El legado de César Parra
El ibaguereño lleva más de 30 años de trayectoria como jinete y apunta a que sean muchos más. Representó a Colombia en unas Olimpiadas y sueña con hacer lo mismo, pero con los colores de Estados Unidos en los Juegos de París 2024
Daniel Bello
La vida de un deportista está llena de dilemas. Las decisiones que se tomen en un punto determinado de su carrera profesional pueden hacer que se toque el cielo o se bese el suelo. En el caso de César Parra, el punto de inflexión fue cuando tuvo que nacionalizarse estadounidense para poder crecer profesionalmente.
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La vida de un deportista está llena de dilemas. Las decisiones que se tomen en un punto determinado de su carrera profesional pueden hacer que se toque el cielo o se bese el suelo. En el caso de César Parra, el punto de inflexión fue cuando tuvo que nacionalizarse estadounidense para poder crecer profesionalmente.
Un odontólogo que de joven pasaba sus vacaciones entre Natagaima, La Cima y El Espinal, se codeó con la élite estadounidense gracias a su talento con los caballos. Cuando se metió en el mundo ecuestre, rápidamente fue creciendo y se volvió en un referente de Colombia.
Al principio, Parra era profesor de odontopediatría y conoció la equitación por un estudiante suyo en el Colegio Odontológico. El joven, que también era su amigo, lo invitó a su primera clase de equitación en un club de Bogotá. En esa experiencia algo en él hizo ‘clic’ y significó el comienzo del resto de su vida.
En Colombia, Parra dio pasos importantes y llegó a representar al país en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, en la modalidad de doma individual, una disciplina en la que el jinete consigue que su caballo realice todas sus órdenes con armonía, equilibrio y elegancia. También disputó los Juegos Ecuestres Mundiales en dos ocasiones y consiguió una medalla de plata en los Panamericanos de Winnipeg, en 1999.
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Tras ver a Nicole Uphoff coronarse como campeona olímpica en Seúl 1988, Parra pensó: “Algún día quiero hacer esa vaina”. Pasó de verla en televisión a convertirse en su amigo e incluso le puso el nombre a su hija en su honor.
En medio de su formación tuvo una etapa en Alemania, donde contó con la asesoría de Herbert Rehbein, una eminencia en el mundo ecuestre. Parra se ofreció a ser su chofer y lo acompañó a ver caballos. Eso le permitió establecer una relación estrecha con él y mejorar bastante de cara a los retos que tenía por delante.
De ser colombiano a también ser estadounidense
El cambio de país fue fundamental en su carrera, aunque comentarios como “allá no vas a figurar” o “la competencia es muy alta” fueron constantes al principio. En 2008, con la certeza de que era el paso a dar, se convirtió en ciudadano estadounidense. El éxito con el país de las barras y las estrellas no tardó en llegar para él, y en los Panamericanos de Guadalajara 2011 el ibaguereño conquistó la medalla de oro en la modalidad por equipos.
En los 130 años de historia que tiene la equitación en EE.UU., Parra se convirtió en el primer y único latino que entró en el equipo nacional en las tres disciplinas: salto, adiestramiento y prueba completa.
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Desde entonces siguió cosechando trofeos en Estados Unidos y ha liderado el escalafón de dicho país en cinco ocasiones. Ha obtenido ocho campeonatos nacionales y 12 subcampeonatos. Además, participó en más de 30 ocasiones en el Festival de los Campeones, un torneo al que solo se puede acceder con invitación.
Aunque ya son varios años en ese país, no deja de pensar en Colombia y, como buen tolimense, extraña los tamales y se siente orgulloso de sus orígenes.
Recuerda a Cimbad y a Van Eyck, los primeros caballos con los que compitió, y el amor por los animales que le enseñó su abuelo. Esos saberes fueron el centro de su carrera como jinete y formador de talentos.
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Su experiencia le enseño que lo más importante es el bienestar del caballo. Cada trofeo empieza en los establos. Ese es el pilar con el que dicta clínicas ecuestres en la Escuela de Caballería de Bogotá. El Ejército, que él ha definido como su segunda familia, le ha permitido desarrollar otra de sus facetas: la de formador. Cada tanto viene a la capital para dictar sus cursos y lo hace por “amor al arte”. A los soldados les exige la disciplina y el porte, porque en este deporte todo cuenta, hasta la primera impresión que cada jinete deja en los jueces.
Considera que “la práctica hace la perfección” es una frase hueca si no se tiene en cuenta la forma en que se realiza dicho entrenamiento. La técnica es fundamental y por eso trata de ser muy observador. Lo único que les pide a sus pupilos es entrega. Su trabajo es arriar a los caballos, no a los estudiantes.
A sus 59 años se prepara ahora para lograr la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Santiago (Chile) en 2023 y clasificar a los Olímpicos de París 2024, incluso, con ambición, dice que puede llegar a Los Ángeles 2028. La edad no le parece un impedimento, pues en su disciplina es habitual ver jinetes de hasta 70 años en las Olimpiadas.
Aún no sabe si ese sería el fin de su relación con los caballos, porque no se ve sin ellos.