El esperado regreso en la marcha frenética de Sandra Lorena Arenas
La pereirana, que en Tokio 2020 había logrado la plata, quedó a un solo puesto de volver a subirse al podio. En entrevista con El Espectador, alertó que el camino todavía no ha terminado y se puso como objetivo conseguir medalla en los relevos mixtos.
Fernando Camilo Garzón
El calambre en las piernas se sentía, como un latigazo, desde el talón hasta la zona baja de la espalda. Los pies querían paralizar el paso, pero la cabeza ordenó seguir a toda costa. Los músculos, tensos, agobiaron el ritmo de Sandra Lorena Arenas en los últimos kilómetros de la prueba, luego de una hora y casi 30 minutos de competencia, cuando el final en Trocadero, a la sombra de la Torre Eiffel y a orillas del río Sena, ya se sentía tan cerca.
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El calambre en las piernas se sentía, como un latigazo, desde el talón hasta la zona baja de la espalda. Los pies querían paralizar el paso, pero la cabeza ordenó seguir a toda costa. Los músculos, tensos, agobiaron el ritmo de Sandra Lorena Arenas en los últimos kilómetros de la prueba, luego de una hora y casi 30 minutos de competencia, cuando el final en Trocadero, a la sombra de la Torre Eiffel y a orillas del río Sena, ya se sentía tan cerca.
Hubo un momento, cuando la carrera ya parecía decidida para la china Jiayu Yang, y solo la española María Pérez le seguía la estela, que dio la impresión de que la colombiana se iba a quedar con el bronce. Los periodistas, escondiéndose del sol como podían en medio de una zona mixta a la intemperie y abarrotada de comunicadores, empezaron a preparar sus grabadoras para dar el “última hora” de que Colombia, en París 2024, aseguraba su primera medalla. Era de madrugada en la tierra lejana, pero en Francia, con la abrasadora luz que anunciaba el mediodía, Sandra Lorena Arenas iba en camino a una nueva gesta.
Jugaba a su favor la experiencia: la memoria de que hace tres años, en los Olímpicos de Tokio, la pereirana ya había logrado la plata en la marcha de los 20 kilómetros. Sin embargo, con las noticias a medio redactar y las cámaras ya prendidas, con el dedo en el “Rec” listo para disparar, inesperada, la australiana Jemima Montag pasó a la de Risaralda en un impulso incontestable.
Confesaría Arenas, minutos después, que intentó con todas sus fuerzas seguir los pasos de Montag, compañera suya de muchas batallas, pero que las piernas no le dieron para más. Que el ritmo absurdo, bajo un sol que llegó a marcar temperaturas por encima de los 30 grados Celsius, en medio de una prueba que tuvo que empezar una hora más tarde de lo esperado por una tormenta que tumbó a los sonámbulos de la cama en la noche del día anterior, la dejó con el combustible justo para alcanzar la meta. Su tiempo, el mejor de toda su carrera y de la historia de la marcha femenina en el atletismo colombiano, fue de 1:27:03. Número extraordinario que, no obstante, resultó insuficiente para alcanzar a subirse al podio otra vez. “Pueden ver lo difícil que fue la prueba cuando, incluso, haciendo récord nacional, no logramos subir al podio”, le dijo a este diario minutos después, cuando, todavía sin aire, atendió a la prensa.
Sobre todo, tras la apoteosis, Sandra Lorena Arenas resaltó el hecho de su regreso: “Estoy de vuelta, lo demostré. Eso me deja conforme y feliz. No me arrepiento de nada y di lo mejor. Lograr este diploma olímpico se siente como ganar una medalla de oro. Ni en Sudamérica ni en Colombia otro atleta ha logrado esto: subirse a un podio olímpico para volver, quedar en el cuarto lugar y lograr récord nacional. Quedé satisfecha”.
Iniciaba la década de 2010, cuando la risaraldense compitió en sus primeras pruebas mundiales. Brilló en casi todas, pero sobre todo en la Copa Mundo de Saransk, en Rusia, en la que, con menos de 20 años, consiguió una histórica clasificación a los Olímpicos de 2012. Esa vez, en Londres, quedó 29. Volvería a Río 2016, ocupando la casilla 32 y nuevamente estaría en las Olimpiadas de 2021 (plena pandemia), en las que quedó segunda, marcando un hito para el atletismo colombiano.
Después de esas justas, le costó encontrar la buena forma que la llevó al segundo lugar del podio olímpico. Lo confesó después de la prueba en París, pues dijo que las lesiones le mortificaron la vida. Las expectativas, que caen como un yunque sobre los hombros de los atletas que coronan la gloria, fueron un peso exagerado para la pereirana, que soñó desde que triunfó en Tokio con volver a sentir la magia del espíritu olímpico.
Y por eso, la mañana en París fue especial. A toda máquina, mientras le daba la vuelta una y otra vez a la Torre Eiffel, en un circuito por el famoso distrito 16 de París, entre los Jardines de Trocadero y el Palais de Chaillot, Sandra Lorena Arenas se sentía tranquila. Ni susto ni presión, estaba feliz de volver a competir en la élite. Iba concentrada en ella, en su cadencia, sus pasos y su respiración. Sabía que para meterse en la pelea, de nada le iba a servir mirar a las que tenía al lado. Esa fue la estrategia que preparó con su equipo, la que casi le da otra medalla. Tras el cuarto puesto no se sintió derrotada, todo lo contrario. “Además, en unos días volveremos para competir en los relevos mixtos junto a Mateo Romero. Ahí tenemos otra opción de medalla, lo dejaremos todo”, alertó.
En un momento de la prueba, Sandra Lorena Arenas escuchó, tal vez, un grito de ánimo. Parecía en chino, dijo, pero ni siquiera lo entendió. No le importó, le sacó una sonrisa. Pensó, en ese instante, en la gente que había ido a apoyarla. Los testigos al borde del rio Sena. Y pensó, también, en la gente en Colombia, en los madrugadores y los suyos, su familia y sus amigos. ¡Todo eso pasa en 20 kilómetros de carrera! Los imaginó siguiendo sus pasos, su marcha frenética que buscaba un nuevo podio olímpico. Fue entonces cuando aceleró, cuando sus pies siguieron un ritmo más firme, cuando comprendió que su regreso no solo era por ella, también por aquellos que la aman. Entonces, nos ilusionamos con la medalla. Y también ella: “¿Quién no quiere ganar el oro?”, preguntó ante la pregunta. Sin embargo, en su cuarto puesto también hubo un testimonio, de lo más valioso. El esperado regreso de una gigante del olimpismo colombiano a la que solo le faltó un paso para volver a subir la cima.
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