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Giannis Antetokounmpo no jugaba al baloncesto en su infancia, vendía relojes en las calles de Atenas junto a su hermano para poder sobrevivir y llevar dinero a su casa. Sus padres, Charles y Verónica Antetokounmpo, emigraron desde Nigeria en 1991, después de la grave crisis económica que ocasionó la escases de petróleo en un país dependiente del combustible.
La familia Antetokounmpo dejó Nigeria, junto a otros 15 millones de migrantes africanos en la década de los 90, según los datos de la Naciones Unidas, y terminó en Grecia, en el barrio de Sepolia de Atenas, una de las periferias urbanas más pobres del país heleno.
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En casa de los abuelos en Lagos, mientras Charles y Verónica buscaban la vida, se quedó Francis Antetokounmpo, el hijo mayor de la familia. En Atenas nacerían después, en orden, Thanasis, Giannis, Kostas y Alex, los cuatro, hoy en día, basquetbolistas profesionales.
La vena deportiva de los Antetokounmpo llegó a través de los padres. Charles fue jugador de fútbol y Verónica, saltadora de altura. Durante su infancia en Grecia, el papá de los Antetokounmpo procuró que sus hijos se dedicaran al balompié, veía en ellos el ADN deportivo de la familia y la contextura para triunfar como profesionales.
Sin embargo, a pesar de los entrenamientos y de su insistencia, a Thanasis se le metió en el camino el baloncesto y, arrastrado por la admiración a su hermano mayor, detrás también se fue Giannis, un pequeño prodigio de 13 años que en menos de dos logró colarse en las juveniles del Filathlitikos, equipo semi-profesional de la liga griega.
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De ahí, la escalada fue monumental. Para 2012, con 18 años, Giannis Antetokounmpo logró firmar su primer contrato como profesional con el Zaragoza en la liga española.
Con lo que no contaba el basquetbolista griego fue con que nunca llegó a jugar con el equipo español. Su talento era tan descomunal que ese mismo año recibió una llamada de la NBA para que fuera a probarse a los equipos de la liga profesional de baloncesto de los Estados Unidos.
Nadie lo conocía, el solo hecho de que lo hubiesen llamado ya era una sorpresa, todavía mayor fue cuando los Milwaukee Bucks lo escogieron 15 en la selección del Draft.
No fue estrella desde el comienzo, no era ni una sombra de lo que es ahora. Sus primeros años fueron duros; lejos de su familia, sin saber hablar ni una palabra de inglés, avalado por su talento y su estatura de dos metros y cinco centímetros, pero con un físico débil demasiado frágil para los embates de la liga de baloncesto más física del mundo.
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No obstante, Antetokounmpo se repuso. Él siempre fue forastero. A pesar de haber nacido en Grecia junto a sus otros tres hermanos, el Estado nunca le reconoció la ciudadanía a su familia hasta el 2013, año en que Giannis llegó a la NBA y cumplió los 18.
Siempre fue migrante. No fue ni nigeriano ni griego durante su infancia y, en medio de una vida sin pasaporte y sin arraigo, forjó el talento descomunal de un fenómeno. De ahí, de la precariedad de su infancia, que lo forzó a trabajar como vendedor ambulante para poder comer, empezó la historia de su leyenda.
Por eso, la soledad en Milwaukee no fue una excusa para huir de Norteamérica. Al contrario fue el aliciente que necesitaba para crear a la bestia, al fenómeno griego.
Su primera temporada en la NBA no fue nada del otro mundo; flaco, intrascendente y con poco tiro de corta, mediana y larga distancia. Había cuerpo, pero no suficiente físico. Lo que nunca le falló, que es lo que hay que tener en cuenta, fue cabeza. Su hambre, esa necesidad de triunfos y reconocimiento que caracteriza a las estrellas, lo llevó a esforzarse el doble y a convertirse en el mayor prospecto de toda la liga.
Llegó a Estados Unidos midiendo 2,05 metros y a los tres años ya media 2,11 metros. De aquel joven enclenque que llegó en 2013 solo quedó el rastro. En 2015 finalmente llegó su año; volcadas inverosímiles, penetraciones descomunales y un físico privilegiado lo llevaron a la cima. Un jugador voraz al servicio de los Bucks de Milwaukee, una franquicia que llevaba fuera de foco durante décadas y que ganó su primer y único anillo por allá en 1971.
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Antetokounmpo revolucionó Milwaukee. Lo llaman el fenómeno porque su impacto no solo se quedó en la cancha. El griego le dio un vuelco a la ciudad y realzó la economía del equipo a un nivel de influencia tan descomunal que los Bucks se encuentran en la construcción de un nuevo estadio y la reestructuración de todo su proyecto deportivo.
Y después de ser ignorado, y de que le negaron la nacionalidad, el fenómeno se convirtió en un ídolo en Grecia. Las veces que ha regresado a su tierra las personas se congregan para verlo jugar.
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Famosa fue la vez que volvió a Sepolia, su viejo barrio en la periferia de Atenas, y se le ocurrió poner en Twitter que volvería a jugar a la cancha donde comenzó su historia. A los 15 minutos, miles se congregaron para saludarlo y celebrar su regreso.
Y cuando empezó a ascender sin precedentes, y cuando ya se sabía que iba a ser uno de los mejores en los años que estaban por venir, Charles Antetokounmpo, su papá, falleció en 2017 por un paro cardíaco.
Giannis no se frenó, recordando a su padre como la mayor influencia de su vida, como la persona que siempre estuvo dispuesto para él, el fenómeno griego siguió adelante.
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“Es difícil perder a alguien que amas. Es difícil perder a alguien que ha estado ahí desde el día uno, especialmente para nuestra familia. Tratamos de reponernos un día a la vez. Está bien estar triste. Amábamos a nuestro padre y mi madre amaba a su esposo, pero, al final del día, creo que hizo lo que tenía que hacer en este mundo. Tuvo cinco hijos y nos educó bien. Es lo más importante. Espero un día, cuando deje este mundo también, que pueda dejar a mis hijos el impacto que mi papá dejó en nosotros”, dijo la estrella de los Bucks una semana después de que se confirmó la noticia.
Maduro y sereno Giannis afrontó la perdida más grande de su vida con inteligencia, como hacen los grandes, sin perder la cabeza, su mayor atributo.
Escogido mejor jugador de toda la NBA (MVP) en 2019 y 2020, pero incapaz de llevar a su equipo al título, las criticas a Antetokounmpo, con apenas 26 años, venían en crescendo. El griego parecía no poder aguantar las exigencias que le hacía la liga de ganar un título para poder empezar a acomodar su silla en la mesa de los más grandes con Michael Jordan, LeBron James, Setphen Curry, Magic Jonhson, Kobe Bryant, Larry Bird y compañía.
Y precisamente este año, que no pudo revalidar su premio como el jugador más valioso de la temporada, y que tenía en el camino rivales de peso como los Nets de Brooklyn con James Harden y Kevin Durant, el fenómeno griego demostró su talante. Antetokounmpo estuvo más intratable que nunca en los playoffs para liderar a los Bucks al título de la NBA, el primero tras 50 años de sequía.
Giannis Antetokounmpo está en su momento. Detrás, carga su historia y la de millones de migrantes, señalados por el renaciente fascismo europeo de la profunda crisis económica que afecta al nuevo continente. Hace unos años, Evangelos Markopoulos, teórico de la ultra derecha en Grecia, desató la polémica al afirmar que “Antetokounmpo solo es un negro intentando parecer griego”.
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Por eso, el triunfo de Antetokounmpo en la NBA va más allá del anillo porque él es la encarnación de aquellos que trasegaron de África a Europa buscando otro destino. Va tras la sombra de Hakeem Abdul Olajuwon, el nigeriano que asombró a la liga norteamericana en el siglo XX, y tras el camino de miles deportistas africanos que han impulsado el deporte en el mundo. Antetokounmpo es un fenómeno hambriento de gloria que no se conformara solo con un anillo.