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No ha sido un año sencillo para Ding Liren. Desde que obtuvo el título de campeón del mundo en 2023, todo ha empeorado: su salud, su ánimo, su sonrisa y su juego. Cuando derrotó a Yan Nepómniashchi, el mundo apenas si pudo creerlo. El ruso venía de luchar contra Magnus Carlsen un año atrás, y el mal sabor de boca que le había generado aquella desproporcionada derrota y su mal carácter lo convertían en el retador definitivo. Pero el chino no titubeó ni un segundo ante su enemigo; no lo miró a la cara, ni lo determinó, ni advirtió sus expresiones iracundas. Se mandó a su cuello con alevosía y aseguró el título con una jugada maestra y atrevida.
De todas formas, ser el campeón del mundo de ajedrez número 21 en la historia no le arregló la vida, ni le solucionó los problemas a Ding, que ha tenido que soportar las voces que lo acosan por todos lados desde entonces. La gente no ha parado de decir que Carlsen es el que más merece el título. Los expertos se volcaron en su contra y las paredes le gritan insultos constantes, al menos, dentro de su cabeza. La presión y el peso de la corona fueron demasiado para él, aunque las voces, y los gritos, y las miradas acusatorias no sean ni congruentes ni válidas. Magnus, al renunciar al título, aun siendo el mejor, perdió todo mérito y propósito.
El Campeonato del Mundo FIDE 2024 decidirá si Ding asegura la corona o si Gukesh Dommaraju se convertirá en el nuevo rey del ajedrez. Todo se definirá en una partida a 14 juegos a ritmo clásico, es decir, que cada jugador contará con 120 minutos, y que cada uno, de superar las 40 jugadas, recibirá 30 minutos de tiempo adicional, con 30 segundos de incremento por jugada a partir de ese punto. El primero en alcanzar 7 puntos y medio será proclamado campeón, y las tablas de mutuo acuerdo solo serán aprobadas, en las partidas, luego de superada la barrera antes mencionada.
Algunos llegaron a pensar que este duelo por el Campeonato del Mundo sería aburrido, pero Ding, con sus ataques, demostró que esa idea estaba errada. Él se ha encargado de proponer, sobre el tablero, que todo esto sea tomado como un duelo a muerte. Suena exagerado, pero no es más que una metáfora sobre otra. El ajedrez es un duelo de estrategia; es como comandar un ejército, como mandar a millones de hombres y mujeres a la guerra, armados solo con pequeños escudos de madera y dispuestos a hacer todo lo que se les ordene, sin apelar o contradecir a quien, con nerviosismo y duda, las mueve sobre el campo.
La previa
Ding Liren llegó muy puntual a la rueda de prensa, con su traje azul, elegante, y las manos metidas en los bolsillos. Pero había algo diferente en él, algo que no cuadraba con su pobre imagen reciente. Muy diferente a su usual desesperación y al aspecto cetrino que ha venido mostrando en los últimos 359 días, porque hacía 360 jornadas que no ganaba una partida a ritmo clásico, hasta hoy.
Algo en él cambió. Una pequeña sonrisa, divertida, alumbró su cara en todo momento, mientras que el rostro de Gukesh Dommaraju, el retador más joven de la historia, y que podría ser, por ende, el campeón más joven jamás concebido, se mostró siempre nervioso y fuera de lugar.
El primer duelo
La partida jugada en Singapur empezó demasiado temprano para los fanáticos latinoamericanos, pero Ding y Gukesh poco pensaron en ellos. Sus cabezas estaban por completo absortas en lo que vendría después de la primera jugada: en los lamentos, las recriminaciones y en la presión de los millones de ojos que los estarían juzgando. Gukesh manejó las piezas blancas y Ding las negras, pero eso no marcó una diferencia real, no para el campeón, que no pensó en ningún momento en el color de sus piezas, sino en el deseo de crear caos en el tablero.
Es la primera vez en 138 años de historia del Campeonato del Mundo que dos jugadores provenientes de Asia juegan el duelo definitivo. “Hoy he pasado casi toda la partida sentado frente al tablero, no escondiéndome en la sala privada como ocurrió la última vez durante la primera partida. Esto es algo completamente nuevo para mí; no creo que la última vez estuviese tan concentrado”, dijo el chino en la rueda de prensa posterior a la partida, orgulloso del resultado.
El campeón de ajedrez más joven de China se mostró imperturbable en la primera contienda, y Gukesh no pudo romper esa barrera de seguridad. El chino jugó una defensa francesa, apertura que no usaba desde el Campeonato del Mundo U10, en el que resultó segundo. Sin duda, el movimiento más disruptivo fue el que ejecutó en el turno número 7, luego de que Gukesh jugara c3, algo para nada novedoso ni dramático.
La posición, tan normal, tan estudiada, no debió significar un reto para el Campeón del Mundo. Y fue eso lo que hizo que la jugada fuera tan especial. En aquella posición, tan normal y conocida, el Gran Maestro chino se tomó 28 minutos para pensar, estático, en su silla, sin mover ni un dedo. Contestó a5, tratando de someter el ala de dama de las blancas, y funcionó.
“Tenía que decidir si jugar las líneas que ya conocía, pero que tal vez no conocía en profundidad, o si necesitaba emplear alguna idea nueva, y elegí lo último”, aseguró Liren tras ganar, sonriente. Luego de aquella jugada tortuosa y definitiva, el chino no le cedió más tiempo a su oponente, que no supo cómo responder ante la constante presión.
El indio cometió algunas imprecisiones que luego fueron imposibles de sepultar y, al final, con dos peones de menos y con uno de los peones extras de Ding a punto de coronar, decidió rendirse, llevándose las manos a la cabeza, con apenas un segundo restante en su reloj.
Esto, sin embargo, es solo el principio. El 26 de noviembre nos espera la segunda partida del match.
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