Dos años sin Kobe Bryant: el legado de la ‘Mamba negra’
Se cumple el aniversario de la muerte de una de las leyendas contemporáneas más grandes de la NBA. Sus orígenes, sus sombras, su impacto y lo que pasó después del accidente aéreo que terminó con su vida, la de su hija Gianna Bryant y las de otras nueve víctimas.
Fernando Camilo Garzón
Kobe Bryant fue un ícono. Uno de los jugadores más influyentes en la historia de la NBA. Su impacto, en cientos de miles de jóvenes basquetbolistas que soñaron con ser como la Mamba Negra, es incuantificable.
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Kobe Bryant fue un ícono. Uno de los jugadores más influyentes en la historia de la NBA. Su impacto, en cientos de miles de jóvenes basquetbolistas que soñaron con ser como la Mamba Negra, es incuantificable.
Llegó casi al tamaño de su ídolo más grande: Michael Jordan. Ese al que vio mientras crecía, con la pelota naranja en sus manos, dominando al mundo. El jugador al que quiso emular durante toda su carrera y que al final se convirtió en uno de sus amigos más cercanos.
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Y no era fácil porque, desde que empezó, la prensa y los aficionados no podían dejar de comparar a la súper estrella de los Chicago Bulls con el precoz irreverente de Los Ángeles Lakers. Bryant fue una sensación temprana en la mejor liga de baloncesto del mundo y tuvo que cargar sobre sus hombros siendo muy joven con la presión de todo un campeonato que añoraba los tiempos del mejor exponente de su historia.
Sin embargo, su determinación le permitió domar la situación. Y su obsesión y su trabajo lo llevaron a ser uno de los mejores de la historia. Así lo recordó en el funeral de Bryant el propio Michael Jordan, quien aseguró que Mamba podía ser un pain in the ass (un dolor en el culo), pero que siempre lo hacía para sacar lo mejor de sí mismo y de los demás.
“En el juego del básquetbol, nunca se guardó nada, dejó todo en la cancha. Sorprenderá a todos saber que éramos amigos cercanos. Kobe era como un hermano pequeño para mí. Todos querían hablar de las comparaciones entre nosotros, pero yo quería hablar de Kobe”.
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Era un loco del baloncesto porque era su vida. Porque de niño juntaba su ropa para hacer una pelota imaginaria y encestarla mientras volaba por los aires. Era su sueño.
Jugó también al fútbol, porque durante un tiempo de su adolescencia vivió en Italia, pero su relación con la pelota naranja era irrompible. Fue el amor de su vida, el que lo acompañó hasta la tumba.
Siempre se sembró la duda sobre su legado. Para muchos, no podía sentarse en la mesa de los más grandes porque le costó ganar anillos como lo habían hecho otras leyendas. Debutó en 1996 y hasta el 2000 ganó su primer campeonato de la mano de Phil Jackson, el genio que también llevó a Michael Jordan a lo más alto.
Al final de su carrera ganó cinco anillos (2000, 2001, 2002, 2009 y 2010) siendo dos veces MVP (Jugador más valioso, por sus siglas en inglés) de las finales y una vez, en 2008, de la temporada regular. En la memoria de los aficionados a la NBA, no se borran las duplas que conformó con históricos como Shaquille O’Neal o el español Pau Gasol.
Bryant calló críticas. Se sentó, él mismo, en la mesa de los históricos, en la que decían que no cabía. Quedó para siempre en el Olimpo del deporte.
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Por eso, su muerte, con 41 años y solo cuatro después de haberse retirado, fue un golpe certero e inesperado para los admiradores de su leyenda. Él, en cambio, el mismo día de su retiro advirtió en una entrevista, como premonición de un destino fatal, que después del baloncesto ya no le quedaba nada. Su obsesión era tal que no se imaginaba una vida más allá del maderamen. “¿Qué sentirás una vez dejes el baloncesto?”, le preguntaron ese día. Y el respondió: “Que estoy listo para partir”.
La forma, no obstante, fue cruel. Como salida de otro cuento. Como parte de otra historia. O no, porque murió con el baloncesto en su cabeza. Iba con su hija y algunos de sus compañeros, con padres incluidos, a un entrenamiento. Por el tráfico de Los Ángeles, la familia Bryant se transportaba en helicóptero. Y ese día había más nubes de las habituales y el clima confundió al piloto que por un error humano, un mal calculo, acabó con la vida de la Mamba, de su hija y de nueve pasajeros más.
El dolor sobrepasó al baloncesto. Vanessa Bryant, la viuda de la estrella, acompañada de las familias de las demás víctimas, demandó. Por un lado, a la empresa encargada del helicóptero. Por el otro lado, al condado de Los Ángeles por la filtración de las fotografías del accidente. El primer pleito se saldó en un arreglo económico porque se demostró que la aeronave estaba en óptimas condiciones. No hubo condena. El segundo comenzará hasta el próximo 22 de febrero.
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La herencia, una fortuna de 600 millones de dólares, acumulada durante sus años de carrera, y gracias a sus múltiples patrocinios, se la quedaron su esposa y sus hijas Natalia, Bianka y Capri, las herederas de un legado inconmensurable.
Y para sus seguidores, huérfanos ante su ausencia, quedaron los recuerdos de una leyenda que brilló sobre la pista como pocos.
Y así como hubo luces, también hubo sombras. Kobe Bryant, lejos de ser perfecto, también fue juzgado por acoso sexual, uno de los episodios que marcó su carrera.
En 2003 Katelyn Faber, empleada de un hotel en el que se hospedó el basquetbolista, lo acusó de haberla abusado. Una acusación que se cerró con un acuerdo económico y un arreglo verbal entre las dos partes.
Una arista más para el debate sobre el legado de las grandes estrellas. La discusión sobre el artista y sus obras. Sobre si pesa más, o incluso lo mismo, lo que hicieron con su talento o lo que hicieron con sus acciones. ¿Se debe juzgar de forma separada al hombre del basquetbolista?
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Lo cierto, es que, en la cancha, Kobe Bryant tuvo pocos pares. Su ingenio para encestar para la bocina, para inventar jugadas en el aire, para pensar con poco espacio y para hacer de un juego un espectáculo, lo harán inolvidable.