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El Dream Team (equipo de ensueño) encabeza listados o aparece entre los primeros lugares de escuadras que marcaron un hito en alguno de los eventos deportivos de la historia. Especialistas y aficionados coinciden en que los extraordinarios jugadores estadounidenses que arrasaron con sus rivales en el camino hacia el oro olímpico en Barcelona 1992 lograron, además de la gloria de subirse a lo más alto del podio, imponer un nuevo orden del baloncesto y convertirse en leyendas de la cultura pop.
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Como en la mitología griega del Olimpo, los dioses del baloncesto también eran doce. Earvin Magic Johnson, Michael Jordan, Larry Bird, Charles Barkley, Scottie Pippen, Patrick Ewing, David Robinson, Karl Malone, Clyde Drexler, Chris Mullin, John Stockton y Christian Laettner llegaron a la ciudad catalana y se encontraron con una peregrinación de miles de fanáticos emocionados. Helicópteros, bocinas, gritos, aplausos y flashes. Los titulares ya comparaban la popularidad del equipo del entrenador Chuck Daly con la de los más destacados líderes políticos, estrellas de cine, grupos musicales como los Beatles e incluso el propio papa.
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Aunque el baloncesto nunca había sido uno de los deportes más destacados en las olimpiadas, Estados Unidos, como cuna de ese juego, se propuso dominarlas con sus quintetos universitarios. Sin embargo, Latinoamérica y Europa comenzaron a participar con profesionales acabando con el espíritu aficionado del certamen en especial la Unión Soviética que, en plena Guerra Fría, había obtenido el oro en las justas de Seúl 1988. La Fiba (Federación Internacional de Baloncesto) y la NBA (la liga profesional de EE. UU.) decidieron aprovechar la coyuntura para posicionarse y abrirle la puerta a sus deportistas de élite.
Desconocer la trascendencia que la NBA iba a tener fuera de su casa era tapar el sol con un dedo. Boris Stankovic, secretario general de la Fiba, lo sabía y llevaba años acercándose a David Stern, responsable de la liga norteamericana y de sus años maravillosos.
En 1992 llegaron a un acuerdo y el equipo estadounidense de baloncesto tendría la oportunidad de ser conocido en todo el planeta. Rod Thorne, la persona que reclutó a Michael Jordan en el draft de 1984 para los Bulls de Chicago, fue el encargado de hacer las llamadas para reunir a ese grupo de estrellas.
Las dos primeras fueron, por supuesto, al número 23 y a Magic Johnson, quien había hecho una pausa en su brillante carrera tras ser diagnosticado con el VIH.
Larry Bird, el jugador icónico de los Celtics de Boston, estaba al borde del retiro por una lesión en la espalda. Magic, su antítesis de los Lakers, tuvo que utilizar buena parte de su encanto para convencerlo de aceptar ser uno de los capitanes. Sería el crepúsculo de estas dos leyendas que rescataron, en sus mejores días, a la NBA. La dupla de los Jazz de Utah, el Cartero Malone y Stockton; el polémico Barkley; el gigante de los Knicks, Ewing; el atlético Drexler; la máquina de triples Mullin; el cristiano de los Spurs, Robinson; el talentoso Pippen y Laetnner, que había conducido a Duke al triunfo universitario de la NCAA, completarían el plantel.
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Chuck Daly, entrenador elegantísimo de los Pistons de Detroit, fue designado para lidiar con estos egos galácticos. Su mejor hombre de “Los chicos malos” (los campeones de la NBA en 1989 y 1990), Isiah Tomas, no fue convocado al ser señalado de poder romper la armonía de este conjunto. Sus roces con la mayoría de los escogidos, especialmente con Jordan, definieron su veto.
Una vez bautizado como Dream Team, concepto afortunado que salió de la redacción de Sports Illustrated, el grupo interrumpió sus vacaciones para comenzar un entrenamiento simbólico en Portland donde tendría que lograr su clasificación a los JJ. OO. en el Torneo de las Américas. La primera canasta oficial, contra Cuba, fue de Bird gracias a un pase mágico de Johnson. Allí, además de presentir lo que serían sus próximas semanas como dioses, los jugadores fueron reverenciados no solo por el público, sino también por sus oponentes que, antes, durante y después de los partidos, estrechaban sus manos, se tomaban fotos, les pedían autógrafos y rogaban intercambiar sus camisetas.
La Villa Olímpica de Barcelona quedó huérfana sin las divinidades del baloncesto, que por razones de seguridad y logística ocuparon el hotel Ambassador con sus familias y un séquito de asistentes y publicistas.
En la inauguración se mezclaron con más de nueve mil deportistas que le dieron la vuelta al estadio de Montjuic. Figuras como Carl Lewis, Derartu Tulu, Óscar de la Hoya, Alexander Popov y Pete Sampras, entre otros, se acercaron para tocarlos y comprobar que no eran visiones, que efectivamente estaban allí. En sus ratos libres la camaradería les alcanzaba a los integrantes del “Equipo Invencible” para jugar cartas, golf e incluso para dar un paseo por Las Ramblas.
El Dream Team, con un despliegue de fundamentos perfectos de baloncesto y una asombrosa capacidad atlética, castigó con más de cien puntos a Alemania, Brasil, España, Lituania y Puerto Rico, que no pudieron superar las setenta unidades. La paliza más fuerte la recibió Angola, mientras que el rival más digno fue Croacia, que tuvo que sufrirlo en la primera ronda y en la final, pese a los esfuerzos descomunales del gran Drazen Petrovic y de un joven Toni Kukoc, sus referentes.
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Aunque los mejores números en el torneo fueron para Barkley, los miles de asistentes al coliseo y los millones de televidentes seguirán recordando la sonrisa eterna de Magic y esa poesía en movimiento conocida como Air Jordan.
Un par de semanas antes de las justas, en un entrenamiento en Montecarlo, el equipo de ensueño jugaría su partido más memorable. El técnico Daly retó a Jordan y a Johnson a conformar sus respectivos quintetos. De repente, la práctica se convirtió en un duelo fratricida. Se enfrentaron con ímpetu como muchachos desafiándose en el barrio, en la escuela. Las clavadas, pases, triples y juegos de pies no tuvieron testigos en las gradas, solo la cámara de un coach. Sudaron como nunca. Tras la derrota, Magic le pasó la antorcha del liderazgo del plantel a Jordan, quien deshizo el empate. Fueron felices.
Es poco probable que íconos como estos vuelvan a reunirse. Diez de ellos hacen parte del Salón de la Fama, el máximo honor en el retiro. Generaciones de basquetbolistas de distintos rincones del mundo se inspiraron gracias a su epopeya. Después de ese verano el mundo del deporte nunca volvió a ser el mismo porque el mercadeo irrumpió con una fuerza descomunal.
Otras dinastías
Aunque Estados Unidos volvió a conformar grandes selecciones y ganó con comodidad cinco de las siguientes seis ediciones olímpicas, ninguno de sus quintetos volvió a generar la misma admiración de esa generación de 1992, considerada como la única verdaderamente invencible de la historia.
Algunos equipos profesionales también dejaron huella. Los Lakers de Minneapolis, por ejemplo, lograron cinco títulos de la NBA en seis temporadas, de la mano de George Mikan y el técnico John Kundla. Fueron el primer equipo en conseguir un threepeat (tres campeonatos seguidos) en 1952, 1953 y 1954.
Los Celtics de Boston ganaron 11 coronas entre 1957 y 1969, con el fantástico Red Auerbach en el banquillo y Bill Russell en la cancha, mientras que en los años 80 los Lakers de Los Ángeles, liderados por Pat Riley, Magic Johnson y Kareem Abdul-Jabbar se pusieron cinco anillos de campeones.
Michael Jordan, Scottie Pippen y Phil Jackson hicieron de la NBA una marca mundial con sus seis celebraciones en los 90, mientras que el mismo Jackson, pero con los Lakers de Shaquille O’Neil y Kobe Bryant, sumó tres títulos: los de 2000, 2001 y 2002. Después los californianos ganarían dos veces más, con Bryant al mando.
La última dinastía en la NBA es la de los Warriors de Golden State, que han jugado las últimas cinco finales de la liga, con tres victorias. Todas ante los Cavaliers de Cleveland. El quinteto de Oakland ha brillado de la mano del técnico Steve Kerr y las estrellas Stephen Curry, Klay Thompson y Kevin Durant.
*Texto publicado el 11 de mayo de 2020