Íngrit Valencia: caer, levantarse y nunca doblegarse
La medallista olímpica en boxeo (bronce en Río 2016) y subcampeona del mundo en Turquía 2022, en la categoría de menos de 50 kg, demuestra con sus logros deportivos y personales que no hay que rendirse ante la adversidad.
Fue el instinto de supervivencia lo que arrastró a Íngrit Valencia al boxeo. Nacida en septiembre de 1988, de niña, en el colegio donde estudiaba, sufrió en carne propia el matoneo escolar.
“Mi respuesta fue un mecanismo de defensa que me llevó a pelear con mis compañeros para desahogarme. Del colegio llamaban a mi madre por mi mal comportamiento. Ahí fue donde conocí el boxeo, porque le dijeron que bebía practicar un deporte para canalizar esa agresividad”, relata con voz suave.
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Fue un mal momento que no borra el recuerdo más agradable de su niñez. Con cálidas palabras dibuja imágenes de una niña que jugaba fútbol y corría mucho en Morales, Cauca. “Allá solo se veía naturaleza. Carecíamos de muchas cosas, porque mis abuelos eran muy humildes. No olvido cuando me subía a un fogón grande a calentarme por las mañanas, ni a mi abuelita haciendo el café y lavando ropa, ni cuando nos echábamos agua con mis primos… Era una niña feliz y no lo sabía”.
Sin embargo, los golpes del destino parecían ensañarse contra ella. Cuando tenía 17 años falleció su abuela y se sintió como una náufraga desorientada por la pérdida de la mujer que apoyó su crianza y le dio amor. “Nunca lo superé porque uno no espera la muerte de un ser querido. Me tocó irme a Cali, tener una vida diferente, algo inesperado”.
Viviendo allí, nació Jhojan Estiven Aguirre Valencia, su hijo. “Me tocó vivir en una invasión con él. Pasamos necesidades. Después, el Esmad nos sacó de la invasión y nos quitó lo poquito que teníamos. Fue un momento muy duro”.
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Íngrit Valencia vivió un tiempo fugaz con su madre, en una vivienda donde fue reubicada. “Mi mamá tenía más hijos y era difícil sostenernos. Entonces empecé a trabajar y me fui a pagar arriendo. Me tocada muy duro porque no podía entrenar, trabajar, estudiar y ser madre al mismo tiempo. En ese entonces yo entrenaba con la Liga de Boxeo del Valle y el apoyo era mínimo, ya que por haber sido mamá me decían que ya no era la misma atleta”.
En medio de las dificultades no se doblegó. Trabajó en un restaurante, en una obra de construcción y su instinto de mujer guerrera, incluso, le dio fortaleza para laborar en una mina de carbón. “Eso me tenía muy cansada”.
Sus ojos color miel brillan mientras habla y comenta que por ser mujer y querer practicar un deporte que era exclusivo para hombres fue rechazada, menospreciada y discriminada. “Así lo sentí en un momento de mi vida y ojalá no vuelva a ocurrir. Quiero que a las niñas deportistas no les pase lo que a mí, porque es muy desagradable”.
En 2013 migró al Tolima, donde encontró una oportunidad para representar a ese departamento en boxeo y se quedó viviendo en Ibagué. Allí comenzó a construir su carrera boxística. “Como en la selección Tolima me convertí deportista de alto rendimiento, tenía que vivir para el deporte y era lo que quería, por eso entrenaba fuerte... y aún lo hago”.
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Después comenzaron a llegar los títulos: medalla de oro en los Juegos Sudamericanos de Santiago 2014, bicampeona de los Juegos Centroamericanos y del Caribe (Veracruz 2014 y Barranquilla 2018), y un oro más en los Juegos Bolivarianos de Santa Marta 2017.
Íngrit Valencia fue la primera boxeadora colombiana en clasificarse a los Juegos Olímpicos, adonde solo llegan las mejores del planeta, y en Río 2016 se colgó la presea de bronce (menos de 51 kg), quizás el galardón más importante de su carrera deportiva, en un hecho inédito para el país.
En marzo de este año se coronó campeona continental al doblegar a la mexicana Fátima Herrera en la final del peso mosca del Campeonato Continental Élite de Boxeo, en Guayaquil (Ecuador). Y en mayo pasado sumó otro galardón más: subcampeona mundial del torneo celebrado en Turquía, en donde fue derrotada por la local Buse Naz Cakiroglu en la categoría de menos de 50 kg.
—¿Aprende más al ganar o perder una pelea?
—Creo que cuando pierdo porque vuelvo y miro el combate para saber los errores que cometí y entreno más fuerte para corregirlos. Ganar es bonito, perder duele mucho porque en 12 minutos el que pierde se va de la competencia, no hay repechaje como en la lucha o el yudo.
Curtida en mil batallas dentro y fuera del ring, Íngrit —licenciada en Educación Física— admite que siente nervios y ansiedad antes de un combate. “Antes de subir al ring me encomiendo a Dios para que todo salga bien y ninguna de las dos personas que están combatiendo salga afectada para su vida”.
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Y ha salido bien librada. No hay huellas en su rostro por golpes o cabezazos. “Gracias a Dios mis combates siempre han sido fuertes, pero nunca ha habido un accidente que me haya llevado al hospital, aunque se reciben golpes fuertes en la cabeza, de la cintura para arriba y queda uno adolorido, pero nada grave”, comenta Íngrit.
—¿Cómo se recupera de esos dolores?
—Primero, la preparación es importante y previo a un combate hay que entrenar muy fuerte. Cuando me bajo del ring lo que hago es recuperarme con hielo, cremas calientes y masajes. Eso ayuda mucho.
—¿Cuánto dura ese proceso de recuperación después de un combate?
—Si no estoy bien preparada puede durar de tres a cinco días con dolor en el cuello, los brazos y el abdomen por los golpes fuertes que se reciben en el cuerpo y la cabeza. Si estoy bien preparada no se siente dolor, a no ser que tenga un corte o un cabezazo fuerte, de resto no. Íngrit recuerda a sus mentores: el profe Jorge Aguirre le enseñó los primeros pasos del boxeo y a enamorarse de este deporte en Cali, tras aceptar ese consejo que le dieron en el colegio para desfogar su agresividad.
“Pero quien me enseñó a seguir, a no rendirme y a pelear por lo que quería fue Raúl Ortiz. Él me recibió con su familia en Ibagué, sin conocerme y sin haber dado todavía resultados deportivos”, dice con un tono de profunda felicidad porque su entrenador es ahora su pareja sentimental y formaron hogar con el hijo de él, Sebastián, y Jhojan Estiven, quien tiene 16 y años y un trofeo: campeón nacional infantil de boxeo. “Por ahora no se ha definido por el deporte, todavía está estudiando”.
A sus 33 años, y después de superar las adversidades que el destino puso en su camino, Íngrit se considera una mujer feliz. “Ha habido golpes en los que me he caído, me he golpeado muy fuerte, pero me he parado y he seguido. Ese ha sido el trasegar en mi vida. Fue la vida que me tocó y Dios me dio la oportunidad de ser una mujer guerrera para salir adelante”.
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Fue el instinto de supervivencia lo que arrastró a Íngrit Valencia al boxeo. Nacida en septiembre de 1988, de niña, en el colegio donde estudiaba, sufrió en carne propia el matoneo escolar.
“Mi respuesta fue un mecanismo de defensa que me llevó a pelear con mis compañeros para desahogarme. Del colegio llamaban a mi madre por mi mal comportamiento. Ahí fue donde conocí el boxeo, porque le dijeron que bebía practicar un deporte para canalizar esa agresividad”, relata con voz suave.
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Fue un mal momento que no borra el recuerdo más agradable de su niñez. Con cálidas palabras dibuja imágenes de una niña que jugaba fútbol y corría mucho en Morales, Cauca. “Allá solo se veía naturaleza. Carecíamos de muchas cosas, porque mis abuelos eran muy humildes. No olvido cuando me subía a un fogón grande a calentarme por las mañanas, ni a mi abuelita haciendo el café y lavando ropa, ni cuando nos echábamos agua con mis primos… Era una niña feliz y no lo sabía”.
Sin embargo, los golpes del destino parecían ensañarse contra ella. Cuando tenía 17 años falleció su abuela y se sintió como una náufraga desorientada por la pérdida de la mujer que apoyó su crianza y le dio amor. “Nunca lo superé porque uno no espera la muerte de un ser querido. Me tocó irme a Cali, tener una vida diferente, algo inesperado”.
Viviendo allí, nació Jhojan Estiven Aguirre Valencia, su hijo. “Me tocó vivir en una invasión con él. Pasamos necesidades. Después, el Esmad nos sacó de la invasión y nos quitó lo poquito que teníamos. Fue un momento muy duro”.
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Íngrit Valencia vivió un tiempo fugaz con su madre, en una vivienda donde fue reubicada. “Mi mamá tenía más hijos y era difícil sostenernos. Entonces empecé a trabajar y me fui a pagar arriendo. Me tocada muy duro porque no podía entrenar, trabajar, estudiar y ser madre al mismo tiempo. En ese entonces yo entrenaba con la Liga de Boxeo del Valle y el apoyo era mínimo, ya que por haber sido mamá me decían que ya no era la misma atleta”.
En medio de las dificultades no se doblegó. Trabajó en un restaurante, en una obra de construcción y su instinto de mujer guerrera, incluso, le dio fortaleza para laborar en una mina de carbón. “Eso me tenía muy cansada”.
Sus ojos color miel brillan mientras habla y comenta que por ser mujer y querer practicar un deporte que era exclusivo para hombres fue rechazada, menospreciada y discriminada. “Así lo sentí en un momento de mi vida y ojalá no vuelva a ocurrir. Quiero que a las niñas deportistas no les pase lo que a mí, porque es muy desagradable”.
En 2013 migró al Tolima, donde encontró una oportunidad para representar a ese departamento en boxeo y se quedó viviendo en Ibagué. Allí comenzó a construir su carrera boxística. “Como en la selección Tolima me convertí deportista de alto rendimiento, tenía que vivir para el deporte y era lo que quería, por eso entrenaba fuerte... y aún lo hago”.
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Íngrit Valencia fue la primera boxeadora colombiana en clasificarse a los Juegos Olímpicos, adonde solo llegan las mejores del planeta, y en Río 2016 se colgó la presea de bronce (menos de 51 kg), quizás el galardón más importante de su carrera deportiva, en un hecho inédito para el país.
En marzo de este año se coronó campeona continental al doblegar a la mexicana Fátima Herrera en la final del peso mosca del Campeonato Continental Élite de Boxeo, en Guayaquil (Ecuador). Y en mayo pasado sumó otro galardón más: subcampeona mundial del torneo celebrado en Turquía, en donde fue derrotada por la local Buse Naz Cakiroglu en la categoría de menos de 50 kg.
—¿Aprende más al ganar o perder una pelea?
—Creo que cuando pierdo porque vuelvo y miro el combate para saber los errores que cometí y entreno más fuerte para corregirlos. Ganar es bonito, perder duele mucho porque en 12 minutos el que pierde se va de la competencia, no hay repechaje como en la lucha o el yudo.
Curtida en mil batallas dentro y fuera del ring, Íngrit —licenciada en Educación Física— admite que siente nervios y ansiedad antes de un combate. “Antes de subir al ring me encomiendo a Dios para que todo salga bien y ninguna de las dos personas que están combatiendo salga afectada para su vida”.
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Y ha salido bien librada. No hay huellas en su rostro por golpes o cabezazos. “Gracias a Dios mis combates siempre han sido fuertes, pero nunca ha habido un accidente que me haya llevado al hospital, aunque se reciben golpes fuertes en la cabeza, de la cintura para arriba y queda uno adolorido, pero nada grave”, comenta Íngrit.
—¿Cómo se recupera de esos dolores?
—Primero, la preparación es importante y previo a un combate hay que entrenar muy fuerte. Cuando me bajo del ring lo que hago es recuperarme con hielo, cremas calientes y masajes. Eso ayuda mucho.
—¿Cuánto dura ese proceso de recuperación después de un combate?
—Si no estoy bien preparada puede durar de tres a cinco días con dolor en el cuello, los brazos y el abdomen por los golpes fuertes que se reciben en el cuerpo y la cabeza. Si estoy bien preparada no se siente dolor, a no ser que tenga un corte o un cabezazo fuerte, de resto no. Íngrit recuerda a sus mentores: el profe Jorge Aguirre le enseñó los primeros pasos del boxeo y a enamorarse de este deporte en Cali, tras aceptar ese consejo que le dieron en el colegio para desfogar su agresividad.
“Pero quien me enseñó a seguir, a no rendirme y a pelear por lo que quería fue Raúl Ortiz. Él me recibió con su familia en Ibagué, sin conocerme y sin haber dado todavía resultados deportivos”, dice con un tono de profunda felicidad porque su entrenador es ahora su pareja sentimental y formaron hogar con el hijo de él, Sebastián, y Jhojan Estiven, quien tiene 16 y años y un trofeo: campeón nacional infantil de boxeo. “Por ahora no se ha definido por el deporte, todavía está estudiando”.
A sus 33 años, y después de superar las adversidades que el destino puso en su camino, Íngrit se considera una mujer feliz. “Ha habido golpes en los que me he caído, me he golpeado muy fuerte, pero me he parado y he seguido. Ese ha sido el trasegar en mi vida. Fue la vida que me tocó y Dios me dio la oportunidad de ser una mujer guerrera para salir adelante”.
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