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Nuevo campeón mundial de ajedrez, el más joven de la historia

Dommaraju Gukesh venció a Ding Liren en la última partida a ritmo clásico por el Campeonato Mundial de Ajedrez y le devolvió la corona a la India.

Juan Diego Forero Vélez
13 de diciembre de 2024 - 10:13 p. m.
Dommaraju Gukesh celebra tras consagrarse campeón mundial de ajedrez.
Dommaraju Gukesh celebra tras consagrarse campeón mundial de ajedrez.
Foto: EFE - HOW HWEE YOUNG
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La conferencia de prensa debió haber sido cancelada. El rostro de Ding Liren estaba destruido por lo sucedido apenas unos minutos antes. Cetrino, acabado y cadavérico; y su cuerpo estaba desgonzado en el asiento como una mole de grasa inerte, presente pero en otro lugar, perdido en su mente.

Mientras que su asesino, Dommaraju Gukesh, el sonriente campeón, estaba desbordado por una alegría mal disimulada. Ni siquiera podía creerlo. Tenía los ojos rojos, repletos de lágrimas, a punto de salir disparadas, y las manos temblorosas y erráticas.

La conferencia de prensa debió ser ilegal, debió posponerse. Los jugadores no estaban preparados, ninguno de los dos. Ding salió corriendo a la mínima oportunidad, luego de darle la mano a su sucesor, casi sin mirarlo; y Gukesh, aunque trató de ser políticamente correcto, demostró que lo que realmente quería hacer era saltar en un pie y alzar los brazos al cielo en señal de triunfo.

“Para mi Ding Liren fue un excelente campeón del mundo. Aunque no estaba al cien por ciento físicamente, dio todo en cada batalla. No habría sido posible sin él. Sé que muchos jugadores quisieran estar aquí, es algo indescriptible”, aseguró Gukesh. “Le agradezco a Dios, y a todos los que han estado a mi lado”, dijo, a punto de llorar, con una sonrisa más que merecida y una actitud humilde y complaciente, sentado junto al fantasma de Ding.

El plano general de la conferencia de prensa era doloroso. Obligaba a ver la silla vacía del chino, del excampeón, en la que permaneció por unos muy fugaces y moribundos minutos, con sus ropas roídas y el rostro desordenado por la derrota; pero el show debía continuar. “Cuando Magnus Carlsen ganó el campeonato, me dije, en casa, quiero ser yo quien traiga el título de nuevo a la India”, confesó el campeón, orgulloso; el segundo indio en proclamarse campeón del mundo a parte de Viswanathan Anand, que perdió el título contra el noruego en 2013.

La derrota, tan pura y simple, golpeó a Ding Liren con mucha rapidez. El chino esperó a que Dommaraju se acercara cuando entendió que todo estaba perdido, cuando el rey negro se acercó a sus peones para protegerlos, pero su entendimiento no alivianó su dolor ni un ápice. Fue torturado durante los interminables segundos que permaneció atado a su silla.

Y cuando por fin le dio la mano a su joven contrincante, se levantó del puesto y lo dejó solo, para que celebrara a su gusto. El indio, incrédulo, se deshizo en lágrimas de felicidad. Marcó la jugada con displicencia y nerviosismo en el papel; vulnerable por primera vez desde que el match empezó, y organizó las fichas, tal como siempre lo hace, gane o pierda, mientras veía el tablero a medias, a través de una capa gruesa de lágrimas saladas.

“Estuve así de emocional porque no esperaba poder ganar esa partida, en esa posición. Se me pasó por la cabeza la posibilidad de que jugáramos 6 horas y de que todo terminara en tablas, pero cuando vi su movimiento, me permití pensar en ganar”, afirmó, en respuesta a la pregunta de uno de los periodistas, ya más relajado y cómodo, en su trono.

Te2 fue la jugada definitiva. Un error grosero, quizá el peor en un Campeonato del Mundo, pero humano, porque los grandes maestros también lo son. Ding Liren jugó desde el principio de la última partida a conseguir las tablas, algo que otros grandes maestros le criticaron durante toda el campeonato, pero algo que el chino no escondió nunca, ni de lo que se sintió avergonzado.

Sin embargo, Gukesh lo presionó todo el tiempo, en la última contienda. Evitó todo el tiempo el cambio de damas, hasta el final, y huyó de la simplificación casi como una filosofía inquebrantable. Así que, Te2, no fue del todo un error infantil, no nació de la nada, no fue fruto de la casualidad, fue gracias al 99.8 por ciento de precisión del indio, a su obstinación psicorrígida.

“¿A quién quisieras enfrentarte para sostener el campeonato del mundo?”, preguntó un periodista, interrumpiendo la felicidad del campeón más joven de la historia, con 18 años. El campeón mundial de ajedrez número décimo octavo. “faltan dos años para eso, ahora solo quiero disfrutar el momento”, respondió, no sin desaprovechar la oportunidad para agradecer de nuevo a quienes lo han apoyado.

“Sin algunos amigos de mis padres no habría podido jugar ajedrez. Ellos me patrocinaron cuando no había dinero. Ha sido un sacrificio gigante de mi equipo, mis padres y amigos, el que yo esté hoy aquí. Mi carrera acaba de empezar, quiero tener una muy larga. Conseguir el campeonato del mundo no significa que soy el mejor jugador, ese es Magnus (...) Me encantaría enfrentarme contra él en un campeonato del mundo. Es el máximo desafío que hay en el ajedrez”, afirmó muy serio, frente a las cámaras y las luces.

La conferencia de prensa debió ser ilegal, no debió darse, porque después de la quinta pregunta el campeón ya no podía esconder su ansiedad. No quería estar allí ni responder a las preguntas. No tenía palabras, ni encontraba una forma ingeniosa de satisfacer el deseo de los periodistas, que esperaban respuestas extravagantes.

Aunque siempre se mostró amable y cordial, en el fondo se notaba que necesitaba un descanso, que necesitaba celebrar. “Tuve problemas para dormir durante el torneo, mi psicólogo me ayudó mucho, pero esta noche, esta noche no dormiré”, aseguró con una sonrisa nerviosa en el rostro, tras 1 hora de preguntas, sin pausas, el actual campeón del mundo de ajedrez.

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Por Juan Diego Forero Vélez

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