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Aquella vez que cayó la noche sobre la Bahía, parecía que se derrumbaba una dinastía. Oscuridad. Klay Thompson contuvo las lágrimas cuando se desgarró el ligamento cruzado de su pierna izquierda y mientras salía de la cancha, cojeando, paró y se negó a irse. Vuelta a atrás. “Si el dominio de Golden State Warriors iba a terminar, no será por mi ausencia en esa noche”, pensó. Regresó al campo. No podía ni apoyar el pie, así que empezó a dar pequeños brincos para volver a la pista. Tomó la pelota y metió los dos tiros libres que le correspondían por la falta que había recibido. Locura total, se caía el estadio en San Francisco, ¿era posible? ¿Thompson era inmune al dolor? Y no, era más una cuestión de dignidad, de resistir en la debacle, aun cuando todo estaba perdido. Tras las cestas abandonó la cancha y no volvió a jugar durante casi dos años.
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Todo se derrumbó en ese momento. Kevin Durant, la estrella que llevó a los Warriors a la dominación total de la liga, también se había roto (el talón de Aquiles) en esos Playoffs. Y Draymond Green, semanas antes, había estallado contra el mismo Durant en pleno partido. La escena de gritos, ira y enfado demostró la división del vestuario. La química que los llevó a ser una de las dinastías más dominantes de la liga ya no estaba. Al superequipo, que alcanzó la cima, en la plenitud de la gloria se le quebró el espíritu.
Esa temporada, en 2019, en la que Toronto Raptors se llevó el anillo y cortó la hegemonía de Golden State, los Warriors habían amenazado con dominar la liga. No pasó. En la pretemporada, los de la Bahía anunciaron la llegada de DeMarcus Cousins, un All-Star venido a menos por una grave lesión en su talón. Era un tiro al aire, pero era un jugador para dominar escandalosamente a los otros. Si hubiese sido la mitad del jugador que fue antes de la lesión, al lado de nombres como el de Thompson, Durant, Green y Stephen Curry, el gran héroe de San Francisco, los Warriors habrían arrasado.
Cousins nunca cuajó. Fue uno menos. Durant y Thompson se rompieron. Y el equipo de las grandes estrellas se apagó. Solo quedaban Green y Curry, que por más bueno y revolucionario que fuera no podía cargar solo al equipo. Su foto, sentado en la mitad de la cancha, abatido y con la muñeca lesionada, fue la pintura de la derrota. El final de la dinastía.
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La vida siempre le da revancha a los que se la merecen, capitán.
— GSWL☘️🪓 (@WarriorsLatam_) June 2, 2022
Llegó el momento con el que soñamos por 3 años. Llegó el día. pic.twitter.com/PZ6YsoAZPK
Stephen Curry y la deriva
En Curry se soportó el futuro del grupo. Era el líder natural de la franquicia y lo asumió así, más allá de que el horizonte se veía difuso. Durant se fue, Thompson se recuperó al año y a la semana se rompió peor y la masa salarial hacía imposible darle un golpe de mercado. Para colmo, Andre Iguodala, el escudero de Sthep, también dejó el equipo. No había quedado nada. Solo quedaba él, Curry.
Deriva. El proyecto de los Warriors naufragó. De los primeros puestos, pasaron a los últimos. De campeonatos con récords históricos, Golden State empezó a quedarse por fuera de los Playoffs. Con Stephen Curry no era suficiente. Green, un monstruo defensivo, estaba lejos de ser relevante en ofensiva. No había nivel para vivir de nuevo grandes gestas.
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Sin embargo, Bob Myers, presidente de operaciones de baloncesto y director general del equipo, tenía un plan. Paciencia. Había que esperar a Thompson, él era la promesa que los devolvería a la grandeza. El camino al Olimpo. El equipo empezó a fortalecer la rotación, a observar figuras silenciosas y a darle tiempo y espacio a nuevas estrellas como Jordan Poole, el heredero de la Bahía. En 2020, los Warriors trajeron desde Minnesota a Andrew Wiggins y en el Draft de ese año tuvieron suerte en la lotería y se hicieron con una de las grandes promesas de la liga, James Wiseman. Y aunque al pívot no lo respetaron las lesiones y no estalló como se esperaba, en San Francisco había esperanza.
Silenciosa, la Dub Nation fortaleció el conjunto y renovó su plantilla. Mientras tanto, aguantaron a Steve Kerr en el banquillo, a pesar de los malos resultados, y vieron de lejos y sin protagonismo como pasaron por el trono los Raptors, los Lakers de LeBron James y Anthony Davis (en medio de la burbuja de la pandemia) y los Milwaukee Bucks del fenómeno griego Giannis Antetokounmpo. Ninguno supo mantenerse. En el camino, Durant, la vieja estrella de la Bahía, se unió a los Brooklyn Nets con James Harden y Kyrie Irving, un superequipo que asustó a la liga, prometió una nueva dinastía y nunca pudo llegar, ni siquiera, a una final para pelear por el título.
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Los Warriors, con un Curry hambriento y sin ningún equipo que pudiera llenar su vacío, sabían que tenían una deuda pendiente. Estaban listos para volver al primer plano. Sthep lo alertó, triste y desencajado, cuando los eliminaron en 2021: “Ustedes no querrán vernos el próximo año”.
“you don’t wanna see us next year”
— mathketball (@Mathketball1) April 16, 2022
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La deuda de los Splash Brothers
Este año volvieron los Warriors. Y tembló la NBA desde que en los primeros partidos Stephen Curry, demencial, empezó a romper récords. Con el Chef enchufado podía pasar cualquier cosa.
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Y sobre todo, se alertaba que en esta temporada regresaba su mejor socio, Klay Thompson. El tirador con el que en 2015, Golden State y Curry irrumpieron como un vendaval para ser el martirio de LeBron James, ese que, nada más y nada menos, dicen que le pelea el título de leyenda cara a cara a Michael Jordan.
Silencio en la cancha. Desde el perímetro se ve una amenaza y las defensas corren para evitar el tiro. No pueden. Los atacantes observan, copian sus movimientos. Intentan igualarlos, pero son únicos. Como ellos no ha habido dos. O al menos, no juntos, así de explosivos y anotadores. Dos jugadores que cambiaron el juego de la NBA para siempre, una revolución que cambió a todos los equipos y la concepción del baloncesto moderno.
The Splash Brothers, Stephen Curry y Klay Thompson, volvieron y un rayo de luz dorado y brillante iluminó a San Francisco. Y con ellos regresó Green, aparecieron Poole, Kevon Looney y la figura descollante de Andrew Wiggins, la sonrisa de Golden State. Un quinteto que alimenta la ilusión de la Bahía, la de restablecer su dinastía al lado de los mejores de la historia: los 11 de Boston, los toros de Jordan, el showtime de los Lakers o la escuadra de Kobe Bryant y Shaquille O’nail.
Andrew Wiggins, el peor All-Star de la historia.
— GSWL☘️🪓 (@WarriorsLatam_) May 27, 2022
Jordan Poole, el invento de la pretemporada.
Klay Thompson, el que ya no es el mismo de antes.
Kevon Looney, al que le buscaron un reemplazante todo el año.
Steph Curry, el que no aparece en momentos importantes.
💛🏆 pic.twitter.com/uGAwUxGXq6
La serie va 1-1. En frente, está la resistencia de los históricos Celtics y su joven estrella Jayson Tatum, que observa el reto de su consagración y tiene un equipo sólido para enfrentar la amenaza de la hegemonía de San Francisco. La final está en sus primeros compases y este miércoles hay juego tres.
One down. Three to go. pic.twitter.com/4HbZ2pk7nf
— Golden State Warriors (@warriors) June 6, 2022
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