La felicidad: la verdad que Mónica Arango encontró en el agua
En entrevista con El Espectador, la nadadora artística, multicampeona en los pasados Juegos Centroamericanos, habló de su carrera, su excelente momento, los planes que tiene para después del retiro y su legado, las enseñanzas que espera transmitir a las próximas generaciones no solo desde la parte deportiva, sino también desde la psicológica.
Fernando Camilo Garzón
Todo empezó en el agua. Mónica Sarai Arango tenía cuatro años cuando empezó a nadar y, por aquel entonces, hacía de todo: polo, natación de carreras, clavados y nado sincronizado, la disciplina que terminó eligiendo. Nadando, la antioqueña descubrió la gran verdad de la vida: la felicidad. Y entre maromas, brincos y juegos fue ahí, desde muy pequeña, donde encontró sus días más alegres.
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Todo empezó en el agua. Mónica Sarai Arango tenía cuatro años cuando empezó a nadar y, por aquel entonces, hacía de todo: polo, natación de carreras, clavados y nado sincronizado, la disciplina que terminó eligiendo. Nadando, la antioqueña descubrió la gran verdad de la vida: la felicidad. Y entre maromas, brincos y juegos fue ahí, desde muy pequeña, donde encontró sus días más alegres.
De niña, aunque también después, ya más grande, era común verla corriendo por el borde de la piscina para saltar al agua, sin ningún tipo de temor, imitando figuras que veía en la televisión de nadadoras profesionales en los Juegos Olímpicos. Ella soñaba con que algún día llegaría a las justas para ser como sus heroínas. Se lo decía a sí misma, mientras se aprendía al detalle cada uno de los movimientos que la asombraban frente a la pantalla.
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Nunca le tuvo miedo al riesgo, más bien disfrutaba de él, de los golpes, del vértigo y de la emoción que le producía lanzarse a hacer maniobras en el agua. Su cuerpo entumecido, el dolor en las piernas golpeadas, los hombros acalambrados y la piel muchas veces marcada por los morados que le producían los descalabros de sus intentos, lo entendió como el testimonio del amor, la pasión de hacer lo que más feliz la hacía.
Hoy Mónica Sarai Arango sigue siendo feliz en el agua. Y el sueño de esa niña inquieta, el de ir a unos Olímpicos, fue cumplido. Primero en Río 2016, cuando hizo historia junto a su compañera Estefanía Álvarez al clasificar a Colombia por primera vez a una competencia de natación artística en unas olimpiadas, y años más tarde en Tokio 2020, la última actuación de la pareja que marcó un antes y un después en esta rama de la natación colombiana.
Arango no ha parado de hacer historia. Incluso, alcanzada su ilusión de niña, la nadadora antioqueña siguió adelante. En los recientes Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Salvador, en los que Colombia logró el segundo puesto en el medallero, Mónica Arango fue una de las deportistas más destacadas de la delegación nacional, con cinco podios y tres medallas de oro, dos por equipo y una en la rutina de la categoría de solo técnico, un título que la natación colombiana no ganaba desde hace 13 años.
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Es uno de los momentos más emocionantes de su carrera. Contrario a lo que se cree, dice ella, tras el retiro de Estefanía Álvarez, la compañera con la que alcanzó su gran anhelo, la antioqueña encontró una oportunidad de explorar otros caminos que hasta entonces no había podido recorrer. Ella sabía de antemano la decisión de su pareja de nado y entendía que las prioridades de las dos habían cambiado. Incluso las de ella, porque cuando le ofrecieron iniciar el ciclo olímpico con otra pareja declinó la posibilidad de empezar de cero un nuevo proceso.
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En cambio, Mónica Arango decidió enfocarse en su carrera profesional como psicóloga y encarar sus últimos años en la natación artística puliendo su técnica en solitario. “Más allá de las medallas o las competencias, lo que tenía claro era que no quería dejar el nado. Y que esta era una gran oportunidad para hacer mi mejor rutina, la que nunca pude hacer en solitario”.
De esa decisión se entiende el porqué de su presente brillante y su visión sobre el futuro, una carrera en la que Arango ya da sus últimas brazadas y en la que empieza a mirar atrás, hacia su legado. La voz se le llena de orgullo al reconocer, por ejemplo, que siempre actuó bajo sus principios. Incluso, cuando esto significó sacrificar lo que más quería. Ese arrojo, ese riesgo de vivir la vida sin miedo, lo aprendió, como la felicidad, del agua. De los tiempos precoces en los que no temía en arrojarse a la piscina y que le enseñaron la importancia de, ante todo, buscar su bienestar.
Le pasó cuando enfrentó una de las grandes frustraciones de su carrera y tuvo que renunciar a los Olímpicos de Londres 2012. Lo hizo por convicción, “porque no estaba de acuerdo con el trato que en ese entonces tenía la Federación hacia las nadadoras”. Todo estalló cuando una compañera, alegando que ya no aguantaba el dolor en sus hombros, decidió poner fin a su carrera y la Federación la acusó de, en otras palabras, traicionar a la natación colombiana. Pero todo fue peor en el momento de escoger el reemplazo, porque recuerda Arango que fue a dedo, ignorando el proceso de otras compañeras. Y en ese entonces, porque entendía que no se había hecho lo correcto, renunció a su propio sueño.
Esa es una de las enseñanzas que espera transmitir a las próximas generaciones. Mónica Arango reconoce que transita las últimas competencias de su vida. Por lo menos al nivel más alto. Vendrán los Juegos Nacionales, después los Panamericanos y, finalmente, el Mundial de febrero, “hasta ahí creo que llegaré en el alto rendimiento”.
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Le emociona porque mira lo que viene. Está ansiosa, reconoce, por devolverle al deporte todo lo que le dio. Ella, que es magíster en formación y desarrollo infantil, ya trabaja con pequeños deportistas, los nadadores y atletas del futuro, para enseñarles todo lo que le dejó su experiencia deportiva y, a la vez, lo que ha aprendido, desde la psicología deportiva, en su campo profesional: “Mi preocupación es enseñar y hacer procesos de iniciación que sean más respetuosos con los niños y niñas que están empezando para que ellos puedan disfrutar de su proceso deportivo”.
Sabe, porque lo encontró en el agua desde que comenzó a los cuatro años, que lo primordial es la felicidad. Esa es la verdad que guió su vida y su carrera, una de las más prolíficas y valiosas en la historia de la natación artística de Colombia y Latinoamérica.
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