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Eduardo Galeano decía que el gol es el orgasmo del fútbol. Un entusiasmo que precede a la locura y al misterio. De su espíritu impredecible se explica por qué el balompié concentra la expectativa de millones de personas, como no lo hace ningún otro espectáculo, a lo largo del mundo. A diferencia de otros deportes, en los que la anotación se mide casi por segundos, en el fútbol la emoción se concentra en un instante, que muchas veces ni siquiera ocurre.
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¿Qué pasaría si pudiéramos predecir un gol? Suena improbable, pero ya es una realidad en medio de la revolución de los datos, el paradigma que está cambiando la historia de la humanidad.
El gol, sinónimo de victoria y, por ende, fin último de toda competencia, cada vez es más predictible. Las matemáticas, las estadísticas y, en definitiva, los algoritmos permiten cuantificar todo tipo de escenarios propicios para disminuir el margen de error de los deportistas a la hora de tomar decisiones.
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Un valor reconocido, hasta el momento, en los grandes motivadores y entrenadores que han marcado la historia del deporte, pero que ahora, con las máquinas a la vanguardia del flujo de la información, está cambiando el paradigma de la preparación deportiva. Este panorama, por supuesto, va mucho más allá de la escala de lo competitivo en el espectáculo. Es un cambio que el historiador israelí Yuval Noah Harari define en su libro Homo Deus, como la evolución del homo sapiens o la posible extinción del ser humano frente a la arremetida de las inteligencias artificiales (IA) y la doctrina del “dataísmo”. En un mundo hiperconectado y dependiente de la información y los datos, los algoritmos plantean en un futuro inmediato un dilema ético y político, en el que la humanidad entra en tensión con el poder y la capacidad de las computadoras.
Un cambio bioquímico e informático sin precedentes que ha revolucionado al mundo desde los inicios del siglo XX. Harari lo describe así: “Al igual que el capitalismo, el ‘dataísmo’ empezó también como una teoría científica neutral, pero ahora está mutando en una religión que pretende determinar lo que está bien y lo que está mal”. Y en el mundo, en el que la vida se volvió codependiente de ese flujo de datos y está regida por los algoritmos, la experiencia humana deja de ser “sagrada”. El homo sapiens ya no es la cúspide de la evolución, es “el precursor de algún futuro homo deus”.
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Según Harari, hablamos actualmente de una disputa entre los algoritmos orgánicos (todo animal) y los no orgánicos (todo objeto), y de la superación de habilidades cognitivas, por parte de las IA, que escapan a la comprensión del cerebro humano.
Esa discusión en el fútbol la encarna perfectamente uno de los más grandes revolucionarios del juego, Pep Guardiola. En el documental Take The Ball Pass The Ball, que explica el método utilizado para hacer de Barcelona el mejor equipo del mundo a comienzos de siglo, los jugadores del histórico conjunto relatan la obsesión del español por los detalles, las estadísticas y los números. La intromisión del algoritmo en cada aspecto de la vida humana.
Ahí entra la matemática. El método de Guardiola no se basa solo en la idea de juego. Se apoya, en gran medida, en el análisis de los datos de sus futbolistas en acciones y escenarios determinados. Una obsesión que el catalán desarrolló, sobre todo, cuando entrenaba a Bayern Múnich en Alemania. Una tendencia creciente alrededor de los números para dominar el deporte.
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De hecho, el alemán Jürgen Klopp, entrenador de Luis Díaz en Liverpool, es uno de los referentes de este modelo de entrenamiento basado en los algoritmos. Los Reds cuentan con todo un equipo dedicado a estudiar cada una de las condiciones de los jugadores de la plantilla. No por nada, el estratega alemán ha explicado en varias ruedas de prensa que el colombiano llegó a Inglaterra después de un seguimiento de años. Lo conocen bien, como conocen cada detalle de sus futbolistas a través de las matemáticas.
Las raíces de los algoritmos en el el deporte
Hay detractores que argumentan que el deporte es humano. Y que depende de sentimientos y decisiones influenciadas por momentos y circunstancias que no puede comprender una máquina. Un robot no entiende la emoción. No obstante, esos factores no son otra cosa que la respuesta bioquímica de la evolución de nuestro cerebro y el humano, frente a las IA, empieza a ser obsoleto. Harari explica que en un futuro cercano los algoritmos reemplazarán funciones humanas en las que los robots serán mucho más efectivos que el homo sapiens, como la medicina. De hecho, un informe de 2013 sobre el futuro de los empleos, realizado en la Universidad de Oxford por los investigadores Carl Benedikt Frey y Michael Osborne, revela que el oficio con mayor porcentaje a desaparecer en un futuro próximo, con un 98 %, es el arbitraje deportivo. El paradigma del VAR, una discusión para otro artículo.
Ni siquiera el arte, refugio de la humanidad, la cosa más humana de nuestra existencia, escapa de la ruptura. Se pregunta Harari: “Es difícil ver por qué la creación artística se hallará a salvo de los algoritmos. ¿Por qué estamos tan seguros de que los computadores no podrían hacerlo mejor que nosotros en la composición de la música? Según las ciencias de la vida, el arte no es el producto de algún espíritu encantado o de un alma metafísica, sino de algoritmos orgánicos que reconocen pautas matemáticas”.
Creíamos que el ajedrez, por ejemplo, era la demostración máxima de nuestra inteligencia y capacidad cognitiva. De nuestra superioridad como especie. No obstante, ya en 1996, el Deep Blue, una computadora desarrollada por IBM, derrotó a Garri Kaspárov, campeón mundial de aquel entonces. Al algoritmo solo le bastó ser programado con las reglas y las posibles estrategias del juego para vencer al ruso y romper así la superioridad de la cabeza humana.
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Podemos mirar también al béisbol. En 2001, los Oakland Athletics, uno de los equipos de menor presupuesto en la liga de Estados Unidos, logró convertirse en el equipo con mayor cantidad de victorias consecutivas (20) en la historia de las grandes ligas. ¿El método? La utilización de estadísticas individualizadas para monitorear jugadores. Un algoritmo que partió en dos la concepción técnica de la pelota caliente, llamado Moneyball, ideado por el economista Peter Brand y puesto en marcha por Billy Beane, director general del equipo.
En los Juegos Olímpicos de Invierno, que se desarrollan actualmente en Beijing, otra de las grandes demostraciones de la revolución de los datos se ve en la selección neerlandesa de patinaje de velocidad. Un equipo escogido por un algoritmo que llaman “la matrix”, creado por los matemáticos de la Universidad de Groningen y que es sustento de uno de los equipos más dominadores en la historia olímpica.
¿Puede entonces predecirse un gol? No… todavía. Sí se pueden recrear escenarios, leer estadísticas, comprender comportamientos e identificar patrones, qué zona del campo le conviene más a un futbolista, con qué pierna es más efectivo, en qué situación anota más goles y de qué manera llega más al área. Datos que, si bien no garantizan la predicción de un gol, sí preparan escenarios propicios para tomar decisiones en momentos determinados.
Los defensores del “dataísmo”, explica Harari, se apoyan en la ciencia para explicar el mundo a partir de los patrones que ha mostrado la bioquímica de nuestra evolución. Un cambio que determina las decisiones de nuestro presente y que genera un irremediable sentimiento de angustia ante el futuro. El miedo a desconocer, incluso, lo que más queremos.
El juego de la fortuna, película que relata la historia de los Oakland Athletics, empieza su metraje con la siguiente frase de Mickey Mantle, histórico bateador de los New York Yankees: “Es increíble cuánto puedes desconocer de un juego que has jugado toda la vida”.