La mimesis y el destino de Mariana Pajón
Tres medallas (dos de oro y una de plata) en Londres 2012, Río 2016 y Tokio 2020 son el resultado de su pasión y disciplina por el BMX, un deporte que aprendió a practicar gracias a su familia. Está nominada al premio de Deportista del Año de El Espectador y Movistar 2021.
Andrés Osorio Guillott
Hablemos de mimesis y destino, dos conceptos que atravesaron buena parte de la filosofía griega y que en este caso nos ayudan a contar la historia de Mariana Pajón, triple medallista olímpica y una de las nuevas leyendas del deporte colombiano.
La mimesis, desde Aristóteles, se entendía en dos sentidos: en las acciones del ser humano y en la narrativa; por supuesto, en este caso nos compete hablar de la mimesis desde el comportamiento y la naturaleza humana. Su postulado, que se desarrolló desde ese entonces y hasta ahora, nos lleva a pensar que los individuos actúan conforme a lo que reflejan los otros con los cuales interactuamos, aunque cabe aclarar que para el pensador griego la mimesis no se realizaba con cualquier sujeto, sino con aquellos que poseían determinadas virtudes. Incluso, Mauricio García Villegas, autor del libro El país de las emociones tristes, habla de la imitación y expone el descubrimiento del equipo de Giacomo Rizzolatti de las “neuronas espejo”, las cuales demuestran que en medio de nuestra sociabilidad hay un instinto que nos lleva a responder o imitar acciones que nos apasionan o despiertan nuestro interés.
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Y Mariana Pajón, con sus memorias de infancia, nos ayuda a entender lo mencionado anteriormente. Fue por Miguel, su hermano, que ella se interesó en el BMX. Más allá de que no tenía escapatoria al hecho de acompañarlo a las carreras porque no podía quedarse sola en la casa, fue la adrenalina y la emoción que reflejaban los competidores en la pista lo que despertó unas ansias que hasta hoy no terminan por subirse a una bicicleta y volar por los aires en medio de las pequeñas montañas que se forman en un circuito de bicicrós.
Aunque no solo fue su hermano. Si bien fue el que más influyó para que Mariana se dedicara al BMX, fue la disciplina de su familia la que determinó su actitud. Carlos Mario, su padre, es un fanático del automovilismo y fue quien le heredó a Mariana el sentido de competitividad, así que el deporte rodeaba su entorno y la pasión que despierta cada uno lo que la fue motivando para salir a las calles y dejar que sus impulsos y sus deseos le dictaran la potencia y los caminos a seguir en su bicicleta.
La velocidad, el riesgo, la emoción y los golpes no empezaron necesariamente con el BMX, comenzaron un día en el que Mariana Pajón no le avisó a su padre que estaba detrás de uno de los carros con los cuales competía, y sin saberlo él disputó su carrera y en medio del certamen y de la concentración por ganar, se sumó la angustia al darse cuenta de que su hija estaba en la parte de atrás, entre los tubos del automóvil que terminaron dejándole varios morados por todas las veces en las que el circuito obligaba a uno que otro zarandeo.
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Volvamos al destino: en la antigua Grecia se hablaba de tres mujeres que describían el destino del ser humano: Cloto, que enrollaba el hilo de la vida; Láquesis, que iba midiendo la longitud del mismo, y Átropos, la encargada de cortar el hilo y sentenciar así el fin inevitable de la existencia. Además de la metáfora, en la tragedia griega el destino también era un elemento importante en la trama, pues la figura del héroe se reconocía en el momento en que el personaje asumía su devenir y lo enfrentaba con valentía; ya en los estoicos se habló del destino como una cadena de acciones y reacciones de la cual no había escapatoria, lo que abrió el debate sobre la libertad del ser humano en una vida en la que ya estaba todo escrito.
Y hablamos de destino porque Mariana Pajón asumió el suyo desde pequeña, entendiendo a la par de las experiencias que el camino a la gloria nunca es fácil. Parece inverosímil creer que antes de los 10 años una persona tiene definido su quehacer en el mundo, pero esos casos que llamamos prodigios tienen en su intuición y en su corazón algo que los aferrra a eso que los apasiona y los inquieta, y eso ocurrió con Mariana Pajón.
Alguna vez recibió insultos y señalamientos cuando apenas era una niña por haber competido y vencido a unos niños en una competencia de BMX en Medellín. Los padres de los otros pequeños no aceptaban que Mariana compitiera por ser mujer, una historia que, lastimosamente, se repite en otros deportes donde antes pensábamos que solamente cabían los hombres.
Otras veces fueron los raspones en las rodillas y en los codos, o las 18 fracturas de huesos, las tres conmociones cerebrales, una parálisis facial o un hematoma en un riñón. Un deporte de alto riesgo que ella supo asumir y que nunca la ha detenido, pues su última medalla en Tokio 2020 es una muestra fehaciente de que no hay lesión que detenga sus ilusiones.
Pero de ilusiones no se vive, dice la gente, y de solo el talento tampoco; todo, y más el deporte, requiere un esfuerzo constante. Bertolt Brecht decía que “hay quienes luchan un día y son buenos, hay otros que luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”. Y Mariana Pajón ha demostrado ser imprescindible, pues desde hace más de 20 años que no abandona el BMX, todos los días entrena en la pista que lleva su nombre, hace ciclismo de ruta, trota y con sus piernas levanta cerca de 140 kilos. ¿Que de dónde surge la potencia en sus piernas para remontar una carrera en la que puede tener un mal arranque y terminar de primera? De esa constancia, del peso que levanta, de las siete horas diarias de entrenamiento físico, de la mentalidad, de esa que fortalece eliminando de su vocabulario frases como “no puedo”, “eso está muy difícil” o “es imposible”.
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Nada en un legado es gratuito o fortuito, todo tiene una razón de ser. Mariana, tan competitiva como su papá, escogió el número 111 para su bicicleta por la obsesión que tenía con el número uno, sinónimo para ella de victoria, de aquello que siempre ha perseguido, pero que con el paso de los años, con la madurez que fue obteniendo tras las lesiones y los esfuerzos del día a día, decidió quedarse con el 100, cifra que refleja lo que entrega en cada entrenamiento y en cada carrera; ver ese número y recordar que ese 100 % de lucha no se negocia, que su lema de vida está en no reservarse nada.
Nueve campeonatos nacionales, ocho campeonatos mundiales, 23 medallas en la Copa Mundo de BMX Supercrós, cuatro medallas en Juegos Bolivarianos, dos en Juegos Centroamericanos y del Caribe, dos en Juegos Panamericanos, dos en Juegos Suramericanos y tres en Juegos Olímpicos son la muestra de una carrera exitosa, que no tiene su valor únicamente en la gloria, sino en todo lo que está detrás de ella, en su potencia vista como una virtud que no solo le fue dada como algo nato, sino que se fue mejorando con la disciplina y la persistencia; en su capacidad para neutralizar el miedo de caerse, de un miedo que no solo es propio al BMX, sino que también lo sintió en aquella década de los 90, cuando su infancia se desarrolló en medio de las calles destruidas y los silencios impuestos por la guerra del narcotráfico que instauró Pablo Escobar en Medellín.
Como sociedad debemos aprender a dejar el triunfalismo. Justamente, parece que una de las herencias del narcotráfico es creer que todo se obtiene de la noche a la mañana, que no hay un esfuerzo detrás de un logro, que no se hace camino al andar. Las lágrimas de Mariana al obtener la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Tokio son el resultado de una de sus épocas más difíciles, pues tres años atrás, en la semifinal de la Copa del Mundo, en Holanda, Pajón se chocó con otra competidora y el accidente derivó en una rotura parcial de colateral medial de su pierna izquierda y rotura de ligamento cruzado anterior. “Fue un proceso largo y doloroso que no te deja dormir. Fue frustrante, porque pasé de ganar una medalla olímpica a aprender a caminar de nuevo”, le dijo a El Espectador tiempo atrás.
“Hice la salida de mi vida. Cuando me meto en el primer peralte ya había sentido a la inglesa a la derecha, todo el día había estado a la derecha, una corredora muy buena. Me metí y ya estaba de segunda, no podía creerlo. Para mí era una ganancia estar en los Olímpicos, estar en la final era el objetivo y quedar de segunda era algo que no podía creer. Intenté alcanzarla, hice lo que pude con mis piernas, lo di todo con el alma”, le dijo Mariana Pajón a este diario luego de su logro en Tokio.
Seguramente las victorias no han terminado, pero como muchos otros deportistas colombianos, Mariana Pajón piensa en su porvenir y en el de su familia. Con su marca y su fundación, que llevan su nombre, la pedalista demuestra, así como lo hizo hace años cuando rechazó la comodidad y un futuro asegurado por parte de Estados Unidos para correr allá y nacionalizarse, que su carrera y sus triunfos son para Colombia, para el país que siempre ha querido y al cual dice pertenecer con orgullo. Familiar y carismática, así la definen quienes han podido hablar con ella en persona, quienes han estado más cerca de la sonrisa que devela un hoyuelo en su cachete izquierdo, reflejando que sigue siendo aquella niña aventurera y cariñosa que les agradecía a su hermano y a sus padres la posibilidad de salir en la bicicleta y volver con la ropa llena de tierra, sugiriendo así que desde la libertad también se erige un destino, y que puede ser el ejemplo, o la mimesis que de allí se desprende, el origen para alcanzar esa quimera llamada eternidad.
Hablemos de mimesis y destino, dos conceptos que atravesaron buena parte de la filosofía griega y que en este caso nos ayudan a contar la historia de Mariana Pajón, triple medallista olímpica y una de las nuevas leyendas del deporte colombiano.
La mimesis, desde Aristóteles, se entendía en dos sentidos: en las acciones del ser humano y en la narrativa; por supuesto, en este caso nos compete hablar de la mimesis desde el comportamiento y la naturaleza humana. Su postulado, que se desarrolló desde ese entonces y hasta ahora, nos lleva a pensar que los individuos actúan conforme a lo que reflejan los otros con los cuales interactuamos, aunque cabe aclarar que para el pensador griego la mimesis no se realizaba con cualquier sujeto, sino con aquellos que poseían determinadas virtudes. Incluso, Mauricio García Villegas, autor del libro El país de las emociones tristes, habla de la imitación y expone el descubrimiento del equipo de Giacomo Rizzolatti de las “neuronas espejo”, las cuales demuestran que en medio de nuestra sociabilidad hay un instinto que nos lleva a responder o imitar acciones que nos apasionan o despiertan nuestro interés.
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Y Mariana Pajón, con sus memorias de infancia, nos ayuda a entender lo mencionado anteriormente. Fue por Miguel, su hermano, que ella se interesó en el BMX. Más allá de que no tenía escapatoria al hecho de acompañarlo a las carreras porque no podía quedarse sola en la casa, fue la adrenalina y la emoción que reflejaban los competidores en la pista lo que despertó unas ansias que hasta hoy no terminan por subirse a una bicicleta y volar por los aires en medio de las pequeñas montañas que se forman en un circuito de bicicrós.
Aunque no solo fue su hermano. Si bien fue el que más influyó para que Mariana se dedicara al BMX, fue la disciplina de su familia la que determinó su actitud. Carlos Mario, su padre, es un fanático del automovilismo y fue quien le heredó a Mariana el sentido de competitividad, así que el deporte rodeaba su entorno y la pasión que despierta cada uno lo que la fue motivando para salir a las calles y dejar que sus impulsos y sus deseos le dictaran la potencia y los caminos a seguir en su bicicleta.
La velocidad, el riesgo, la emoción y los golpes no empezaron necesariamente con el BMX, comenzaron un día en el que Mariana Pajón no le avisó a su padre que estaba detrás de uno de los carros con los cuales competía, y sin saberlo él disputó su carrera y en medio del certamen y de la concentración por ganar, se sumó la angustia al darse cuenta de que su hija estaba en la parte de atrás, entre los tubos del automóvil que terminaron dejándole varios morados por todas las veces en las que el circuito obligaba a uno que otro zarandeo.
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Volvamos al destino: en la antigua Grecia se hablaba de tres mujeres que describían el destino del ser humano: Cloto, que enrollaba el hilo de la vida; Láquesis, que iba midiendo la longitud del mismo, y Átropos, la encargada de cortar el hilo y sentenciar así el fin inevitable de la existencia. Además de la metáfora, en la tragedia griega el destino también era un elemento importante en la trama, pues la figura del héroe se reconocía en el momento en que el personaje asumía su devenir y lo enfrentaba con valentía; ya en los estoicos se habló del destino como una cadena de acciones y reacciones de la cual no había escapatoria, lo que abrió el debate sobre la libertad del ser humano en una vida en la que ya estaba todo escrito.
Y hablamos de destino porque Mariana Pajón asumió el suyo desde pequeña, entendiendo a la par de las experiencias que el camino a la gloria nunca es fácil. Parece inverosímil creer que antes de los 10 años una persona tiene definido su quehacer en el mundo, pero esos casos que llamamos prodigios tienen en su intuición y en su corazón algo que los aferrra a eso que los apasiona y los inquieta, y eso ocurrió con Mariana Pajón.
Alguna vez recibió insultos y señalamientos cuando apenas era una niña por haber competido y vencido a unos niños en una competencia de BMX en Medellín. Los padres de los otros pequeños no aceptaban que Mariana compitiera por ser mujer, una historia que, lastimosamente, se repite en otros deportes donde antes pensábamos que solamente cabían los hombres.
Otras veces fueron los raspones en las rodillas y en los codos, o las 18 fracturas de huesos, las tres conmociones cerebrales, una parálisis facial o un hematoma en un riñón. Un deporte de alto riesgo que ella supo asumir y que nunca la ha detenido, pues su última medalla en Tokio 2020 es una muestra fehaciente de que no hay lesión que detenga sus ilusiones.
Pero de ilusiones no se vive, dice la gente, y de solo el talento tampoco; todo, y más el deporte, requiere un esfuerzo constante. Bertolt Brecht decía que “hay quienes luchan un día y son buenos, hay otros que luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”. Y Mariana Pajón ha demostrado ser imprescindible, pues desde hace más de 20 años que no abandona el BMX, todos los días entrena en la pista que lleva su nombre, hace ciclismo de ruta, trota y con sus piernas levanta cerca de 140 kilos. ¿Que de dónde surge la potencia en sus piernas para remontar una carrera en la que puede tener un mal arranque y terminar de primera? De esa constancia, del peso que levanta, de las siete horas diarias de entrenamiento físico, de la mentalidad, de esa que fortalece eliminando de su vocabulario frases como “no puedo”, “eso está muy difícil” o “es imposible”.
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Nada en un legado es gratuito o fortuito, todo tiene una razón de ser. Mariana, tan competitiva como su papá, escogió el número 111 para su bicicleta por la obsesión que tenía con el número uno, sinónimo para ella de victoria, de aquello que siempre ha perseguido, pero que con el paso de los años, con la madurez que fue obteniendo tras las lesiones y los esfuerzos del día a día, decidió quedarse con el 100, cifra que refleja lo que entrega en cada entrenamiento y en cada carrera; ver ese número y recordar que ese 100 % de lucha no se negocia, que su lema de vida está en no reservarse nada.
Nueve campeonatos nacionales, ocho campeonatos mundiales, 23 medallas en la Copa Mundo de BMX Supercrós, cuatro medallas en Juegos Bolivarianos, dos en Juegos Centroamericanos y del Caribe, dos en Juegos Panamericanos, dos en Juegos Suramericanos y tres en Juegos Olímpicos son la muestra de una carrera exitosa, que no tiene su valor únicamente en la gloria, sino en todo lo que está detrás de ella, en su potencia vista como una virtud que no solo le fue dada como algo nato, sino que se fue mejorando con la disciplina y la persistencia; en su capacidad para neutralizar el miedo de caerse, de un miedo que no solo es propio al BMX, sino que también lo sintió en aquella década de los 90, cuando su infancia se desarrolló en medio de las calles destruidas y los silencios impuestos por la guerra del narcotráfico que instauró Pablo Escobar en Medellín.
Como sociedad debemos aprender a dejar el triunfalismo. Justamente, parece que una de las herencias del narcotráfico es creer que todo se obtiene de la noche a la mañana, que no hay un esfuerzo detrás de un logro, que no se hace camino al andar. Las lágrimas de Mariana al obtener la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Tokio son el resultado de una de sus épocas más difíciles, pues tres años atrás, en la semifinal de la Copa del Mundo, en Holanda, Pajón se chocó con otra competidora y el accidente derivó en una rotura parcial de colateral medial de su pierna izquierda y rotura de ligamento cruzado anterior. “Fue un proceso largo y doloroso que no te deja dormir. Fue frustrante, porque pasé de ganar una medalla olímpica a aprender a caminar de nuevo”, le dijo a El Espectador tiempo atrás.
“Hice la salida de mi vida. Cuando me meto en el primer peralte ya había sentido a la inglesa a la derecha, todo el día había estado a la derecha, una corredora muy buena. Me metí y ya estaba de segunda, no podía creerlo. Para mí era una ganancia estar en los Olímpicos, estar en la final era el objetivo y quedar de segunda era algo que no podía creer. Intenté alcanzarla, hice lo que pude con mis piernas, lo di todo con el alma”, le dijo Mariana Pajón a este diario luego de su logro en Tokio.
Seguramente las victorias no han terminado, pero como muchos otros deportistas colombianos, Mariana Pajón piensa en su porvenir y en el de su familia. Con su marca y su fundación, que llevan su nombre, la pedalista demuestra, así como lo hizo hace años cuando rechazó la comodidad y un futuro asegurado por parte de Estados Unidos para correr allá y nacionalizarse, que su carrera y sus triunfos son para Colombia, para el país que siempre ha querido y al cual dice pertenecer con orgullo. Familiar y carismática, así la definen quienes han podido hablar con ella en persona, quienes han estado más cerca de la sonrisa que devela un hoyuelo en su cachete izquierdo, reflejando que sigue siendo aquella niña aventurera y cariñosa que les agradecía a su hermano y a sus padres la posibilidad de salir en la bicicleta y volver con la ropa llena de tierra, sugiriendo así que desde la libertad también se erige un destino, y que puede ser el ejemplo, o la mimesis que de allí se desprende, el origen para alcanzar esa quimera llamada eternidad.