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Una cosa logró dejar quieto a Jossimar Calvo. Después de jugar canicas, a la lleva y montar bicicleta durante todo el día, Cauchito llegó a su casa a seguir corriendo y brincando. “Era imposible que se quedara quieto”, recuerda Nora Moreno, su mamá.
Sólo cuando la doña prendió el televisor fue posible que el niño de cinco años fijara su atención. En la pantalla del viejo aparato, un hombre hacía las mismas piruetas que Jossimar intentaba hacer. Era Jean-Claude Van Damme abriéndose de piernas y llevando su cuerpo al límite en la película Kickboxer. La escena cambió la vida de ese pequeño para siempre. Han pasado 18 años desde entonces.
Jairo Ruiz no demoró mucho en entender que ese chiquillo que tenía en frente era un diamante en bruto que tenía que empezar a pulir. Luego de que Jossimar se parara de manos y abriera sus piernas como Van Damme, Ruiz le dijo que desde el día siguiente lo esperaría para entrenar en el coliseo Eustorgio Colmenares de Cúcuta. Desde ese año, 1999, Ruiz es el entrenador de Calvo.
Cuando decidió empezar a navegar por las aguas de un deporte con aguas turbulentas al que pocos le ponen atención, Jossimar entendió que el fracaso no era una opción.
“Siempre pasamos por muchas necesidades, pero esas necesidades me hicieron más fuerte. Pronto entendimos que, si queríamos apoyo, teníamos que presentar resultados”. La ecuación para Jossimar y su entrenador fue fácil de decir y muy difícil de ejecutar: a mayor cantidad de triunfos, más apoyo del Gobierno, y, en consecuencia, más posibilidades de hacerle muecas a la pobreza.
Tal vez disciplina es una facultad que se queda corta para hablar de Jossimar. Sin embargo, es la más apropiada. Gracias a ella, el cucuteño de 24 años logró desde niño comportarse como un adulto. Al coliseo llegaba a las 4 de la mañana, entrenaba hasta a las 6 y se iba a estudiar. En la tarde, mientras sus compañeros de clase se ponían a hacer tareas después de almorzar, él volvía al coliseo. Allí estaba hasta que llegaba la oscuridad. De la casa al coliseo y del coliseo a su casa. Así se puede resumir su infancia. “Esa etapa no la quemé”, reconoce. Ahora colecciona carros de juguete. ¿Un intento de recuperar el tiempo perdido?
Y aunque fracasar nunca fue una opción, es allí, en ese estado al que todos le temen, en el que Jossimar encontró su mayor fortaleza. “El fracaso es una bendición porque estar ahí te hace encontrar la fuerza interna que nadie te ayuda a buscar”.
Por fortuna para él y, si se quiere, para Colombia, en su carrera las victorias se cuentan más que las derrotas. En casa tiene más de 200 medallas, es el mejor gimnasta en la historia del país y uno de los mejores del continente.
“Trabajo para lograr más objetivos, quiero dejar huella. Ojalá algún día pueda ser el mejor Deportista del Año”. El cucuteño se refiere al premio que entrega El Espectador.
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