Jorge Eliécer Julio y una promesa olímpica cumplida
En 1988 partió hacia Seúl con poco apoyo. Regresó con una medalla de bronce: la única que ganó Colombia en aquellas justas. Hoy, seis boxeadores siguen sus pasos en Tokio 2021.
Tenía apenas 19 años cuando llegó a Seúl. Había trabajado como pescador y vigilante. Era un humilde hombre con unos potentes puños. Sus adentros anhelaban la gloria eterna en el deporte colombiano. Además, era primo del campeón mundial Fidel Bassa. Gracias a él, a Jorge Eliécer Julio le comenzó a gustar el boxeo, el deporte con el que algunos colombianos han conseguido algo de dinero y reconocimiento.
(Nadia Comaneci, la gimnasta perfecta que escapó del comunismo)
Sus tíos le brindaron las condiciones para poder entrenarse y practicar sus golpes. Luego de hacerlo se fue a tierras coreanas con la recaudación que hicieron algunos habitantes de Barranquilla, pues el Comité Olímpico Colombiano no lo apoyó. “Profe, no se preocupe, hoy salimos por la puerta de atrás, pero al regreso lo haremos por la puerta grande, y ahí sí estarán todos los periodistas”, le dijo Jorge Eliécer al entrenador Jorge García Beltrán.
Su primera pelea en el peso gallo de Seúl 1988 fue contra el filipino Philip Ormillosa. Decisión dividida de los jueces y victoria para el nacido en el municipio El Retén (Magdalena). Después dejó sin opciones al puertorriqueño Felipe Nieves, al alemán René Breitbatyh, al japonés Katsuyoki Matsushima. Y llegó el controvertido combate frente al búlgaro Alexander Hristov.
Aquel 28 de septiembre de 1988, el protagonista de estas letras tenía la posibilidad de convertirse en el primer boxeador colombiano en asegurarse una presea de plata (Alfonso Pérez y Clemente Rojas obtuvieron bronce en Múnich 1972). Para eso, debía vencer. E hizo todo para alcanzar ese logro. Sin embargo, los jueces se adueñaron del protagonismo, por una decisión polémica.
En los primeros momentos de la pelea, Hristov arrinconó a Julio contra las cuerdas y le propinó varios golpes. Pero el colombiano se fue acomodando de a poco en el ring, reaccionó y devolvió unos cuantos puños al mentón del búlgaro. El intercambio de guantazos comenzó a equilibrarse, pero parecía que el colombiano poseía cierta ventaja, y aguardaba a que su brazo fuera levantado.
(La melancolía de Lucho Herrera)
No obstante, el que vio su mano en el aire fue el europeo. Bob Kasule (Pakistán), Adolph Elmo (Estados Unidos) y Osvaldo Bisbal (Argentina) lo dieron como ganador. Roderick Robertson (Inglaterra) y Kishen Narsi (India) consideraron que Jorge Eliécer había triunfado. Fue 3-2 definitivo a favor de Hristov.
“Yo pensaba que aquí todas las decisiones iban a ser justas, pero no fue así. Los jueces tienen algo de rosca con los búlgaros”, dijo el boxeador colombiano tras conocer la decisión y expresar su desconcierto en una esquina del cuadrilátero. La afición colombiana también manifestó su descontento contra los jueces y su apoyo con el hombre que le dio al país su única medalla olímpica en aquellas justas del 88.
Jorge Eliécer Julio cumplió con la promesa que le hizo a su entrenador. Regresó al país y los periodistas lo buscaron. Él, con el bronce en su pecho, fue consciente de que cumplió con los anhelos de sus adentros: se volvió una gloria eterna del deporte colombiano.
Tenía apenas 19 años cuando llegó a Seúl. Había trabajado como pescador y vigilante. Era un humilde hombre con unos potentes puños. Sus adentros anhelaban la gloria eterna en el deporte colombiano. Además, era primo del campeón mundial Fidel Bassa. Gracias a él, a Jorge Eliécer Julio le comenzó a gustar el boxeo, el deporte con el que algunos colombianos han conseguido algo de dinero y reconocimiento.
(Nadia Comaneci, la gimnasta perfecta que escapó del comunismo)
Sus tíos le brindaron las condiciones para poder entrenarse y practicar sus golpes. Luego de hacerlo se fue a tierras coreanas con la recaudación que hicieron algunos habitantes de Barranquilla, pues el Comité Olímpico Colombiano no lo apoyó. “Profe, no se preocupe, hoy salimos por la puerta de atrás, pero al regreso lo haremos por la puerta grande, y ahí sí estarán todos los periodistas”, le dijo Jorge Eliécer al entrenador Jorge García Beltrán.
Su primera pelea en el peso gallo de Seúl 1988 fue contra el filipino Philip Ormillosa. Decisión dividida de los jueces y victoria para el nacido en el municipio El Retén (Magdalena). Después dejó sin opciones al puertorriqueño Felipe Nieves, al alemán René Breitbatyh, al japonés Katsuyoki Matsushima. Y llegó el controvertido combate frente al búlgaro Alexander Hristov.
Aquel 28 de septiembre de 1988, el protagonista de estas letras tenía la posibilidad de convertirse en el primer boxeador colombiano en asegurarse una presea de plata (Alfonso Pérez y Clemente Rojas obtuvieron bronce en Múnich 1972). Para eso, debía vencer. E hizo todo para alcanzar ese logro. Sin embargo, los jueces se adueñaron del protagonismo, por una decisión polémica.
En los primeros momentos de la pelea, Hristov arrinconó a Julio contra las cuerdas y le propinó varios golpes. Pero el colombiano se fue acomodando de a poco en el ring, reaccionó y devolvió unos cuantos puños al mentón del búlgaro. El intercambio de guantazos comenzó a equilibrarse, pero parecía que el colombiano poseía cierta ventaja, y aguardaba a que su brazo fuera levantado.
(La melancolía de Lucho Herrera)
No obstante, el que vio su mano en el aire fue el europeo. Bob Kasule (Pakistán), Adolph Elmo (Estados Unidos) y Osvaldo Bisbal (Argentina) lo dieron como ganador. Roderick Robertson (Inglaterra) y Kishen Narsi (India) consideraron que Jorge Eliécer había triunfado. Fue 3-2 definitivo a favor de Hristov.
“Yo pensaba que aquí todas las decisiones iban a ser justas, pero no fue así. Los jueces tienen algo de rosca con los búlgaros”, dijo el boxeador colombiano tras conocer la decisión y expresar su desconcierto en una esquina del cuadrilátero. La afición colombiana también manifestó su descontento contra los jueces y su apoyo con el hombre que le dio al país su única medalla olímpica en aquellas justas del 88.
Jorge Eliécer Julio cumplió con la promesa que le hizo a su entrenador. Regresó al país y los periodistas lo buscaron. Él, con el bronce en su pecho, fue consciente de que cumplió con los anhelos de sus adentros: se volvió una gloria eterna del deporte colombiano.