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                                                                                                                                De los Juegos de Río a la eutanasia: la última carrera de Marieke Vervoort

                                                                                                                                La atleta belga se despedirá del deporte en los Paralímpicos de Río y ya ha firmado los papeles para someterse a la eutanasia.

                                                                                                                                Álvaro Sánchez López / El País

                                                                                                                                Marieke Vervoort, atleta paralímpica. / AFP
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gafas de sol y cronómetro al cuello, Rudi Voels, de 52 años, está habituado a mandar sobre el tartán. Es uno de los técnicos más reputados de Bélgica y sabe lo que es ganar una medalla olímpica como responsable del equipo de relevos en Pekín 2008. Marieke es la única atleta paralímpica a la que prepara. "Nunca quiere perderse un entreno. A veces viene con mucho dolor y la obligo a irse a casa". Mientras su pupila se alista para empezar, dirige las pausas y arrancadas de varios velocistas en uno de los solitarios días de calor del verano belga. "El miércoles pasado entrenamos con tormenta", contrapone Marieke antes de comenzar. Eddy Peeters, el amigo que le hace de chófer y que en cada entreno se convierte también en su fotógrafo, la levanta de su silla de ruedas y la sienta en la de competición, la máquina de dos ruedas traseras y una delantera que deberá hacer girar más rápido que el resto para subir al podio olímpico. "Believe you can" —"Confía en que puedes"— se lee en una inscripción en la parte de atrás.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Una hora después el ejercicio termina. Conversa con el técnico en flamenco, el idioma de ambos, y este se inclina para despedirla con un beso en la mejilla. Marieke se marcha 12 días a una concentración en Lanzarote para preparar los Juegos y quizá no vuelvan a verse hasta después de Río. Como complemento al entrenamiento en la pista dedica tres días a la semana al gimnasio. "¡Aquí mucho y aquí nada!", bromea entre risas sacando músculo y moviendo la mano del bíceps al pecho.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Su vida no siempre fue así. Todo empezó con una dolorosa inflamación en un pie a los 14 años. Problemas que se extienden a las rodillas. A los 20 ya depende de una silla de ruedas y decide abandonar sus estudios. Quería enseñar. Ser profesora de guardería. En medio, operaciones sin resultado y la angustia del que ve como su cuerpo pierde facultades sin saber lo que tiene. El incierto diagnóstico habla de una enfermedad degenerativa incurable. Antes de eso, era una niña activa. "Siempre quería jugar con los chicos y subir a los árboles", recuerda Joseph, su padre, que vivió junto a ella el peregrinaje de hospital en hospital en busca de respuestas. El deporte era en sus primeros años una actividad cotidiana en la piscina, sobre las dos ruedas de una bicicleta o en combates de jiu-jitsu, donde llegó a cinturón marrón. La pérdida de movilidad en el tren inferior aceleró su dedicación empezando por el baloncesto en silla de ruedas y el triatlón hasta llegar al atletismo. Las medallas de Londres, su momento cumbre. "Fue muy especial verlo y poder decir: ¡es mi hija!", afirma Joseph, que estuvo entre el público y repetirá en la grada en Río.

                                                                                                                                Liliane Christiaens, ya jubilada, le regaló a su marido —Peeters, el hombre que ejerce de chófer, ayudante y fotógrafo— el libro que Marieke publicó sobre su experiencia vital y como deportista. Después lo leyó ella. Un día, hace tres años, se acercaron a saludarla al acabar una competición y le pidieron que se lo firmara. La amistad floreció con naturalidad. "Siempre decimos que hay dos Mariekes", explica. "Una que está feliz haciendo deporte y rodeada de gente y otra que sufre en casa". Como las hormigas recolectan alimento para el invierno, Christiaens colecciona recuerdos para cuando la voz de su amiga deje de estar disponible al otro lado del teléfono y ya no sea necesario llevarla a entrenar. "Hemos compartido muchos momentos. Y estamos guardándolos en la memoria para que nos ayuden cuando se vaya".

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Todos aceptan su decisión. Nadie trata de convencerla de que cambie de idea. Bélgica es el país del mundo con las leyes sobre eutanasia más permisivas. Cinco personas deciden morir allí cada día por este método e incluso los menores de edad pueden acabar con su vida si cuentan con el consentimiento de sus padres y un informe psiquiátrico que lo avale. Eso no significa que sea un rápido trámite administrativo. Para poder estampar su rúbrica en el documento que protege su derecho a morir, Marieke tuvo que convencer a un psiquiatra de que su decisión no respondía a un estado de ánimo puntual y probar a tres médicos diferentes que los dolores son tan intensos que no puede vivir con ellos y no hay ninguna esperanza de mejorar.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La certitud de poder elegir el momento del adiós ha sido un estímulo para seguir su vida sin la inquietud de pensar en el suicidio. Antes de lograr la autorización para la eutanasia en su cabeza solo estaba el final. El doloroso proceso que tendría que atravesar hasta la muerte. Ahora es diferente. "Cuando quiera puedo coger mis papeles y decir ¡es suficiente! Quiero morir. Me da tranquilidad cuando tengo mucho dolor. No quiero vivir como un vegetal". El miedo no ha desaparecido del todo. Se asusta cuando el diafragma le duele, no puede respirar y los labios adquieren un tono azulado. Entonces marca un número de teléfono y una amiga le hace compañía. Si es más grave, pulsa el botón que avisa a una enfermera. "La gente siempre me ve sonriendo y haciendo deporte, pero no ve lo que pasa cuando estoy en casa". De nuevo las dos Mariekes.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Para el momento final debe decidir si quiere estar sola o acompañada en el instante en que un médico le coloque la inyección. "Te duermes lentamente y no te vuelves a despertar nunca", describe. No aguarda nada más allá. No es creyente. No después de lo que ha pasado. Tiene todo planeado. Espera que sus padres y dos amigos tengan fuerzas para estar junto a la camilla. Ha dejado una carta para que la lean cuando su corazón deje de latir y quiere una celebración alegre, con músicos. Luego desea ser incinerada. "Quiero que lancen mis cenizas en Lanzarote, donde la lava se une con el mar. Un lugar que me transmite paz y tranquilidad. Quiero terminar allí".

                                                                                                                                Marieke Vervoort, atleta paralímpica. / AFP
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gafas de sol y cronómetro al cuello, Rudi Voels, de 52 años, está habituado a mandar sobre el tartán. Es uno de los técnicos más reputados de Bélgica y sabe lo que es ganar una medalla olímpica como responsable del equipo de relevos en Pekín 2008. Marieke es la única atleta paralímpica a la que prepara. "Nunca quiere perderse un entreno. A veces viene con mucho dolor y la obligo a irse a casa". Mientras su pupila se alista para empezar, dirige las pausas y arrancadas de varios velocistas en uno de los solitarios días de calor del verano belga. "El miércoles pasado entrenamos con tormenta", contrapone Marieke antes de comenzar. Eddy Peeters, el amigo que le hace de chófer y que en cada entreno se convierte también en su fotógrafo, la levanta de su silla de ruedas y la sienta en la de competición, la máquina de dos ruedas traseras y una delantera que deberá hacer girar más rápido que el resto para subir al podio olímpico. "Believe you can" —"Confía en que puedes"— se lee en una inscripción en la parte de atrás.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Una hora después el ejercicio termina. Conversa con el técnico en flamenco, el idioma de ambos, y este se inclina para despedirla con un beso en la mejilla. Marieke se marcha 12 días a una concentración en Lanzarote para preparar los Juegos y quizá no vuelvan a verse hasta después de Río. Como complemento al entrenamiento en la pista dedica tres días a la semana al gimnasio. "¡Aquí mucho y aquí nada!", bromea entre risas sacando músculo y moviendo la mano del bíceps al pecho.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Su vida no siempre fue así. Todo empezó con una dolorosa inflamación en un pie a los 14 años. Problemas que se extienden a las rodillas. A los 20 ya depende de una silla de ruedas y decide abandonar sus estudios. Quería enseñar. Ser profesora de guardería. En medio, operaciones sin resultado y la angustia del que ve como su cuerpo pierde facultades sin saber lo que tiene. El incierto diagnóstico habla de una enfermedad degenerativa incurable. Antes de eso, era una niña activa. "Siempre quería jugar con los chicos y subir a los árboles", recuerda Joseph, su padre, que vivió junto a ella el peregrinaje de hospital en hospital en busca de respuestas. El deporte era en sus primeros años una actividad cotidiana en la piscina, sobre las dos ruedas de una bicicleta o en combates de jiu-jitsu, donde llegó a cinturón marrón. La pérdida de movilidad en el tren inferior aceleró su dedicación empezando por el baloncesto en silla de ruedas y el triatlón hasta llegar al atletismo. Las medallas de Londres, su momento cumbre. "Fue muy especial verlo y poder decir: ¡es mi hija!", afirma Joseph, que estuvo entre el público y repetirá en la grada en Río.

                                                                                                                                Liliane Christiaens, ya jubilada, le regaló a su marido —Peeters, el hombre que ejerce de chófer, ayudante y fotógrafo— el libro que Marieke publicó sobre su experiencia vital y como deportista. Después lo leyó ella. Un día, hace tres años, se acercaron a saludarla al acabar una competición y le pidieron que se lo firmara. La amistad floreció con naturalidad. "Siempre decimos que hay dos Mariekes", explica. "Una que está feliz haciendo deporte y rodeada de gente y otra que sufre en casa". Como las hormigas recolectan alimento para el invierno, Christiaens colecciona recuerdos para cuando la voz de su amiga deje de estar disponible al otro lado del teléfono y ya no sea necesario llevarla a entrenar. "Hemos compartido muchos momentos. Y estamos guardándolos en la memoria para que nos ayuden cuando se vaya".

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La certitud de poder elegir el momento del adiós ha sido un estímulo para seguir su vida sin la inquietud de pensar en el suicidio. Antes de lograr la autorización para la eutanasia en su cabeza solo estaba el final. El doloroso proceso que tendría que atravesar hasta la muerte. Ahora es diferente. "Cuando quiera puedo coger mis papeles y decir ¡es suficiente! Quiero morir. Me da tranquilidad cuando tengo mucho dolor. No quiero vivir como un vegetal". El miedo no ha desaparecido del todo. Se asusta cuando el diafragma le duele, no puede respirar y los labios adquieren un tono azulado. Entonces marca un número de teléfono y una amiga le hace compañía. Si es más grave, pulsa el botón que avisa a una enfermera. "La gente siempre me ve sonriendo y haciendo deporte, pero no ve lo que pasa cuando estoy en casa". De nuevo las dos Mariekes.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Para el momento final debe decidir si quiere estar sola o acompañada en el instante en que un médico le coloque la inyección. "Te duermes lentamente y no te vuelves a despertar nunca", describe. No aguarda nada más allá. No es creyente. No después de lo que ha pasado. Tiene todo planeado. Espera que sus padres y dos amigos tengan fuerzas para estar junto a la camilla. Ha dejado una carta para que la lean cuando su corazón deje de latir y quiere una celebración alegre, con músicos. Luego desea ser incinerada. "Quiero que lancen mis cenizas en Lanzarote, donde la lava se une con el mar. Un lugar que me transmite paz y tranquilidad. Quiero terminar allí".

                                                                                                                                Por Álvaro Sánchez López / El País

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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