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Aunque en Colombia el automovilismo no tiene la misma fuerza que en otras latitudes, su nicho es fuerte y ha sudado para conseguir apoyos en sus eventos, entre ellos los rallies. En los años 50 —la misma década de la Violencia con V mayúscula— arrancaron las primeras pruebas en las carreteras del país.
En Bogotá, Antioquia y el Valle del Cauca se organizaron los entusiastas del deporte a motor y utilizaron las carreteras de la época, destapadas y en mal estado, para dar los primeros pasos de las competencias nacionales de velocidad.
El modelo predilecto para competir fue el Ford 48, ensamblado en el país. Corrían con normas de seguridad muy poco exigentes, como cascos de jockeys de polo y tanques de gasolina con alto riesgo incendiario.
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En 1972, surgió la Federación Colombiana de Automovilismo (Fedeautos). Los clubes que la integraban, Los Tortugas y Correcaminos de Bogotá, el Autoclub de Antioquia, el Autoclub de Occidente y los Topos de Pasto, entre otros, organizaron las primeras ediciones del Campeonato Nacional de Rallies. Algunos de esos eventos fueron creados por empresas de piezas automotrices y refacciones, e incluso hubo ediciones que fueron organizadas por El Espectador.
Conocer Colombia gracias a los “rallies”
Desde el principio, los rallies contaron con el apoyo de instituciones como la Policía y el Ejército para la logística y seguridad. La escena fue creciendo y en los años 70 los rallies tomaron fuerza con las competencias de regularidad, en las que los participantes deben realizar un recorrido en un tiempo lo más cercano posible al establecido por los organizadores de la carrera. Cuanto menor es la diferencia, mejor puntaje se le otorga al competidor, y quien tiene mejor calificación al completar las etapas es declarado ganador de la carrera. Otras modalidades, como los rallies de velocidad o a campo traviesa, se han realizado en el país, pero no han sido tan populares como los de regularidad.
En esos años, las universidades fueron un buen semillero para los rallies. Gracias a los afiches que ponía Fedeautos, los estudiantes de instituciones como la Javeriana, La Sabana y Los Andes se sumergieron en el mundo del motor. Hubo varias categorías: novatos, intermedia y maestros en esos eventos de fomento. Los entusiastas de este deporte recorrieron el país de arriba a abajo.
No se necesitaba un carro de carreras profesional, pues con el vehículo familiar bastaba. El Renault 4 o el Simca 1.300 eran los vehículos favoritos de los colombianos aficionados al motor para darse el lujo de competir en un rally. En esa época, se recorrían miles de kilómetros en cada edición de los campeonatos nacionales durante varios días.
“Me quedan muy poquitas partes del país por conocer y eso es porque no tienen carreteras”, comenta Santiago Echavarría, organizador de este tipo de eventos y expresidente de Fedeautos. Estas pruebas se corrían por carreteras secundarias y vías alternas, y así se desarrolló hasta la época en que el conflicto armado tocó la competición. Los años 80 fueron turbulentos en materia de orden público, pues narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares inundaban la agenda de los informativos.
El punto de inflexión
Los territorios que estaban fuera del control del Estado colombiano se hallaban en manos de grupos armados. Muchos de esos, entre los que se incluían vías alternas, ideales para desarrollar los rallies, pertenecían de facto a quienes tenían las armas. Por tal motivo, estas carreras no volvieron a ser las mismas.
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Echavarría cuenta que él y sus colegas se llevaron un susto tremendo en una de sus participaciones. Era la Copa Esso Mobil 1986, una válida entre Bogotá y Neiva, pero no por la carretera principal. Hubo un tramo del recorrido, en el norte del embalse Colombia, en la parte más al norte del río Prado, en el que los autos quedaron enterrados como consecuencia de los barrizales que dejó el inverno.
En medio de esas circunstancias, los participantes del evento se toparon con una columna del Ejército Popular de Liberación (Epl), que estaba descansando justo al lado de ese punto del trayecto. Por fortuna, para los competidores, los milicianos les ayudaron a sacar los autos del lodo y a empujarlos fuera de allí. Aunque la situación no pasó a mayores, la preocupación por la seguridad se hizo latente.
Ese mismo año, Echavarría, como organizador de este tipo de eventos, se adentró en Cundinamarca para realizar el trazado de otra carrera. Entre Chaguaní y Vianí se topó con un retén guerrillero del frente 18 de las Farc. Lo detuvieron y lo metieron al monte. Por suerte, solo estuvo un par de horas detenido.
Por los reiterados episodios de esa naturaleza, además de los costos que implica, la escena del rally tuvo que repensar los eventos a escala nacional. En ese entonces estaban de moda los rallies nocturnos, pues eran un reto fascinante para los pilotos por la dificultad. Pero, debido al riesgo que la presencia de grupos armados implicaba para los participantes y los comisarios de carreras, estar en medio de la nada con un auto modificado no parecía una idea atractiva.
El renacimiento de la escena
En los años 90 los rallies subsistieron, aunque pegados a los centros urbanos. Los grupos armados no daban tregua en las regiones y los entusiastas del deporte motorizado tuvieron que buscar alternativas para poder llevar a cabo sus eventos con tranquilidad. La forma de hacerlo fueron los rosetones, donde se tenía una ciudad como núcleo y se corría en los alrededores, como si de pétalos se tratara.
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“Nos sentimos encarcelados en nuestras propias ciudades”, comentó Echavarría. Esa modalidad convirtió a los rallies en algo monótono y le bajó nivel a la competición. Con la llegada del nuevo siglo estos certámenes fueron perdiendo fuerza. Si bien la seguridad influyó en ese momento, no se la puede considerar como la única causa. Tal como ocurre en al automovilismo en general, sin inversión privada no hay evento sostenible.
“Si te invitaban a un rally en Florencia, a qué te ibas a asomar por allá”, comentó Jorge Iván Bedoya, quien organiza rallies en Colombia desde 2002. “Desde que he estado a cargo no hemos tenido problemas de orden público”, agregó.
Con el paso de los años en el nuevo milenio, la seguridad no implicaba un problema como antes, aunque ya no tenían el mismo impulso que tuvieron en los 70. Los pilotos de rallies exploraron alternativas como la utilización de condominios, lotes y hoteles en construcción de zonas campestres. Desde luego, si bien la seguridad y la logística influyen, sin apoyo financiero del sector privado no hay competición automovilística que pueda subsistir en el país.
A partir del 2012, los rallies tuvieron un nuevo aire. Con normativas de la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) retomaron las competencias nacionales. Fue un renacer de primera categoría, pero breve, pues se hizo hasta 2015.
La era digital
En los últimos años, surgió un nuevo impulso para esta especialidad en el país. Antes al navegante le tocaba hacer muchas cuentas, algunas con calculadora científica, para cumplir su función. Ahora, como todo es digital, ha sido más fácil para la nueva generación participar en este tipo de eventos.
Ahora el Campeonato Nacional, que organiza Rally Colombia, contiene en su calendario eventos como el Rally del Tiple, la Ruana, Bochica, Al Llano y del Dorado. “El rally en Colombia vive un renacer gracias a la tecnología. En una aplicación tienes todo lo que necesitas”, destaca Bedoya. Participar es más seguro que antes gracias a los sistemas de GPS, que permiten vigilar a los pilotos en tiempo real y también reduce costos.
La misma tecnología hizo posible que no fueran necesarios los comisarios de carreras en los puestos de control, pues con la ubicación satelital se miden tiempos, velocidades e intervalos, ítems cruciales en los rallies de regularidad, con mayor exactitud. Así las cosas, con un smartphone, un auto en buen estado y un buen copiloto, es posible participar en este tipo de eventos.
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