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A mediados de la década del 60 en el siglo pasado, Álvaro Mejía Flórez tuvo una instancia de casi dos años en la ciudad de Bucaramanga. “A pesar de ser famoso era muy descomplicado. Una vez me atreví a preguntarle por qué corría en la punta de los pies y me dijo que así se sentía más liviano”, comentó Holguer López, quien contactó a El Espectador después de leer en nuestra página web el homenaje a la memoria al atleta paisa que este diario publicó el martes 12 de enero, minutos después de conocerse el deceso del campeón de la Maratón de Boston 71.
A propósito de la particular pisada que tenía Mejía al correr, el ex marchista Enrique Peña, hoy radicado en Estados Unidos, explicó que el atleta antioqueño “corría con sus pies desviados hacia afuera (eversión). Intenté correr de la misma forma y eso me generó dolores en músculos y articulaciones de los pies”.
Fueron muchas ocasiones en las que el mejor fondista en la historia del atletismo colombiano sufrió mientras corría. “Esa condición era la que la causaba problemas durante las competencias, dolores y ampollas en los pies, debido al impacto y a la rotación de los pies en las fases de apoyo e impulso”.
Pero los padecimientos no sólo fueron físicos sino morales. En charlas de almuerzo, el corredor paisa recordó una anécdota ocurrida en 1965. “En Lima me metieron en la cárcel por andar corriendo en pantaloneta en un parque. Aquí en Colombia hasta marica me decían y los carros se atravesaban porque la gente no sabía de deporte y hoy eso y no es así. La gente entiende y le gusta el deporte”.
Pedro Grajales, velocista caleño que participó en los Juegos Olímpicos de Tokio 64 y México 68, en donde se convirtió en el primer y, hasta el momento, único connacional en superar en su género las rondas eliminatorias en los 200 y los 400 metros, evoca una simpática anécdota durante un suramericano efectuado en Santiago de Chile.
“Nos invitaron la televisión y le preguntaron: - ‘¿Cuál fue la carrera en donde usted más mal se sintió’. Y Mejía respondió: - ‘Para mí la más mala fue la de los 5.000 metros en Tokio, en donde terminé último y casi me cogen por detrás’. Inmediatamente cortaron la transmisión porque en Chile y en Argentina el verbo coger tiene una connotación sexual”.
Grajales mencionó otra curiosidad ocurrida durante la estancia de los atletas colombianos en Tokio 64, y que aparece citada en La fabulosa historia del atletismo colombiano.
“Terminada la competición para el equipo atlético de Colombia, José Gregorio Neira, que trabajaba con Olivetti en nuestro país, nos invitó a Mejía, Francisco Gutiérrez y a mí a la sede de esa firma en Tokio. El gerente, que salía de viaje, dio la orden para que nos atendieran. Tuvimos intérprete y carro con un chofer mejor vestido que nosotros. Visitamos sitios turísticos y nos llevaron a un exclusivo restaurante. Como lo acostumbra la cultura japonesa, antes de entrar al comedor nos quitamos lo zapatos, pero uno de nosotros tenía las medias rotas. Ya sentados en el piso, comenzó a llegar la comida: de entrada huevo crudo, después una gelatina con un gusano adentro, seguida de tallos gruesos y carne roja y cruda que debíamos mezclar con todo lo anterior. No fuimos capaces de echarle diente a eso, y al intérprete le tocó comerse todo”.
Pero la historia no acaba ahí. “Al llegar la cena le expliqué al intérprete que no podíamos comer más porque en Colombia la religión católica ordenaba hacer ayuno. El japonés, por no quedarse con la atención, nos llevó a un restaurante occidental. De nuevo me tocó frentear porque teníamos hambre. Le pregunté por la diferencia horaria entre Japón y Colombia, y me respondió que el desface era de 14 horas. Yo le dije que como en Colombia era otro día ya podíamos comer. El tipo se puso más contento que nosotros, su honor japonés estaba a salvo. Solo así nos pudimos desquitar”.
Mejía, bicampeón preolímpico
Su enorme talento alcanzó eco mundial: martes 18 de octubre de 1966. La tarde era un poco fría y, a sus 26 años, Mejía estaba listo a dar su primera zancada en el punto de partida de la pista atlética del Centro Deportivo de Ciudad de México, junto al tunecino Mohamed Gammoudi (medalla de plata en Tokio 1964), el soviético Juri Turin, el húngaro Lazlo Mecser, el mexicano Valentín Robles y el japonés Sunao Shirai.
Los siete iban por una victoria en los cinco kilómetros. “Desde que sonó el disparo de partida, Mejía se colocó en tercer lugar, durante nueve vueltas. Los cuidaba a todos. Al promediar el recorrido quedó solo con el tunecino, el ruso y el húngaro, no veía yo ninguna posibilidad. Sin embargo, los periodistas mexicanos me animaban, yo era el único colombiano que presenciaba en ese momento la página más grande de nuestro atletismo. Por eso, al romperse la cinta de llegada y posteriormente efectuarse la premiación -al son de la marcha Zacatecas- creo que lloré un poquito”. Así lo narró Mejía al periodista Germán Castro Caicedo, en entrevista publicada en Deporte Gráfico el 26 de octubre de 1966.
“Estaba de noche y solo se habla en México del triunfo del colombiano, quien con su actuación opacó hoy cuanto hicieron varias decenas de atletas de todas las razas”.
“A este sí lo nacionalizaríamos con todo coraje y le daríamos cien uniformes nuevos, fue el saludo posterior de mis colegas aztecas: estaban impresionados con la sencillez y pobreza del muchacho”, reseñó Castro Caicedo en el artículo.
La clasificación en los 5.000 metros quedó así:
1. Álvaro Mejía, Colombia, 14:20.
2. Mohamed Gammoudi, Túnez, 14:20.
3. Juri Turin, URSS, 14:39.8.
4. Lazlo Mecser, Hungría, 14:39.8.
5. Juan Martínez, México, 14:46.4.
6. Valentín Robles, México, 15:02.
7. Sunao Shirai, Japón (sin tiempo).
“Por la noche, después de su triunfo, Álvaro Mejía dedicó parte de su tiempo a reventar con un alfiler dos enormes ampollas que tenía en la planta del pie izquierdo. “Estaba muy miedoso, me dice, Gammoudi es una figura mundial… igual que el resto. Anoche, en medio del sueño, pensaba en la pista y despertaba”.
Cuarenta y ocho horas después se tituló bicampeón de la II Semana Preolímpica en la capital mexicana. Esta vez derrotó al belga Gaston Roelants, número dos del mundo en los 10.000 metros, y les repitió la dosis a Gammoudi, Martínez y Mecser.
“El trío que había dominado a lo largo de la carrera: el colombiano, el tunecino y el belga, llegaba a los últimos mil metros. Encabezaba Roelants, seguido por Mejía; más atrás, Gammoudi. Éste último quedó definitivamente desbordado en los 500 metros finales. Al sentir avanzar a Mejía, Roelants volvió la cabeza y abrió la boca. Por su derecha pasó el colombiano, incontenible, como atraído por los gritos ensordecedores de aficionados mexicanos. Después Roelants confesaba, al concluir la estrujante carrera: ‘Cuando lo vi a mi lado, me sentí perdido, no pude impedirle que se fuera’”.
Primer triunfo de Colombia en la San Silvestre
Nadie paraba a Mejía en ese fantástico año de 1966. Su último triunfo resonante lo consiguió durante la medianoche del 31 de diciembre, en la cotizada carrera de San Silvestre, en São Paulo (Brasil). Asistió por invitación de los organizadores, quienes querían enfrentarlo de nuevo con Gaston Roelants. Mejía ganó la prueba con una diferencia de 53 segundos sobre el belga, la ventaja más amplia en la historia de la carrera hasta 1984, cuando el portugués Carlos López derrotó por un minuto y 23 segundos al brasileño Joao Da Silva. Con esta victoria, Colombia entraba a la vitrina de vencedores de la popular prueba, pero sería en los años 70 y 80 cuando alcanzó su máximo potencial atlético en las calles paulistas.
La carrera del 66 fue un éxito para los corredores latinoamericanos, que clasificaron a cinco de sus representantes entre los 10 mejores. Antes de la prueba, Mejía había declarado que se conformaría con llegar a la meta entre los 10 primeros lugares, pero en el transcurso de la misma aprovechó un percance de Roelants, que hacia los 7.500 metros de recorrido se le levantó una uña del pie derecho que lo obligó a disminuir la velocidad cuando iba distanciado 300 metros del colombiano, quien tras lanzar un demoledor ataque siguió de largo hasta coronar en solitario los 10.400 metros en la espaciosa avenida paulista, sobre un trayecto que se cubrió tres veces y media. Su tiempo: 29 minutos, 57 segundos, siete décimas fue suficiente para destronar al campeón reinante, el belga Gaston Roelants, quien no pudo igualar el récord de tres victorias consecutivas del argentino Oswaldo Suárez en los años 58, 59 y 60, y del brasileño Joaquín Goncálvez Da Silva (42, 43 y 44). Al mismo tiempo, el colombiano frenó en seco el reinado de los corredores belgas, que durante tres años dominaron la San Silvestre con Henry Clerchx en el 63 y el propio Roelants en el 64 y 65.
Después de cruzar la línea de llegada y luego de la ceremonia en el podio declaró que “en esta carrera uno tenía que desconfiar de todo el mundo. Todos los participantes son extraordinarios”.
Sobre su victoria dijo que para él era “la realización de una gran esperanza, y estoy muy contento. Mi victoria tiene un valor especial, pues los corredores latinoamericanos somos aficionados, mientras que los europeos son verdaderos profesionales”.
Al retornar a Colombia, Mejía fue centro de una multitudinaria recepción en Bogotá, donde la gente del común quería abrazarlo y posar para la foto de rigor con el campeón de la San Silvestre. En nombre del gobierno colombiano hizo presencia el ministro Pedro Betancourt -padre de Íngrid Betancourt, la excandidata presidencial que duró siete años secuestrada por las Farc-, quien invitó al atleta a subirse a un carro de bomberos, pero Mejía rechazó el ofrecimiento tras afirmar que era más importante que la gente fuera a los estadios y no a los aeropuertos.
Incluso, el jueves 12 de enero fue recibido en el Palacio de San Carlos, por el presidente Carlos Lleras Restrepo. A propósito del encuentro, Mejía advirtió horas antes: “Yo sé que el señor presidente, al recibirme, se va a sentir incómodo porque va a esperar que yo le pida algo y yo no tengo nada que pedir. Nunca, en el extranjero, he visitado a los embajadores de mi país, porque cuando uno va donde ellos, creen que uno les va a echar un sablazo o les va a pedir algo. Yo no quiero homenajes… lo único que aspiro es al silencio”, les dijo a los periodistas.
El presidente Lleras elogió al campeón: “Quiero felicitarlo muy especialmente a nombre del país, porque hemos visto cómo su esfuerzo y su sacrificio han prestado tan importantes servicios a Colombia”.
La copa que la organización de la carrera le entregó era muy grande y para traerla a Colombia debía pagar 500 dólares que Mejía no tenía. Al enterarse de la situación, la aerolínea que transportó al flamante campeón le ofreció enviar el trofeo sin costo alguno con la condición de que pudiera exhibirlo en las oficinas de Colombia durante seis meses, antes de devolvérselo. Y así se hizo.
Cuenta Enrique Peña que cuando Mejía ganó la carrera de San Silvestre en 1966, “él tenía bigote. Desde entonces, y durante varios años, yo lo tuve también como una forma de admiración y reconocimiento a sus colosales hazañas deportivas”.
Ese triunfo de Mejía tocó a fondo el orgullo deportivo de Grajales, quien inspirado en esa gesta se prometió a sí mismo dar lo mejor en el Suramericano de Atletismo escenificado en octubre de 1967 en Buenos Aires, Argentina. Su entrenamiento durante diez meses rindió sus frutos: el velocista vallecaucano se consagró como el atleta más laureado del campeonato al obtener cuatro medallas de oro tras imponerse en los 200 y 400 metros lisos y en las postas corta y larga.
(Lea también: Recuerdos de Domingo Tibaduiza en San Silvestre)
Boston, la cima
Y como lo narramos en el artículo del 12 de enero, el momento cumbre de Mejía fue en las calles de Boston, el 19 de abril de 1971, tras ganar la maratón y convertirse en el único y, hasta ahora último suramericano en alcanzar la victoria en la prueba callejera más antigua del mundo vigente desde 1897.
En los últimos 200 metros, el antioqueño se alejó del irlandés Pat McMahon, tras haber corrido uno al lado del otro durante toda la carrera, pero el colombiano, quien dijo que estuvo a punto de abandonar hacia la mitad de la competencia debido a las ampollas que le salieron en los pies, aumentó después su velocidad para superar a su rival por unos 25 metros. El tiempo del ganador fue de 2h18:45, mientras su escolta llegó apenas cinco segundos después, la diferencia más breve en la historia de la maratón bostoniana, hasta 1978, cuando el ganador se impuso por apenas dos segundos. La diferencia más estrecha está vigente desde 1988, cuando el keniano Ibrahim Hussein (2h08:43) derrotó por un segundo al tanzanio Juma Ikangaa.
Mejía aún ostenta la mejor clasificación de un colombiano en pruebas de fondo en los Juegos Olímpicos: fue décimo en México 68. Medalla de bronce en los 10.000 metros de los Juegos Panamericanos de Cali 71, el fondista antioqueño se despidió de las competencias en septiembre de 1972, cuando en los Juegos Olímpicos de Múnich culminó 48 en la maratón (2h31:56).
En un encuentro, el 22 de diciembre de 2019, el antioqueño recordó que al subirse al avión que lo traería de regreso a Colombia el capitán del avión anunció por el altavoz: “Tenemos el orgullo de viajar con el campeón de la Maratón de Boston, Álvaro Mejía Flórez. En honor a él compartiremos ponqué y champaña”.
Para Mejía, fue “increíble y bonito” ese gesto. “Yo era un emigrante latino y un obrero”.
El fin
“La muerte no me asusta, en realidad yo no soy muy apegado a esto. Yo creo que eso de morirse debe doler... lo que me da miedo es el dolor”, le dijo Mejía, en 1967, al poeta Gonzalo Arango.
Y el 12 de enero de 2021, Álvaro Enrique Mejía Flórez -con casi 81 años y afectado por un cáncer de próstata- debió sentir miedo… (*Autor de La fabulosa historia del atletismo colombiano / historiadelatletismo@gmail.com)