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“Me fui de Colombia a los 13 años. Mis padres se dieron cuenta de que quería ser un nadador olímpico, un campeón olímpico, y para poder lograr mi sueño nos teníamos que ir al país número uno para la natación. Entonces empacamos maletas y salimos. Gracias a Dios todo salió bien, aunque pasamos momentos extremadamente difíciles como toda familia inmigrante. Mi vida cambió. Los trabajos que tuvieron mis padres no eran a los que estaban acostumbrados. Yo tenía carro disponible cuando mi mamá y mi papá me recogían, la empleada haciendo la comida, y allá nos tocaba cocinar a nosotros, caminar al colegio, coger bus, trabajar de salvavidas ocho horas, luego ir a entrenar. Si era verano entrenaba, trabajaba y volvía a practicar. Lo que nos tocó pasar nos unió mucho como familia y yo tengo una con la que muchos sueñan, unos papás que creen totalmente en mí, dos hermanos que son mis patrocinadores número uno, un abuelo que a pesar de su edad sigue luchando y con ese ejemplo todos seguimos adelante”.
Este, en esencia, es el retrato vivo de un deportista que lo ha ganado todo, o bueno, casi todo, porque solo falta una medalla en su palmarés: la olímpica. Solo esa, porque las de la vida ya las ha conseguido todas gracias a su esfuerzo, su disciplina y su familia. Es el retrato de Jonathan Gómez, un hombre que nada tan rápido como habla.
Al otro lado del mundo, cuando por estos días el termómetro marca un grado centígrado en Oslo (Noruega), contesta el teléfono con una alegría desbordante y un marcado acento caleño, a pesar de que es un ciudadano del mundo desde los inicios de su adolescencia. Hoy graduado de la facultad de economía de South Methodist University, en Dallas, y competidor internacional en los Alpes italianos, Croacia, Puerto Rico, Aruba, Dubái, Nanjing, Orlando, Búfalo, Bahamas, Canadá, Budapest, Moscú, Berlín, Holanda, Colombia…
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Catalogado como el mejor nadador colombiano del momento, suelta una máxima que pocos, en el mundo efímero que vivimos hoy, logran entender cuando están construyendo su objetivo de vida: “Lo difícil toma tiempo”. La frase, con mucho de fondo, la dijo Jonathan cuando le contaron que era el ganador del reconocimiento del Deportista del Año en la categoría Juego Limpio Guillermo Cano.
Y es que su historia, como la de muchos colombianos, ha tomado tiempo. “Desde que me acuerdo he tenido un problema de asma gigante, siempre impactó mi vida de forma dramática. Recuerdo esas noches en la UCI con mi madre al lado llorando porque yo no podía respirar. Para mí era difícil jugar a la lleva, al escondite, no podía salir a recreo y correr como los demás niños. Y eso trajo mucho dolor, ver a tu mamá llorar es traumático”.
El pediatra le recomendó que practicara natación y “la natación, hasta ahora, me ha dado los momentos más lindos de mi vida, las erizadas más berracas, de ser colombiano y sentirme orgulloso”.
A los siete años empezaron a nadar con su hermano y su hermana. Y poco a poco esos pulmones se empezaron a abrir, el aire empezó a entrar y la vida normal por la que tanto suplicaba se empezó a dar. “Hoy recuerdo esos momentos, cuando pude volver a tener una niñez. Desde mi primer campeonato interclubes, mi primer departamental donde gané una medalla, ahí fue: hágale mijo y nunca mire hacia atrás”.
Pero fue en los Estados Unidos donde entendió que la cosa no sería fácil. “Nos dimos cuenta de que no éramos tan buenos. Yo era campeón nacional en cinco modalidades y llegué sintiéndome bien, sabía que iba a hacer un buen trabajo, pero en la primera competencia el nivel nos aplastó, pero también nos prendió la llama de luchar”. Sus padres trabajaban ochenta horas para poder llevar comida a la casa y pagar un arriendo.
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Terminó su High School y fue a la universidad, estuvo dos años, pero se salió en 2015 y 2016 para entrenar para los juegos Olímpicos de Río. Después culminó sus estudios en SMU, en Dallas, en 2018 “y desde ahí tengo la bendición de hacer lo que un día soñé. Hoy estoy en Oslo, en Noruega, entrenando, trabajando y siguiendo este camino que sin duda nos va a traer muchísimas más alegrías. Me estoy preparando, pero no solo como deportista. Mi meta es ganar una medalla olímpica en Tokio 2021, pero mi objetivo final es ser presidente de Colombia, porque el país necesita un cambio, un líder, y eso es lo que yo les voy a dar”.
Por ahora, y aunque no es de aquellos que miran hacia atrás, recuerda con cariño a Hugo Murillo, Felipe Valencia y Hárold Polo, porque “ellos me criaron como nadador, me enseñaron el estilo mariposa”. Desde entonces ha tenido muchos entrenadores, “hoy tengo dos que son gigantes, rebacanos, que me han cambiado ese chip, me han ayudado a mejorar y me hacen sentir seguro de que estoy trabajando por algo que puedo conseguir: Ronnie Anstensen y Joacim Lilleåsen”. Pero el mayor soporte ha sido su familia: “El amor, la constancia y la disciplina son la esencia de este resultado”, dice Clara Noriega, su madre, cuando recuerda también que “somos una familia llena de pasión y con total disposición para apoyar a Jonathan en todos sus objetivos. Este equipo está fortalecido con la bendición de Dios y con sobredosis de optimismo y alegría para enfrentar este sueño”.
En enero de 2017 Jonathan y sus hermanos, que siempre se han sentido privilegiados, crearon la fundación Gómez Noriega, que hoy se llama la Fundación Flor de Mayo por la flor de Colombia, la orquídea. “Tenemos la bendición de ayudar a más de 200 niños de Cali, a muchos de natación, de pesas, nos enfocamos en los deportes donde hay muchos niños de escasos recursos, que necesitan, sea con un par de botas, unas licras, un apoyo económico, un mercado, intentar cambiar su vida, su futuro, darles las herramientas para que ellos puedan seguir luchando. Son niños que caminan dos o tres horas con zapatos rotos y se meten al gimnasio y levantan pesas como si no hubiera mañana. Esa alegría te llena, esa pasión, esa sensación de que todo es posible”.
Y no solo se queda ahí, “una medalla panamericana pesa, pero una sonrisa de un niño te cambia la vida. Que te digan ‘muchas gracias, Jonathan’, con honestidad, con amor, con el calor que solo dan ellos, es lo que me llena de fuerza para levantarme a las 4:30 a.m., a menos cinco grados centígrados y meterme a una piscina a darle con toda, porque sé que tengo la bendición de vivir mi sueño y tengo que trabajar para que en Colombia otros niños tengan la misma bendición”.
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Algunos de estos niños hoy tienen clases de inglés virtuales con profesores norteamericanos amigos de Jonathan, Valentina y Maicol, que estudiaron en la universidad y quieren ayudar a Colombia, “están enamorados de sus muchachos, de su vida y nos entregan tres o cuatro horas de su semana para enseñar un nuevo idioma a chicos a los que les va a cambiar la vida”.
Entre sus planes está el inicio de su carrera política y el plan es lanzarse a la Cámara de representantes por Cali en 2022. “Tendría yo 26 años. Será el primer paso en este nuevo mundo, que no conozco mucho pero en el que no tengo duda de que me las voy a arreglar”, tal cual lo ha hecho desde que venció al asma, en sus primeros años de vida, y desde allí, gracias a su familia, persistencia y disciplina, ha demostrado que la natación cambia vidas.
Ya lo dijo su hermana, Valentina: “Tengo la fortuna de tener una familia que es espontánea, amorosa y brutalmente honesta. Jonathan es un hombre de instinto y admiración. Su vibrante naturaleza ilumina cualquier esfera debido a sus rasgos únicos de intrepidez, esperanza y paciencia. Su carisma y actitud ante la vida han trascendido las barreras protegidas por la iniquidad. Sin embargo, su éxito ha sido un viaje de paciencia, progreso y cambio. Jonathan no se conforma con el presente, sino que lucha por un futuro en el que la igualdad y la oportunidad estén al alcance de quienes estén dispuestos a luchar contra la adversidad y, por ende, tengan los talantes para convertirse en pilotos de virtud y convicción”.