Grecia, el lugar en el que todo comenzó: la llama olímpica que vive hasta nuestros días
Primera entrega de la serie “Relatos de la historia olímpica”. El origen de las justas en Olimpia y el nacimiento de los Juegos modernos.
Fernando Camilo Garzón
Homero, dicen, fue el primer cronista deportivo de la historia. En la Ilíada, en el canto XXIII, ya se recogían antiguas celebraciones ligadas a las gestas deportivas. En esos versos, específicamente, se relata la reunión de varios atletas convocados para festejar, en ritos funerarios, las justas que Aquiles organizó para honrar la memoria de Patroclo, su amigo que murió a manos de Héctor. El deporte hacía parte de la vida social de Grecia, como quedó consignado en los relatos homéricos. Y no solo era una celebración ante la muerte, también era un reflejo de la vida cotidiana. Así puede leerse también en la Odisea, en decenas de pasajes en los que, tras algún pleito o un banquete, los griegos veían la competencia deportiva como una excusa para un agasajo o como una forma de dirimir un conflicto.
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Homero, dicen, fue el primer cronista deportivo de la historia. En la Ilíada, en el canto XXIII, ya se recogían antiguas celebraciones ligadas a las gestas deportivas. En esos versos, específicamente, se relata la reunión de varios atletas convocados para festejar, en ritos funerarios, las justas que Aquiles organizó para honrar la memoria de Patroclo, su amigo que murió a manos de Héctor. El deporte hacía parte de la vida social de Grecia, como quedó consignado en los relatos homéricos. Y no solo era una celebración ante la muerte, también era un reflejo de la vida cotidiana. Así puede leerse también en la Odisea, en decenas de pasajes en los que, tras algún pleito o un banquete, los griegos veían la competencia deportiva como una excusa para un agasajo o como una forma de dirimir un conflicto.
Lo relata bien Fernando García Romero, filólogo, paremiólogo y helenista español, en uno de los textos en los que explora la influencia del deporte en la literatura antigua, El deporte en la sociedad griega según las fuentes literarias: “Ocurre en el canto ocho de la Odisea, cuando Ulises se encuentra en el feliz país de los feacios y queda afligido al escuchar al cantor Demódoco relatar los sucesos de Troya, en los que él ha participado; entonces Alcínoo, el rey de los feacios, propone celebrar unas competiciones atléticas (juegos de pelota, carrera pedestre, lanzamiento de disco, salto de longitud) para consolar a su huésped, unas competiciones en las que también el público participa con entusiasmo. Dice así Alcínoo (vv.97 ss.): ‘Escuchadme, caudillos y príncipes de los feacios. Ya tenemos saciado nuestro ánimo en el banquete común y la forminge, que es compañera del festín espléndido; ahora salgamos y probemos juegos de toda clase, para que el huésped cuente a sus amigos, tras regresar a casa, cuánto superamos a los demás en el pugilato, en la lucha, en el salto y en la carrera’”.
Para los griegos, o para algunos de ellos, el deporte era perfección. Para Píndaro, por ejemplo, el deportista era el hombre ideal. Lo relataba en sus epinicios, cantos que eran entonados por un coro para celebrar el triunfo de un atleta en una competición. El deportista era la significación espléndida de la aristocracia. “Es el hombre que destaca tanto por sus cualidades físicas como por sus cualidades intelectuales y morales, puestas siempre al servicio de la comunidad, en beneficio de la buena marcha de los asuntos de su ciudad”, explica García Romero.
El triunfo atlético en Grecia conducía a la gloria y la admiración del pueblo. Llevaba a lo que todo hombre persigue, las ambiciones del ser humano, según Píndaro: “Ser admirado en vida y recordado tras la muerte”. Los atletas eran vanagloriados por aquellos que podían escuchar los cantos poéticos y aprender de las leyendas de los hombres que, poco a poco, empezaron a formar el espíritu olímpico, llamado así porque fue precisamente en Olimpia, antigua ciudad griega, donde los primeros Juegos Olímpicos de la humanidad tuvieron su origen. Fue allí, en medio de una sociedad que ya contaba las leyendas de sus atletas y los festejaba como la reencarnación de los héroes populares, que nacieron las justas deportivas más importantes de la humanidad.
Los Juegos Olímpicos, en aquel entonces, eran una celebración tanto política como religiosa, pues representaban un acto simbólico de paz entre las distintas ciudades. Hasta aquella región del Peloponeso, cientos de personas viajaban para festejar un ritual en honor a Zeus con la promesa de que, al menos durante unas semanas, allí congregados, unos y otros, no se reunían para matarse, pero sí para competir entre ellos para alcanzar la gloria divina.
No se sabe a ciencia cierta la fecha en la que iniciaron los Juegos. Como la Ilíada y la Odisea de Homero, como los epinicios de Píndaro, o como cualquier relato literario de esa época, la veracidad de los hechos está fuertemente ligada a la tradición oral y literaria a la que se apeló, muchos siglos después, cuando se recompuso la obra. Hay un cierto acuerdo en que el origen fue en el 776 A.C. en Olimpia, Grecia. Y que, a partir de ahí, cada cuatro años se festejaban las justas en el mes de verano de Hekatombion, que corresponde aproximadamente a julio/agosto en el calendario moderno. Sin embargo, ahí la realidad se confunde con el mito y otras historias, bien conocidas, dan cuenta de un origen todavía más atrás en el tiempo.
Se cuenta, por ejemplo, que Hércules (Heracles en griego) creó los Juegos Olímpicos para honrar a su padre Zeus después de completar uno de sus doce trabajos, que consistía en limpiar los establos de Augías en un solo día. Hércules desvió los ríos Alfeo y Peneo para completar la tarea, y luego, en agradecimiento y para conmemorar su hazaña, estableció una serie de competiciones atléticas en Olimpia. Así, instituyó el inicio de las justas, marcando el lugar sagrado y proclamando que se celebraran cada cuatro años en honor a su progenitor.
También está la historia de Pélope, un héroe y rey de Pisa, que creó los Olímpicos para celebrar su victoria en una carrera de carros contra el rey Enómao de Pisa. Enómao había desafiado a los pretendientes de su hija Hipodamía a una carrera mortal, prometiendo su mano al ganador y la muerte a los perdedores. Con la ayuda de Poseidón, y la traición del auriga de Enómao, Pélope ganó la carrera, matando a Enómao y casándose con Hipodamía. En conmemoración de su victoria y para honrar a los dioses, Pélope instauró los Juegos Olímpicos en Olimpia.
Mitologías aparte, sin tratar de buscar un origen certero que puede ser confuso, lo cierto es que, durante siglos, los Juegos Olímpicos representaron para Grecia una intención de paz, un evento que simbolizaba la unidad cultural, además de la excelencia física y espiritual de la civilización griega. Durante los primeros años, se competía en eventos que iban desde carreras y luchas hasta lanzamientos y competiciones de pugilato. Los atletas competían en eventos como carreras de distancias variadas, luchas cuerpo a cuerpo, lanzamientos de disco y jabalina, así como en el pankration, una forma de combate mixto. Las carreras de carros, una de las competiciones más espectaculares, también formaban parte del programa, ofreciendo un espectáculo emocionante para los espectadores. Con el tiempo, la competencia evolucionó también a otras disciplinas. Incluso, el arte, la poesía, la música y el drama entraron al programa de las justas. Sin embargo, en la medida que el mundo cambiaba, y tras cientos de años, los Juegos entraron en declive, como entró Grecia.
Los Juegos Olímpicos de la Antigüedad llegaron a su fin debido a una serie de factores que culminaron con la prohibición de los ritos paganos por parte del emperador Teodosio I, tras la adopción del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano en el año 380. Esta medida se intensificó con la invasión y saqueo de Olimpia por parte de las hordas godas entre el 395 y el 396, seguida por el decreto de Teodosio II y Honorio en el año 408, que ordenó la destrucción de los templos y lugares dedicados a los dioses paganos. Finalmente, en el 426, los templos y edificios de Olimpia fueron incendiados, marcando así el fin de una era en la historia de los juegos atléticos.
La llama se enciende de nuevo: así nacieron los Juegos Olímpicos modernos
Pasarían casi dos milenios para que la llama de Olimpia se encendiera de nuevo. Fue en 1896 cuando Pierre de Coubertin, un pedagogo e historiador francés, se inspiró en el espíritu y la tradición de los antiguos juegos griegos para crear las justas modernas. El profesor propuso revivir la competición como una forma de promover la paz y el entendimiento internacional a través del deporte. Dos años antes del nuevo origen, convocó a la primera Conferencia Internacional de Olimpismo en París, donde se estableció el Comité Olímpico Internacional (COI) y se acordó organizar los primeros Juegos Olímpicos modernos en Atenas en 1896. Desde entonces, el evento se ha celebrado cada cuatro años, con la participación de atletas de todo el mundo.
Más de 1500 años después, tras el espíritu que apagó Teodosio I, la llama olímpica volvió a Grecia, el lugar que la vio nacer. Tiempo después, cuando las olimpiadas ya superaban la decena de ediciones, Coubertin daría en Berlín un discurso histórico, un año antes de su muerte: “¡Asegúrate de mantener viva la llama sagrada! (...) Los juegos pronto serán más que recuerdos, ¡pero cuán poderosos y diversos! (...) Primero los recuerdos de la belleza. Desde que exactamente hace treinta años reuní en París la Conferencia de Artes, Letras y Deportes, para establecer un vínculo permanente entre el Olimpismo renovado y las manifestaciones del espíritu, los esfuerzos inteligentes han ayudado desde Estocolmo hasta Los Ángeles a la realización de este ideal. (...) Recuerdos de Esperanza finalmente porque, bajo la égida de la bandera con los cinco anillos simbólicos, se forjaron acuerdos musculares, más fuertes que la muerte misma ... Alegría, hermosa chispa de los dioses”.
Nuestros tiempos no son los de la Grecia antigua, por supuesto. Aunque la intención siempre ha sido mantener el espíritu olímpico imperturbable, no podríamos decir que en nuestros tiempos el deporte es percibido como se percibía en aquellos años. Fernando García Romero lo define así: “El rasgo que más claramente diferencia el deporte griego del deporte moderno, y que explica además en buena parte el resto de las características distintivas, es que las competiciones deportivas griegas tenían un marcado carácter religioso. Se desarrollaban en el marco de festivales religiosos y eran un acto de culto, en tanto que el deporte moderno es un espectáculo completamente profano (excepto quizá para aquellas personas cuya única religión parece ser el fútbol, como en el estupendo relato, lleno de ironía, de José Luis Sampedro “Aquel santo día en Madrid”, que se incluye entre los Cuentos de fútbol recopilados y editados por Jorge Valdano)”.
Los Juegos Olímpicos renacieron y, desde entonces, se mantienen vigentes. Su connotación ha sido variable y hoy, más que un rito o una celebración divina, son parte de un mercado del espectáculo, cada vez más opulento y desmesurado. Los atletas, los héroes de siempre, salvan todavía, con su tenacidad y relatos, el espíritu que prendió la llama. La tregua deportiva que traía paz en tiempos de guerra. Así nacieron un día los Olímpicos y hoy, tanto tiempo después, se mantienen bajo el mismo anhelo de unión y esperanza para un mndo convulso.
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