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Es difícil ver a Rafael Nadal sin la insignia de Nike en su frente, en su pecho, en su muslo y en sus pies. Es casi imposible para los que llevan toda la vida viéndolo por televisión, ganando Roland Garros, alzando los brazos al cielo, acostado en la arcilla, con la espalda manchada y las piernas salpicadas de naranja.
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Es como si la sonrisa de la Mona Lisa de pronto sucumbiera al peso de los años y, cansada, cayera en señal de protesta, huyendo del abuso de los mirones, de los exhaustivos comentarios, de las opiniones despectivas y frívolas, de las mentiras. Es raro verlo sin su ropa de trabajo, cubierto apenas por una camisa negra de botones y una sonrisa ladina, respondiendo a preguntas que se debe hacer a sí mismo con regularidad y que debe haber estado guardando por un largo tiempo, inexorable, dolorido y mudo.
La última vez que Rafa compitió fue en Australia, en el primer Grand Slam del año, el 17 de enero.
Ese día perdió contra Mackenzie McDonald en un partido bifurcado. Apenas tuvo seis aces y un porcentaje de primeros servicios de 64%, muy inferior a su media. Ese día, raquítico, tuvo que salir de la cancha con las manos caídas y una sonrisa torcida. Con un dolor premonitorio en la cadera y una sensación de derrota personal, porque debía enfrentarse de nuevo a otra lesión. Debía, de forma inapelable, luchar contra su cuerpo cansado y corroído.
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El adiós de Rafael Nadal cada vez más cerca
El 18 de enero convocó una rueda de prensa en su academia y con una mirada gélida dijo que su objetivo era volver al inicio del 2024 para hacer la que sería su última gira por el circuito, destruyendo a sus fanáticos y perpetuando sus palabras solitarias.
Un día después publicó que la recuperación podría tardar entre seis y ocho semanas. Se operó para sentirse mejor, para poder recuperarse, para volver, para cumplir su promesa, o para incumplirla, porque quizá todo sea un sueño amargo, porque tal vez quiera jugar otras cinco temporadas más y volver realidad el eco de sus seguidores más inoportunos, que se niegan a reconocer su retiro. Porque si es difícil verlo sin la marquilla de su patrocinador en la frente, es más doloroso verlo sin la raqueta.
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Hoy Rafa rompió el silencio. Habló con Juanma Castaño en Movistar Plus y se refirió a su regreso de una forma peculiar pero honesta y esperanzadora.
“Me gustaría volver a jugar y volver a ser competitivo. Pero la ilusión no es volver y ganar Roland Garros o ganar Australia. Que la gente no se confunda, soy muy consciente que en la época en la que estoy de mi vida todo eso queda muy lejos. No digo imposible porque, y lo he dicho mil veces, las cosas en el deporte cambian muy rápido”.
"La ilusión no es volver y ganar Roland Garros o el Australian Open. Que la gente no se confunda. Soy muy consciente que todo eso queda muy lejos en este momento, aunque no digo imposible porque las cosas en el deporte cambian muy rápido".
— Tiempo De Tenis (@Tiempodetenis1) September 18, 2023
Rafael Nadal.pic.twitter.com/exDOqqgzQZ
Cuando lo dice suena convencido de que quizá el año que viene no sea el último. De que su regreso parece ser amable con su cuerpo y respetuoso con su historia. Desgarra escucharlo desprendido de Roland Garros. Suena culposo y vacuo que aquel que lo ha ganado 14 veces no disponga una actitud retadora, pero es tan inoportuno y tan superfluo que no deja de sonar engañoso, porque el tenis sabe que Rafa siempre será favorito en tierras francesas.
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Sobre Djokovic y su récord de Grand Slams también tuvo palabras, porque Rafa, con dos menos, no siente que esto sea una derrota, ni un martirio.
“No estoy frustrado porque creo que dentro de mis posibilidades hice todo lo posible para que las cosas me fueran lo mejor posible (...) Novak, en ese sentido, lo vive de una manera más intensa de lo que lo he vivido yo. Para él sí hubiera sido una frustración mayor no conseguirlo. Y a lo mejor por eso lo ha conseguido”.
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