícil de vencer.