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Siempre se eriza la piel cuando se lee y se es testigo de la frase “se hizo historia”. Fueron los gritos de orgullo, las lágrimas, las manos en la cabeza y la histeria colectiva las imágenes que se vieron el domingo en la noche, cuando la selección de Colombia de voleibol femenino derrotó a Brasil, una de las potencias en este deporte, y logró no solo el subtítulo en el Suramericano, sino que ratificó su clasificación por primera vez a un Mundial de mayores en esta disciplina.
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Hay que volver ocho años atrás para entender el proceso de esta selección. El primer gran logro, que sugirió que estaban yendo por el camino correcto, fue la clasificación al Mundial Sub-20, que se realizó en República Checa en 2013, en el que el combinado nacional no pudo pasar de los octavos de final. En aquel entonces, Mauro Marasciulo, entrenador brasileño, dirigía a las nuestras, pero al poco tiempo pasó a la escuadra peruana, y en su reemplazo llegó Antonio Rizola, su compatriota y uno de los referentes de este deporte en América Latina.
Rizola cuenta con más de 30 años de experiencia como entrenador de voleibol. No es solo venir de Brasil y ser parte de esa potencia que es el país vecino en esta disciplina, sino la experiencia y la seguridad que tiene para fortalecer los grupos que dirige. El año pasado, cuando la selección de Colombia aún soñaba con un cupo a los Olímpicos de Tokio, el técnico le dijo a El Espectador que “realmente este proceso comenzó con otros entrenadores en las ligas regionales, porque un ciclo olímpico no se prepara en cuatro años, sino mínimo en ocho. Este grupo lleva mucho tiempo trabajando. Conmigo desde enero de 2017, cuando empezamos a cambiar la mentalidad de las jugadoras, que tenían una condición técnica más o menos, una capacidad física buena, pero necesitaban fortalecer su voluntad de representar bien a un país y no solamente a sus departamentos. Tenían que aprender a pensar como nación y no como región, además de creer y estar convencidas de que se le puede ganar a cualquier rival, así como se puede perder ante cualquiera. Ahora Colombia juega para ganar, no por participar”.
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Y así fortaleció al combinado nacional, que además tiene la ventaja de haber logrado mantener una base, garantizar la continuidad de varias de las jugadoras que afirman ser una familia que trabaja unida, como lo dijo Yeisy Soto para este diario: “El ambiente es de familia, llegué hace 10 años a trabajar con las demás, con el profe apenas llevamos cuatro (...). En el grupo hay una alegría y un orgullo porque es la consolidación de un proceso muy largo. Tenemos muchas expectativas en la preparación para ir al Mundial. Irradiamos felicidad y somos conscientes de que todo está en la planificación, que ir a este campeonato es un paso importante para llegar a París 2024, que es nuestro gran sueño”.
Algo similar dijo Margarita Martínez, quien lleva también una década junto con otras jugadoras y referentes como Amanda Coneo, Camila Gómez, María Alejandra Marín, Dayana Segovia y Yeisy Soto: “Para nosotros este equipo es como una familia. Con casi la mitad del equipo venimos ya casi más de 10 años trabajando juntas, nos conocemos muy bien. Y cuando hablo de sacrificios, hablo por ejemplo las que jugamos fuera, que nos tenemos que ir ya esta semana y regresaremos en mayo, y apenas llegamos es otra vez con la selección, entonces digamos que el tiempo con la familia es muy poco, si la vemos una vez al año es mucho. Creo que todo esto vale la pena. Y lo estamos viendo ahora”.
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La mentalidad y la unión, dos elementos claves que también rescata Amanda Coneo, referente de la selección, quien le dijo a El Espectador que “sin duda el sueño de todo deportista es llegar a los Olímpicos. Lastimosamente, en 2020 no se nos dio, pero bueno, pienso que había que pasar esa etapa, en lo que venía que era el Mundial y, bueno, gloria a Dios que pudimos lograrlo y ahora pensar en París 2024. Anteriormente no aspirábamos a tanto. Esto viene de los últimos cuatro años, en los que nos propusimos muchas cosas, ha cambiado mucho la mentalidad de Colombia. Antes solo íbamos a participar en un campeonato, ahora no. Llegamos con mentalidad de ganadoras, vamos por un objetivo. Estoy muy orgullosa por eso”.
Con la llegada de Rizola Colombia ha obtenido varios logros en el ámbito internacional. En los Juegos Suramericanos de Cochabamba 2017 ganó su primera medalla de oro; ese mismo año se llevó la presea dorada en la Copa Panamericana Sub-18, que se realizó en La Habana (Cuba), y en 2019 se quedó con la medalla de plata en los Juegos Panamericanos de Lima.
Colombia ha venido de menos a más en el voleibol femenino. Y si antes no se dieron los resultados, no fue por falta de talento, pues si algo reconocen las jugadoras y el cuerpo técnico es que en el país sobran habilidades para este deporte, pero ha faltado mayor compromiso para la consolidación de una liga local que potencie el proceso que se viene realizando a escala nacional. Sin embargo, eso empezó a cambiar con la creación de la Superliga Femenina.
A comienzos del año pasado, Rizola afirmó que “no podemos creer que el nivel de la selección, que es muy bueno, sea el del país, acá nos falta mucha masificación. Lo bueno es que ya estamos en el camino indicado, con un proceso bien respaldado por la dirigencia. Y en lo deportivo trabajamos con los técnicos colombianos de las selecciones sub-23, sub-20 y sub-18 para darles identidad a los equipos nacionales”.
Y en medio de las dificultades que trajo la pandemia, el Gobierno Nacional logró apoyar la creación de la Superliga de Voleibol Femenino en Colombia. En la gestión de Ernesto Lucena, el Ministerio del Deporte aportó $943 millones para la creación del torneo que, el año pasado, se hizo bajo una estricta burbuja y que dejó como campeón a Bolívar.
“Espero que la Superliga ayude a todos los deportistas, dirigentes y patrocinadores a entender que el deporte profesional debe ser desarrollado como inversión de empresas, que entiendan que el producto voleibol no es apenas un deporte, sino que tiene una gran función social y educativa . Genera oportunidad a jóvenes y profesionales de diferentes áreas. Lo que espero es que antes de criticar se piense en ayudar con sugerencias que sean buenas para todos. Para salir de la dependencia de financiación de los órganos públicos”, dijo Antonio Rizola, quien se ha comprometido para seguir apoyando el crecimiento del voleibol femenino en el país.
El trabajo del brasileño y de las 14 jugadoras que forman parte de la selección (todas juegan en clubes del exterior) se nota en los detalles. Por ejemplo, Margarita Martínez cuenta que “antes de cada partido miramos al rival, analizamos videos, viendo a cada jugadora, el estilo, qué táctica usar, después vamos al entrenamiento y revisamos la teoría de los videos, la practicamos”, demostrando así la preparación y la constancia que tiene todo el equipo para asumir con profesionalismo y con el compromiso que requiere representar al país en cada juego.
Coneo, quien recibió el reconocimiento como la mejor puntera del Suramericano, hizo énfasis en la importancia de conocerse con varias jugadoras, de la constancia y del respeto a un proceso que no solo ha consolidado un grupo, sino que ha construido una familia: “Vengo subiendo más que todo con las del 96, que son Yeisy Soto y Dayana Segovia, de mi categoría. A quienes conozco mucho más. Con ellas vengo desde el infantil, hace más de ocho años, eso nos ayuda, porque ya es un proceso en el que venimos nosotras tres, más las del 95, que serían Margarita, Camila y María Alejandra, que siempre hemos venido juntas, desde pequeñas. Entonces, eso también es de gran ayuda. No ha sido fácil porque muchas se han retirado, hemos sido muy fuertes, porque la verdad entrenar todo el tiempo voleibol, pues no es para todo el mundo. Es por el amor que le tenemos a nuestro país que lo hacemos y gracias a ese recorrido que hemos tenido, esto nos ha ayudado”.
Departamentos como Valle y Antioquia, que a lo largo de los años han sido sitios de origen de varios deportistas, han fortalecido su proceso de acompañamiento y formación en esta disciplina, no solamente comprometiéndose con el desarrollo del deporte, sino aportando a la competencia que poco a poco va cogiendo forma en el país. Así, con el apoyo que se dio el año pasado de parte del gobierno, y con la inclusión del voleibol femenino desde 2017 en el programa de solidaridad olímpica del Comité Olímpico Internacional, que brinda un apoyo especial como deporte de conjunto, se vislumbra un porvenir mucho más prometedor no únicamente para los logros que sueña Colombia, sino para que las jugadoras puedan vivir del oficio que eligieron.