JJ Sánchez, el niño colombiano que se ha probado en la NBA y con Real Madrid
Hace un año, el caldense sorprendió al debutar con solo 13 años en la Liga Profesional de Baloncesto. Ahora, con una gran proyección hacia el futuro, el colombiano ha tenido la oportunidad de entrenarse en el campamento de uno de los clubes más reconocidos de Europa y algunas franquicias en Estados Unidos. Especial Colombia, ¡vamos adelante!
Fernando Camilo Garzón
El niño tenía apenas 13 años y 27 días cuando debutó en la Liga Profesional de Baloncesto con Sabios de Manizales. Ese día, Juan José Sánchez rompió dos récords: se convirtió en el jugador más joven en debutar y anotar en un partido del torneo colombiano. Entre celebraciones, llamadas y mensajes, esa misma noche a Juan Pablo Sánchez le preguntaron si no le había dado miedo ver a su hijo rodeado de gigantes. Si verlo todo pequeño, chocando y plantándose contra estatuas que superaban los dos metros, no le había generado angustia al pensar que podían arrollarlo como a una pluma o golpear su cuerpo todavía tan frágil. El terror de cualquier padre que ve cómo su hijo se enfrenta al “verdadero” mundo.
Y la verdad era que no. Juan Pablo se acostumbró a ese cuadro desde el principio porque, desde que tenía seis años, cuando empezó a jugar al baloncesto, JJ ya se enfrentaba a niños de 10 u 11 años, rivales de dos categorías por encima. Siempre fue un pequeño que danzaba entre gigantes y tenía aspiraciones monumentales.
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A esa edad, JJ Sánchez comenzó a ver el baloncesto como un proyecto de vida. Y fue así por una inquietud que sintió Juan Pablo Sánchez en unas vacaciones, el día en el que un vacío le acaloró el cuerpo al ver a su hijo tan feliz jugando en el parque y pensar que esa felicidad sería efímera. El pensamiento le carcomió la cabeza y empezó a imaginar qué pasaría si él no estuviera ahí para Juan José. ¿Cómo podía garantizarle algo a lo que aferrarse, una meta, algo que perseguir? ¿Cómo mantener esa sonrisa ante el cruel paso del tiempo? ¿Cuál sería la ilusión de ese niño risueño que, de repente, le había despertado semejante angustia?
Juan José se había enamorado del baloncesto por herencia, pues su mamá, Claudia Rodríguez, representó durante muchos años al departamento de Caldas e integró la selección colombiana de baloncesto. Pero, también, después de una tarde en la que se encontró en el televisor la película Space Jam. Y ver a Michael Jordan batirse en duelo, acompañado de Bugs Bunny y los Looney Tunes, con extraterrestres y seres de otras dimensiones despertó en el niño una curiosidad temprana por la pelota naranja. De lado quedaron la natación, el fútbol y el BMX, el deporte en el que alcanzó a dar sus primeros pasos.
Empezó a entrenar con Pedro Ocoró, ícono del básquet manizalita, que tenía una predilección por el pequeño JJ. Veía en él una chispa. “Cuando los demás no me daban la pelota, el profe Ocoró decía que los puntos no valían si no me la pasaban”.
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Ahí fue que JJ empezó a soñar con ser basquetbolista. Y cuando le dijo a su papá, Juan Pablo Sánchez ya tenía en su cabeza todo un plan, ideado desde esa tarde de temprana angustia. El objetivo definitivo del proyecto era lograr una beca universitaria en Estados Unidos, el principal camino para llegar a la NBA. “¿Ese es tu sueño?”, le preguntaron sus padres al niño. Y con el sí del hijo ilusionado le prometieron: “Entonces vamos a trabajar, como familia, para lograrlo”.
El plan de los Sánchez
Desde ese momento, cuando tenía nueve años, empezaron los entrenamientos con Mónica Franco. Además, la preparación física empezó a ser supervisada por Carlos Mario Velázquez, el seguimiento nutricional quedó a cargo de Ana López Mejía y el trabajo psicológico de Lina Urrego. Adicionalmente, también empezó a viajar. El compromiso fue que, cada año, JJ viajaría a un campamento de entrenamiento en los países más basqueteros del mundo. Así, terminó entrenando con Nike; con Miami Heat, franquicia de la NBA; con la Universidad de Purdue, en Indiana, y con Real Madrid, su campamento más reciente en Europa.
“Desde muy pequeño entendí, gracias a mis padres y a su apoyo, que podía cumplir mi sueño. Mi objetivo es jugar en alguna de las cinco grandes ligas del mundo”, dice JJ. Su papá da cuenta de su obstinación. Juan José llega a ser muy obsesivo con el juego. Si alguna jugada le llama la atención, puede durar horas entrenando para lograrla. Día y noche, su mundo es el baloncesto.
“Soy muy disciplinado”, destaca la joven promesa, antes de enumerar una a una todas sus virtudes y debilidades. “Soy un base con buenas habilidades para penetrar en la pintura y pasar la pelota. Me gusta la media distancia, pero tengo que mejorar mi efectividad en el perímetro. Sobre todo, cuando estoy cansado, porque en esos momentos no soy tan efectivo. Eso se mejora con volumen de juego y entrenando en situaciones límite”.
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Además, destaca su voluntad y capacidad de trabajo. Cuenta que los entrenadores siempre han valorado su compromiso con la defensa: “Me suelen utilizar en la presión por mi intensidad y mi capacidad de marcar al hombre de extremo a extremo de la cancha. Por eso trabajo también mi parte mental, algo que siempre tengo que mejorar, para mantenerme en los partidos y no debilitarme en los momentos de crisis”.
Tan obstinado es Juan José Sánchez que la necesidad de descanso se ha vuelto una batalla para sus padres. Antes de ir al colegio, JJ madruga a las cuatro de la mañana y se va trotando hasta el área deportiva del Estadio de Palogrande en Manizales, donde practica todas las madrugadas su tiro. Sus padres lo acompañan mientras trota, siguiéndolo de cerca en el carro. Y después, se desvelan recogiéndole los tiros y pasándole de nuevo la bola para que siga practicando sus lanzamientos. Una rutina que no para ahí, pues en la tarde entrena atletismo, para mejorar su capacidad de fondo, y también hace prácticas personalizadas de baloncesto, en equipo y de forma individual.
El problema está en que quiere seguir ese ritmo hasta en los fines de semana, y su papá confiesa que ha tenido que hacerlo reflexionar sobre la importancia de parar. Le dice que el cuerpo, a medida que va creciendo, también necesita reposo.
JJ lo entiende porque desde pequeño ha formado, a la par, su parte psicológica. Y sabe de la importancia de soportar la presión. Es consciente de que debe enfocar con calma su proceso y valorar las oportunidades que, con esfuerzo y amor, sus padres le han brindado. No es fácil porque hay pequeñas crisis que merman el espíritu. Algunas veces, por ejemplo, en los torneos, los rivales, sobre todo los padres de otros niños, señalan que ha llegado hasta donde está por “rosca”. Se burlan, lo provocan y lo señalan. No lo inquieta, confiesa su papá, ni siquiera cuando las faltas en la cancha se ponen insoportables. JJ trata de usar las críticas como motivación y cuanto más lo llevan al límite, mejor se mueve en la cancha.
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Lo que más le ha costado tolerar es la derrota. “Cuando pierdo un partido importante o una final, es difícil manejar la frustración. Pero cuando eso pasa, trato de calmarme y entender lo que mi papá me dijo una vez. No se me olvida: ‘Podemos ganar o perder, de eso se trata. No importa, si lo diste todo. Lo que importa es el esfuerzo porque el deporte siempre te enseña algo y, al final, lo que vale es el proceso”.
El basquetbolista más joven de Colombia
De su experiencia con Sabios de Manizales aprendió varias cosas. De verdad, fue un punto y aparte en su joven carrera de grandes aspiraciones. Cuando debutó, JJ Sánchez tuvo la oportunidad de ver su deporte desde otro cristal, con otros ojos. Para empezar, en ese entonces, la liga se hacía con formato de burbuja en Cali, por lo que participar en el torneo significaba viajar todas las semanas, responder por las obligaciones del colegio los fines de semana y entrenar con el equipo casi todos los días.
Pero, además, Juan José vio por primera vez el mundo que siempre soñó, pero ahora en primera persona. La dureza del maderamen, los golpes debajo del tablero, el ritmo vertiginoso de la pista y la rudeza de las palabras. Los jugadores que constantemente jugaban con la cabeza del rival para sacar al otro del partido. De ahí la importancia de manejar la mente, soportar la presión y saber lo mucho que tenía por trabajar ante la crudeza del futuro que pudo ver por delante. Cosas que no descubrió del baloncesto, pero que comprendió en toda su complejidad. Un universo revelado a los ojos de un niño de apenas 13 años.
Como la frustración que sintió el día en el que se suponía jugaría su primer partido. Esa tarde llevó sus zapatos de Space Jam, la película que lo enamoró del básquet siete años atrás. Todo estaba listo, pero cada zapatilla tenía un color diferente y, por regla FIBA, los árbitros no lo dejaron entrar a la pista. Y como era un niño, nadie tenía su talla.
Dolió y mucho. Se sintió como una oportunidad perdida. Esa noche, en la ducha, el papá escuchó el llanto del niño desconsolado. Y después de llorar lo que había que llorar, Juan Pablo Sánchez abrazó a su hijo. Lo miro a los ojos y lo tranquilizó. “Ya llegará el momento”, le dijo. Lo fundamental no era saltar a la pista, era vivir la experiencia, disfrutar de hacer lo que se amaba. “Calma, mi niño, que estás para grandes cosas. Y al final, todo llega”, fue el consuelo del padre amoroso.
El futuro espera para Juan José Sánchez cosas todavía más emocionantes. El objetivo es llegar al baloncesto de los Estados Unidos. Sin embargo, dos partidos después de la tristeza del debut truncado, el día en el que finalmente su hijo sí jugó con Sabios de Manizales, para Juan Pablo Sánchez significó el mundo.
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JJ quedó marcado en la historia. Es inolvidable el momento en el que tomó la pelota. La jugada duró instantes, pero Juan Pablo Sánchez todavía siente que no termina. El niño estaba en el costado derecho de la pista y casi que por rebote le llegó la bola. Avanzó driblando la pelota y miró de reojo el aro. Ante sí se levantó una figura imponente, un intento de tapón de un jugador que debió alzar ante el niño una pared de más de dos metros. Sangre fría, Juan José Sánchez hizo una finta y quedó solo, pero en la esquina de la pista. Su padre se frustró, era un ángulo imposible. O no porque, en un abrir y cerrar de ojos, JJ Sánchez lanzó el tiro. El coliseo enmudeció, pero el grito del banco rival rompió el embrujo. Hasta los contrarios celebraron la canasta. El estadio se cayó y en Cali todos saltaban. Aunque, nadie como Juan Pablo Sánchez, que cuando vio esa pelota pasar por la red, tan limpia que se escuchó nítido el “chas” de la canasta, sintió el verdadero significado del amor, el descargo del trabajo cumplido, la ilusión ante el hijo que abría sus alas.
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El niño tenía apenas 13 años y 27 días cuando debutó en la Liga Profesional de Baloncesto con Sabios de Manizales. Ese día, Juan José Sánchez rompió dos récords: se convirtió en el jugador más joven en debutar y anotar en un partido del torneo colombiano. Entre celebraciones, llamadas y mensajes, esa misma noche a Juan Pablo Sánchez le preguntaron si no le había dado miedo ver a su hijo rodeado de gigantes. Si verlo todo pequeño, chocando y plantándose contra estatuas que superaban los dos metros, no le había generado angustia al pensar que podían arrollarlo como a una pluma o golpear su cuerpo todavía tan frágil. El terror de cualquier padre que ve cómo su hijo se enfrenta al “verdadero” mundo.
Y la verdad era que no. Juan Pablo se acostumbró a ese cuadro desde el principio porque, desde que tenía seis años, cuando empezó a jugar al baloncesto, JJ ya se enfrentaba a niños de 10 u 11 años, rivales de dos categorías por encima. Siempre fue un pequeño que danzaba entre gigantes y tenía aspiraciones monumentales.
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A esa edad, JJ Sánchez comenzó a ver el baloncesto como un proyecto de vida. Y fue así por una inquietud que sintió Juan Pablo Sánchez en unas vacaciones, el día en el que un vacío le acaloró el cuerpo al ver a su hijo tan feliz jugando en el parque y pensar que esa felicidad sería efímera. El pensamiento le carcomió la cabeza y empezó a imaginar qué pasaría si él no estuviera ahí para Juan José. ¿Cómo podía garantizarle algo a lo que aferrarse, una meta, algo que perseguir? ¿Cómo mantener esa sonrisa ante el cruel paso del tiempo? ¿Cuál sería la ilusión de ese niño risueño que, de repente, le había despertado semejante angustia?
Juan José se había enamorado del baloncesto por herencia, pues su mamá, Claudia Rodríguez, representó durante muchos años al departamento de Caldas e integró la selección colombiana de baloncesto. Pero, también, después de una tarde en la que se encontró en el televisor la película Space Jam. Y ver a Michael Jordan batirse en duelo, acompañado de Bugs Bunny y los Looney Tunes, con extraterrestres y seres de otras dimensiones despertó en el niño una curiosidad temprana por la pelota naranja. De lado quedaron la natación, el fútbol y el BMX, el deporte en el que alcanzó a dar sus primeros pasos.
Empezó a entrenar con Pedro Ocoró, ícono del básquet manizalita, que tenía una predilección por el pequeño JJ. Veía en él una chispa. “Cuando los demás no me daban la pelota, el profe Ocoró decía que los puntos no valían si no me la pasaban”.
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Ahí fue que JJ empezó a soñar con ser basquetbolista. Y cuando le dijo a su papá, Juan Pablo Sánchez ya tenía en su cabeza todo un plan, ideado desde esa tarde de temprana angustia. El objetivo definitivo del proyecto era lograr una beca universitaria en Estados Unidos, el principal camino para llegar a la NBA. “¿Ese es tu sueño?”, le preguntaron sus padres al niño. Y con el sí del hijo ilusionado le prometieron: “Entonces vamos a trabajar, como familia, para lograrlo”.
El plan de los Sánchez
Desde ese momento, cuando tenía nueve años, empezaron los entrenamientos con Mónica Franco. Además, la preparación física empezó a ser supervisada por Carlos Mario Velázquez, el seguimiento nutricional quedó a cargo de Ana López Mejía y el trabajo psicológico de Lina Urrego. Adicionalmente, también empezó a viajar. El compromiso fue que, cada año, JJ viajaría a un campamento de entrenamiento en los países más basqueteros del mundo. Así, terminó entrenando con Nike; con Miami Heat, franquicia de la NBA; con la Universidad de Purdue, en Indiana, y con Real Madrid, su campamento más reciente en Europa.
“Desde muy pequeño entendí, gracias a mis padres y a su apoyo, que podía cumplir mi sueño. Mi objetivo es jugar en alguna de las cinco grandes ligas del mundo”, dice JJ. Su papá da cuenta de su obstinación. Juan José llega a ser muy obsesivo con el juego. Si alguna jugada le llama la atención, puede durar horas entrenando para lograrla. Día y noche, su mundo es el baloncesto.
“Soy muy disciplinado”, destaca la joven promesa, antes de enumerar una a una todas sus virtudes y debilidades. “Soy un base con buenas habilidades para penetrar en la pintura y pasar la pelota. Me gusta la media distancia, pero tengo que mejorar mi efectividad en el perímetro. Sobre todo, cuando estoy cansado, porque en esos momentos no soy tan efectivo. Eso se mejora con volumen de juego y entrenando en situaciones límite”.
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Además, destaca su voluntad y capacidad de trabajo. Cuenta que los entrenadores siempre han valorado su compromiso con la defensa: “Me suelen utilizar en la presión por mi intensidad y mi capacidad de marcar al hombre de extremo a extremo de la cancha. Por eso trabajo también mi parte mental, algo que siempre tengo que mejorar, para mantenerme en los partidos y no debilitarme en los momentos de crisis”.
Tan obstinado es Juan José Sánchez que la necesidad de descanso se ha vuelto una batalla para sus padres. Antes de ir al colegio, JJ madruga a las cuatro de la mañana y se va trotando hasta el área deportiva del Estadio de Palogrande en Manizales, donde practica todas las madrugadas su tiro. Sus padres lo acompañan mientras trota, siguiéndolo de cerca en el carro. Y después, se desvelan recogiéndole los tiros y pasándole de nuevo la bola para que siga practicando sus lanzamientos. Una rutina que no para ahí, pues en la tarde entrena atletismo, para mejorar su capacidad de fondo, y también hace prácticas personalizadas de baloncesto, en equipo y de forma individual.
El problema está en que quiere seguir ese ritmo hasta en los fines de semana, y su papá confiesa que ha tenido que hacerlo reflexionar sobre la importancia de parar. Le dice que el cuerpo, a medida que va creciendo, también necesita reposo.
JJ lo entiende porque desde pequeño ha formado, a la par, su parte psicológica. Y sabe de la importancia de soportar la presión. Es consciente de que debe enfocar con calma su proceso y valorar las oportunidades que, con esfuerzo y amor, sus padres le han brindado. No es fácil porque hay pequeñas crisis que merman el espíritu. Algunas veces, por ejemplo, en los torneos, los rivales, sobre todo los padres de otros niños, señalan que ha llegado hasta donde está por “rosca”. Se burlan, lo provocan y lo señalan. No lo inquieta, confiesa su papá, ni siquiera cuando las faltas en la cancha se ponen insoportables. JJ trata de usar las críticas como motivación y cuanto más lo llevan al límite, mejor se mueve en la cancha.
Mire, además: Braian Angola: la vida más allá de los Llanos
Lo que más le ha costado tolerar es la derrota. “Cuando pierdo un partido importante o una final, es difícil manejar la frustración. Pero cuando eso pasa, trato de calmarme y entender lo que mi papá me dijo una vez. No se me olvida: ‘Podemos ganar o perder, de eso se trata. No importa, si lo diste todo. Lo que importa es el esfuerzo porque el deporte siempre te enseña algo y, al final, lo que vale es el proceso”.
El basquetbolista más joven de Colombia
De su experiencia con Sabios de Manizales aprendió varias cosas. De verdad, fue un punto y aparte en su joven carrera de grandes aspiraciones. Cuando debutó, JJ Sánchez tuvo la oportunidad de ver su deporte desde otro cristal, con otros ojos. Para empezar, en ese entonces, la liga se hacía con formato de burbuja en Cali, por lo que participar en el torneo significaba viajar todas las semanas, responder por las obligaciones del colegio los fines de semana y entrenar con el equipo casi todos los días.
Pero, además, Juan José vio por primera vez el mundo que siempre soñó, pero ahora en primera persona. La dureza del maderamen, los golpes debajo del tablero, el ritmo vertiginoso de la pista y la rudeza de las palabras. Los jugadores que constantemente jugaban con la cabeza del rival para sacar al otro del partido. De ahí la importancia de manejar la mente, soportar la presión y saber lo mucho que tenía por trabajar ante la crudeza del futuro que pudo ver por delante. Cosas que no descubrió del baloncesto, pero que comprendió en toda su complejidad. Un universo revelado a los ojos de un niño de apenas 13 años.
Como la frustración que sintió el día en el que se suponía jugaría su primer partido. Esa tarde llevó sus zapatos de Space Jam, la película que lo enamoró del básquet siete años atrás. Todo estaba listo, pero cada zapatilla tenía un color diferente y, por regla FIBA, los árbitros no lo dejaron entrar a la pista. Y como era un niño, nadie tenía su talla.
Dolió y mucho. Se sintió como una oportunidad perdida. Esa noche, en la ducha, el papá escuchó el llanto del niño desconsolado. Y después de llorar lo que había que llorar, Juan Pablo Sánchez abrazó a su hijo. Lo miro a los ojos y lo tranquilizó. “Ya llegará el momento”, le dijo. Lo fundamental no era saltar a la pista, era vivir la experiencia, disfrutar de hacer lo que se amaba. “Calma, mi niño, que estás para grandes cosas. Y al final, todo llega”, fue el consuelo del padre amoroso.
El futuro espera para Juan José Sánchez cosas todavía más emocionantes. El objetivo es llegar al baloncesto de los Estados Unidos. Sin embargo, dos partidos después de la tristeza del debut truncado, el día en el que finalmente su hijo sí jugó con Sabios de Manizales, para Juan Pablo Sánchez significó el mundo.
También mire: Hansel Atencia: Jugando en clave de tres
JJ quedó marcado en la historia. Es inolvidable el momento en el que tomó la pelota. La jugada duró instantes, pero Juan Pablo Sánchez todavía siente que no termina. El niño estaba en el costado derecho de la pista y casi que por rebote le llegó la bola. Avanzó driblando la pelota y miró de reojo el aro. Ante sí se levantó una figura imponente, un intento de tapón de un jugador que debió alzar ante el niño una pared de más de dos metros. Sangre fría, Juan José Sánchez hizo una finta y quedó solo, pero en la esquina de la pista. Su padre se frustró, era un ángulo imposible. O no porque, en un abrir y cerrar de ojos, JJ Sánchez lanzó el tiro. El coliseo enmudeció, pero el grito del banco rival rompió el embrujo. Hasta los contrarios celebraron la canasta. El estadio se cayó y en Cali todos saltaban. Aunque, nadie como Juan Pablo Sánchez, que cuando vio esa pelota pasar por la red, tan limpia que se escuchó nítido el “chas” de la canasta, sintió el verdadero significado del amor, el descargo del trabajo cumplido, la ilusión ante el hijo que abría sus alas.
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