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No es un buen momento para Rusia, tampoco para su deporte. A los reiterados escándalos por dopaje sistemático durante la última década y las polémicas por sobornos a dirigentes del fútbol para obtener la sede del Mundial de 2018, se suman ahora las repercusiones que tendrá el conflicto con Ucrania, que contempla sanciones y bloqueos de la comunidad internacional para el gigante euroasiático.
La disputa tiene sus orígenes en la disolución de la Unión Soviética, en 1991, pero se intensificó con la adhesión de la región de Crimea a Rusia, en 2014, y el ingreso de Ucrania a la Unión Europea, vigente desde 2016, pues grupos separatistas de Lugansk y Donetsk querían ser independientes. Desde entonces han existido conflictos entre el ejército ucraniano y grupos armados prorrusos, en lo que se conoce como la Guerra del Donbás.
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Y el deporte no ha sido ajeno a esa tensión. Cientos de atletas han decidido ponerles fin a sus carreras para evitar ser juzgados o señalados por representar a alguno de esos territorios. E incluso las instituciones rectoras de las diferentes disciplinas deben lidiar con trabas burocráticas y restricciones generadas por la situación política y social entre ambas naciones, pues está limitada la movilización, y los recursos para entrenamientos, preparación y participación en eventos no llegan a tiempo debido a que las actividades militares son la prioridad. En Avdiivka hace un mes se suspendieron las actividades deportivas y muchos atletas locales tienen las maletas listas para partir en caso de que estalle una guerra. Al menos en Lugansk y Donetsk, porque en el resto de Ucrania la situación es aparentemente normal.
En las calles la incertidumbre por el conflicto todavía no se nota. Según Gílmar Bolívar, un futbolista colombiano de 20 años que juega en el Karpaty, un club de la segunda división que tiene como sede la ciudad de Halych, al oeste de Ucrania, “se escuchan las noticias, pero la vida sigue normal. En mi equipo hay rusos y ucranianos, y se siguen comportando y relacionando con tranquilidad”.
¿Se jugará la final de la Champions en Rusia?
Sin embargo, tras el anuncio del gobierno de Vladimir Putin de reconocer a Donetsk y Lugansk como Estados independientes de Ucrania, ya hay repercusiones. El primer ministro británico, Boris Johnson, amenazó con vetar del sistema financiero a cinco bancos rusos y a tres multimillonarios, y dijo que ese país no debería albergar eventos deportivos importantes, como la final de la Champions League, prevista para el sábado 28 de mayo en el Gazprom Arena de San Petersburgo.
NOTICIA. La UEFA considera mover la final de la Champions League de San Petersburgo el 28 de Mayo, debido al conflicto entre Ucrania y Rusia. Boris Johnson, primer ministro de Inglaterra ha dispuesto de que se haga la final en Wembley. 🇺🇦🇷🇺🏴 pic.twitter.com/MazlqvgP9J
— Futbol de Inglaterra (@Mercado_Ingles) February 22, 2022
Esas medidas afectarían directamente a amigos personales de Putin, como Roman Abramovich (dueño del Chelsea) y Alisher Usmanov (del Everton), además de Alisher Usmanov (Arsenal) y Maxim Demin (Bournemouth). Eso sin contar que ayer, durante una sesión extraordinaria de miembros de la Unión Europea, se comenzó a estudiar la posibilidad de excluir a Rusia de las competiciones deportivas internacionales que se realicen mientras dure la disputa, algo que aparentemente tomará un buen tiempo.
Varias potencias mundiales, lideradas por Estados Unidos, no vacilarán en bloquear económicamente a Rusia, a sus empresas y multimillonarios, más allá de que eso traiga efectos devastadores para la economía mundial y especialmente para la del Viejo Continente, pues buena parte depende, por ejemplo, del gas, el petróleo y la energía que provienen de Oriente y que escasearían.
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No obstante, esta es una partida de ajedrez de grandes ligas, en la que cada movimiento tiene muchas implicaciones. Por eso se analizan, estudian y calculan las declaraciones, decisiones y posturas oficiales. En al menos 50 clubes europeos de fútbol de primera, segunda y tercera división, y 200 de otros deportes en varias categorías, hay capitales legales rusos y chinos, además de algunos otros utilizados para lavar dinero, de los que no se tiene registro oficial, pero sí certeza de que existen y son perseguidos por las autoridades.
Para Rusia, prolongar el conflicto significa además dar un paso atrás en su intención de recuperar el prestigio perdido en décadas pasadas. El Mundial de Fútbol de 2018, más allá de los contratiempos, sirvió para volver al escenario internacional y mejorar su imagen, que en el deporte ha estado manchada por el dopaje sistemático entre 2009 y 2015, con la complicidad de entidades y funcionarios estatales, además de la obstrucción a las investigaciones de organismos internacionales con manipulación de datos y testigos.
De hecho, el Tribunal de Arbitramento Deportivo (TAS) determinó en 2019 una sanción de cuatro años para ese país, cuyos deportistas que no hayan estado involucrados en ninguna investigación por dopaje, deben presentarse a las competencias como Juegos Olímpicos, Paralímpicos y Campeonatos Mundiales como independientes o con el nombre de Comité Olímpico o Paralímpico Ruso.
A finales de marzo próximo las selecciones de fútbol de Rusia y Ucrania afrontarán, con otros 10 equipos, el repechaje europeo al Mundial de Catar 2022. Por fortuna no quedaron en la misma llave. Rusia se la verá con Polonia en la primera llave y si gana se jugará su cupo a la Copa Mundo contra el vencedor del duelo entre Suecia y República Checa. Ucrania enfrentará primero a Escocia y en caso de ganar lo haría después con Gales o Austria.
El escenario de incertidumbre y duda hace recordar las décadas de la Guerra Fría, en las que la tensión entre el gobierno comunitsta y Occidente se trasladó a las competiciones deportivas y generó varios sabotajes olímpicos.
Algunos analistas insisten en que a largo plazo el conflicto no prosperará y por conveniencia económica para todos los involucrados se mantendrá el establecimiento, con autonomía de las potencias y supervisión de la comunidad internacional.
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Para el deporte, la cultura la educación y otros campos, sin embargo, esos efectos, que son imposibles de determinar ahora, se verán en el futuro, pues para los jóvenes de las regiones en disputa, sin actividades escolares y sociales por un buen tiempo, todavía sufriendo además las consecuencias de las restricciones geradas por el covid-19, divertirse y ser feliz hoy no es una prioridad.