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La ciudad estaba paralizada como nunca antes. Había ríos de gente y de bicicletas bordeando las calles. El clima era único, lleno de festividad y expectativa. Estrasburgo recibió la antorcha olímpica a menos de un mes de la inauguración de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de París 2024.
Luego de haber recorrido alrededor de cuarenta departamentos, incluyendo las regiones de ultramar, y más de doscientas ciudades, la llama olímpica llegó al Parlamento Europeo donde fue recibida por el presidente de la asamblea parlamentaria del Consejo de Europa, el griego Theodoros Rousopoulos. Desde allí, la antorcha fue llevada por deportistas tanto amateurs como profesionales, dirigentes de clubes deportivos, responsables del mundo asociativo e, incluso, un cantante.
Cada relevo fue celebrado con gran júbilo por los miles de asistentes del evento. Sin embargo, uno fue particularmente estruendoso: aquel que le cedió la antorcha al veterano Arsène Wegner, consagrado entrenador del Arsenal FC. Fue Wegner quien, finalmente, llevó el fuego hasta el punto culmine del recorrido bajo los aplausos del público enardecido.
“Es un orgullo, estuvo genial. Es algo que probablemente solo pueda hacer una vez en la vida” me dijo Yannis Campbell, educador de ‘Unis vers le sport’ (Unidos hacia el deporte/Universo deporte) asociación dedicada a la educación e integración de niños y niñas de bajos recursos a través del deporte. Algunos de ellos conformaron el cerco de honor que escoltó el arder de la llama en la Plaza Kléber. “El deporte es unión, es fiesta, es comunión. Y este evento es la celebración de la vida deportiva”, remató Yannis con una enorme sonrisa en su rostro.
La huella nazi de la antorcha olímpica
No obstante, para los estrasburgueses que llevan inscrito en su ADN el dolor de la Segunda Guerra Mundial, el paso de la antorcha olímpica trajo consigo el recuerdo del periodo más desolador de la historia de Alsacia: su anexión al Tercer Reich.
Les Alsaciens étaient en feu aujourd’hui ! 🔥
— Paris 2024 (@Paris2024) June 26, 2024
Le Relais de la Flamme a tenu toute ses promesses et nous a mis des paillettes dans les yeux ✨
Paris 2024 /Guillaume Ruchaud, Lewis Joly, Laurent Vu /SIPA PRESS
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“Lo que tienen en común la zanahoria rallada y la llama olímpica es que ambas fueron traídas por los nazis. Antes de la II Guerra Mundial no se comía zanahoria rallada y la llama olímpica es algo inventado en 1936″, me dijo Christophe Scherer, alsaciano de 50 años.
En efecto, aunque la llama olímpica fue encendida por primera vez en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam de 1928 con el fin de indicarle a los deportistas el lugar donde se desarrollarían las justas, la idea de hacer un recorrido de relevos nació en 1934 de la mano del alemán, Carl Diem.
La llegada de Adolf Hitler en 1933 puso en vilo la realización de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Fue Carl Diem, con el beneplácito de Joseph Goebbels, quien convenció al líder nazi de usar los juegos como vitrina internacional y de llevar a cabo un recorrido desde la histórica ciudad de Olimpia, en Grecia, hasta la poderosa Berlín, para así conectar el pasado prolífero de los Antiguos con el presente supremo de la raza aria. Simbólicamente, Hitler sería Zeus.
El estallido de la guerra obligó la anulación de los Juegos Olímpicos de 1940 y de 1944. Los de Londres, en 1948, replicaron el recorrido de la antorcha desde Olimpia hasta la capital inglesa, sin que nadie cuestionara el origen del que ahora es uno de los eventos más célebres del universo deportivo.
“De todas maneras vamos a pasar a la extrema derecha en dos semanas y ahora nos joden con sus Juegos Olímpicos”, protesta Christophe, con aire de quien no cree en tiempos mejores.
El recorrido de la antorcha olímpica entra en su recta final en medio de un contexto social tenso. En las próximas semanas Francia decidirá su futuro político y los Juegos Olímpicos se han convertido en un tema que aviva las fracturas de una sociedad que se debate entre una extrema derecha abiertamente racista y xenófoba, y una izquierda que patalea por convencer a un electorado escéptico. Cuando la antorcha encienda el pebetero que inaugurará los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de París, no hará más que acompañar las llamas de un país en riña.
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