El ‘Poder Negro’, recuerdo de una protesta simbólica
En medio de una crisis social y política en Estados Unidos, dos atletas negros subieron al podio descalzos y levantaron el puño enguantado en señal de protesta por la segregación racial.
Ricardo ávila Palacios
En los meses previos a los Juegos Olímpicos de México-68, las calles de varias ciudades de Estados Unidos fueron escenarios de guerra entre blancos y negros, a causa de la negativa de blancos radicales a aplicar la Ley de Derechos Civiles que, desde julio de 1964, había abolido las prácticas segregacionistas que impedían la integración racial. “Esa ley dice que los que son iguales ante Dios deben ser también iguales ante las urnas electorales, en las aulas, en las fábricas, en los hoteles, en los restaurantes, en las salas de cine y en los otros lugares que prestan un servicio público”, explicó el presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, al sancionar la norma.
El desacato blanco ya había ignorado la jurisprudencia de los altos tribunales. En 1957, la población negra liderada por el reverendo Martin Luther King conquistó un avance trascendental en su dura lucha por la igualdad y el reconocimiento de sus derechos, cuando el Tribunal Supremo de EE. UU. les dio la razón en su demanda y declaró que la segregación en el transporte público era inconstitucional y socialmente inválida. La decisión puso fin a 358 días de boicot, por parte de la población negra, a las empresas de transporte en Montgomery (Alabama).
El 21 de diciembre de 1957 fue un día decisivo. En Montgomery vivían 50.000 negros, que desde esa fecha podían subirse a un autobús y sentarse al lado de un blanco, si así lo querían. Y lo hicieron. Los blancos desacataron la orden judicial y se negaron a compartir espacios con gente de color. Hubo atentados a las casas de los líderes negros y el temible Ku Klux Klan, una organización antinegra, arreció en sus ataques.
King, inspirado en Mahatma Ghandi, pregonó la no violencia y el amor hacia los blancos, pero una organización negra radical dividió fuerzas y armó su grupo de lucha, al que denominó Black Power (Poder Negro). No creían en el pasivo método de King y estaban dispuestos a responder con violencia a los ataques de los blancos. King fue asesinado en Memphis, Tennessee, el 4 de abril de 1968, seis meses antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de México. Solo fue un disparo entre el cuello y la mandíbula. Del gatillo jaló un blanco delgado y elegante llamado James Earl Ray, quien se declaró culpable para evitar la pena capital e ingresó en prisión con una condena de 99 años. Después se retractó de su confesión y murió el 23 de abril de 1998. En 1978, un comité del Congreso determinó que Ray disparó la bala asesina porque una organización racista de Misuri le ofreció US$50.000 para ejecutar el crimen.
Tras el magnicidio, la furia negra no se hizo esperar. Durante varios días Washington fue resguardada por 12.500 soldados armados hasta los dientes. En los guetos de Chicago la cólera saltó como un estallido y se precisaron 12.500 hombres para detener el furor negro. Detroit, Boston y Filadelfia siguieron el mismo camino, según se relata en Caminos abiertos, una especie de biografía de King.
Smith y Carlos, el “black power”
Fue en ese turbulento contexto de violencia, muerte y destrucción que varios atletas negros aceptaron representar a EE. UU. en los Juegos Olímpicos de México-68, pese a que habían sido invitados a participar en un boicot contra las justas, liderado por Harry Edwards, profesor y sociólogo afroamericano. Uno de ellos, Tommie Smith, hizo historia al ganar los 200 metros planos con nuevo récord mundial de 19,83 segundos, más rápido que el australiano Peter Norman (20,06) y que John Carlos (20,10), compatriota de Smith que finalizó en el tercer lugar.
Camino a la ceremonia de premiación, los dos norteamericanos se alistaban para dar a conocer al mundo una protesta política que se convirtió en noticia mundial y que dejó en segundo plano el logro deportivo. Se subieron al podio descalzos, para representar la pobreza del pueblo estadounidense, especialmente de la comunidad negra, y luciendo a la izquierda de su pecho una insignia del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos. Smith llevaba un par de guantes negros y, como Carlos olvidó los suyos, tuvieron que compartirlos: Smith se puso un guante en su mano izquierda, mientras Carlos lo hizo en la derecha, por sugerencia de Norman, quien —portando el botón del Proyecto Olímpico— se unió al gesto político al considerar que en Australia los aborígenes también eran discriminados.
Carlos y Smith levantaron el puño enguantado y agacharon la cabeza en señal de protesta, mientras sonaba el himno de los Estados Unidos. Su mirada al piso, explicaron después, no fue un gesto ofensivo sino un momento de oración por su raza. Los deportistas abandonaron el estadio en medio de sonoros abucheos de los aficionados apostados en las graderías.
La imagen de ese podio, considerada un mito en la lucha por los derechos civiles y que ante el mundo se conoció como el black power, se hizo célebre y produjo decepción en el Comité Olímpico Internacional (COI), que expulsó a los afroamericanos de la Villa Olímpica en Ciudad de México y los apartó del equipo estadounidense.
Al retornar a Estados Unidos, Smith y Carlos recibieron amenazas de muerte. Pagaron un alto precio por su osadía. Nunca más volverían a competir. Smith, con 11 récords mundiales a cuestas, consiguió empleo como lavador de carros, y la mujer de Carlos se suicidó porque no aguantó la presión. En los Juegos Olímpicos de Los Ángeles-84 sus nombres fueron reivindicados: ambos fueron incluidos en el Salón de la Fama del Atletismo de los Estados Unidos y hoy son auténticos héroes de la causa de los derechos civiles estadounidenses y de los derechos humanos en general.
“Estaba en una situación en la que mi país se decía libre. Quería comunicar un mensaje. Los calcetines que llevaba en los pies representaban la pobreza en la que vivía la gente de mi país, sobre todo los negros. La cabeza inclinada no representaba un gesto de desprecio a la bandera sino una oración o un grito pidiendo libertad”, explicaría Smith varios años después.
Norman también fue censurado en Australia y acusado de terrorismo. Le pidieron que se retractara de su acto, pero no lo hizo y se retiró del atletismo. El alcoholismo y la depresión cambiarían el curso de su vida hasta fallecer en 2006, a los 64 años. Smith y Carlos le retribuyeron su apoyo en el 68 y viajaron a Sídney, cargaron su féretro y lo acompañaron hasta su última morada. El pueblo australiano pidió perdón y también reivindicó a Norman.
Medio siglo después, las protestas del “black power” siguen siendo noticia en los escenarios deportivos de EE. UU., protagonizadas por figuras descollantes como LeBron James y Stephen Curry, o jugadores de la Liga Profesional de Fútbol Americano, que han protestado contra la injusticia social arrodillándose durante la entonación del himno estadounidense, cuando el protocolo exige que deben permanecer de pie. La lucha sigue…
En los meses previos a los Juegos Olímpicos de México-68, las calles de varias ciudades de Estados Unidos fueron escenarios de guerra entre blancos y negros, a causa de la negativa de blancos radicales a aplicar la Ley de Derechos Civiles que, desde julio de 1964, había abolido las prácticas segregacionistas que impedían la integración racial. “Esa ley dice que los que son iguales ante Dios deben ser también iguales ante las urnas electorales, en las aulas, en las fábricas, en los hoteles, en los restaurantes, en las salas de cine y en los otros lugares que prestan un servicio público”, explicó el presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, al sancionar la norma.
El desacato blanco ya había ignorado la jurisprudencia de los altos tribunales. En 1957, la población negra liderada por el reverendo Martin Luther King conquistó un avance trascendental en su dura lucha por la igualdad y el reconocimiento de sus derechos, cuando el Tribunal Supremo de EE. UU. les dio la razón en su demanda y declaró que la segregación en el transporte público era inconstitucional y socialmente inválida. La decisión puso fin a 358 días de boicot, por parte de la población negra, a las empresas de transporte en Montgomery (Alabama).
El 21 de diciembre de 1957 fue un día decisivo. En Montgomery vivían 50.000 negros, que desde esa fecha podían subirse a un autobús y sentarse al lado de un blanco, si así lo querían. Y lo hicieron. Los blancos desacataron la orden judicial y se negaron a compartir espacios con gente de color. Hubo atentados a las casas de los líderes negros y el temible Ku Klux Klan, una organización antinegra, arreció en sus ataques.
King, inspirado en Mahatma Ghandi, pregonó la no violencia y el amor hacia los blancos, pero una organización negra radical dividió fuerzas y armó su grupo de lucha, al que denominó Black Power (Poder Negro). No creían en el pasivo método de King y estaban dispuestos a responder con violencia a los ataques de los blancos. King fue asesinado en Memphis, Tennessee, el 4 de abril de 1968, seis meses antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de México. Solo fue un disparo entre el cuello y la mandíbula. Del gatillo jaló un blanco delgado y elegante llamado James Earl Ray, quien se declaró culpable para evitar la pena capital e ingresó en prisión con una condena de 99 años. Después se retractó de su confesión y murió el 23 de abril de 1998. En 1978, un comité del Congreso determinó que Ray disparó la bala asesina porque una organización racista de Misuri le ofreció US$50.000 para ejecutar el crimen.
Tras el magnicidio, la furia negra no se hizo esperar. Durante varios días Washington fue resguardada por 12.500 soldados armados hasta los dientes. En los guetos de Chicago la cólera saltó como un estallido y se precisaron 12.500 hombres para detener el furor negro. Detroit, Boston y Filadelfia siguieron el mismo camino, según se relata en Caminos abiertos, una especie de biografía de King.
Smith y Carlos, el “black power”
Fue en ese turbulento contexto de violencia, muerte y destrucción que varios atletas negros aceptaron representar a EE. UU. en los Juegos Olímpicos de México-68, pese a que habían sido invitados a participar en un boicot contra las justas, liderado por Harry Edwards, profesor y sociólogo afroamericano. Uno de ellos, Tommie Smith, hizo historia al ganar los 200 metros planos con nuevo récord mundial de 19,83 segundos, más rápido que el australiano Peter Norman (20,06) y que John Carlos (20,10), compatriota de Smith que finalizó en el tercer lugar.
Camino a la ceremonia de premiación, los dos norteamericanos se alistaban para dar a conocer al mundo una protesta política que se convirtió en noticia mundial y que dejó en segundo plano el logro deportivo. Se subieron al podio descalzos, para representar la pobreza del pueblo estadounidense, especialmente de la comunidad negra, y luciendo a la izquierda de su pecho una insignia del Proyecto Olímpico por los Derechos Humanos. Smith llevaba un par de guantes negros y, como Carlos olvidó los suyos, tuvieron que compartirlos: Smith se puso un guante en su mano izquierda, mientras Carlos lo hizo en la derecha, por sugerencia de Norman, quien —portando el botón del Proyecto Olímpico— se unió al gesto político al considerar que en Australia los aborígenes también eran discriminados.
Carlos y Smith levantaron el puño enguantado y agacharon la cabeza en señal de protesta, mientras sonaba el himno de los Estados Unidos. Su mirada al piso, explicaron después, no fue un gesto ofensivo sino un momento de oración por su raza. Los deportistas abandonaron el estadio en medio de sonoros abucheos de los aficionados apostados en las graderías.
La imagen de ese podio, considerada un mito en la lucha por los derechos civiles y que ante el mundo se conoció como el black power, se hizo célebre y produjo decepción en el Comité Olímpico Internacional (COI), que expulsó a los afroamericanos de la Villa Olímpica en Ciudad de México y los apartó del equipo estadounidense.
Al retornar a Estados Unidos, Smith y Carlos recibieron amenazas de muerte. Pagaron un alto precio por su osadía. Nunca más volverían a competir. Smith, con 11 récords mundiales a cuestas, consiguió empleo como lavador de carros, y la mujer de Carlos se suicidó porque no aguantó la presión. En los Juegos Olímpicos de Los Ángeles-84 sus nombres fueron reivindicados: ambos fueron incluidos en el Salón de la Fama del Atletismo de los Estados Unidos y hoy son auténticos héroes de la causa de los derechos civiles estadounidenses y de los derechos humanos en general.
“Estaba en una situación en la que mi país se decía libre. Quería comunicar un mensaje. Los calcetines que llevaba en los pies representaban la pobreza en la que vivía la gente de mi país, sobre todo los negros. La cabeza inclinada no representaba un gesto de desprecio a la bandera sino una oración o un grito pidiendo libertad”, explicaría Smith varios años después.
Norman también fue censurado en Australia y acusado de terrorismo. Le pidieron que se retractara de su acto, pero no lo hizo y se retiró del atletismo. El alcoholismo y la depresión cambiarían el curso de su vida hasta fallecer en 2006, a los 64 años. Smith y Carlos le retribuyeron su apoyo en el 68 y viajaron a Sídney, cargaron su féretro y lo acompañaron hasta su última morada. El pueblo australiano pidió perdón y también reivindicó a Norman.
Medio siglo después, las protestas del “black power” siguen siendo noticia en los escenarios deportivos de EE. UU., protagonizadas por figuras descollantes como LeBron James y Stephen Curry, o jugadores de la Liga Profesional de Fútbol Americano, que han protestado contra la injusticia social arrodillándose durante la entonación del himno estadounidense, cuando el protocolo exige que deben permanecer de pie. La lucha sigue…