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                                                                                                                                  De las sombras de Pete Rose a las luces de Fernando Valenzuela

                                                                                                                                  El comienzo de los play offs definitivos de las Grandes Ligas del Béisbol en los Estados Unidos estuvo salpicado por las noticias de las muertes de Pete Rose y Fernando Valenzuela, ocurridas el 30 de septiembre y el 23 de octubre respectivamente. Sus historias y sus logros en los campos de juego los convirtieron en leyendas, más allá de que Rose estuviera involucrado en diversos escándalos de apuestas, y de que ninguno de los dos hiciera parte del Salón de la Fama.

                                                                                                                                  Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                  Editor de Cultura
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                                                                                                                                  Foto: Getty Images
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Se enfrentaron en varias ocasiones, aunque en la más recordada por los aficionados ya Rose iba de salida y jugaba con el uniforme de Los Phillies de Filadelfia. Fue el 18 de mayo de 1981. Valenzuela era el pitcher de Los Dodgers y llevaba 10 partidos ganados desde su debut, el 15 de septiembre del 80, hasta que se le cruzó en el camino Filadelfia, con Rose y compañía. Zurdo, arriesgado y suspicaz, solía mirar hacia el cielo antes de comenzar el balancín rutinario para tomar impulso y enviar la pelota al home. No era tan rápido como los demás pitchers de la época, pero con su bola de “tirabuzón” y las curvas como de tira cómica que lograba, le alcanzaba y la sobraba para sacar outs y dejar a sus rivales parados y con el bate al hombro.

                                                                                                                                  Valenzuela quedó registrado para siempre en los anales del béisbol en el otoño de 1981, cuando salió a lanzar en la Serie Mundial ante los Yankees de Nueva York. Los Dodgers iban perdiendo dos juegos a cero, pero entonces apareció aquel zurdo muy mexicano, muy a contramano de los manuales y las instrucciones, muy de pueblo y de barrio y de potrero, y empezó a tirar strikes y a sacar outs para dejar estáticos a sus contrincantes, comenzando por Reggie Jackson y siguiendo por Dave Winfield. Lanzó las nueve entradas completas y llevó a su equipo a la primera victoria de aquella serie. A la postre, la ganó. Valenzuela se llevó el premio Cy Young al mejor pitcher de las Grandes Ligas y al novato del año.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Lejos de Los Ángeles, y unos años antes del esplendor de Fernando Valenzuela, quienes veían e imaginaban desde la lejanía a Pete Rose, aquellos que escuchaban por la radio sus actuaciones, que las leían al día siguiente en los periódicos o las oían por el murmullo infinito e indefinido de la gente, se fueron acostumbrando día tras día a que su nombre y su rostro de piel muy roja, ojos incisivos y nariz abultada significara pasión, carácter, entrega, disciplina, barbaridad, imposible, y hits, robos de base, atrapadas de leyenda, inauditas zambullidas, certeros y casi siempre mágicos lanzamientos a las almohadillas y un infinito etcétera de sucesos e imágenes que fueron quedando en el acumulado de la memoria del béisbol.

                                                                                                                                  Más allá de lo que dijeran sus detractores, de las pruebas que mostraran las autoridades y los investigadores comprobando que había apostado en los años 80 y 90 a favor de sus equipos, del interés de los puristas de borrarlo de todas y de cada una de las placas en las que habían inscrito su nombre, y de que las directivas del béisbol aseguraran que su nombre jamás haría parte de los exaltados al Salón de la Fama, Rose seguía en la historia. Era la historia, que lo ubicaba al lado de Ty Cobb, de Ben Johnson, de Carlos Monzón y de Benny ‘Kid’ Paret, entre otros, como uno de los grandes villanos odiados y odiables para el supuesto mundo perfecto del deporte, pero también y a la fuerza, junto a Babe Ruth y Willy Mays, a Jesse Owen y Rocky Marciano y los  héroes de todas las películas.

                                                                                                                                  Las sanciones no lograron que Pete Rose pasara al olvido. El pasado 30 de septiembre, cuando se dio a conocer la noticia de su muerte en Las Vegas, los periodistas y los fanáticos, los historiadores y los memoriosos hablaron una vez más de sus legendarios récords, vigentes aún: 4256 hits, 3562 partidos jugados, 15.053 turnos al bate.  Recordaron a los viejos y legendarios Rojos de Cincinnati, que de la nada y de su mano y su temperamento, llegaron al todo. Fueron campeones de la Serie Mundial de béisbol en 1975 y 1976 al derrotar a los Medias Rojas de Boston y a los Yankees de Nueva York. Pete Rose, tercera base, jardinero y lo que se necesitara en aquella novena, fue el referente. Por eso, y en voz muy baja, más de un hincha y de un comentarista dijeron que había sido “el béisbol” de los 70 y 80.

                                                                                                                                  🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador

                                                                                                                                  Pete Rose (izq.) y Fernando Valenzuela (der.), estrellas del béisbol mundial.
                                                                                                                                  Foto: Getty Images
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Se enfrentaron en varias ocasiones, aunque en la más recordada por los aficionados ya Rose iba de salida y jugaba con el uniforme de Los Phillies de Filadelfia. Fue el 18 de mayo de 1981. Valenzuela era el pitcher de Los Dodgers y llevaba 10 partidos ganados desde su debut, el 15 de septiembre del 80, hasta que se le cruzó en el camino Filadelfia, con Rose y compañía. Zurdo, arriesgado y suspicaz, solía mirar hacia el cielo antes de comenzar el balancín rutinario para tomar impulso y enviar la pelota al home. No era tan rápido como los demás pitchers de la época, pero con su bola de “tirabuzón” y las curvas como de tira cómica que lograba, le alcanzaba y la sobraba para sacar outs y dejar a sus rivales parados y con el bate al hombro.

                                                                                                                                  Valenzuela quedó registrado para siempre en los anales del béisbol en el otoño de 1981, cuando salió a lanzar en la Serie Mundial ante los Yankees de Nueva York. Los Dodgers iban perdiendo dos juegos a cero, pero entonces apareció aquel zurdo muy mexicano, muy a contramano de los manuales y las instrucciones, muy de pueblo y de barrio y de potrero, y empezó a tirar strikes y a sacar outs para dejar estáticos a sus contrincantes, comenzando por Reggie Jackson y siguiendo por Dave Winfield. Lanzó las nueve entradas completas y llevó a su equipo a la primera victoria de aquella serie. A la postre, la ganó. Valenzuela se llevó el premio Cy Young al mejor pitcher de las Grandes Ligas y al novato del año.

                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  Lejos de Los Ángeles, y unos años antes del esplendor de Fernando Valenzuela, quienes veían e imaginaban desde la lejanía a Pete Rose, aquellos que escuchaban por la radio sus actuaciones, que las leían al día siguiente en los periódicos o las oían por el murmullo infinito e indefinido de la gente, se fueron acostumbrando día tras día a que su nombre y su rostro de piel muy roja, ojos incisivos y nariz abultada significara pasión, carácter, entrega, disciplina, barbaridad, imposible, y hits, robos de base, atrapadas de leyenda, inauditas zambullidas, certeros y casi siempre mágicos lanzamientos a las almohadillas y un infinito etcétera de sucesos e imágenes que fueron quedando en el acumulado de la memoria del béisbol.

                                                                                                                                  Más allá de lo que dijeran sus detractores, de las pruebas que mostraran las autoridades y los investigadores comprobando que había apostado en los años 80 y 90 a favor de sus equipos, del interés de los puristas de borrarlo de todas y de cada una de las placas en las que habían inscrito su nombre, y de que las directivas del béisbol aseguraran que su nombre jamás haría parte de los exaltados al Salón de la Fama, Rose seguía en la historia. Era la historia, que lo ubicaba al lado de Ty Cobb, de Ben Johnson, de Carlos Monzón y de Benny ‘Kid’ Paret, entre otros, como uno de los grandes villanos odiados y odiables para el supuesto mundo perfecto del deporte, pero también y a la fuerza, junto a Babe Ruth y Willy Mays, a Jesse Owen y Rocky Marciano y los  héroes de todas las películas.

                                                                                                                                  Las sanciones no lograron que Pete Rose pasara al olvido. El pasado 30 de septiembre, cuando se dio a conocer la noticia de su muerte en Las Vegas, los periodistas y los fanáticos, los historiadores y los memoriosos hablaron una vez más de sus legendarios récords, vigentes aún: 4256 hits, 3562 partidos jugados, 15.053 turnos al bate.  Recordaron a los viejos y legendarios Rojos de Cincinnati, que de la nada y de su mano y su temperamento, llegaron al todo. Fueron campeones de la Serie Mundial de béisbol en 1975 y 1976 al derrotar a los Medias Rojas de Boston y a los Yankees de Nueva York. Pete Rose, tercera base, jardinero y lo que se necesitara en aquella novena, fue el referente. Por eso, y en voz muy baja, más de un hincha y de un comentarista dijeron que había sido “el béisbol” de los 70 y 80.

                                                                                                                                  🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador

                                                                                                                                  Por Fernando Araújo Vélez

                                                                                                                                  De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com
                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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