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A las Olimpiadas de Múnich 1972 Martín Emilio Cochise Rodríguez llegaba como máximo candidato para ganar una medalla de oro en ciclismo de pista. Campeón mundial de los 4.000 metros en Varese (Italia) y dueño del récord de la hora en la Ciudad de México, sus pergaminos. Y fue ahí, en esa prueba en suelo azteca, en la que un compatriota le jugó una mala pasada.
Benotto, eso decía la camiseta que lucía Cochise en un entrenamiento, haciendo alusión a la casa italiana fabricante de bicicletas. Una fotografía que mandó le bastó a un barranquillero llamado Édgar Senior para sacar al deportista del momento de Colombia de las Olimpiadas, que por esos tiempos estaban reservadas para atletas “aficionados”, que no tenían ningún tipo de patrocinio. Con comillas, porque a esas alturas la regla ya no se cumplía en el sentido estricto de la palabra. Y así, el Comité Olímpico Internacional excluyó al antioqueño de las justas. Bien dijo Cochise: “En Colombia se muere más la gente de envidia que de cáncer”. El país tuvo que esperar 28 años más para festejar su primera medalla de oro, que llegó por cuenta de la pesista María Isabel Urrutia, en Sídney 2000.
Porque esos fueron los valores que quiso cultivar el barón Pierre de Coubertain, fundador de los Juegos Olímpicos modernos: el competir por el honor, de manera desinteresada. Un caballero no tiene por qué buscar dinero por su desempeño dentro de una competencia. Pero detrás de ese gran espíritu de desprendimiento también había una especie de discriminación: solo los caballeros podían darse el lujo de dejar sus trabajos y ser amateurs. ¿Y los que no? No eran bienvenidos en los juegos. Cualquier ingreso de dinero, por más desdeñable que fuera, estaba prohibido.
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Jim Thorpe nació con su hermano gemelo en un rancho humilde en Oklahoma, pero Charlie murió cuando tenía nueve años por una neumonía. Thorpe entró en depresión. Y un par de años después falleció su madre por secuelas del parto. Se hundió, el deporte fue su refugio. Y así, en los Olímpicos de Estocolmo de 1912, ganó las medallas de oro en pentatlón y decatlón. Uno de los atletas más completos y versátiles de todos los tiempos. El rey Gustavo V de Suecia, perplejo, lo miró a los ojos, le estrechó la mano y le dijo: “Usted, señor, es el mejor atleta del planeta”.
Un año duró su fama... se filtró que Thorpe jugó béisbol de manera semiprofesional cuando fue adolescente. US$2 diarios, nada más. A los entes rectores no les importó: le quitaron sus medallas, lo expulsaron de cualquier futura competencia, lo humillaron, lo olvidaron. En esa picota pública descubrió un nuevo deporte que se estaba haciendo popular en una competencia que hoy lleva el nombre de la NFL.
Thorpe falleció solo y sin un peso en 1953. Treinta años después de su muerte, cuando las mentes ya se estaban abriendo, dos de sus hijos recibieron una medalla olímpica conmemorativa a las hazañas de su padre, uno de los grandes atletas de la historia.
Paavo Nurmi, el “Finlandés Volador”, especialista en las pruebas de media y larga distancia, pasó por los mismos látigos. Un año antes de los Olímpicos de Los Ángeles de 1932, supuestamente, porque nunca hubo pruebas, tampoco las pidieron, Nurmi recibió entre US$300 y US$500 por participar en una carrera en Alemania. Y le despojaron los nueve oros olímpicos que había conseguido en las tres justas anteriores. Se dice mucho que Michael Phelps es el único atleta de estos tiempos en ganar nueve metales dorados, pues Nurmi fue el primero.
Y justamente por ese radicalismo visceral se firmó el divorcio con el fútbol que derivó en el nacimiento de la Copa del Mundo. Tras los éxitos económicos de grandes proporciones en los Juegos de París 1924, las asociaciones de fútbol pidieron una pequeña porción de dinero para pagar los viajes de un continente a otro y el alojamiento de sus futbolistas, nada más. La respuesta fue un no rotundo. Tan brusco que los ingleses decidieron no participar en los Olímpicos de 1928. Tan tajante que en los de 1932 no se jugó a la pelota.
Tras varias décadas de lucha, en los Olímpicos de Seúl de 1988 se empezó a abrir el grifo con el tenis. Todas las seperestrellas de la ATP y WTA pudieron participar. Y fue allí que la alemana Steffi Graf se convirtió en el único tenista, femenino o masculino, capaz de ganar los cuatro Grand Slam y el oro olímpico en un mismo año.
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Cuatro años después el cambio de chip era irrefutable: los juegos recibieron a atletas profesionales. Una delegación mundial liderada por el grosero Dream Team de baloncesto de Estados Unidos, tal vez el equipo con más estrellas reunidas de la historia. Michael Jordan, Magic Johnson, Larry Bird, Charles Barkley, Karl Malone, John Stockton, Pat Ewing, Chris Mullin, Clyde Drexler, David Robinson, Scottie Pippen, Christian Laettner... pfff.
Fue el comienzo de una nueva era en el deporte, que conservó su magia, pero atrajo incluso a más espectadores en todo el mundo. También tuvo más argumentos para defender la empedrada lucha contra el dopaje de atletas que no eran profesionales.
Aunque la Villa Olímpica hoy admite superestrellas, el esfuerzo por mantener el espíritu de Pierre de Coubertain perdura: los atletas no reciben ningún dinero por sus logros olímpicos, más allá del que las federaciones de cada país decidan entregarles. Ninguna indumentaria lleva publicidad. Pero los US$2 diarios de Jim Thorpe fueron los más caros que ha tenido que pagar el deporte.
Por: Thomas Blanco- @thomblalin