El Mundial de 1982, la promesa incumplida al baloncesto colombiano
Japón, Indonesia y Filipinas celebran la Copa del Mundo, 41 años después de la única participación de Colombia en este evento cuando nuestro país fue sede del torneo. ¿Por qué se perdió en el tiempo el legado de esa generación y por qué nunca volvimos a la máxima cita del básquet a nivel FIBA?
Fernando Camilo Garzón
En las páginas de El Espectador de agosto de 1982 se hablaba de varias cosas. Por ejemplo, de Belisario Betancur, que acababa de posesionarse presidente. Se reseñaba el regreso de 31 marinos colombianos indultados desde Cuba, gracias a la intervención de Gabriel García Márquez, y preocupaba la prolongación del paro cívico en Saravena. En los clasificados, la radio anunciaba un concierto de Julio Iglesias y en los cines se promocionaba la tercera entrega de Rocky Balboa. Por esos días, “de dos tiros de revólver” asesinaron a Alberto Alava, un profesor de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional, mientras el nuevo ministro de Hacienda, Édgar Gutiérrez Castro, anunciaba, preocupado, el crecimiento de la especulación financiera. Se le hacía seguimiento, por esos meses, a la construcción del Parque Simón Bolívar, así como a Augusto Ramírez Ocampo, nuevo alcalde de Bogotá que prometía una ciudad “más humana” al mismo tiempo que les pedía calma a los capitalinos por las dos principales preocupaciones de la ciudad en 1982: la seguridad y el metro.
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En las páginas de El Espectador de agosto de 1982 se hablaba de varias cosas. Por ejemplo, de Belisario Betancur, que acababa de posesionarse presidente. Se reseñaba el regreso de 31 marinos colombianos indultados desde Cuba, gracias a la intervención de Gabriel García Márquez, y preocupaba la prolongación del paro cívico en Saravena. En los clasificados, la radio anunciaba un concierto de Julio Iglesias y en los cines se promocionaba la tercera entrega de Rocky Balboa. Por esos días, “de dos tiros de revólver” asesinaron a Alberto Alava, un profesor de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional, mientras el nuevo ministro de Hacienda, Édgar Gutiérrez Castro, anunciaba, preocupado, el crecimiento de la especulación financiera. Se le hacía seguimiento, por esos meses, a la construcción del Parque Simón Bolívar, así como a Augusto Ramírez Ocampo, nuevo alcalde de Bogotá que prometía una ciudad “más humana” al mismo tiempo que les pedía calma a los capitalinos por las dos principales preocupaciones de la ciudad en 1982: la seguridad y el metro.
Se hablaba también de la Vuelta a Colombia, que acababa de ganar Cristóbal Pérez; de Lucho Herrera, que iba al Tour de l’Avenir, y todavía quedaban rezagos de la Copa del Mundo de España 82. De hecho, se debatía si el país podría cumplir con el compromiso que Alfonso Sénior adquirió con la FIFA de hacer el Mundial del 86. Un sueño que para entonces ya se veía imposible.
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Pero, sobre todo, en las páginas deportivas de ese agosto de 1982, el tema era la Copa Mundial de Baloncesto, certamen que reuniría en Cali, Bogotá, Bucaramanga, Cúcuta y Medellín a las 12 mejores selecciones del planeta. La sede le fue concedida al país, puede leerse en esas páginas, porque una australiana, alta funcionaria de la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA), quedó encantada con Colombia cuando vino en 1975 al Mundial Femenino. Y desde entonces les dijo a los directivos de la FIBA que los colombianos debían ser “sede obligatoria” del mundial masculino de baloncesto.
En nuestro país, la realidad del básquet, entrando a la década de los 80, era precaria. La “liga” no duraba más de dos meses —no era mucho más larga que la de ahora— y no había ni siquiera una selección conformada para afrontar el torneo. El equipo de Colombia, clasificado directamente a las finales por ser la sede, llegó al evento, como dijo el periodista Alberto Galvis en uno de los periódicos de aquel entonces, “forzado por la circunstancia de ser local”.
El desnivel era obvio. Lo decían los reporteros, los analistas y cualquier entendido del básquet. En el Mundial, de hecho, “Brasil era Sudamérica”, a pesar de que estaba Colombia, porque decían que “en ellos están las esperanzas suramericanas de alcanzar una figuración ante los grandes del baloncesto mundial”. Incluso, lo reconocía el entrenador de la selección, el estadounidense Jim McGregor, en la previa de la competencia: “El basquetbol colombiano no es tan bueno como podría ser… el único torneo importante a nivel de clubes es el Campeonato Interclubes, en el que también participa la selección nacional como parte de sus preparativos para el campeonato mundial”.
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“Para quién y para qué hicimos el mundial, me pregunto una y otra vez en este coliseo vacío…”, escribía el periodista Rafael Mendoza en las páginas de esos años. “¿Acaso lo hicimos para mostrar que somos capaces de grandes empresas deportivas?... ¿Simplemente queríamos montar un espectáculo de gran categoría para que los amantes de este deporte hermoso tuvieran, una vez en la vida, la oportunidad de vivir de cerca y en forma directa la plasticidad del baloncesto?... ¿O acaso los directivos del Mundobásquet —que son personas estrechamente vinculadas al deporte— quisieron un mundial en Colombia para que fuera el lanzamiento de una gran campaña, de un plan concreto y eficiente para impulsar este deporte?”.
Hoy, casi 50 años después, esas preguntas siguen en el aire. Sobre todo, la última, pues Colombia nunca volvió a una Copa Mundial de Baloncesto, el deporte nunca se impulsó y el plan todavía es difícil de explicar. El básquet nacional ha sufrido durante décadas para consolidar un proyecto bien encaminado y, mientras en Japón, Filipinas e Indonesia se celebra una nueva edición del torneo, los colombianos todavía miramos muy lejos la mayor fiesta del básquet a nivel FIBA.
Las memorias de la generación del 82
Faltaban dos días para el inicio del Mundial, poco más de una semana para el debut de la selección, y en la portada de El Espectador del 13 de agosto se leía un titular: “Paro de protesta en la Selección Colombia”. La explicación alarmaba: “Un serio problema estalló en el seno de la selección de Colombia, cuando los jugadores resolvieron entrar en paro, como protesta contra lo que consideran abandono por parte de las autoridades del basquetbol nacional”.
Luis Murillo, referente de ese equipo y máximo anotador de Colombia en el torneo con promedio de 15.7 puntos por partido, recuerda que todo estalló porque los jugadores del equipo hicieron “un reclamo justo”. Dice Lucho que, agobiados por el calor de Cali, en un hotel en el que ni siquiera tenían aire acondicionado, ellos empezaron a pedirles a los dirigentes mejores condiciones. “Necesitábamos un mejor alojamiento, mejor comida y, además, que nos pagaran. Sabíamos que a la Federación estaba ingresando mucho dinero por el Mundial y a nosotros, como jugadores, no nos quedaba nada”.
Giovanni Bacci, otro de los 12 históricos que hicieron parte de esa plantilla, recuerda además que el gobierno les había incumplido unas becas de estudio prometidas años atrás. Algo que, además del salario nulo, molestó y fue la gota que colmó el vaso de la mayoría de los basquetbolistas, que dejaron sus estudios universitarios para cumplir con el sueño de jugar un mundial y la ilusión de promesas baldías.
Lo vivió en carne propia. Él, que ya estudiaba odontología el día que le ofrecieron jugar en la selección de Colombia, dos años antes del mundial, decidió en principio rechazar la propuesta, pues, además de que sus papás pegaron el grito en el cielo el día que les dijo que pensaba dejar todo por jugar al baloncesto, priorizó sus estudios antes que el deporte.
Sin embargo, la sensación de haber dejado pasar el tren, le carcomió la cabeza. Y cuando un año después se le volvió a abrir la puerta, luego de que los intensos entrenamientos de Jim McGregor aburrieron a buena parte de los jugadores y lesionaron a otros tantos, no dudó en dejar todo atrás. Se fue a seguir los periplos de la selección que, apenas un año atrás del certamen orbital del 82, reunió por primera vez a los 12 jugadores que posteriormente jugarían el mundial.
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Al equipo siempre lo rodearon la mala prensa y el caos. McGregor, recuerda Bacci, ponía el pecho ante las críticas del periodismo, soportaba los sabotajes de los jugadores que no había convocado y muchas veces, cuando la Federación no respondía por el hospedaje de los jugadores, él mismo ponía su casa para que los basquetbolistas tuvieran un lugar para dormir.
Eran los problemas de una selección conformada a las patadas, que derivaron en el famoso paro días antes del mundial. Todo se solventó con el pago de $200.000 a cada jugador y el veto silencioso contra los promotores de la protesta, que después de la Copa del Mundo no pudieron jugar ningún torneo local durante dos años.
Ese era el nivel organizativo de una Colombia que enfrentó a las mayores potencias basqueteras del mundo, equipos como Canadá, España, Australia, Yugoslavia, Estados Unidos y la Unión Soviética (estos dos últimos, los finalistas), y terminó el certamen con un saldo de seis derrotas. Sin embargo, a pesar de la abrumadora diferencia, los colombianos demostraron buenas sensaciones en partidos como el que jugaron contra Estados Unidos, que terminó con una diferencia de 17 puntos, corta para las distancias entre las dos naciones.
Para “Lucho” Murillo ese era el verdadero legado del Mundial del 82, entender el atraso y construir un proyecto a largo plazo. Pero, nunca sucedió: “La diferencia era mucha. Por la competitividad, el tiempo de preparación, la capacidad atlética, la estatura y la organización de esos países. Sin embargo, demostramos que teníamos el talento. Nos faltaban la preparación y los medios para competir a ese nivel. Todos esos países tenían un torneo profesional de siete u ocho meses. El único que no, era Colombia. Hoy estamos casi en las mismas”.
¿Por qué nunca volvimos a un Mundial?
“Nunca hubo un proyecto. Los directivos llegan a cumplir con los compromisos inmediatos, pero no hay una estructura ni un seguimiento a los jugadores. En el 82 se hizo una inversión sin precedentes en la selección y lo ideal habría sido mantenerla para que perdurara; la mayoría éramos de 22 o 24 años. Pero no, cuando acabó el mundial, a cada uno lo mandaron para su casa. Hoy las cosas han cambiado, hay más participación. Pero gracias a los jóvenes que han hecho el camino por sí solos y han salido del país a otras ligas”, dice Giovanni Bacci, padre, además, de Gianluca Bacci, uno de los referentes de la historia contemporánea del baloncesto colombiano.
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Los pasos del básquet nacional, tras el Mundial del 82, son difusos. El legado de la única generación que fue a una copa del mundo está perdido porque salió de la nada. “Si hoy le preguntamos a un niño que juegue baloncesto quiénes fueron Randy Stephens, Guido Mosquera, Lucho Murillo o William Nieto, no sabe. Esa generación se perdió en el olvido. Y el baloncesto colombiano no tiene memoria porque no tiene estructura”, le dijo a este diario el entrenador y analista Víctor García.
Ese 1982 fue una promesa incumplida para el baloncesto colombiano. Un oasis en una tierra infértil de una organización que nunca estuvo a la altura del talento de sus jugadores. Al Mundial de 2023 Colombia no estuvo lejos de ir, “tuvimos una opción concreta y nos quedamos cortos”, explica García. Un equipo, con jugadores como Brian Angola, Jaime Echenique o Juan Diego Tello, entre muchos otros, que logró resultados históricos, al ganarle a Brasil o a México, pero le faltó profundidad para llegar a la Copa del Mundo.
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“No somos un país basquetero. No tenemos estructura formativa, ni competitiva y eso no nos ha permitido ser lo suficientemente competitivos a nivel internacional. Nos falta una liga estable y larga que permita que los jugadores se desarrollen y se afiancen. También necesitamos que los basquetbolistas lleguen con mejores conceptos tácticos desde lo formativo. Y, obviamente, nos falta preparación. Cuando Colombia tuvo tiempo de reunir el equipo completo y entrenar, le ganamos a Brasil y a México. Hicimos buenos partidos contra Estados Unidos. Hoy todos esos equipos están en el Mundial. Pero, cuando nos juntamos en el aeropuerto tuvimos resultados desastrosos. Y, además, casi nunca fuimos con 12 jugadores. Y no es que Colombia tenga 40 jugadores de alto nivel para reemplazar las ausencias cuando se lesiona uno o no puede estar el otro”, agrega Víctor García.
En conversación con El Espectador, Jhon Mario Tejada, gerente de la selección de Colombia, aseguró que hay un plan para que Colombia juegue el Mundial de Catar en 2027. Es un objetivo para los directivos del básquet nacional: “Tenemos una generación que está a otro nivel. Nunca habíamos tenido tantos basquetbolistas jugando por todo el mundo. Estos jugadores están creciendo y jugando juntos desde las selecciones sub-15. Estamos cerca de ir a un Mundial, pero tenemos que trabajar todos juntos”.
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Y agrega sobre los pasos a seguir de la Federación en el fortalecimiento de la selección nacional: “Sabemos que es una necesidad fortalecer la liga, que los jugadores necesitan fogueo, continuidad y la seguridad de que pueden vivir de su deporte. Estamos trabajando en proyectos con divisiones menores para que surjan nuevos talentos y para seguir el proceso de muchos jugadores que hoy en día no están en Colombia, pero que se están formando en el exterior”.
No es un secreto la lucha casi titánica de los directivos del baloncesto por sacar a flote y mantener la liga profesional, así como por adelantar esos procesos de las selecciones menores. Pero, también, en esa falta de norte, en la imposibilidad, año tras año, de consolidar una estructura autosuficiente, solo hace pensar en lo lejano que la selección nacional ve una Copa del Mundo.
En aquellas páginas de agosto de 1982, luego del título que ganó la Unión Soviética, se lee una frase de Alberto Galvis que hoy, como varias de los periódicos de aquellos años, no suena ni ajena ni lejana: “Inhalando el aroma fúnebre de las flores negras, se fue Colombia de su pesadilla. Y se fue, con la seguridad y los deseos de no volver, por lo menos por ‘el derecho adquirido de ser sede’, sino ganando su casilla como los grandes”. Un sueño que nunca sucedió y una promesa incumplida que el baloncesto colombiano sigue esperando.
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